Recuerdo del primer mensaje :
Un agradable olor a menta inunda el aire y se ve desplazado por brisas suaves. Dos soles brillan tenues en un cielo naranja, uno poniéndose, rozando el horizonte; el otro aún bastante alto sobre sus cabezas. Barael se encuentra a sí mismo sentado en un banco de madera rosa chicle con adornos metálicos, brillantes. Le rodea un bosque de vegetación colores pastel.
A su lado se sienta una anciana de piel morada y muy oscura. La señora lleva puesto un vestido largo lleno de colores y un sin fin de adornos repartidos por todo el cuerpo. Su pelo, de un azul blanquecino, se encuentra recogido en un moño poco elegante. Unas zapatillas de lona, embarradas, delatan que trabaja en el campo. Su apariencia es demasiado alegre para toda la pena que alberga. La anciana llora desconsolada, aferrada con todas las fuerzas que le quedan en su cuerpo envejecido a un pequeño juguete: un animal similar a los lynacs, tallado en la misma madera rosa que el banco.
—Mi pobre niño... —logra articular entre sollozos. La mujer no se dirige a Barael, mira al infinito con los ojos empañados.
La primera sensación que tendrá el nublino será la de no pertenencia. Si ha hablado lo suficiente con su compañero Daerhien, puede que incluso reconozca dónde está: una versión soñada de Daelicia.
Un agradable olor a menta inunda el aire y se ve desplazado por brisas suaves. Dos soles brillan tenues en un cielo naranja, uno poniéndose, rozando el horizonte; el otro aún bastante alto sobre sus cabezas. Barael se encuentra a sí mismo sentado en un banco de madera rosa chicle con adornos metálicos, brillantes. Le rodea un bosque de vegetación colores pastel.
A su lado se sienta una anciana de piel morada y muy oscura. La señora lleva puesto un vestido largo lleno de colores y un sin fin de adornos repartidos por todo el cuerpo. Su pelo, de un azul blanquecino, se encuentra recogido en un moño poco elegante. Unas zapatillas de lona, embarradas, delatan que trabaja en el campo. Su apariencia es demasiado alegre para toda la pena que alberga. La anciana llora desconsolada, aferrada con todas las fuerzas que le quedan en su cuerpo envejecido a un pequeño juguete: un animal similar a los lynacs, tallado en la misma madera rosa que el banco.
—Mi pobre niño... —logra articular entre sollozos. La mujer no se dirige a Barael, mira al infinito con los ojos empañados.
La primera sensación que tendrá el nublino será la de no pertenencia. Si ha hablado lo suficiente con su compañero Daerhien, puede que incluso reconozca dónde está: una versión soñada de Daelicia.