Primer sueño de Airi

Antes de poder recoger el pergamino Airi nota algo extraño en él, como si vibrase, o como si estuviese vivo. La sensación le pone la piel de gallina, pero por mucho que lo examina no ve nada más que los mismos dibujos que traía y su torpe adición. El pensamiento de que está rodeade de magia extraña cruza su mente, pero no sabe qué hacer con él, porque no se corresponde a nada de lo que conoce de Sanai o de Rocavarancolia.

Tal como había planeado se adentra en la ruta de la que parece provenir el murmullo del agua y empieza a caminar por esta. Ver que los dibujos continúan le hace pensar en agregarlos al papel, pero enseguida se da cuenta de que son demasiados como para algo así. Continúan apareciendo con cada paso, tomando una forma cada vez más similar a un ojo. En un inicio esa señal ominosa le hace pensar que el túnel ha tenido que ser transitado en el pasado por otras personas para estar plagado de dibujos, que tiene que tener salida.

Hasta que nota el primer movimiento por el rabillo del ojo.

Cuando Airi se gira todo parece en su sitio, igual que hace un instante. Pero al dar otro paso vuelve a notarlo. Los dibujos se mueven.

La sensación de ser el centro de decenas de miradas no desaparece, paralizando a le sanaí en medio del túnel mal iluminado. Su instinto le pide no dar la espalda a ningún ojo, su miedo le pide cerrar los suyos y no ver, no ser consciente de su entorno. El corazón amenaza con salírsele del pecho, pero solo es capaz de razonar que tiene que ser algún tipo de efecto óptico.

Es gracias a detener su avance que por fin puede discernir un sonido nuevo entre el fluir insistente del agua. No lo identifica al momento, pero pronto entiende de qué se trata. Los sollozos le encogen el corazón y, tal vez por la posibilidad de no estar sole allí, es capaz de retomar la marcha. Lo hace, aun así, con pasos ligeros y silenciosos, aferrándose al trozo de madera como si fuese un salvavidas. Una parte de elle es consciente de que en aquel lugar las cosas no son lo que parecen, y su mayor miedo es encontrarse una criatura desconocida o peligrosa más adelante.

Airi avanza al lado de su bola mágica, intentando que los espejismos que capta por los laterales de su visión no le detengan. Cuanto más centra su mirada en la oscuridad al fondo del túnel, peor se vuelve el movimiento. Los ojos que parecen seguirle y parpadear son cada vez más numerosos, y es que la cueva va ganando altura hasta convertirse en una galería amplia.

Allí se encuentra el origen del sonido de agua, que proviene de un riachuelo subterráneo que no parece proporcionar la salida que le sanaí había esperado. Su mirada apenas se detiene en la corriente porque, un poco más allá, puede ver por fin la figura que emitía los sollozos que había estado persiguiendo. Airi no se mueve mientras sus ojos tratan de discernir en la penumbra, solo dando algunos pasos más cuando lo familiar de la silueta se hace evidente. El pelo rojo como nunca había visto antes de llegar a Rocavarancolia fulgura aún más cálido a la luz del hechizo. Conoce esa figura, y la ropa que lleva puesta.
—¡N… Nohlem! —grita Airi, a medio camino entre el alivio y el horror. La parte de elle que celebra tener compañía allí abajo se arrepiente enseguida de esa alegría, de saber que otro se ha visto arrastrado al mismo destino horrible.

Le sanaí se abalanza contra él, soltando el cacho de madera y dejándolo caer a un lado.
—Nohlem, Nohlem —solloza también, abrazándose a él. Entonces es cuando entiende qué va mal. El varmano no se mueve un ápice ni cuando se lanza contra él con todo su peso, ya que de cintura para abajo se está convirtiendo en una estatua.
»No puede… no puede ser… ¿Qué te ocurre? ¿Qué ha pasado, Nohlem? —Airi se aparta un poco y le pone las manos en la cara, una caricia de consuelo que no servía para nada, contagiándose de sus lágrimas. Al volver a mirar el borde entre carne y piedra, este parece haber avanzado un poco más. «Por los Cielos y la Tierra, ¿qué está ocurriendo?».

Airi no entiende lo que encuentra en los ojos de Nohlem, que rehúyen su mirada como si quemase. Pese a todo no se separa de él, no sabiendo qué hacer, no sabiendo cómo revertir lo que está ocurriendo. Solo la explicación de él puede arrojar algo de luz al asunto, por lo que cuando empieza a hablar le sanaí no le interrumpe y solo continua tratando de consolarle en silencio.

Su mano se congela sobre su hombro, no al escuchar explicaciones sobre hechos que no recuerda o comprende, sino al darse cuenta de que el río de lágrimas en la cara de Nohlem es cada vez más literal. En tan solo un momento el flujo es tal que se forma un reguero de agua en el suelo de la cueva. La expresión de Airi se congela con los ojos abiertos como platos, mirando alternativamente al suelo y a la cara de Nohlem. Cada vez le cuesta más respirar.

Cuando vuelve a hablar y menciona que hay más gente allí abajo el corazón de Airi se salta un latido, contrayéndose angustiado. Siente que se refiere al resto de sus compañeros del torreón, aunque no pueda saberlo con certeza. Lo que importa es que hay más gente allí abajo, pero no sabe en qué lugar.
—¿Atrás dónde? —le pregunta al varmano—. Por donde he pasado no había…
Según lo dice lo recuerda: el desvío. Tal vez el resto están en la otra dirección. Pero Nohlem le está rogando que siga delante, igual que el río. No entiende nada.
»¿Qué quieres decir con eso? ¿La salida está hacia delante y… ellos más atrás? No puedo abandonar a nadie, Nohlem…
Airi suplica respuestas con la mirada. No sabe qué hacer, pero se están quedando sin tiempo. Si tan solo conociese algún hechizo que revirtiese la petrificación… Quizá el amuleto podía curar a Nohlem, pero no es elle quien lo tiene.

Airi espera pacientemente las respuestas, dándole espacio a Nohlem para tomar aire. La piedra avanza, quitándoles tiempo, quitándole tiempo al varmano. Airi siente el pecho a punto de estallarle de la presión y angustia, y sin saber qué hacer continúa su vano consuelo en forma de caricias, consciente de que no puede salvarle de lo inevitable.

Su respuesta le rompe aún más. No hay nadie a quien abandonar, solo queda Nohlem. Todo lo demás no lo entiende muy bien, pero ha quedado opacado por esa afirmación. No se siente capaz de forzar al varmano a hablar más para darle explicaciones. Ver cómo le cuesta cada palabra le carga de culpa. Tal vez sean sus últimos momentos y no es capaz de robarle el poco aliento que tiene para obtener más respuestas. La piedra ya le llega a los pulmones, por si el llanto no fuese suficiente.

Airi se abraza a él, empapándose de lágrimas, propias y ajenas. Espera el final con él, diciéndole de la única manera que puede que no está solo frente a lo desconocido. Nota demasiado bien cómo avanza la petrificación bajo sus brazos, cuando sus dedos ya no pueden hundirse en la ropa de Nohlem, cuando su calor se apaga. Se niega a mirar al sentir la rigidez llegando a su rostro, mientras su mejilla se hunde en piedra fría y dura como el hielo. Le sanaí es incapaz de moverse en el nuevo silencio de la cueva durante varios minutos, aferrade a un bloque de piedra que antes había tenido nombre.

—Lo siento —logra balbucear, con voz ahogada.

Le sanaí necesita tiempo para empezar a moverse de nuevo. Se siente aún más sole en la cueva que al principio, y sus piernas tiemblan, dormidas, cuando intenta ponerse en pie de nuevo con la ayuda del trozo de madera.

Se aproxima al río, intentando no mirar atrás, escuchando sus pies chapotear en el reguero de lágrimas. Se le pasa por la cabeza preguntar en voz alta si alguien le oye, pero no es capaz de articular ninguna palabra, mucho menos gritar. Si Nohlem cree que puede salir de allí si avanza río abajo, tal vez es lo que debería tratar de hacer. Sabe bien que no es capaz de ayudar a nadie, no a romper embrujos que escapan por completo a su entendimiento. No ahora, al menos. Eso solo podría cambiar si logra huir de ese lugar.