De vez en cuando miraba el mapa para no perder mi camino hacia el Territorio de las Hienas. No había estado allí con anterioridad, por lo que mi nariz, el cual había mejorado con la transformación si cabe, no me serviría para encontrar el camino. Sería otra cosa si supiese como olian minimamente los edificios que lo rodeaban o el olor que desprendian aquellos desconocidos seres, pero todo era nuevo para mi. Aunque eso, lejos de entristecerme, me dio unas fuerzas renovadas para seguir.
Quería saber todo sobre esta ciudad que me había abierto un mundo nuevo lleno de posibilidades donde no existía pasado. Ese era el mayor regalo que alguién jamás me podría haber dado, y era mio. Por esa razón decidí ir a ese lugar, el mapa indicaba otro sitio en la que podía haber cazado tranquilamente y que se encontraba más cerca del Torreón, pero deseaba explorar. ¿Qué importa perder unos minutos de mi nueva vida si con ello conocía mejor la que iba a ser mi nuevo hogar?
Mientras caminaba llegaban a mi nuevos y embriagadores olores que intentaba almacenar en mi mente. Todo era tan fantástico, tan perfecto, tan... natural. Era como si siempre hubiese sido parte de esto, pero que solo hasta ahora había sido capaz de desprenderme de las ataduras que limitaban mi cuerpo.
Al final, llegué a mi meta. Bien, hora de cazar. Mientras caminaba había estando ideando algunos planes para atrapar la mayor cantidad de aquellos seres sin que escapasen al verme y había llegado a una conclusión, la única forma sería fingir ser su presa. Así el depredador llegaría a mi, sin saber que estaba acercandose a una trampa letal y sorprenderlo así. Era pan comido.
Allí cerca había una pequeña manada de aquellos seres, seis de ellos, los podía oler. Aún no me habían descubierto, eso estaba bien. Era la hora para pasar a la acción. Saqué de su escondite mi fiel daga de piedra con la que había vivido muchas aventuras e intenté herirme a mi misma en la mano para así sacarme sangre, una sangre que las hienas olerian y los atraerian. Cual fue mi sorpresa al descubrir que mi piel se había endurecido de tal forma que no conseguía hacer nada.
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Wow - seguí pinchandome un rato, maravillada ante ese descubrimiento. -
Impresionante.
Pero eso me obligaba a cambiar de planes a menos que... No lo pensé dos veces, simplemente actue, pues de hacerlo puede que mi mente racional, lo poco que me quedaba, me dijese que era una mala idea. En esta ocasión le hice caso a la bestia, confiando en su juicio como depredador. Me inqué mis afilados dientes en mi brazo hiriendome a mi misma y haciendome sangrar. A continuación me tumbé y esperé.
Sobra decir que mi plan surtió efecto. Al oler sangre fresca aquellos estúpidos seres se acercaron a mi, agazapados y relamiendose su asqueroso ocico mientras reían, pensando en la suerte que tenían al encontrarse a una asrenia... una trasgo herida, me autocorregí. Lo que a continuación pasó fue muy rápido. Cuando sentí su aliento sobre mi cuerpo la bestia tomo el control, el hambre era lo único en lo que podía pensar. Con los primeros dos me limité a zamparmelos rápidamente tal era mi ansias después de haber tenido que esperar mientras se acercaban sin moverme mientras su olor llenaba mis fosas nasales. Con el tercero en cambio me tomé mi tiempo, me lo comí poco a poco, oliendo sumiedo y su deseperación, sintiendo como intentaba escaparse sin ningún éxito.
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Siiii - era lo que salía de mis labios, acompañados con sonidos de puro placer.
Para cuando terminé con aquellos tres mi hambre estaba lo suficientemente apaciguado para volver al Torreón sin el miedo de atacar a un compañero, pero... Clavé la mirada en los que quedaban, los cuales habían empezado a correr en busca de refugio. Lo que hice a continuación no fue de mi agrado, la gente pensaría que lo que debería no haberme gustado era lo otro no esto, pero así era. Si, empleé un hechizo, uno que los paralizó. No era un hechizo perfecto, no tenía la suficiente práctica para lograrlo, pero me daba el tiempo justo para atarles las patas y amordazarlos para que no hiciesen ninguna tonteria.
Ya con dos de ellos sobre los hombros me volví al que faltaba, era una cria de hiena hembra. La miré fijamente a los ojos mientras profería sonidos de puro terror con las orejas bajadas en sumisión.
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Vete, crece y procrea, pequeña, para darme que comer en el futuro - le dije sonriendole con mi boca sangrienta después de comer a sus compañeros y padres de seguro.
Me di la vuelta, pero para entonces ya se había escapado con el rabo entre las piernas. Alcé la vista hacia la luna sin dejar de sonreir, hasta le lancé un rugido de victoria. Y fue entonces cuando una de las palabras de Jack atravesó mi mente. ¿Cómo lo había dicho? "
Y por último, llámame Jack, vampiro o no, ese era y es mi nombre". ¡Si, eso es! Eso podría significar... Debía serlo. Parecía que tras la transformación se te daba la oportunidad de cambiar de nombre, pero que él había decidido mantener el suyo.
Volvía a mirar la luna. Gracias a ella ya no era ni remotamente lo que solía ser antaño, esa hembra había desaparecido para dejar lugar a este nuevo y mejorado ser. Si, definitivamente, ya no era aquella persona y como tal necesitaba un nuevo nombre para mi nuevo nacimiento. Uno me vino a la mente y sonreí mirándolo.
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Dama Gula, así me conoceran de ahora en adelante gracias a ti... - dije riendome de mi propio chiste.
Decidido aquello volví sobre mis pasos hacia el torreón con mi preciado botín, pensando en confeccionarme una nueva ropa con su pelaje y puede que algún adorno con sus dientes tambien. Quien sabe.
Sigue en el Torreón Letargo.