La Bodega

Un día cualquiera. O quizá no tanto. No hizo falta que el vampiro se girase a mirar para que supiera quién había entrado. <<Anda que no hacía tiempo que uno de los míos pasaba por aquí... Si no ha aprendido a controlarse siempre podemos subir>> Terminó de atender la mesa y se giró para saludarle de vuelta. Le hacía ilu, aunque casi siempre sus cosechados acabasen "enemistándose" con él.

—¿Te sigue gustando el syv? Invito yo.

Apenas tardó un momento en ir y volver de la barra y servirle un vaso. Luego se sentó enfrente del chico.
—Bienvenido a mi poco-humilde morada —bromeó—. ¿Qué tal? Hay poca gente pero si no estás cómodo, tengo el despacho arriba.

—No, si lo decía por si aún no te manejabas con tu transformación; aquí todos saben que soy cosechador...

Pero se calló cuando escuchó lo siguiente.

—No eres ni el primero ni el último...

Suspiró. <<Tendría que tener estas visitas delante del Consejo y que les respondieran ellos>> Pero se lo debía. Que el vampiro no hubiera querido aclarar nada tras su transformación era cosa suya. Se lo debía.

>>Créeme que si pudiera haber evitado tomaros el pelo, lo habría hecho. A mí y mi cosecha también nos tomaron el pelo, y seguramente a la mayoría de los que nos rodean ahora, también —se encogió de hombros—. Pero pregunta lo que quieras; aquí no hay leyes absurdas que me impidan hablar. En parte os debo esto, así que tómate tu tiempo.

Al menos parecía que el chico hablaba por curiosidad y no por rencor, cosa que apreció. Cuanto antes lo aceptaran, mejor. <<¡Directo al cuello! Si fueras vampiro...>> No le daría largas. Veía justa la cuestión así que intentó ir al grano:

—Es necesario. Es para que no os neguéis los que sí tenéis ese potencial a separaros de vuestro edeel o aurva. Imagino que no te hará gracia, pero es lo que se suele hacer. Alguna vez coincidirá que ambos lo tienen y todos nos libraremos de esto, pero con vosotros es lo que tuve que hacer. En vuestro caso sabía perfectamente quién era. Tenemos nuestros truquitos.

No le iba a contar que había oído algo de que en el futuro la política de las cosechas podría cambiar. Que, por cierto, le vendría de perlas. Menos problemas tanto antes como después de la cosecha. Antes de preguntarle por lo siguiente, uno de los compañeros le trajo un vaso de sangre. Dio un trago y prosiguió:

—No tengo prisa, así que la oferta de tomarte tu tiempo se mantiene —sonrió.

Otro punto interesante. Y más sencillo de contar, la verdad. Aquello le estaba gustando. Hablar tranquilamente, explicarle lo que necesitara... <<Pero que sea precisamente el inmoral el más razonable... Ay>>

—Os coseché en el bosque, ¿verdad? Pues allí seguís, más o menos —se encogió de hombros—. Es para que se crea que os habéis perdido, sin más. No hace falta usar el hechizo de memoria en vuestro mundo. En el mío, por ejemplo, sí que se usa, pero aun así se le puede pedir al Consejo que lo anule.

Ahí se detuvo, pero se le ocurrió algo relacionado con lo anterior:
>>Ah, hum... Si os da por volver, a ambos o solo a uno de los dos, podéis, siempre y cuando guardéis este gran secreto, en general, y la transformación, en tu caso.

<<Heh... Si tú supieras... He estado con cierto draco de estínfalo en la Tierra vestido en vaqueros camuflado como un humano pardillo...>> pensó, bastante divertido, al escucharle. Pero no hablaría así de su amigo, y no venía a cuento tampoco: Ayne no quería volver. Period. Además, lo que siguió superaba en interés a todo lo demás. No era muy difícil imaginar por dónde iba la cosa, no.

—Claro, adelante. No eres el primero de precio inmoral al que echo una mano y lo tuyo es hasta más discreto... Creo, vaya, eres el primero que conozco, que habré leído sobre la transformación pero no os he visto actuar, vaya.

¿Información? Guay. ¿Caza? Aún mejor. Hacía ya tiempo que no salía de caza tan a menudo como solía antes de tener la Bodega, así que aprovechaba cualquier oportunidad que tuviera.

—Hmmm... A ver, nosotros solemos ir de caza a los mundos. Y dilo sin miedo, ahora es lo que toca. Como decía, hay quien se trae esclavos y los mantiene. Eso sí, cada mundo tiene sus reglas a la hora de ir de caza o para traerte gente. Seguro que en la biblioteca está todo explicado, pero si no luego te lo apunto —sacó su libreta de un bolsillo interno junto con una pluma y lo dejó sobre la mesa, por si acaso—. Como de momento no tienes magia ni experiencia, podemos ir los dos a alguno e ir probando, si quieres. Para acercarte a la gente puedes usar camuflaje mágico, puedes aprender por tu cuenta o conmigo, pero si voy contigo te lo pondré yo las primeras veces. De todas formas hasta dentro de un año no podéis salir de Rocavarancolia sin acompañante —señaló. Dio un trago antes de seguir—. Y... bueno, puedes probar aquí dentro, pero creo que morirías de muchas formas a la vez y luego tendría que limpiarlo yo todo. Aunque como experiencia a lo mejor es emocionante —bromeó.

¡Zanjado! <<A ver cómo sale esto>> Le sorprendía que hubiera aparecido ahora. Hacía tiempo ya de la Luna y no parecía que hubiera tomado almas de ninguna parte <<no creo que sus compañeros le hayan dejado... O a lo mejor sí, o por error al principio>> Pero, claro, podía haber estado luchando contra sí mismo y convencerse de que tenía que cazar... Y cuando lo hiciera, cosa que podría pasar mañana mismo o pasado, quizá se lo tomaría bien, quizá no. Cuanto antes, mejor.

—¿Carga? ¿Retrasar? —hizo un gesto despreocupado con la mano izquierda—. Tardaría lo mismo contigo que en solitario, no te ofendas. Y no creo que tengas que devolverme el favor... Todo este sitio es mío y tengo que estar pendiente todo el tiempo y a veces es un poco estresante... Así que no suelo ir a cazar como hacía antes..., pero me acabas de dar una excusa ideal para salir un rato —sonrió.

Abrió la libreta y empezó a pasar páginas por si tenía algo importante en los días siguientes para buscar un par de huecos al sinhadre... y entonces se le ocurrió algo: sí que podría pagarle el favor. Podrían salir ganando los dos por un tiempo. No perdía nada, aunque tendría que hablarlo con Sepalian.

—Hmm... Quizá sí que podrías pagarme el favor... Podría ofrecerte un trabajillo. Uno de mis socios trabaja de vez en cuando en uno de los mundos vinculados con menos restricciones. Podrías cazar y a lo mejor practicar magia... aunque tiene una fauna... algo grande. Más que en tu mundo, al menos. Y podrías ganarte un dinerillo, también.

>>Esto no quita lo de venir conmigo algún día. Y cuanto antes, mejor. ¿Qué me dices?

El chico tenía razón. Se le había pasado el tiempo volando y debía volver a lo suyo. Decidieron la fecha en que irían y ya está.

—Pues nos vemos. Diles a tus compañeros que cuando tengan dinero pueden venir a gastárselo aquí —bromeó como despedida.

Se despidieron, le dio la lista de mundos vinculados donde se podía cazar mejor, y cada uno a de vuelta a sus asuntos.

—La mayoría de comerciantes no tienen paciencia para tolerar a cosechados curiosos y justificadamente cabreados dándoles la lata —le explicaba Shizel al demiurgo según iban caminando, atendiendo ahora en más detalle a su pregunta antes de salir de la biblioteca—. Así que los que se lo pueden permitir instalan protecciones mágicas para evitar que husmeen en sus negocios. Los que no simplemente aprenden a esconderlos bien. Nosotros tampoco llegamos a ver tampoco nada que indicase que la ciudad estaba habitada… salvo a los propios habitantes, claro —se le vinieron a la mente el discurso de bienvenida, el encuentro en un callejón con el mismo dueño del local adonde estaban yendo ahora.

—Si un cosechado intenta colarse en el edificio equivocado, la ley de no intervención no va a mover un dedo si el encargado de la seguridad le hace pedazos —se revolvió el cabello, dejando traslucir cierto conflicto—. Así que es más por su bien que por el nuestro. Ah, aquí estamos —le abrió la puerta al demiurgo para que pasase él primero.

Shizel saludó a las caras conocidas, pero no quiso descuidar a su invitado y enseguida encontraron una mesa.
—Elige lo que quieras —le dijo a Hal en cuanto les trajeron la carta—. Hay también bebidas no alcohólicas, aunque son la especialidad de la casa.

Había acabado encontrando un libro que explicaba bien lo de las manos, amén de ahondar un poco más en manualidades humanoides en general. Se le había ocurrido que quizás, llegado el momento, le interesaría aprender anatomía en mayor profundidad, y adaptar aquellos conocimientos a sus propias necesidades.

—Por qué no me sorprende —masculló ante la explicación sobre las "excepciones" a la ley de no intervención. Le disgustaba profundamente y no hacía nada para ocultarlo.

La sensación que le causaba la bodega no era exactamente desagrado, nerviosismo o intranquilidad, pero se le parecía. Todavía le costaba pensar en sí mismo como parte de Rocavarancolia. Seguía teniendo muy arraigado que era de Carabás, que era un mero cosechado. Aún le quedaba para acostumbrarse a formar parte de aquella ciudad demencial.

Pidió una bebida no alcohólica al azar, sin saber bien a qué sabría. A través de una ventana entraba la luz sanguina de la Luna Roja, y se veía parte del astro. El demiurgo se quedó mirando, embobado. Aquel espectáculo seguía impresionándole como el primer día.

—Viniendo de Carabás hay pocas cosas sobre la magia de aquí que me puedan impresionar, pero eso... —al joven se le rompió la voz, sus ojos quedaron nublados por lágrimas. La emocionabilidad del proceso de la transformación volvía a surgir—. Admito que en mi mundo no hay nada como la Luna Roja. Absolutamente nada.

Aquella frase lo abarcaba todo. Hal no se refería solo al poder transformador de semejante cúmulo de magia.