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Giniroryu
Giniroryu
GM

Ficha de cosechado
Nombre: Rägjynn
Especie: mjörní
Habilidades: memoria, buen oído y don de lenguas
Personajes : Noel: Draco de Estínfalo de origen sueco.
Archime/Krono Rádem: Kairós irrense.
Irianna/Dama Enigma: Nebulomante idrina lacustre.
Adrune: Gamusino sinhadre, edeel.
Lethe: Horus, enderth.
Rägjynn: mjörní.
Naeleth: Bruja del Hielo, nublina.


Unidades mágicas : 8/8
Síntomas : Aumenta su resistencia progresivamente.
Armas : Noel: hacha de dos manos y espada bastarda.
Archime/Krono Rádem: sus monólogos sobre biomecánica avanzada.
Irianna: arco y estoque.
Adrune: lanza, espadas cortas y arco.
Lethe: arco y lanza.
Rägjynn: jō.
Naeleth: arco, sai y báculo.


Status : Gin: do the windy thing.

Humor : REALLY NOT FEELIN' UP TO IT RIGHT NOW. SORRY.

Rojo sobre negro Empty Rojo sobre negro

01/09/21, 08:54 pm
Llovía. La pequeña mjorní apenas levantaba unos palmos del suelo aquella noche de aquel año, mientras seguía a los dos mjornís adultos que la escoltaban. Sabía a donde se dirigían y tenía miedo: había oído muchas historias sobre la villa y ninguna era tranquilizadora. Era por eso que, pese a su convicción y su fe en el Culto que la acogía, había ocultado su condición durante semanas.

Una Leährra de muy corta edad derramaba lágrimas mezcladas con sangre mientras intentaba, con poco éxito, lavar su ropa de cama para limpiarla de aquella marca impura que las había impregnado por segunda vez. La primera vez que despertó y vio sangre en su lecho creyó que se trataba de alguna herida pequeña, pues tampoco era mucha y no le dio importancia. Se lavó sin prestar atención a su rostro y no vio los restos de sangre seca bajando por el desagüe. La segunda vez, no mucho después, ocurrió estando despierta, mientras practicaba lectura en su cuarto con un sencillo libro para niños. Dos goterones de sangre cayeron sobre las páginas del tomo, y la mjorní lo dejó caer y emitió un pequeño grito, muy asustada. Consiguió lavarse antes de que apareciese alguien para preguntar qué ocurría y balbuceó alguna excusa que ya ni siquiera recordaba. Dos días después pidió disculpas por haber perdido el libro.

Pero aquella noche, el mismo Väler entró en su cuarto y la vio. La niña no sabía si había entrado por algún otro motivo o si alguien había averiguado lo que ocurría, pero supo que su destino estaba sellado en cuanto el que hasta ese momento era un afable anciano para ella la miró horrorizado mientras ella derramaba aún más lágrimas y la sangre seguía cayendo.

Siempre le habían dicho que era especial. Sus escamas, negras como las ymres, significaban que era una persona pura, hija de la sanación en ambos sentidos pues era huérfana, y que estaba destinada a convertirse en una gran Sacerdotisa, puede que incluso en la próxima Väler gracias a su buena disposición e inteligencia. Pero aquella noche, en realidad semanas atrás, había dejado de ser Leährra Laeksën para ser Leährra, la sanguinaria.

Los dos sacerdotes del orden que la acompañaban, algunos de los Sacerdotes Mayores y el propio Väler eran los únicos que estaban al tanto de aquel traslado. Para el resto del templo, Leährra había sufrido un desafortunado accidente jugando en el exterior y pronto honrarían su muerte en un discreto funeral que a algunos les parecería inusualmente austero para tratarse de una escamas negras.

Los përkos aterrizaron en una zona completamente deshabitada de la isla. La villa de los sanguinarios a fin de cuentas no estaba tan poblada como para que no hubiese rincones del islote flotante alejados de cualquier otra persona. Pero allí había una cabaña.
—Está bien aislada del exterior y se han asegurado de que te resultará cómoda —explicaba uno de los sacerdotes mientras abría la puerta —. No debería haber nadie por aquí, pero las ventanas tienen circuitos rúnicos que impiden ver desde el exterior.
Leährra entró en la cabaña temblando y no precisamente por la lluvia. Uno de los sacerdotes activó el circuito rúnico de iluminación y pudo ver una sala de estar que, a pesar de tener un aspecto bastante acogedor, a la niña le pareció sacada de una pesadilla.
—Hay una cocina: te recomiendo que aprendas a cocinar cuanto antes, pero entendemos que eres demasiado pequeña todavía y te traeremos platos preparados durante un tiempo aparte de las provisiones. Tu dormitorio está arriba, me han dicho que han dejado algunos juguetes y libros para que puedas entretenerte.
La niña no se movía, solo miraba al suelo y apenas prestaba atención a lo que le decían. En su cabeza solo había un pensamiento: soy una sanguinaria.

El otro sacerdote carraspeó y le quitó la chaqueta mojada a la niña, que reaccionó por primera vez mirándole con el rostro congestionado por el llanto. Por suerte no estaba sangrando en ese momento.
—Te encenderé la chimenea, deberías secarte. Y escucha: no abras la puerta a nadie que no seamos nosotros o alguno de los Sacerdotes Mayores.
—Fuera no hay mucho que ver: evita salir lo más posible por si acaso.
Silencio.
—Ven, acércate al fuego. Te vamos a dejar tu comida en la alacena de la cocina. No tardes mucho en comerte la cena de hoy o se estropeará, hum… ¿Tienes alguna pregunta?
Silencio. Leährra apretó los puños.

—Bueno, supongo que lo mejor es que te acostumbres a tu nuev…
—¿Por qué? —Ambos sacerdotes se miraron mientras la niña cada vez apretaba más fuerte sus manos y empezaba a temblar—. Soy una escamas negras. ¿Por qué sale sangre de mis ojos? —Leährra tenía la voz totalmente rota por el llanto y el miedo.
Los sacerdotes, visiblemente incómodos, tardaron en responder.
—Nosotros no…
—Hay designios que ni el Culto a la Sanación ni el Väler pueden comprender —le interrumpió el otro—. Por eso se ha hecho lo que se creía mejor en esta situación tan excepcional… Lo siento, pequeña, no te puedo dar una respuesta mejor.

Cuando los sacerdotes se fueron Leährra había dejado de llorar, pero no por falta de ganas si no porque sus lagrimales estaban completamente secos. Estaba sentada junto a la chimenea, con los brazos agarrando sus rodillas y la cabeza enterrada en ellas. Un hilillo de sangre comenzó a deslizarse por su pierna. Aquella noche no se movió de esa posición y no fue hasta muy entrado el amanecer que comenzó a moverse y a explorar lo que ahora era su casa. No, se corrigió, su prisión.

Con el paso de los años y tras un par de incidentes con visitantes inesperados, casi siempre había alguien vigilando su cabaña. Hacía años que no se le permitía salir de ella, manteniéndola encerrada mediante runas y hechizos, y el resentimiento de Leährra había ido aumentando a medida que su fe en la Sanación decrecía hasta haber desaparecido por completo. Se entrenaba en secreto con lo poco que tenía a su disposición, había pedido a un Sacerdote Mayor amable que le llevase algún libro sobre como ejercitarse y este incluso le había colado un palo de entrenamiento en secreto. Estaba practicando con furia en un cuarto que había acondicionado para ello de la planta superior cuando de pronto escuchó una voz desconocida.
—Leährra, no te asustes, voy a subir. No soy un enemigo.

La chica por supuesto no pensaba fiarse de buenas a primeras y sujetó su palo con firmeza. No entendía quién podía ser, porque sabía que eran muy pocos los que estaban al tanto de que seguía con vida. Salió del cuarto y se preparó para recibir a quien quiera que fuera en las escaleras. Lo que vio la dejó alucinada: tenía delante a una persona que no era siquiera un mjörní.
—Vengo de un lugar llamado Rocavarancolia. Este mundo… No te ha tratado bien, ¿verdad? No te preocupes: vengo a llevarte al lugar al que perteneces de verdad, donde nadie más volverá a encerrarte.

Siete meses después, una dríade que se presentaba con orgullo como Leährra, la Sanguinaria, empezaría a vivir de verdad por primera vez en la ciudad de los Monstruos y los Milagros.
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