- Aes
Ficha de cosechado
Nombre: Aniol
Especie: Humano
Habilidades: habilidad manual, automotivación, olfato fino.Personajes : ●Ruth: Humana (Israel)
Demonio de Fuego
●Tayron: Humano (Bélgica)
Lémur
●Fleur: Humana (Francia)
Siwani
●Aniol: Humano (Polonia)
Unidades mágicas : 03/12
Síntomas : Querrá salir más del torreón.
Status : KANON VOY A POR TI
Humor : Me meo ;D
Donde caben dos, caben tres
07/09/24, 12:46 pm
Sendar tenía razones suficientes para tomarse un respiro. La batalla contra la propia ciudad no era más importante que la mantenida contra Letargo, pero lo cierto es que de alguna manera estaban ganando. Cada vez poseían más comida, sus enemigos parecían ausentes y los libros encontrados en la Biblioteca les otorgaban un poder a la altura. Si olvidaba que había cumplido once años en silencio y que la Navidad y sus meses favoritos de frío habían pasado sin pena ni gloria, podía permitirse ser optimista. A veces hasta enterraba en sus pensamientos que en aquella habitación enfermiza habitó una chica como Aria.
Nada de ello impidió que su estudio de la magia se refinara por si las cosas volvían a torcerse. Ahora era capaz de crear barreras y levitar personas e incluso objetos pesados si se ponía tozudo. Pero todo eso requería confinarse tras los muros del torreón e hincar los codos con la ayuda de sus amigos. En un día como aquel, en cambio, solo sentía la necesidad de existir y salir de allí para escaparse al Palacete. Sabía que no podía porque quedaban pocas horas para el anochecer, así que tendría que contentarse con subir a la azotea para ver la inmensidad caótica de la ciudad.
Las manos del polaco agarraron la escalera para acceder con premura a la parte más alta. La brisa fresquita que azotó su cara no le sorprendió demasiado, tras meses preñados de tormentas espontáneas se había agenciado una sudadera color verde pino que le quedaba grande para resguardarse del frío. De hecho, hasta su cabello se encontraba recogido en un moño oscuro para que sus mechones agitados por el viento no le impidieran disfrutar las vistas.
—¡Ethan! —lo que si le pilló desprevenido fue encontrarse una compañía más que bienvenida. El chico parecía distraído con sus quehaceres, momento que aprovechó para andar rápido hacia él con los brazos estirados como las alas de un avión—. ¡FIIIUUUUUM! —finalmente el impactó fue contra el hombro del medio japonés, nada más que un golpecito suave de su nariz contra el tacto de su ropa—. ¡Holi! —volvió a saludar, estaba feliz porque últimamente Ethan se dejaba ver más. No era el único que parecía estar recuperando el ánimo—. ¿Estás haciendo más figuritas-trampa? —los ojos miel del churumbel se abrieron con asombro como siempre que le observaba mover los dedos con tanta soltura. En esta ocasión identificó lo que le parecía un colibrí, con su pico largo y todo. Cuando volvió a hablar lo hizo con un poco de recelo—. ¿Crees que podrías hacerme un burrito? Sé que ya no haces animalitos como antes pero... le llamaría... ¡Mentamiel! Y... otro día podrías hacerme a su novio, así no se sentirá tan solito... —su tono de voz no destilaba lástima alguna, más bien extrañaba el pequeño santuario que hacía tiempo coronaba el patio. Una mañana se encontraron cenizas de manera misteriosa donde debía haber infinitud de figuritas, pero no hacía falta ser muy listo para imaginar qué podría haber ocurrido.
La mirada del niño se desvió entonces a las calles ruinosas de Rocavarancolia, contemplado sus pasajes alargados y estrechos que rodeaban las proximidades de su hogar. Le pareció que el atardecer en aquel sitio no eran tan anaranjado como le gustaría, pero no le molestaba el gris de los nubarrones a lo lejos, tapando un sol ya débil que yacía apunto de acostarse para acabar el día. Era el único hecho innegable que le quedaba claro desde que llegó con su mono de renito. Las cosas terminaban, tarde o temprano.
—Es que... —sus manos ahondaron entre los bolsillos gigantes de su nueva prenda favorita, sacando un cadáver al que había cuidado con mucho mimo y al que le acompañó una mueca nostálgica—. Anastasia ha muerto, ayer me la olvidé en el filo de la bañera y se cayó dentro, ahora está así, fallecida —la verruga de papel que había tenido sus tiempos de gloria yacía ahora frágil—. Pobrecita, murió sola, nunca tuvo pareja porque Rambo era un bruto, seguro que se iba con otras grullas a cacarear por allí —rio por sus propias ocurrencias mientras le ofrecía una sonrisa a Ethan, no le importaba en absoluto que negara su petición. Se conformaba con charlar con él un rato, imaginando telenovelas en su cabeza. O historias secretas y ocultas no muy distintas a las que ocurrían entre los pasillos de Sendar cuando creían que cierta celestina infante no ataba cabos.
Nada de ello impidió que su estudio de la magia se refinara por si las cosas volvían a torcerse. Ahora era capaz de crear barreras y levitar personas e incluso objetos pesados si se ponía tozudo. Pero todo eso requería confinarse tras los muros del torreón e hincar los codos con la ayuda de sus amigos. En un día como aquel, en cambio, solo sentía la necesidad de existir y salir de allí para escaparse al Palacete. Sabía que no podía porque quedaban pocas horas para el anochecer, así que tendría que contentarse con subir a la azotea para ver la inmensidad caótica de la ciudad.
Las manos del polaco agarraron la escalera para acceder con premura a la parte más alta. La brisa fresquita que azotó su cara no le sorprendió demasiado, tras meses preñados de tormentas espontáneas se había agenciado una sudadera color verde pino que le quedaba grande para resguardarse del frío. De hecho, hasta su cabello se encontraba recogido en un moño oscuro para que sus mechones agitados por el viento no le impidieran disfrutar las vistas.
—¡Ethan! —lo que si le pilló desprevenido fue encontrarse una compañía más que bienvenida. El chico parecía distraído con sus quehaceres, momento que aprovechó para andar rápido hacia él con los brazos estirados como las alas de un avión—. ¡FIIIUUUUUM! —finalmente el impactó fue contra el hombro del medio japonés, nada más que un golpecito suave de su nariz contra el tacto de su ropa—. ¡Holi! —volvió a saludar, estaba feliz porque últimamente Ethan se dejaba ver más. No era el único que parecía estar recuperando el ánimo—. ¿Estás haciendo más figuritas-trampa? —los ojos miel del churumbel se abrieron con asombro como siempre que le observaba mover los dedos con tanta soltura. En esta ocasión identificó lo que le parecía un colibrí, con su pico largo y todo. Cuando volvió a hablar lo hizo con un poco de recelo—. ¿Crees que podrías hacerme un burrito? Sé que ya no haces animalitos como antes pero... le llamaría... ¡Mentamiel! Y... otro día podrías hacerme a su novio, así no se sentirá tan solito... —su tono de voz no destilaba lástima alguna, más bien extrañaba el pequeño santuario que hacía tiempo coronaba el patio. Una mañana se encontraron cenizas de manera misteriosa donde debía haber infinitud de figuritas, pero no hacía falta ser muy listo para imaginar qué podría haber ocurrido.
La mirada del niño se desvió entonces a las calles ruinosas de Rocavarancolia, contemplado sus pasajes alargados y estrechos que rodeaban las proximidades de su hogar. Le pareció que el atardecer en aquel sitio no eran tan anaranjado como le gustaría, pero no le molestaba el gris de los nubarrones a lo lejos, tapando un sol ya débil que yacía apunto de acostarse para acabar el día. Era el único hecho innegable que le quedaba claro desde que llegó con su mono de renito. Las cosas terminaban, tarde o temprano.
—Es que... —sus manos ahondaron entre los bolsillos gigantes de su nueva prenda favorita, sacando un cadáver al que había cuidado con mucho mimo y al que le acompañó una mueca nostálgica—. Anastasia ha muerto, ayer me la olvidé en el filo de la bañera y se cayó dentro, ahora está así, fallecida —la verruga de papel que había tenido sus tiempos de gloria yacía ahora frágil—. Pobrecita, murió sola, nunca tuvo pareja porque Rambo era un bruto, seguro que se iba con otras grullas a cacarear por allí —rio por sus propias ocurrencias mientras le ofrecía una sonrisa a Ethan, no le importaba en absoluto que negara su petición. Se conformaba con charlar con él un rato, imaginando telenovelas en su cabeza. O historias secretas y ocultas no muy distintas a las que ocurrían entre los pasillos de Sendar cuando creían que cierta celestina infante no ataba cabos.
"Ya No Hay Fuego, Pero Sigue Quemando."
"Son Un Sentimiento Suspendido En El Tiempo, A Veces Un Evento Terrible Condenado A Repetirse."
"Deja Que Tu Fe Sea Más Grande Que Tus Miedos."
"¡Se Lo Diré Al Señor Santa!"
- Raven
Ficha de cosechado
Nombre: Ethan
Especie: Humano
Habilidades: Buen oído, valor y motivaciónPersonajes : Ethan: Humano, Ingles/Japonés 1.75
Síntomas : En ocasiones, se le desenfocará brevemente la vista.
Armas : Ethan Lanza partesana y una daga
Status : Ciego y cojo, el chiste se cuenta solo.
Re: Donde caben dos, caben tres
12/09/24, 10:34 pm
Cuando uno estaba habituado a vivir entre grises, hasta el más leve color cobraba un matiz llamativo. Allí, en lo alto de la azotea la ciudad seguía igual de descolorida, pero era gracias a la cotidianidad que poco a poco le encontraba gusto a esos tenues brillos. Era el balcón derruido de una casa lejana quien le hacía preguntarse si en su momento hubo alguien observando el horizonte como él lo hacía, o la plaza no muy lejana si en su día cánticos y bailes brillaban en una aldea próspera. Se preguntaba si el sol siempre había salido tan pálido y si las noches siempre habían sido tan solitarias, si quizá todas las historias que ahora eran ruinas fueron en su día el hogar para jóvenes con un mejor destino que el de ellos. Si su torreón había sido un descanso para estudiantes y la biblioteca un punto de encuentro común, si en el palacete se habían disfrutado de grandes fiestas y si en la bahía había un lugar donde la brisa del mar no fuera tan agresiva. Quizá en otro tiempo, otros colores bañaban ese cuadro y quizá en otro momento, no eran ellos la única vida que parecía manchar los intrincados grises del lugar.
Nohlem siempre le había recordado al turquesa que tiene un lago cristalino, uno donde sus aguas eran tan calmadas que podías dejarte abrazar por ellas, donde descansar y disfrutar de una comodidad tranquila. Nohlem era el azulado de un día sin nubes y el verde de un valle por el que querías pasear. Era la familiaridad de un bello campo de flores y la elegancia de una esmeralda recién pulida. Era el sabor de un té que tomabas en una escapada con tu amante y los susurros coquetos que solo podían compartirse en una mascarada. Era el roce gentil y travieso, eran los besos robados y los secretos que ocultaban tras la puerta cerrada. Era una belleza perfecta aún con la barba dejada y los rizos revueltos, la educación impoluta a pesar de estar explorando más allá de donde un amigo debería. Era una tonalidad tan bella y tan bonita que encandilaba hasta con el menor de los gestos, un ladrón de guante blanco que escondía en su sutileza que en verdad te estaba arrebatando el aliento.
Connor al contrario era un rosa incandescente. Le recordaba a los espectáculos de fuego donde el temor de jugar con un elemento tan peligroso se sumaba con la ilusión de ver cómo de bien estaba controlado. Era el rojizo intenso de un incendio pero el anaranjado de una hoguera en calma. Era vibrante como un día soleado y tan claro como el ánimo que daba pasear por la playa en pleno verano. Connor era la aventura, la adrenalina que te daba ante el peligro, la euforia de quien estando cerca de las llamas no temía ya quemarse. Era confort y era pasión. Eran los golpes contra paredes y los besos más agresivos. Era un combate que tenía un final aún más ajetreado, los suspiros rotos y la falta de aire. Era la inmensidad de su cuerpo, de cómo ambos quedaban apretados en lo que era una lucha muy alejada de las armas. Era esa sensación de sentirse atrapado y cautivado a partes iguales, de cómo parecía querer romper todas las reglas establecidas con cada toque robado. Era una tonalidad tan vivida que hasta con el mínimo gesto le hacía estremecerse, como si el mero hecho de juntarse con él significase estar al borde de un acantilado.
Pero claro, a pesar de todos los encuentros fortuitos con sus dos compañeros no había querido asimilar en qué punto estaba conforme con la situación. Había echado abajo una barrera que no podía reconstruirse como si tal cosa y en aquella mezcla tan colorida no acababa de ver claro ni cuál era su tonalidad, ni cómo de bien saldría combinar ambos matices. ¿Le gustaban? No quería ni pensarlo, su lado más egoísta se había contentado con los besos pero pasar de ahí significaba hacerse más daño del que estaba dispuesto a asimilar.
Por suerte la llegada del pequeño Aniol disipó parte de aquellos pensamientos y como si un nuevo color hubiera llegado para manchar el resto de grises su pequeño chaleco verde le sacó una animada y sincera sonrisa.
-Hola peque -Respondió con una risa, apartando sutilmente la figurita para rodear los hombros del niño en cuanto éste llegó a chocarle. -Era la idea si, aunque no se si esta es demasiado pequeña como para escribir nada en ella.
Mientras Aniol siguió hablando le ofreció el colibrí por si quería verlo de más cerca. Gracias a las runas había encontrado una balanza sana respecto a su hobby, ya no servían para honrar a los caídos pero al menos serían útiles para proteger a los que aún vivían. Era un trato justo donde se permitía volver a crearlas sin cargar con la culpabilidad de encontrarse ante un altar roto y aún así, cuando el polaco mencionó la muerte de Anastasia algo en su interior acabo de romperse. Como cuando un jarrón cae pero ya no queda nadie para recoger los trozos vacíos, ni para contemplar los restos de lo que una vez fue.
-Bueno no se si puedo hacerte un burrito, pero te puedes quedar si quieres con el colibrí. Entre nos -Le susurró un poco más bajito, como si fuera un secreto que no debía de compartirse. -Prefiero los pajaritos, me parecen más lindos.
Habría respondido también a lo del novio, pero en un lugar tan escabroso le parecía hasta cruel darle una pareja a un simple trozo de papel. Era como condenar su existencia a un amor trágico, uno que en la tierra le habría hecho hasta gracia pero que allí le traía una familiaridad con la que no quería tener nada que ver.
-Y no te preocupes por Anastia, ella… -Era de mi hermano, era el único recuerdo de su tumba, era un deseo para un muerto. -Vivió feliz contigo, no estaba sola. Antes… tenía otro dueño, uno que no jugaba tanto con ella… Estoy seguro de que estaría muy feliz de saber que la cuidó alguien tan simpático, agradable y divertido como tú.
Hizo algo de presión en un medio abrazo hosco para pegarle más a él como un intento de darle veracidad a sus palabras. Con su mano libre en cambio tomó lo que quedaba del papel colorido y bordado, lo miró en silencio como si eso fuera otra despedida. Aunque quizá lo era, quizá con ese último recuerdo estaba diciendo adiós a una vida que ahora se le antojaba tan lejana como un sueño extraño. Raros eran esos días donde madrugaba para visitar la tumba o donde ansioso seguía creando grullas para un hermano que sabía nunca iba a volver.
-Pero bueno, esto es como todo. Anastasia ya ha vivido mucho, ahora le toca a otro poder estar a tu lado. Tampoco creo que necesite una pareja, se valía muy bien por sí sola y desde luego que Rambo 1, 2, 3, 4 y 5 eran todos igual de brutos. -Su voz cambió, dramatizando las pausas para seguirle el juego al pequeño. -Ella era demasiado para él, tch, nunca iba a saber apreciar lo buena princesa que era, ni caso. Mejor sola que mal acompañada.
Nohlem siempre le había recordado al turquesa que tiene un lago cristalino, uno donde sus aguas eran tan calmadas que podías dejarte abrazar por ellas, donde descansar y disfrutar de una comodidad tranquila. Nohlem era el azulado de un día sin nubes y el verde de un valle por el que querías pasear. Era la familiaridad de un bello campo de flores y la elegancia de una esmeralda recién pulida. Era el sabor de un té que tomabas en una escapada con tu amante y los susurros coquetos que solo podían compartirse en una mascarada. Era el roce gentil y travieso, eran los besos robados y los secretos que ocultaban tras la puerta cerrada. Era una belleza perfecta aún con la barba dejada y los rizos revueltos, la educación impoluta a pesar de estar explorando más allá de donde un amigo debería. Era una tonalidad tan bella y tan bonita que encandilaba hasta con el menor de los gestos, un ladrón de guante blanco que escondía en su sutileza que en verdad te estaba arrebatando el aliento.
Connor al contrario era un rosa incandescente. Le recordaba a los espectáculos de fuego donde el temor de jugar con un elemento tan peligroso se sumaba con la ilusión de ver cómo de bien estaba controlado. Era el rojizo intenso de un incendio pero el anaranjado de una hoguera en calma. Era vibrante como un día soleado y tan claro como el ánimo que daba pasear por la playa en pleno verano. Connor era la aventura, la adrenalina que te daba ante el peligro, la euforia de quien estando cerca de las llamas no temía ya quemarse. Era confort y era pasión. Eran los golpes contra paredes y los besos más agresivos. Era un combate que tenía un final aún más ajetreado, los suspiros rotos y la falta de aire. Era la inmensidad de su cuerpo, de cómo ambos quedaban apretados en lo que era una lucha muy alejada de las armas. Era esa sensación de sentirse atrapado y cautivado a partes iguales, de cómo parecía querer romper todas las reglas establecidas con cada toque robado. Era una tonalidad tan vivida que hasta con el mínimo gesto le hacía estremecerse, como si el mero hecho de juntarse con él significase estar al borde de un acantilado.
Pero claro, a pesar de todos los encuentros fortuitos con sus dos compañeros no había querido asimilar en qué punto estaba conforme con la situación. Había echado abajo una barrera que no podía reconstruirse como si tal cosa y en aquella mezcla tan colorida no acababa de ver claro ni cuál era su tonalidad, ni cómo de bien saldría combinar ambos matices. ¿Le gustaban? No quería ni pensarlo, su lado más egoísta se había contentado con los besos pero pasar de ahí significaba hacerse más daño del que estaba dispuesto a asimilar.
Por suerte la llegada del pequeño Aniol disipó parte de aquellos pensamientos y como si un nuevo color hubiera llegado para manchar el resto de grises su pequeño chaleco verde le sacó una animada y sincera sonrisa.
-Hola peque -Respondió con una risa, apartando sutilmente la figurita para rodear los hombros del niño en cuanto éste llegó a chocarle. -Era la idea si, aunque no se si esta es demasiado pequeña como para escribir nada en ella.
Mientras Aniol siguió hablando le ofreció el colibrí por si quería verlo de más cerca. Gracias a las runas había encontrado una balanza sana respecto a su hobby, ya no servían para honrar a los caídos pero al menos serían útiles para proteger a los que aún vivían. Era un trato justo donde se permitía volver a crearlas sin cargar con la culpabilidad de encontrarse ante un altar roto y aún así, cuando el polaco mencionó la muerte de Anastasia algo en su interior acabo de romperse. Como cuando un jarrón cae pero ya no queda nadie para recoger los trozos vacíos, ni para contemplar los restos de lo que una vez fue.
-Bueno no se si puedo hacerte un burrito, pero te puedes quedar si quieres con el colibrí. Entre nos -Le susurró un poco más bajito, como si fuera un secreto que no debía de compartirse. -Prefiero los pajaritos, me parecen más lindos.
Habría respondido también a lo del novio, pero en un lugar tan escabroso le parecía hasta cruel darle una pareja a un simple trozo de papel. Era como condenar su existencia a un amor trágico, uno que en la tierra le habría hecho hasta gracia pero que allí le traía una familiaridad con la que no quería tener nada que ver.
-Y no te preocupes por Anastia, ella… -Era de mi hermano, era el único recuerdo de su tumba, era un deseo para un muerto. -Vivió feliz contigo, no estaba sola. Antes… tenía otro dueño, uno que no jugaba tanto con ella… Estoy seguro de que estaría muy feliz de saber que la cuidó alguien tan simpático, agradable y divertido como tú.
Hizo algo de presión en un medio abrazo hosco para pegarle más a él como un intento de darle veracidad a sus palabras. Con su mano libre en cambio tomó lo que quedaba del papel colorido y bordado, lo miró en silencio como si eso fuera otra despedida. Aunque quizá lo era, quizá con ese último recuerdo estaba diciendo adiós a una vida que ahora se le antojaba tan lejana como un sueño extraño. Raros eran esos días donde madrugaba para visitar la tumba o donde ansioso seguía creando grullas para un hermano que sabía nunca iba a volver.
-Pero bueno, esto es como todo. Anastasia ya ha vivido mucho, ahora le toca a otro poder estar a tu lado. Tampoco creo que necesite una pareja, se valía muy bien por sí sola y desde luego que Rambo 1, 2, 3, 4 y 5 eran todos igual de brutos. -Su voz cambió, dramatizando las pausas para seguirle el juego al pequeño. -Ella era demasiado para él, tch, nunca iba a saber apreciar lo buena princesa que era, ni caso. Mejor sola que mal acompañada.
- Aes
Ficha de cosechado
Nombre: Aniol
Especie: Humano
Habilidades: habilidad manual, automotivación, olfato fino.
Personajes : ●Ruth: Humana (Israel)
Demonio de Fuego
●Tayron: Humano (Bélgica)
Lémur
●Fleur: Humana (Francia)
Siwani
●Aniol: Humano (Polonia)
Unidades mágicas : 03/12
Síntomas : Querrá salir más del torreón.
Status : KANON VOY A POR TI
Humor : Me meo ;D
Re: Donde caben dos, caben tres
03/10/24, 12:11 pm
La risa de Ethan se sentía como una llovizna fina tras meses de sequía. Para el niño, quien había extrañado verle así después de aquellos tiempos tan difíciles, era todo lo que estaba bien en el mundo. Solo ellos dos. Con la brisa azotando sus cabellos, y una ciudad a sus pies que deseaba silenciarlos para siempre pero que hasta ahora no había podido.
Aniol aceptó que le concediera el colibrí en lugar de un burrito de papel sin mayor problema. Lo único que deseaba era entretenerse y cuidar del ave con la misma delicadeza que desprende una madre al sostener a su bebé por primera vez.
—Mentamiel tendrá una buena vida conmigo... —aseguró con ojos vivaces, como quien se encuentra firmando los papeles de adopción—. Le daré la vida que no pude darle a Anastasia... —el dramatismo empañó su voz, más era visible que se trataba de un pequeño juego personal. Más allá de la tristeza que exageraba le emocionaba el triple que esta vez sí fuera el primer dueño de una de las figuras del medio japonés. Le causaba curiosidad averiguar quién fue el primer portador de la grulla, pero la intriga murió en su silencio. Quería hablar de las personas que estaban allí, y si era posible secuestrar un poquito la atención de Ethan para él.
El churumbel alzó la barbilla con orgullo después de oír las últimas palabras del chico. Tenía toda la razón. Ninguna grulla necesitaba un gallo chulito y cacareador de las calles como lo fueron todas las versiones de Rambo. Fue una grulla fuerte e independiente. Mentamiel sería lo mismo pero en chico, no necesitaba pareja.
En última instancia rio bajito, pegando de nuevo su cabeza al hombro del medio japonés. Disfrutaba del mini juego tonto que se traían en ese atardecer.
—Mejor sola que mal acompañada —repitió cual loro—. No tiene nada de malo morir sola rodeada de muchos gatitos, como algunas de mis tías —exhaló, aunque ya no parecía tan convencido. El lado empalagoso y romántico de Aniol solía imponerse cada vez que trataba de alejarlo de sí mismo. De modo que su silencio solo precedió a sus propias dudas expresadas en voz alta—. Aunque... Ethan... en las películas siempre se casan todos... ¿Crees que algún día yo sí me casaré con un noviecito? —imposible que proyectara la clase de vida que anhelaba para Mentamiel en sí mismo, él disfrutaba de todas esas leyendas del hilo rojo, y de programas de citas que en ocasiones su madre le dejaba ver pero con el sonido de la tele en voz baja, para que no pudiera escuchar algunas barbaridades de los concursantes. En esas ocasiones jugaba a disparar su imaginación e inventarse las posibles conversaciones que se daban entre los comensales—. ¿Tú nunca has echado de menos... un chico? ¡Un chico guapo y atento! ¡Uno que pegue mucho contigo! —los gustos de su angelito de la guarda no eran mucho misterio para él. Si pensaba en Ethan dándole un beso a una chica le recorrían cien escalofríos.
Aniol aceptó que le concediera el colibrí en lugar de un burrito de papel sin mayor problema. Lo único que deseaba era entretenerse y cuidar del ave con la misma delicadeza que desprende una madre al sostener a su bebé por primera vez.
—Mentamiel tendrá una buena vida conmigo... —aseguró con ojos vivaces, como quien se encuentra firmando los papeles de adopción—. Le daré la vida que no pude darle a Anastasia... —el dramatismo empañó su voz, más era visible que se trataba de un pequeño juego personal. Más allá de la tristeza que exageraba le emocionaba el triple que esta vez sí fuera el primer dueño de una de las figuras del medio japonés. Le causaba curiosidad averiguar quién fue el primer portador de la grulla, pero la intriga murió en su silencio. Quería hablar de las personas que estaban allí, y si era posible secuestrar un poquito la atención de Ethan para él.
El churumbel alzó la barbilla con orgullo después de oír las últimas palabras del chico. Tenía toda la razón. Ninguna grulla necesitaba un gallo chulito y cacareador de las calles como lo fueron todas las versiones de Rambo. Fue una grulla fuerte e independiente. Mentamiel sería lo mismo pero en chico, no necesitaba pareja.
En última instancia rio bajito, pegando de nuevo su cabeza al hombro del medio japonés. Disfrutaba del mini juego tonto que se traían en ese atardecer.
—Mejor sola que mal acompañada —repitió cual loro—. No tiene nada de malo morir sola rodeada de muchos gatitos, como algunas de mis tías —exhaló, aunque ya no parecía tan convencido. El lado empalagoso y romántico de Aniol solía imponerse cada vez que trataba de alejarlo de sí mismo. De modo que su silencio solo precedió a sus propias dudas expresadas en voz alta—. Aunque... Ethan... en las películas siempre se casan todos... ¿Crees que algún día yo sí me casaré con un noviecito? —imposible que proyectara la clase de vida que anhelaba para Mentamiel en sí mismo, él disfrutaba de todas esas leyendas del hilo rojo, y de programas de citas que en ocasiones su madre le dejaba ver pero con el sonido de la tele en voz baja, para que no pudiera escuchar algunas barbaridades de los concursantes. En esas ocasiones jugaba a disparar su imaginación e inventarse las posibles conversaciones que se daban entre los comensales—. ¿Tú nunca has echado de menos... un chico? ¡Un chico guapo y atento! ¡Uno que pegue mucho contigo! —los gustos de su angelito de la guarda no eran mucho misterio para él. Si pensaba en Ethan dándole un beso a una chica le recorrían cien escalofríos.
"Ya No Hay Fuego, Pero Sigue Quemando."
"Son Un Sentimiento Suspendido En El Tiempo, A Veces Un Evento Terrible Condenado A Repetirse."
"Deja Que Tu Fe Sea Más Grande Que Tus Miedos."
"¡Se Lo Diré Al Señor Santa!"
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.