Plaza de los Colaespina

El alivio de Nime cuando supo que se iban fue enorme. No podía esperar a poner tierra de por medio y sentirse segura en el torreón. Pronto se vio rodeada de los mayores mientras huían de allí, pero la libense ni se dio cuenta, solo pensaba en dos cosas: no soltar la cesta que compartía con Guille y no tropezarse. Los graznidos de los pájaros fueron algo secundario para ella. Le dieron ganas de apurar los pasos, pero solo eso, porque no parecían interesados en el grupo.

De la misma manera, Nime no reaccionó igual que los otros niños a la aparición de aquel fantasma diminuto, o eso era lo que parecía a sus ojos. Su repentina aparición la sobresaltó. No quería que les mirase, ni que les hablase. Nime quería pasar desapercibida en aquella ciudad, ser ignorada, igual que por los pájaros. Solo podía pensar en la historia que había ocurrido apenas un par de días atrás, y eso hacía imposible que se fiase de aquella criatura, por poco peligrosa que pudiese parecer.

La libense miró a los mayores con preocupación. ¿Decidirían irse de nuevo? No se atrevía a pedirlo en voz alta, pero por su mirada era evidente lo que quería ella.

A Nime no le gustaron los comentarios del hada. «¿Qué le importan a esa enana los dientes de los demás?» protestó para sí misma, al no atreverse a decirlo en voz alta. Fue aún peor cuando Milo la llamó fantasma y esta lo confirmó. Aquello no era una de las historias de terror de Adru. No tenía ni pizca de gracia. Encima el hada mencionó como si nada su muerte. Nime había visto ya cosas increíbles como la magia del muro, así que por poco que quisiera creer todo aquello, no se veía capaz de dudar de su veracidad.

Justo entonces el hada pareció reparar en ella, y Nime retrocedió solo un poco. Tal vez lo que la frenó es que no quería soltar la cesta. Quería decir “déjame en paz”, o “vete de una vez”, pero en vez de eso afirmó:
—No te tengo miedo.
Era una mentira, pero una que quería creerse. Por otro lado, la pregunta de Eitne la cogió por sorpresa. No sabía por qué aquella criatura podría ayudarles, pero… ¿y si era así?

El hada no podía hacer nada por llevarlos de vuelta. Nime pensó que era de esperar, pero se topó con que aquella criatura parecía saber aún más de lo que aparentaba. ¿Cómo podía saber que se habían muerto Ain y Drake? Técnicamente, solo había hecho una suposición, pero las alarmas de Nime se dispararon frente a aquel tema sensible.

El hada también se dirigió a ella por decirle que no la temía. Para lo pequeña que era, estaba consiguiendo ser extrañamente intimidante. Nime no quería saber –ni ver– cómo había muerto. Que insinuase lo fácil que era morir no ayudaba en nada a una niña de nueve años atrapada en una ciudad hostil. No consiguió responder nada.

Pero los demás seguían hablando con ella. A Nime no le gustó que Milo le contase que eran un grupo débil en ese momento. ¿Y si era amiga del que había hecho daño a los demás? ¿Y si volvía ahora que estaban débiles? La libense tenía demasiadas moralejas de cuentos que había escuchado metidas en la cabeza en aquel momento.

El hada consiguió que a Nime le llamase la atención un comentario. ¿El loco de hacía dos días podía estar muerto? Aunque saberlo solo la dejó más confusa, y le revolvió las tripas con solo imaginarla escena que había descrito. Le costaba creer nada de lo que decía el hada. Hablaba de cosas que no acaba de comprender y parecían sacadas de una historia, y no precisamente una para niños.
—¿No deberíamos, um… irnos? —preguntó mirando a los adultos del grupo mientras el hada le hablaba a Guille, al que la niña empezaba a catalogar de idiota. Agitó levemente el asa de la cesta para indicar que le pesaba, aunque ese no era el verdadero problema.