Karime bufó y sonrió ante la contestación de Saren. Por ahora era divertido ese comportamiento, pero algún día tendría que cogerle por banda y explicarle como eran las cosas en realidad. Aun así, ese momento no sería el elegido.
- Déjame decir tan solo una cosa, Burbujita mía.- dijo rodeándole el hombro para atraerle a él y poner sus caras paralelas.- Llegará el día, pajarito querido, en el que mirarás atrás, a esta y otras conversaciones de las que yo, especialmente, he sido participe, y tus plateadas mejillas se colorearan como nunca las de uno de los tuyos lo han hecho.- le dijo señalando el horizonte como si le estuviera contando algo muy místico y trascendental. Luego, lo soltó para ponerlo frente a ella.- Si es que los de tu raza sois capaces de tal hazaña, porque todavía no he visto a ningún idrino sonrojarse. Aunque a menudo par conozco.- terminó con una sonrisa.
Karime negó rotundamente cuando oyó a Saren decir que se iba después de la comida y le hizo una oferta que no pudo rechazar: quedarse hasta después del balneario. El planing para aquella mañana iba a ser corto, pero intenso, por lo que iban a disfrutar aquella tarde de algunas horas de relajante balneario, además que les ayudaría a estar listos y perfectos para la fiesta.
Karime saltó emocionada ante la perspectiva de entrenamiento. Ver de nuevo sus antiguas armas y haber entrado en su academia le había hecho tener mono de coger de nuevo una espada.
- Ven, Saren.- le indicó.- No sé si te fijaste ayer. Vamos a usar mis antiguas armas.- le dijo arrastrándole del brazo guiándole a su habitación. Al pasar por la cocina, donde todos, excepto su madre, desayunaban, gritó a su padre.- ¡Papá, desayuno de combate, por favor!
Ekasel sonrió ante la emoción de su hija y sacó de una alacena una bandeja sobre la que colocó una taza de té, un vaso de zumo, ambos con pajita, unos cuantos bollitos y dejó un hueco para poner el bocadillo de huevos fritos y panceta que se dispuso a hacer en ese momento. Antes de hacer el desayuno, les había preguntado a todos sus invitados de sus preferencias, por lo que sus desayunos no eran menos ricos y abundantes que el de su hija.
Saren y Karime estuvieron entrenando, uniendose más tarde Atol, hasta que el padre de la segunda apareció por la puerta, ya arreglado para ir a la ciudad, y le indicó a su hija que en una hora quería verla en la boutique. Mientras selkie, helión y licántropa entrenaban, Ekasel les había indicado al resto de invitados donde podían asearse y prepararse para salir, por lo que ninguno no tuvieron que esperar para hacer uso del baño. Aunque lo normal hubiera sido traerse algo de ropa de Rocavarancolia para pasar el día, Karime pretendía hacer todo lo contrario: pretendía llevarse toda la ropa de su armario a la ciudad. Al menos, la que le siguiera yendo bien.
Karime salió de casa seguida de todos sus amigos vestida con un sujetador y falda larga de tela transparente verde con detalles rojos y una raja desde la cadera al suelo, bajo la falda podían verse unas braguitas rojas. La historia de ese conjunto era curiosa, ya que, sin saberlo, Lima y Karime se habían comprado ese mismo conjunto, pero en distinto color: una verde y roja, y la otra roja y verde. El que llevaba en ese momento Karime era el que había comprado Lima, ya que se los intercambiaban. Ese día, había decidido recogerse el pelo en una cola de caballo alta y adornar su cuello con algunos collares que le había hecho su hermano.
Guió a sus amigos por las calles más concurridas de la capital donde, otra vez, la gente les observaba al pasar. Como ya había hecho el día anterior, Karime les fue señalando y mostrando todos los sitios que conocía, hasta que llegaron a una pequeña tienda situada en la esquina de una gran y concurrida calle comercial. La tienda se llamaba “El vestido de K” y en su escaparate había expuestos, principalmente, bonitos vestidos libenses, aunque el repertorio de la tienda abarcaba más estilos. Karime abrió con fuerza la puerta con una amplia sonrisa y se escuchó un grito proveniente de una mujer y una reprimenda del padre de Ka. Cuando todos entraron en la tienda, pudieron ver como Karime abrazaba efusivamente a la que debía ser la dueña del lugar, que llevaba un metro colgado del cuello.
- Chicos, os presento a la mejor modista de la Capital. Mi tía Krene.- presentó a la mujer que sonreía cohibida a los visitantes, a cada cual más espeluznante.
La Señora Krene restó importancia hacia su comentario, ya que, obviamente, no era la mejor modista de la Capital, por mucho que su sobrina lo creyera, y saludó a los milagros que, gracias a que Karime también era uno de ellos, habían visitado su tienda.
- No le hagáis caso.- siguió Karime.- La tía Kren es un hacha con la aguja y el dedal.
Krene volvió a quitarse importancia y guió a sus famosos clientes a la trastienda, mientras su hermano le prometía cuidar del mostrador en su ausencia. La hermana de Ekasel había preparado muchos y diversos modelos de trajes y vestidos para Karime y sus amigos, de diferentes tamaños y estilos al no conocer las medidas de sus nuevos clientes. El trabajo le había llevado tanto tiempo como días hacía que conocía la noticia de la llegada de su sobrina y los otros portentos, ya que sabía que sería la elección de Karime para la fiesta. El trabajo había emocionado de sobremanera a la tía de la licántropa, ya que aquella sería la primera vez que sus diseños serían vestidos en una fiesta de ese calibre y por milagros, nada menos.
Que Kren no fuera la mejor modista de la Capital no quería decir que sus diseños fueran menos bonitos. Indicó a sus clientes que podían elegir la tela, el color y la forma que prefirieran y que no importaba si no estaba creado o no era de su talla, que lo arreglaría enseguida. Luego, cogió a su sobrina de las manos, emocionada, y le indicó que tenía un regalo para ella. De un armario sacó un vestido protegido por una funda que destapó para su sobrina con una sonrisa. Era un precioso vestido rojo, un diseño más propio de una noble que de una militar. El pecho estaba cubierto por tiras de tela que dejaban a la vista gran parte de su pecho y pezones, la tela continuaba ciñéndose a su cintura y vientre y cayendo de forma suelta a partir de las caderas, dejando una prominente raja abierta desde su entrepierna al suelo. El regalo lo completaba un tocado negro de plumas y sinamay.
Un sonoro chillido de felicidad se oyó en toda la tienda. Karime saltó sobre su tía dándole mil besos y alabando su trabajo. No tardó nada en probárselo todo, incluso el tocado haciéndose un rápido recogido con algunas pinzas. Su tía le ajustó con alfileres el vestido, ya que sus medidas habían cambiado después de un año. Decidió no enseñarles el vestido a sus amigos para que fuera una sorpresa. Además, todavía le quedaba un detalle y sabía exactamente donde conseguirlo.
Cuando volvió al lugar en el que se encontraban sus amigos, les recordó que podían elegir lo que quisieran, incluso Saren, aunque no fuera a asistir a la fiesta.
- Durante toda la mañana podréis comprar lo que queráis. Tenéis crédito ilimitado.- les informó, luego miró a Shizel.- Excepto tu, Perlita escarchada. Tu no, que nos conocemos.
Cuando todos terminaron de elegir su traje perfecto para la fiesta, Kren se despidió y les prometió que estarían listos para la noche y puso manos a la obra. Ekasel también se despidió de ellos, ya que se quedaría en “El vestido de K” para ayudar a su hermana. Quedó con Ka en encontrarse con ellos antes de la comida, que sería en un lujoso restaurante del centro. No habían sido ellos los que habían elegido el lugar, sino que el restaurante, por si mismo, había decidido invitarlos por ser quienes eran. Puesto que era uno de los más famosos, Karime no dudo en ningún momento en aceptar la invitación.
El primer sitio al que fueron fue a una tienda de zapatos que, aunque no lo supieran, era la más famosa de toda la Capital. Cuando entraron, pudieron apreciar a la perfección como el recepcionista los miraba con alivio, como si por un momento hubiera pensado que no sería su tienda la que eligieran para confeccionar sus zapatos para la fiesta. El hombre se levantó enseguida informándoles de que tenían una selección del mejor calzado elegido especialmente para ellos. El recepcionista les guió a la trastienda, a una habitación especial donde habían colocado unas preciosas estanterías que exponían la selección de zapatos. Mientras todos elegían, Karime le pidió al recepcionista ver a la gran modista o a alguno de los zapateros de la tienda, ya que quería un diseño especifico para sus zapatos. El recepcionista se puso en movimiento enseguida y la llevó a otra habitación, que resultó ser el despacho de la propietaria del local. Ahí, le describió minuciosamente los vertiginosos zapatos de tacón que quería, guardando silencio cuando era necesario para que la modista pudiera apuntarlo todo.
Cuando salieron, Karime les informó que las compras obligatorias ya estaban hechas y que podían ir por donde quisieran. Atendiendo a las posibles peticiones de sus amigos o a sus propias necesidades, recorrieron durante toda la mañana la zona comercial de la Capital. Karime les enseñó los lugares más emblemáticos, los objetos más comunes y característicos, y les hizo probar la comida más típica.
Cuando el estomago ya empezaba a rugir, a pesar del picoteo, se dirigieron al restaurante en el que iban a comer, donde les recibieron con todas las ceremonias. Algunos de sus amigos se encontraban incómodos con el trato dado por los libenses, pero el padre de Karime les tranquilizó diciéndoles que, al final, ellos salían más beneficiados ya que era una estupenda publicidad para sus establecimientos. Durante la comida, a la cual no solo les acompañó Ekasel, sino también Krene, hubo una amena charla, monopolizada en parte por las preguntas de la tía de Ka a sus amigos sobre sus mundos y la cultura de estos.
Luego de la comida y de despedirse de Krene y Ekasel, que volvieron a la tienda, Karime les guió al balneario, donde pasarían horas siendo mimados por los mejores especialistas de Libo. Luego, en el mismo lugar, serían peinados y maquillados antes de volver a casa para vestirse para la fiesta. Karime, en todo momento, les dijo que podían elegir, tanto el maquillaje como la ropa, a su propio gusto, pero que quizás fuera conveniente que siguieran la línea de estética libense.
Baños, burbujas, masajes (con algunas reticencias por los especialistas en algunos casos), más baños,… Los rocavarancoleses dedicaron toda la tarde a relajar y embellecer sus cuerpos al estilo libense. Cuando se acercaba la hora de la fiesta, se despidió de Saren, no sin antes hacerle prometer de nuevo que volvería para conocer a Ilol.
Peinados y maquillados a su gusto, volvieron a casa donde Ekasel ya les esperaba con los vestidos listos. Los chicos se cambiaron en la habitación de los padres de Karime, mientras que ella y Alder se cambiaban en su habitación. No es que fuera una razón de pudor, sino de aprovechar el espacio. Karime dejó que Alder se vistiera primero y bajara a la sala donde todos esperaban, para luego bajar ella enfundada en su ajustado vestido rojo, con su recogido coronado por el tocado de plumas, su maquillaje y de pie sobre sus escandalosamente altos tacones con lobos enfurecidos dibujados.
- ¿Qué tal estoy?