Después de pensárselo un poco y ser animado por Eara para salir, Ayne decidió unirse a aquella excursión, que tampoco le llamaba en exceso. En la biblioteca curioseó perezosamente hasta que decidieron marcharse, rumbo al edificio que había llamado la atención de los macieleros en otras ocasiones.
Por fuera no parecía gran cosa, pero lo que era importante, estando en Rocavarancolia, era que se encontraba en buen estado. Eso casi planteaba un dilema para el sinhadre, que no las tenía todas consigo. «Ya no tengo claro si son menos peligrosos los edificios en ruinas que los que están en pie» pensó, recordando a Emmit para posteriormente tener que sacarse aquella idea de la cabeza. No podían vivir siempre con miedo de dar un paso en falso.
No se negó a la idea de entrar, pero agradeció que fuese otra persona quien tuviese el valor de dar el primer paso. Siguió a la gente mientras caminaba hacia el interior, y vio de primera mano los cambios que sufrían… Solo que se percató un poco tarde. Frenó en seco la entrada debido a la sorpresa «¿estoy viendo una ilusión?». Pero ya había traspasado el umbral, y él mismo pudo notar que hubo cambios. Para empezar, en su ropa.
Reculó, tropezando con alguien que estaba tras él, y al retroceder comprobó que todo volvía a la normalidad. Al asumir finalmente lo que pasaba no pudo evitar soltar una risa ligeramente histérica. Volvió a atravesar la puerta y, esta vez, fue el último en entrar. Fuera lo que fuese aquella magia, era reversible, no era tan permanente como lo que le había sucedido a Emmit. Podía no ser tan malo como convertirse en árbol, pero no dejaba de ser inquietante.
—Espera, necesito probar mi voz… Luces —dijo Ayne después de que Twix alabase los cambios del grupo. El sonido de su propia voz era tan extraño que se tapó la boca inconscientemente—. Déjame verme, déjame —añadió de repente mientras se acercaba al espejo ante el que se encontraba la frivy.
Su cuerpo casi era más chocante que su voz, aunque era un cambio igual de radical. Había perdido altura, tenía otro corte de pelo, facciones menos angulosas, y aunque llevaba ropa holgada sinhadre se apreciaba que le había cambiado la figura, aunque no especialmente en el pecho.
—Vaya, me habría encantado ver qué pasaba con Eara —se lamentó, mientras se miraba al espejo y se palpaba las caderas. La curiosidad le podía y no tuvo demasiado pudor a la hora de explorar su nuevo cuerpo.
Al escuchar a Samika silbó con admiración.
—A Samika nos la ha cambiado en algo más que el cuerpo, me parece. ¿Con quién prefieres averiguarlo? —preguntó, tremendamente divertido.
Tras haber hablado la humana dedicó un momento a escanear a los demás con la mirada, incluyendo al repoblador, que no cambió en absoluto. Aquella situación era realmente absurda, pero era la primera vez que encontraban un maleficio que solo servía para divertirse… o eso quería creer. La puerta de la casa se había cerrado sola mientras hablaban, y deseó que se tratase de mera casualidad. Al volver a abrirla, al otro lado no se veía el exterior.
Al sinahdre se le entrecortó la respiración.