Cabreado como seguía, no le importó que el resto tomaran otra dirección. Hasta lo agradeció.
“Así no podrán molestar durante un rato”En algún momento la música dejó de sonar, lo que aumentó su curiosidad todavía más, y también su decepción, ya que localizar a lo que la estuviera emitiendo ahora sería mucho más difícil, si no imposible.
Dedicó la mayor parte del tiempo a curiosear por las proximidades del pabellón, muy interesado en cómo reaccionaba ante la luz. Llamó su atención lo suficiente como para abandonar los tejados y acercarse más, aunque no acababa de decidirse a entrar.
Fue en el mismo momento en el que decidió aventurarse por fin cuando otro sonido muy diferente le alertó. El sonido de rocas al caer, preludio de un desprendimiento.
Ni siquiera miro qué podía ser, instintivamente pegó un brinco para apartarse, justo a tiempo para esquivar las más grandes. Pero no fue lo bastante rápido, y varias piedras de un tamaño decente le alcanzaron en el hombro y brazo derechos respectivamente.
Si el dolor no dejaba clara la magnitud de los daños sin duda los crujidos lo hicieron. Un chillido de dolor salió de su boca, aunque se obligó a callarse.
"¿Y si me oía alguien?" Le oyeran o no, sus preocupaciones acerca de lo que pasaba a su alrededor dejaron de tener la menor importancia en el momento en el que el clinger se revisó el brazo.
La postura imposible en la que se encontraba mostraba claramente que se había dislocado. Además el exoesqueleto se le había abollado y fragmentado en varios puntos, donde los trozos se iban cayendo y mostraban la piel rosácea del insecto, de la que iba manando sangre, de un color que se hallaba entre el verde y el amarillo, y que era semitransparente.
Gran parte del dolor venía de lo que estaba viendo, pero no todo. Xalkoth lo sabía pero no quería aceptarlo.
“Solo me duele lo que veo. No está fracturado no está fracturado no está fracturado....” Pero lo estaba, y en cuanto el insecto palpó en la herida que tenía entre el codo y la muñeca lo notó.
A partir de ahí. El miedo de Xalkoth superó cualquier nivel que hubiera sentido desde que llegó a la ciudad. De hecho superó a cualquier miedo que hubiera tenido en toda su vida. No era miedo de hecho, era puro pánico.
Tal era su estado, que apenas le dedicó una breve mirada a lo que fuera que estaba arriba cuando escuchó sus risas. El clinger ya no pensaba, Su estado emocional había alcanzado un punto en el que solo actuaba por instinto, y su instinto era el de un insecto. ¿Qué hacían los insectos ante el peligro? Los insectos huían.
Mientras su cuerpo se movía por su cuenta, internamente el pánico seguía fluyendo. Xalk buscaba soluciones con desesperación. Podía recolocarse él mismo el hueso suelto, y de hecho lo haría. Pero la fractura no podía curársela milagrosamente.
"¿Y si no soldaba bien? ¿Y si se infecta? ¿Y si pierdo el uso del brazo? No, no no no ¡NO! ¡Se curará se curará! Tiene que curarse. Por favor que se cure” Perder el uso del brazo por una mala soldadura era como lisiarse, y para un clinger lisiarse era lo mismo que morir.
En la nación arbórea no había sitio para aquellos que no pudieran desarrollar sus labores a la perfección. Si alguno dejaba de ser capaz se le remplazaba rápidamente por otro que sí pudiera. En el caso de lisiados y similares que nunca podrían rendir al máximo se les privaba de comida y agua, y se les abandonaba fuera de las ciudades para que murieran. Allí no se mantenía a nadie. O te mantienes tú mismo o te morías. Así de simple.
Una vez entendido esto, el comportamiento del clinger era comprensible. De hecho esto le marcaría de por vida, ya que incluso si se curase del todo, en el tiempo que tardara el hueso en soldar habría sido repudiado por los que le rodeaban, que le odiarían por tener que mantenerle en vez de que se mantuviera el solo.
Siguió huyendo, tan rápido como sus heridas y el dolor se lo permitían, y manteniendo el mayor silencio posible. Aunque no podría huir de sus propios temores.
Sigue en el Torreón Maciel.