Sox pretendía no quitarle ojo de encima al recién llegado pero el estrés del cambio, Tuétano y el derrumbe se le echó de golpe encima, hasta calarle los huesos como la lluvia torrencial que se les echaba encima. El camino hacia la tal sede se le hizo cuesta arriba y lento, más aún con aquel nuevo peso desconocido colgándole como una manta mojada de la espalda. Era absurdo pero su primera urgencia había dejado de ser examinar sus alas imposibles a fondo para convertirse en conseguir aquel bendito techo sobre sus cabezas y que el resto viniera después. No podía dejar de mirar a Eriel, sin embargo, asistiendo a los percances que tenía con sus propias alas. Ahora las tenían, los dos, y tenían que lidiar con ellas.
Hyun estaba empeñado en hacer el trayecto difícil y el carabés fue uno de los que arrimó el hombro al principio para prácticamente arrastrarlo lejos de allí. El coreano tropezó tantas veces por el camino que empezaron a hinchársele las narices ante la posibilidad de que fuera a propósito. Rechinó los dientes antes de decir nada, negándose a darle a Rad la satisfacción de parecer que seguía "demasiado susceptible", e hizo bien porque más tarde pudo percatarse de que no eran tropiezos naturales. Las quejas de Hyun eran de viva voz, eso sí, y no hacían sino exacerbar sus ganas de zarandear a alguien. Se obligó a sí mismo a recordar que lo último que necesitaban después de un desastre de aquel calibre era estrangularse unos a otros.
—Tay —le pidió a su compañero en cierto punto. Al buscarlo con la mirada ésta se detuvo un momento de más en la cola que arrastraba tras de sí. Joder, todo aquello era de locos—. ¿Puedes echarme un vistazo en la espalda? Ya no me duele donde me han salido las alas —frunció el ceño y terminó la frase abruptamente. Sonaba incorrecta, a haber soltado una tontería como un castillo, pero al recapacitar tuvo que admitir que era justo lo que había pasado. Le habían salido alas de la espalda de un día para otro.
La herida se había cerrado por completo, como sospechaba, pero la noticia de que la piel había curado negra le cogió por banda.
"El cambio me ha curado", repitió para sí alucinado. Tenía sentido. A Barael le estaba regenerando la mano perdida, y ninguno de ellos sangraba ya ahora que se detenía a comprobarlo. ¿Pero por qué negro en su caso? Sox miró pensativo sus propias manos, donde las puntas empezaban a oscurecerse también. Fue entonces cuando advirtió que los tatuajes de los antebrazos habían sido sustituidos también por aquella piel lisa, negra. Deslizó un dedo por ellos.
—Gracias. Por cierto, a ti te brillaban los ojos antes, en la oscuridad —añadió después. Podría no ser importante, o que al belga no le pudiera importar menos en ese momento, pero Sox supuso que de haber sido él, habría querido saberlo.
Alzó la mirada con cierto interés ante la mención de Rad de una biblioteca: no había estado pendiente de la conversación. Hace meses la posibilidad habría ocupado toda su atención, pero ahora mismo solo podía pensar en procesar toda aquella pesadilla extrañamente eufórica. A pesar de todo su cansancio, los cambios, el susto y todo lo que habían perdido, el carabés podía sentir la Luna Roja llamándole ahí fuera, haciendo que su sangre bullera a su compás. El cuerpo le pedía dormir, pero le pedía todavía más el cambio.