Casino Lago Áureo

Hay canciones que alumbran la vida, que le dan un matiz tan diferente al ser escuchadas que por unos instantes todo el alrededor queda impregnado de nuevos colores e ilusiones. En cambio, ahí, el único sonido era el de la flor empezando a girar con una suavidad impropia de los engranajes que la conformaban. A cada pétalo movido un ligero titileo más similar al de unos cristales chocando se escuchaba si uno prestaba atención, tan suave y tan sutil que quedaba prendido en el ambiente. No, allí no había ninguna canción, pero el morador no la necesitaba para poder seguir las partituras de una historia aún por contar.

-No hay problema -Respondió con suavidad, acorde a todo. -Por ahora solo intente disfrutar.

Su velo se movía como nubes, en pequeñas ondas movidas por un aire que no existía y que a pesar de ello, parecía acompañar el aroma suave que empezaba a emerger del interior del artilugio. Era un humo translúcido, tan ligero que se empezaba a evaporar al mínimo contacto y tan suave que a pesar de tener un matiz rosado no tardaba en difuminarse por la habitación. Adelfa cerró los ojos antes de apartar la mirada, Nym en cambio la mantuvo sonriente, perdido en una máscara que ahora no tenía rostro y el morado, el morador simplemente esperó.

No había un olor preciso, como tampoco una intrusión repentina. Era una historia más personal, de las que se cuentan en varios tomos y de las que dejan una introducción sabrosa. Era, un suave recuerdo, la nostalgia de algo perdido o la alegría de un pasado que ya no tenía cabida entre aquellos muros. Eran historias inacabadas y otras que uno deseaba empezar. Adelfa sintió un ligero calor, de los que solo se obtienen al regresar a un hogar. Su aroma olía a un amor enredado, al recuerdo vago de un tacto cariñoso y a los besos torpes que uno daba cuando estaba iniciando una nueva relación. Era inexperiencia pero era cercanía, era la suave euforia de quien estaba enamorado y así fue como sus labios se torcieron en una sonrisa que intentó esconder, avergonzada.

Nym en cambio reconoció el olor a olas y a la libertad. Se embriagó del aroma que dejaba un campo recién llovido y de las flores nuevas con cada amanecer. Sintió el cosquilleo que daba enfrentarse al primer miedo a lo desconocido, a no saber cómo asumir el cambio pero querer hacerlo igual. Era una dulce melodía, una que le recordaba lo bien que sentía correr descalzo y gritar a pleno pulmón. Era euforia, una aún opacada, de las que te hacían querer explorar sin dudas, ni temores.

El morador se mantuvo impávido, con ambos guantes entallados descansando sobre su regazo. Fuera cual fuera el sentimiento que aquello le despertaba, no era algo que pudiera contaros quizá, porque a diferencia de sus compañeros, era más complicado, más enrevesado. Era… podría decirse, tan extraño como podía serlo un sueño.

-¿Sabes? Cuando soñamos, muchas veces no es más que el intento de nuestra mente por procesar todo lo que nos ocurre. -Empezó a hablar indiferente de que el tema hubiera surgido de la nada. -Nos creemos que en ellos solo ocurren hechos ilógicos, que no es más que un constructo abstracto de nuestros pensamientos y gustos.

El humo seguía su camino serpenteante, con un cambio tan progresivo que era difícil percatarse cuando estabas influenciado por el mismo. Era similar a cuando veías crecer a tu hijo, cuando la costumbre de tenerlo junto a tí  todos los días te hacía ignorar el cambio que estaba sufriendo. Hasta que veías las fotos anteriores y por fin llegabas a esa conclusión. Aquí no había comparativas directas, ni mucho menos tan obvias. Bajo la influencia del perfume los colores iban cobrando poco a poco vida, se volvían vibrantes, saturados sin llegar a dañar la vida y la emoción arraigada se volvía una euforia sútil, una alegría temporal que te recordaba a veranos juveniles, amores perdidos y familias olvidadas. No traía directamente recuerdos, si no aquellos sentimientos que te ataban a ellos, era una nostalgia feliz. Era la sutileza en una Adelfa que ahora sonreía con más sinceridad y en un Nym que se mostraba más cómodo y despierto.

-Yo creo que más bien al contrario, es tu subconsciente en bruto. Tus miedos, tus metas, tus aspiraciones y alegrías, todo expuesto de una manera tan viva que puede resultar caótica -Las voces corearon con suavidad en un suave murmullo que no quería interrumpir demasiado el ambiente relajante. -Por eso, aunque sea una pequeña parte, me gusta traer esos diminutos delirios a una realidad más palpable. A veces es un lamento ser el único consciente como para disfrutarlos.

Y mientras esa charla continuaba, Nym torcía levemente el rostro hacía el dragón que tenía al frente. Saboreando en silencio la pregunta mientras formulaba pequeños hilos en su mente para trazar una respuesta.

-¿Quién soy? -Contestó tan en silencio como lo había hecho Xiao. - Hmmm ¿Quién quieres que sea? Puedo ser tu amigo, uno tan leal que te alegre las tardes con solo verlo, o quizá prefieres algo más desafiante, un compañero del que no fiarte pero con el que ir a tomar un par de copas. -Había humor incluso en un mensaje telepático, pero desde luego que no parecía estar bromeando del todo. -Quizá quieres la adrenalina de ser enemigos, esa lucha por bien quien acaba antes con quien o hmmm quizá prefieres un amante? ¿Alguien que te haga recordar lo que era ser querido? Al fin y al cabo, no era irónicamente Cupido la persona más sola de todas?

Hizo énfasis en aquel apodo pues había escuchado parte del porque del mismo, más en sus palabras no había un intento de truco escondido, parecía sincero, incluso apenado.

Sin los efectos mágicos de la droga aquella charla era como oír a un profesor inspirado. Por supuesto Xiao pudo ir notando los efectos para no creerla pura pantomima, lo veía en las caras y cuerpos que tenía delante, un cambio sutil de ambiente a uno más amable: de la precaución de un gato salvaje a la comodidad de uno domésticado. Ahora, si creía que gracias a ello Nym tendría la guardia baja o sería más receptivo, se equivocaba.

Si acaso… era más insoportable.

Detrás de la máscara el fuzanglong rodó los ojos, un desdén que difícilmente demostraba fuera y dentro de su trabajo. Había salido por peteneras, dándole tal vuelta a su pregunta que el carabés se preguntó si no le faltaría un hervor al daeliciano. ¿La droga pegaba tan fuerte que te volvías tonto o algo así?

Suspiró, poco visible en la ligerísima caída de su pecho y hombros o el leve agitar de su cola. Vale que sacar una transformación como si tal cosa no fuera necesariamente fácil ni bajo los efectos de un estupefaciente, pero… quizás si que era peor estando atolondrado. Empezaba a creer que con la máscara tapando su ojo, sin su hipnosis y con la barrera mental que claramente había entre los dos, no iba a sacar nada. Una de sus orejas tiró hacia atrás con desagrado cuando mencionó su segundo nombre (¿o era el tercero?), claramente molesto con la mención de un amante, y…
“Recordar lo que era ser querido”.
Por lo general sus sentimientos estaban capados, pero había algunos como la tristeza o la ira que se sentían menos sordos cuando se los provocaban. Ojalá pudiera deshacerse de ellos con la facilidad con la que la alegría le evitaba.

“Si quisiera un amigo te lo habría preguntado directamente. O un rival, o un compañero…” continuó, citando algunas de las propuestas. Sus manos, cerradas tras su espalda, se apretaron la una a la otra. “Por lo pronto solo quiero saber sobre ti” volvió a reincidir con suavidad, justamente con la precaución de un gato no amansado. “Igual que veo que tú ya sabes bastante de mi”, le concedió. No podía negar que estaba solo, pero sí aceptarlo como si el golpe no le afectase. “Para saber en que categoría (amigo, enemigo…) debería de encontrarte”.

Aún con todo, Xiao seguía pendiente de Luca, y vigilaba cada tanto por encima de su hombro su estado.

No había humo en la habitación y aún así, al moverse por la misma, se podía notar cierta suavidad romper el aire, como quien corría una fina cortina tan sedosa como invisible. La flor seguía girando pero el rosa que desprendía se había normalizado en un tono ahora más pálido, casi traslúcido, imperceptible para todos aquellos que no quisieran centrar su mirada en el mismo. Ese era el encanto de una emoción estabilizada, cuando tras el primer vistazo a un paisaje espectacular, tocaba caminar por él, perderse entre los árboles y el cántico armonioso de los pájaros. Podrían notarse felices, pero no tenía porqué ser una euforia desmedida, sino más bien el encanto de mantenerse alejado de la tristeza.

-No exactamente, las emociones son igual de suaves siempre y cuando se esté en contacto con la toma. -Cuando esta vez habló, su voz pareció proyectarse por la sala, como si estuviera sonando desde una lejanía envolvente. Con uno de sus guantes señaló a la flor. -Esta es solo una prueba, serán más grandes para cubrir más espacio. No es necesario siquiera inhalarla, basta con estar impregnado de ella, aunque siempre tendrá mayor efecto si uno la respira.

Sus manos volvieron a entrecruzarse, dejando que el velo se meciera con suavidad cuando inclinó su rostro hacía un lateral, pensativo. Claro que había otros efectos, unos tan suaves como el inicial pero que desconocían si a largo plazo podrían o no suponer un problema. Esa información jugaba demasiado en contra como para querer soltarla tan a la ligera, al fin y al cabo sus drogas eran tan mágicas como los sueños en los que solía habitar, tan mágicas como caóticas. Él había aprendido a convivir con el azar del mundo onírico, pero era consciente de que más allá del umbral, las bifurcaciones reales eran tan intrincadas como sus visiones. Identificar a veces las consecuencias era un proceso tan largo como desentrañar un augurio venidero.

-Bueno, no es como otros aromas con los que comercializamos. No hemos notado que genere la misma dependencia que daría una sustancia más fuerte. -Las voces esta vez no fueron al unísono. Sonaron dispares, unas pisandose a otras con el suficiente margen para que aún en el conflicto, pudieran entenderse bien. -Alguno de tus clientes más habituales podrían notar ciertas … ganas de regresar, no muy exigentes, pero si continuas. No es la misma necesidad que podría crear el tabaco, pero su mente podría asociar el estado de felicidad a este lugar, como cuando asociamos una canción a un recuerdo. Nada que, precisamente, fuera negativo para tu negocio, solo un detalle más a tener en cuenta.

Las cartas estaban echadas sobre la mesa, habían trabajado en ese proyecto largo y tendido, pero como toda red de araña donde uno decidía balancearse, nunca acababa de saber si había atinado el hilo correcto, o ahora, le aguardaba verle los dientes a la araña. El morador cerró los ojos bajo su velo, un detalle inadvertido para él resto, pero que, para él, se convirtió momentáneamente en un refugio. Sus visiones cada vez iban a más y ese movimiento, era solo uno más de entre tantos, una pieza colocada en un ajedrez demasiado grande como para captar aún cómo iba la partida.

Nym por su lado, disfrutaba de su completa ignorancia y de la sencillez de su papel. Se conformaba con mantener sus manos sobre el regazo, balanceando sus piernas en una sincronía divertida. Seguía observando el contorno de una máscara que tantas otras veces había visto, pero que ahora, cobraba un matiz más interesante.  No le sorprendió la respuesta, pero aún así fingió que sí, ladeando la cabeza con una mueca inocente en el rostro.

¨¿Bueno, pero invítame a tomar algo antes al menos, no?¨ La voz se proyectó en Xiao con el mismo tono dulzón que tenía su sonrisa, suave pero sincera. ¨¿Qué quieres saber de mí? Dilo claro que si no me lío. ¿Te creo curiosidad porque no tengo rasgos bonitos como tú? ¿A Adelfa también le has preguntado cuál fue la bendición que le concedió la luna? O es que, quizá, ¿yo te he caido mejor que ella?.¨

Luchó contra su propia voluntad para que no se le llegará a escapar una pequeña risa triunfante. Adelfa por cercanía bajó la mirada hacía donde estaba, solo para rodar los ojos a continuación sin querer prestar más atención a sus actos infantiles. Se le notaba en todo lo que se pudiera que estaba feliz con la conversación, o al menos más entretenido de lo que estaba simplemente prestando atención a la reunión.

Xiao no rodó los ojos, pero de ser una persona un poco más viva lo habría hecho. Su cabeza viró ligeramente, a medias tintas de oír lo que Luca y el Morador discutían y no poder librarse de la segunda voz en su cabeza. Casi estuvo tentado a quitarse la máscara al saber que aquella sustancia no era nociva -o que se iba a impregnar igual-, pero la mantuvo por prudencia y no sentirse ridículo tras tanta pega y protocolo.

“De Adelfa ya sé suficiente, gracias” le respondió unos segundos después al daeliciano. “Por lo pronto no me interesa entablar conversación con ella.”

Era una verdad a medias. Había visto lo justo de sus deseos para saber en que grupo catalogarla y justamente por eso era quien más rechazo y cautela le causaba, pero bien dicho era: ten a tus amigos cerca, y a tus enemigos más cerca aún. Nym, sin embargo, le provocaba el tipo de recelo que el Morador. Ambos estaban en ese punto donde puedes ver el carisma y el genio pero no sabes con que intención lo maneja. Más o menos, pura curiosidad.

“He sido muy entrometido, disculpa” aún en su neutralidad su tono sonó algo más delicado. Miraba en su dirección tras la máscara. “Cuando eres una criatura de riesgo como yo no ves que otros tengan motivos de peso para ocultar su transformación. Seas lo que seas no me incumbe. Simplemente eres bueno con el mentalismo, eso me llamó la atención.”

Su lenguaje cambió ligeramente, recolocando los brazos tras la espalda en una imagen más dispuesta. Psicológicamente volvería a su puesto sin conversaciones externas ni distracciones, aunque en su caso las distracciones sirvieran para rascar un poco más de información.

¨Confianza¨

Confianza era la que un niño protegía en los brazos de su madre tras una pequeña caída, confianza era la que un amigo guardaba a otro al compartir un secreto íntimo, o la que contenía un padre con un suspiro al ver a su hijo marchar con la esperanza de que cumpliera su palabra de regresar pronto a casa. La confianza era un recurso frágil, tan fácil de manipular que a veces conseguirla se hacía extenuante para lo rápido que podía deshacerse. No era un bien que fuera común en una ciudad así y desde luego que menos lo era para un negocio cuya única finalidad era conseguir que ganara la casa.

Las drogas eran… un tema delicado, para muchos eran simplemente una sustancia machacada que te fumabas, para otro un mal pinchazo con el que quedarte tirado en una esquina de mala muerte. Eso era el saber popular, pero no era la realidad. Esa finalidad era una atadura a una cara oculta, a las adicciones, en todos y cada uno de sus colores. Cuando no era una bebida, era un dulce y cuando no, era el placer de hacer deporte, la adrenalina del riesgo o el vicio de sentirse querido.  La única diferencia que existía entre su negocio y aquel donde ahora se encontraba era como cada uno decidía involucrar su entorno para conseguir un mismo fin, la adicción.

Nadie esperaba al entrar a un Casino que le regalasen un sueldo fijo y seguro, como nadie esperaba que fumar todos los días fuera a darle una salud que ya no tenía. No, era la desesperación por esos ínfimos segundos de paz, por esa alegría falsa y contagiada, las que los mantenía atados. Era la creencia de poder ganar a la casa aún con sus propias normas, de ser ese afortunado que lograría resolver su vida con tan solo una tirada más, era pensar antes en la calma que te ofrecía el tabaco que en la enfermedad que poco a poco, iba consumiendo tu cuerpo. Uno atacaba al pensamiento de manera más indirecta, lo corrompía en una manipulación sutil hasta que no quedaba ni un centavo en su bolsillo, ni un hogar al que volver, el otro en cambio era más directo, cambiaba el flujo de tus pensamientos desde dentro y pronto la mente que creías apagada renacía en vivos y serpenteantes colores.

No, ninguno estaba generando confianza, lo que lograban era mera adicción.

Por ello, escuchar una labia tan romántica del que se suponía era uno de los jefes del negoció hizo que El morador se mantuviera en silencio, pensativo. No había investigado tanto acerca de Luca, pero desde luego que no esperaba encontrarse con un soñador tan despierto como era él. Por supuesto que entendía que quisiera asegurarse de todo, que dudara de unos desconocidos y de un negoció que ni entendía, ni seguramente tendría recursos para hacerlo. La elaboración de sus químicos iba más allá de lo ya conocido, era de cosecha propia, por lo que no tenía siquiera margen con lo que comparar.

-Bueno, claro que quedan rastros. -Acabó mencionando. -En la ropa, en la piel, en la saliva e incluso en la sangre, como cualquier perfume o sustancia que entre en contacto con nuestro cuerpo. -Su velo repiqueteo con el sonar de unas campanas lejanas, marcando una hora distante. -Ahora bien, ¿Sabría usted obtener un rastro limpio de algo que no conoces? Aún entendiendo su desconfianza, considero exagerada su preocupación.

El morador se reacomodo en el sitio, descruzandose de piernas para hacerlo a la inversa mientras pequeñas siluetas se formaban de entre sus manos, una ilusión menor que empezaba a crear volutas doradas en forma de circunferencias. Las creaba desde su palma, y cuando ésta flotaba solo necesitaba el toque gentil de uno de sus dedos para ponerla en órbita.

-Pero dígame, ¿Cuántos mundos conectados crees que tenemos? Y dentro de estos, ¿Cuántas sustancias, hierbas, minerales y especias se dan en todos ellos? A todas estas posibilidades hay que sumarle el hecho de que cada bendición dada por la luna puede ostentar nuevos recursos, mágicos y poderosos. -Las esferas seguían creándose, formando una pequeña galaxia que parecía destruirse por momentos para formar otra, en un mar inmenso de posibilidades. -Y luego está la fabricación, las runas y los procesos por los que unos materiales se convierten en otros. Todo medido con tal precisión como para obtener los resultados que estás presenciando.

Los planetas pronto empezaron a morir, convirtiéndose en un polvo dorado que se difumino en el aire y a tan solo una palmada, suave y causal, la flor de la mesa terminó por cerrarse. Fue un último suspiro el indicativo de que ya no habría humo emergiendo de la misma, y como el sonar de los cristales que se había dado en un inicio, esta empezó a cerrarse poco a poco, convirtiéndola de nuevo en un bello capullo.

-Espero que me permita este atrevimiento pero, buscar el resultado de nuestros perfumes es como intentar hallar una aguja en un pajar, sin saber cómo es siquiera la aguja que buscas, ni dónde exactamente tienes que buscarla. -No hubo sonrisa que pudiera verse bajo el sinuoso velo, pero el matiz alegre de su voz podía dar a entender la confianza que guardaba en su mercancía. Si tan solo fuera tan sencillo desgranar cada uno de los productos que vendían, simplemente no tendrían negocio. -Además, dado el caso de que alguien quisiera de verdad investigar el casino por sus ¨irregularidades¨, ¿No crees que empezarían por algo más llamativo y sencillo de detectar? Si fuera por mi, empezaría buscando en vuestras máquinas, o investigaría las mesas cuyos crupier me pudieran despertar cierta… curiosidad. Dudo mucho que hayáis contratado un kitsune solo por que tenga un don para repartir cartas.

Había juego en sus palabras, pero no ataque, ni mucho menos un intento de señalar. Su negocio se movía en un continuo océano de irregularidades, pero eso no le hacía tampoco estúpido. Ni allí, ni en ningún lado los Casinos eran del todo legales. Sus ganancias al fin y al cabo, se basan en ello.

-Si le preocupa la detección mágica, os puedo asegurar que nuestra alquimia es bastante menos visible que todo lo que el ambiente guarda. La magia es un ingrediente más, pero no es el todo de nuestra fórmula. -Terminó diciendo mientras Adelfa recogía el maletín. La sustancia alrededor se iba disipando por momentos, volviéndose tan traslúcida que a los escasos minutos no se veía nada extraño en el ambiente. Todo regresaba a su monotonía, aunque pudieran quedar retazos de esa ilusión en el interior de cada uno. -Y si le preocupa la confianza que pueda tener el casino, ahí le debo mis más sinceras disculpas. Desconozco aún en qué mundo este tipo de negocios se considera ¨confiable¨.

Por otro lado, y tras la expectación inicial, hasta Nim había guardado cierto silencio con tal de estar atento a todo lo que se decía. No añadió nada, ni dejó entrever más allá de su sonrisa inicial que opinaba acerca de aquella conversación. Cuando su jefe terminó ladeó la vista de regreso a Xiao, y aunque le costaba mantener una interrogante en su rostro, pudo dibujar un leve perdón con sus labios, en un gestó silencioso que intentaba evidenciar que no había ignorado su última respuesta.

¨No eres el primero que se adentra en mi mente.¨ Fue lo primero en mencionar, la voz sonaba tan neutra que era difícil discernir si aquel dato era algo bueno, o al contrario, malo. ¨Y no la oculto solo por mi, lo hago también por otros. Hay un momento para todo, seas o no de riesgo la información que regales son secretos que ya nunca podrás recuperar. Me gusta esa intimidad, el escoger cuándo, cómo y con quién. Quien sabe… quizá algún día te la pueda compartir.¨ Una sonrisa se dibujó de entre sus labios, más infantil e incontenida. ¨Me caes bien, si algún día te acercas por el negocio pregunta por mi, te haré una visita personalizada¨

Xiao no pasó por alto aquella neutralidad por dos cosas. Primero, porque la conocía de cosecha propia, el peso de la experiencia. Segundo, porque en el poco tiempo que llevaban hablando no había surgido hasta ahora. Había tocado fibra. Xiao estaba tan hecho a ser él el de riesgo, a ser el que supuestamente tiene todos los motivos para esconderse y a la vez quien podía abrir los pensamientos de otro como la cascarilla de un huevo, que una fórmula que tan firmemente aplicaba para sí mismo a veces se le escapaba lógica en otros. Asintió una sola vez, un gesto reconocible y profundo para el daeliciano y casi cualquiera que aún sin contexto le mirase. Podía respetar -y respetaría- aquello siempre que el chico no le diera motivos para lo contrario. Muy acorde al cuento, la confianza no era un bien que en Rocavarancolia se regalase. Su invitación, además, le recordó la carta que guardaba en el bolsillo del traje, una representación física de la misma que ganó peso con sus palabras. Al carabés le quedaba más curiosidad que instinto de preservación en el cuerpo (y eso se sostenía casi por orgullo), pero iba ganando motivos para querer echar un vistazo al local de sus visitantes. Quizás... quizás no fuera tan descabellado planteárselo. Si no ganaba en sentirse más vivo, bueno. Al menos mataría el tiempo con alguien.

El fuzanglong se quitó la máscara una vez la flor estuvo cerrada, así hubiera restos de droga en el aire. Quizás pecaría de apurado, pero visto el panorama dudaba que los restos pudieran afectarle más que a los que lo llevaban inhalando desde el principio, y si tarde o temprano iba a meterse en las fauces del lobo qué importaba ir testeando las aguas. La ofreció de vuelta a sus dueños, discretamente por un lado para no interrumpir la charla de los jefes con la misma calma de la que hacía gala siempre.

La confianza no se regalaba, no, pero en eso ninguno se equivocaba. Luca tenía sus motivos para preguntar, igual que el Morador para señalar una realidad tangible en la naturaleza del lugar. Un casino era un casino, la casa siempre gana si no le apetece ser generosa con sus invitados. Ofrecía migas para mantener a los animales interesados, para que corriesen la voz del comedero y volviesen acompañados o no, pero nunca lo suficiente para ser saciados. Uno no necesitaba ir a Rocavarancolia para saber que un sitio así, por buenas políticas, mesas, lujos y crupiers con los que contase, tuviera algo de trampa y cartón. Menos aún cuando había sido financiado por el mismísimo Garoni. No ibas al burdel buscando el amor precisamente.

Pero como opinar no era su trabajo, Xiao guardó silencio y las manos tras la espalda. Su cola se meneaba relajadamente a su espalda y sus orejas escuchaban con atención, observando los hombros de Luca ahora que le tocaba el turno de palabra. Los allí presentes harían en conjunto un buen podcast de debate. Y desde luego, buenos políticos.

El morador, como cualquier otra persona, no había aprendido a ser un buen jefe de la noche a la mañana. Esconder los pensamientos mordaces, así como disimular los gestos que podían dejar en evidencia lo que uno en verdad sentía era algo que solo la experiencia y la práctica podía darte. En esos instantes sus manos descansaban entrelazadas sobre su regazo, dejando que la única pista que se pudiera sacar de él fueran las sombras ondulantes que el velo proyectaba sobre su rostro. Era… complicado, porque claramente la distinta forma de llevar sus respectivos negocios chocaba con los ideales que guardaba cada uno sobre los mismos. Al fin y al cabo el casino había decidido optar por un intento de bienquedismo blanco en los albores del exterior, mientras que su local se escondía en el subsuelo, un lugar donde para llegar ya tenías que experimentar el lado más oscuro que la ciudad albergaba.

-Me temo que el negocio que le propongo poco tiene que ver con sus actividades más lícitas. -Respondió con elegancia y modestia. -No digo que no pueda usarse, sino que simplemente no es su fin y por tanto, me eximo de la responsabilidad de cómo y dónde considere adecuado colocar las fuentes. Si es que acepta el trato le recomendaría solo usarla en salas de juego. Así se ahorraría cualquier duda pertinente que pudiera generar el ¨perfume¨.

Había cierto aviso en su voz, pues que no hubiera un contrato estipulado no significaba que de por si no tuvieran sus propias cláusulas en mente. Aquel producto no era más que una persuasión, una forma de fomentar y retener la ludopatía que de por si se generaba con la propia instancia. Claro que el efecto en otros contextos tendría un resultado similar, pero, honestamente, si quisieran vender un negocio de perfumes para espectáculos no irían con tantas precauciones, ni tendrían la imagen que estaban tratando de dar. Ninguno de su gremio era legal y si habían ideado aquella reunión era para tender la mano entre negocios que se aprovechaban de la debilidad mental de sus clientes, no para imponer un ocio y consumo respetable.

Tampoco le pasó por alto que Luca ignorara su argumentación sobre que, en caso de investigar el local o despertar dudas, sus máquinas serían probablemente lo último en llamar la atención pero no le importaba, podía lidiar con el foco y entendía las inseguridades que causaba fiarse de unos desconocidos. Venían a vender un producto, pero sobre todo a afianzar un acuerdo, la mercancía era un mero trámite para el origen de aquel pacto.

-En cuanto a lo que menciona sobre mi negocio, me temo que está equivocado, pero también entiendo que no compartimos el mismo tipo de visión. ¿Usted fuma? Si lo hace, entenderá de lo que estoy hablando. No hay enfermedad pública más conocida que el tabaco y su popularidad nada parece tener que ver con este dato.

No comentó más al respecto pues hablar sobre ética, moralidad o fines poco o nada tenía que ver con el compromiso que estaba sobre la mesa. No coincidían en los mismos valores que el señor Luca le estaba contando pero porque, entre otras cosas, ellos no ocultaban los efectos secundarios que sus flores podrían causar sobre otros. Que la mayoría de su público fuera un ignorante porque disfrutar del efecto placebo inmediato era más sencillo que ver las condiciones a largo plazo, era otro tema. Sus sustancias tenían un beneficio lo suficientemente grande como para cegar a cualquier pobre víctima, pero claro estaba, ellos no buscaban confianza, sino desesperación. Una tan bien empaquetada como lo estaba aquel casino, porque siempre era más elegante fumar en un sillón esponjoso que pincharse en la esquina de un callejón, pero al fin de cuentas, el esqueleto era el mismo y sus ingresos dependían de una necesidad ficticia creada para sus clientes. Algo, que por muy bien que le quisiera vender el jefe de ese lugar, también serían con el tiempo la financiación de ese recinto.

Adelfa recogió el maletín que volvía a ser no más que un entramado de engranajes decorativos con extraños brillos dorados y Nym, aunque nadie le había consultado, se acercó a Xiao para recuperar la máscara de su negocio. El morador esperó sentado, más por educación que por necesidad pues con la demostración finalizada, solo quedaba la última parte de esa reunión.

-Ahora si nos disculpas, hasta aquí llega nuestra demostración, queda en sus manos analizarlo con calma y si lo desea, podríamos mandarle una pequeña muestra para que usted mismo la vuelva a probar con más privacidad.

Xiao poco podía hacer en aquel intercambio más que esperar. No era quien para juzgar la ética de nadie, ni ganaba nada con ello.  Le pagaban para servir y proteger de la forma leal en la que lo hace un perro, no un policía. El fuzanglong respetaría fuese cual fuera la decisión que su jefe tomase, acompañaría a los invitados a la salida y daría por terminada la reunión. No sabía que tan fuerte podía llegar a ser la dependencia de la droga, pero sería hipócrita por su parte decir que le preocupaba cuando tenía una invitación en el bolsillo y pensaba usarla. Él mismo había caído en algunas antes, en sus intentos de tapar el hueco que había dejado su perla, pero nada suplía tanto como ese pequeño chispazo que recibía tras robar deseos ajenos. Su falta de anhelo era tan fuerte que ni siquiera podía volverse adicto, o al menos es lo que le había demostrado la experiencia hasta ahora.

Así que en este caso, Xiao podía ser egoísta. Si perfumar el lugar significaba más clientes repitiendo, más posibles deseos que llevarse a la boca… bienvenida fuera.

Pero de nuevo, no era su posición opinar.

El dragón se acercó más al lado de Luca, hasta ser visible en su ángulo, inclinando ligeramente el rostro para que sus miradas se encontrasen si su jefe le buscaba. Aunque fuera a modo de pequeño adelanto, quería saber que es lo que él deseaba. ¿Aceptaría por cumplir la espectiva de Garoni, por propio interés, o le desafiaría?

—Yo puedo acercarme a su local, señor —se adelantó, en tal caso de que no se hubiera quedado del todo seguro. Iba a hacerlo igualmente, pero eso no lo dijo en alto. Luca podía confiar en que Xiao sería imparcial en su juicio, le debía más a él que a Garoni a fin de cuentas, pero como bien dictaba un casino… lo suyo era plantarse ya a la apuesta.