Pronto no supo alejarse más sin perderse, así que decidió volver por donde había venido, de cadáver en cadáver, sopesando a cuál más podría sacarle provecho. Cuando volvió a la zona donde esperaba el carro lo hacía corriendo, ocupando un varmano fortachón que pasaba de la treintena en vida. Solamente tenía rasguños y magulladuras de las reyertas que habría vivido antes de caer a causa del veneno, así que era perfecto. Lo dejó en el carro junto a la niña, evitando mirarla a la cara, y volvió a la azotea a por sus cosas. Ya tocaba abandonar la ciudad, y se encontraba físicamente bien, repleto de magia, pero anímicamente se sentía extraño. Se crujió las articulaciones mientras el carro abandonaba la ciudad, pensando en los beneficios de aquella incursión. Poco o nada había significado allí su presencia, y los varmanos del carro casi se podía decir que estaban siendo salvados.
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Qué plaga más desagradable -murmuró volviéndose hacia la ciudad una vez más. El zumbido de aquellas alas era un todo, llenaba el ambiente desde que habían llegado, pero aunque tuviera los oídos entumecidos de tanto oírlo fue capaz de distinguir un aleteo que se aproximaba. Aburrido de aquellos bichos se volvió con la espada en mano y cortó al insecto, que dejó un viscoso rastro amarillento en el filo. «
Qué asco...» pensó mientras lo limpiaba. Después no volvió a envainar el acero, aun lejos de la ciudad aquellos ciempiés surgían sin previo aviso de cualquier lugar.
Del osogrifo se encargaron Noel y el propio Giz, pero ya que no había que desaprovechar la visita, Gael se fue en otra dirección a conseguir carne para la cena. Escondido en el ratón fue fácil husmear por el bosque, oculto por hojas y piedras, hasta que escuchó algo arrastrándose por delante de él. Era un gran roedor, semejante a un capibara pero de menor tamaño. «
Bueno, esto mismo servirá». Abandonó su ratón a una distancia prudencial y desde allí preparó su hechizo de parálisis, acercándose con sigilo y acertando al animal en medio de su carrera, que había comenzado en cuanto él rozó unas hierbas altas con su pie. «
Bicho astuto, pero de poco te ha servido» pensaba mientras se lo echaba al hombro y volvía al carro tarareando quedamente. A pocos pasos recogió el ratón y un poco más allá, la espada, con la que pudo desangrar al animal para llegar junto a los demás con él listo. Al reunirse cada uno traía sus propias presas, vivas o muertas, pero finalmente habían terminado con todo lo que habían ido a hacer allí. Acompañados de los crujidos del carro retomaron el camino hacia el portal.
Sigue en el Cuchitril.