Así lavaba, así así

A le sanaí se sentaba bien tomar el aire después de una sesión de estudio mágico en la oscuridad del interior del torreón. Estaba nublado y hacía viento, pero aquel frío en la piel le ayudaba a despertar y espabilarse.

Airi salió con un barreño lleno de sábanas entre las manos, seguide de Aniol que estaba tan dispuesto como siempre a ayudar. Tal vez se había excedido un poco probando hechizos antes, porque al llegar al patio se detuvo sin saber bien por qué, y sintió que se desconectaba del mundo, aunque no se encontraba particularmente cansade.

Al ver que el niño ya estaba intentando subir un balde de agua volvió por fin a la realidad y le ayudó a tirar de la cuerda, tras dejar el barreño en el suelo.
—¿Tienes el jabón? —le preguntó, mientras volcaba el agua sobre las sábanas. No le gustaba la sensación de hundir las manos en agua helada, pero sabía que pronto entraría en calor removiendo y frotando.

—¡Aquí está! ¡Listo para ser el mejor jabón del universo! —confirmó, tras subir un balde de agua con la ayuda de Airi. Gracias a que tiraron juntos de la cuerda, al niño no se le cayó el cubo a mitad como había ocurrido tantas otras veces.

Contempló como le sanaí volcaba el líquido sobre las sábanas con un tinte hipnótico. Airi siempre tenía un buen manejo de las actividades cotidianas e incluso se atrevería a afirmar que disfrutaba con ello. Puede que no fuera lo único que tuvieran en común.

El niño bufó al sentir el contacto gélido del agua en sus manos. Estaba hecho al frío de Polonia, pero el clima hermético y neutro de la ciudad lo habían desacostumbrado lo suficiente como para que aquella mañana particularmente fría le hiciera resentirse. Menos mal que tenía a su lado a una de las personas más cálidas del torreón. Desde que Ethan y Nohlem estaban raros buscaba su compañía con frecuencia.

—Creo que en los palacios y castillos tienen a gente pobre que hace esto por dinero... —la voz del pequeño se encontraba en calma, concentrado en lo que parecía una coincidencia en las tareas, pero que en realidad y en secreto había estado orquestando para aprovechar un momento a solas—. Que mal... con lo divertido que es... ¿nu? —no mentía, le resultaba relajante cuanto menos.

—Airi... ¿Allí en tu mundo hay príncipes y reyes?.

Airi le sonrió a Aniol por su muestra de efusividad al responder a su pregunta. No podía negar que era refrescante de vez en cuando sentir aquella inocencia. Parecía llevarlos a otros tiempos mejores temporalmente, y por el momento no quería pensar en otra cosa.

El bufido al meter las manos en el agua fría casi le hizo pedirle que no se mojase, pero no tenía sentido protegerlo de algo que él mismo quería hacer. En cambio le dijo:
—¿Prefieres que calentemos el agua un poquito? —No sentía tanto agotamiento como para no poder hacer eso, pero estaba tan acostumbrade al agua fría que a elle no se le pasaba por la cabeza hacerlo. Al poco rato sus manos empezaban a arder para compensar el frío extremo.

Airi rio al escuchar el comentario del niño, pues poco sabía de castillos o siervos. Sí sabía que la gente rica de las urbes pagaba a gente pobre, como decía Aniol, para encargarse de las tareas del hogar, en vez de repartirlas entre su tribu. Suponía que era lo suficientemente parecido como para entender qué quería decir.
—Es divertido porque se hace en compañía, ¿no crees? Supongo que si lo tienes que hacer tú solo es más un trabajo aburrido —le respondió. Incluso las tareas que no le gustaban eran más llevaderas si las hacían hablando o cantando.

Su última pregunta le hizo negar con la cabeza sin perder la sonrisa. Conocía aquellos conceptos de los juegos de los niños, así que no necesitaba explicaciones para poder contestar.
—No realmente. Nos guía la matriarca, que aunque recibe muchísimo respeto es una más de la tribu, no está por encima de nadie realmente. En las urbes es… son diferentes. Como… como quienes mandan en vuestro mundo, los que tenéis que votar y toman decisiones importantes. Pero claro, tienen que organizar la vida de muchísima más gente.
»¿Lo preguntabas por algo en particular? —Inquirió tras una breve pausa. Airi conocía ya algunos conceptos de política humana por ser ellos la mayoría en el torreón, así que más que devolverle la pregunta prefirió saber qué le rondaba por la mente. Si quería que le contase cosas de su mundo, iniciaría de buena gana un nuevo intercambio de información entre los dos.

—Sí, porfi —estaba bien recordarles cada vez que podía que provenía de Polonia, el hogar de Santa Claus y origen por excelencia del frío y las nevadas. Pero no pasaba nada por calentar el agua un poquito... ¿no?. Así no se le entumecerían los dedos y para variar no sería él quién realizaría el hechizo. Por todo esto sonrió agradecido antes de volver a hablar—. Además, si con los platos lo sucio sale mejor con agua calentita, ¿con las sábanas no es igual?.

Escuchó con atención las palabras de Airi y decidió que no podía estar más de acuerdo con ellas. Aunque quería aportar sus propios matices.
—A mí no me importa hacerlo solo si puedo cantar villancicos. ¡Un día de estos tengo que enseñarte mis favoritos! El del burrito sabanero es el mejor de todos. Pero tienes razón. Hacerlo contigo es mucho más divertido —y lo decía de corazón. Al pequeño le encantaba escuchar las historias de su tribu y lo diferente de su cultura. Por eso la idea de un mundo donde guiaba una matriarca le parecía muy guay.

—En mi mundo no es así, en casi ninguna parte —tampoco podía hablar demasiado de política, no le gustaba cuando sus padres tocaban esos temas en la mesa porque no entendía nada. Pero de lo que estaba seguro es de que su país era muy hostil en ciertos aspectos y que no todo el mundo tenía su misma suerte de puertas para adentro—. Algunos hombres... se ponen un poco chulitos. No les gustaría nada que fuera una... matriarca la que guía. Es raro... ¿verdad?.

La pregunta que llegó directa no le pilló tan desprevenido, aunque se puso nervioso igual. Era un detalle que adoraba de Airi, la facilidad que tenía para intuir cuando algo le rondaba por la mente.

—Por nada en especial... —mintió—. Es solo que... me quedé con la curiosidad de verte en el palacete y... quería preguntarte si... —resopló, cogiendo fuerzas. No pasaba nada. Le sanaí era hogar y calidez. No le reprendería demasiado si sonaba insolente—. Airi... perdún... solo quería saber si serías un príncipe... o una princesa.

Airi conjuró el hechizo térmico sobre el agua de inmediato, sin invertir demasiada energía en él ya que solo era una tina y no la bañera de lavarse. Las volutas de vapor se alzaron enseguida, bailoteando sobre el agua y dispersándose a la altura de sus ojos. Aquello solo era una demostración más de cómo las temperaturas no hacían más que bajar en la ciudad últimamente, pero Airi no quería pensar en la llegada de un posible invierno para el que no sabía si estaban preparados.

Apartó sus pensamientos negativos mientras asentía a la pregunta de Aniol sobre el agua caliente, y le sonrió ampliamente cuando explicó que le gustaba cantar mientras trabajaba.
—¡A mí también me gusta trabajar cantando! Pensaré como adaptar algunas canciones que conozco al nuevo idioma y después hacemos un intercambio —le propuso con ilusión. Haber perdido parte de su identidad le afligía más de lo que quería demostrar en aquel momento, pero tener la oportunidad de compartir sus culturas siempre era positivo, y sin aquel idioma común nunca habrían podido hacerlo.

Continuaron hablando de sus mundos con la pregunta de Aniol, y tras la explicación rápida de Airi, el niño admitió que en su mundo era bastante diferente. La parte de que había quien no aceptaría a una matriarca como guía le llamó la atención. Airi creía que cualquiera con sabiduría podía guiar una tribu, pero las palabras de Aniol implicaban algo más que el hecho de que las matriarcas no tuviesen el mismo respeto en su mundo.
—¿Se ponen chulos… por alguna razón en concreto? —preguntó con curiosidad.

Pero la conversación no había surgido exactamente por eso. La actitud de Aniol mientras trataba de explicarse le dio curiosidad, con lo que sacó las manos del agua y le observó hasta que llegó la pregunta que había querido hacerle. Airi sonrió con desconcierto un instante. Habría querido responder algo de inmediato y no dejar al polaco esperando, pero lo cierto era que le había desarmado un poco mientras pensaba en la intención de la pregunta. El concepto foráneo era lo que hacía más difícil saber qué decir, así que en vez de responder, preguntó.
—¿Hay… alguna otra opción? Perdona, me has cogido por sorpresa —admitió con una risita— y tampoco sé tanto sobre vuestros monarcas. ¿Los títulos de príncipe y princesa tienen que ver con ser chico o chica, o hay algo más que los separa?

Aniol asintió conforme al intercambio musical. El helor de sus manos se vio calmado en cuanto las volutas de vapor comenzaron a surgir de la tina, pero nada le reconfortó más que aquel trato no firmado. Oh, Airi no sabía en qué clase de acuerdo se había metido, le iba a enseñar tantos villancicos que seguro que el día de la Luna Roja esa se la pasaba tocando la pandereta o la zambomba.

—Se ponen chulitos porque piensan que las mujeres saben conducir peor... y cosas así... —el niño no era capaz de explicarlo con mayor precisión, dado su raciocinio limitado—. ¡Se lo oí decir una vez al padre de mi mejor amigo! Porque ese día él me llevó al cole... pero mi padre no dice esas cosas. A él le da miedo conducir, la que nos lleva a clase es mi mamá.

Si la pregunta expresada en voz alta le ponía nervioso, jamás habría imaginado el desconcierto en el rostro del sanaí. La risita que dejó escapar, en cambio, le dio luz verde para relajarse.

—Una tercera opción... mmm —el churumbel también se quedó desarmado con las manos fuera del barreño, parecía congelado y preso de las dudas. De haber una tercera opción seguro que Airi era el mejor ejemplo, pero eso sería aventurar demasiado—. Nu... nu lo sé. Los príncipes suelen ser orgullosos, fuertes y valientes. Muy caballerosos y cabalgan corceles para derrotar dragones. Las princesas... —sonrió, conmovido por la idea—. Las princesas tejen, se peinan, visten vestidos muy bonitos y perfumados. Pero también pueden ser valientes y vencer a monstruos...

Los ojos color miel del pequeño estudiaron los gris pizarra de su amigue. Le necesitaba, en más de un sentido.

—¿Cuál es la diferencia?.

Airi le miraba con interés mientras escuchaba el ejemplo de Aniol. No tenía muy claro el contexto al que se refería, lo que sí comprendió era el desdén que podían mostrar los hombres hacia las mujeres en su mundo, algo que parecía ser más la norma y no la excepción por lo poco que sabía. No obstante, igual que en todas partes y a pesar de los roles que les venían impuestos al nacer, la gente no tenía por qué obligarse a encajar en esas expectativas, como imaginaba que era el caso de la madre de Aniol.

Suponía que era eso a lo que el polaco le estaba dando vueltas: roles, expectativas… Lamentablemente Airi no sabía lo suficiente del contexto de su mundo para hablar con conocimiento de causa, solo podía hablarle de lo que conocía, si él quería. Por el momento se había limitado a escucharle mientras le explicaba la diferencia entre príncipes y princesas. El cuadro que pintó ante sus ojos fue un tanto confuso, siendo aquellas características que nombraba poco relacionadas con su concepto de género.

La pregunta de Aniol le llegó mientras meditaba al respecto. Sus ojos se volvieron hacia los del niño, que clavaba la mirada en elle, y se la devolvió con la misma intensidad. ¿Acaso no se había hecho elle misme esa pregunta antes de decidir sus pronombres de preferencia? No había diferencia, salvo un puñado de prejuicios sin sentido. La única diferencia real que había era la posibilidad de convertirse en madre, algo que de todos modos no definía cómo uno desease ser percibido.

En el caso de Airi lo que nunca había querido eran las responsabilidades que entrañaba ser madre, y deseaba rechazar la presión invisible de su entorno que esperaba que se convirtiese en una cuando llegase el momento. Por otro lado, la percepción neutral que tenía de sí misme no era algo infrecuente en su entorno, ni desafiaba ninguna norma no escrita; era una preferencia, era cómo se sentía respecto a los roles de género que conocía.
—No la hay —le dijo, a lo que rápidamente añadió—: Quiero decir… entre ser hombre o mujer, no sé si se puede decir de los príncipes y princesas. No hay diferencia de… nada de lo que has dicho antes. Hay muchos hombres a los que les gusta tejer y ponerse guapos, y muchas mujeres a las que les gusta cazar, porque eso va en la personalidad de cada uno. Claro que siempre hay quien asume cosas viendo tu aspecto, pero la única diferencia de verdad es si puedes tener hijos o no... ¿no?

"No la hay".

La respuesta fue tan directa que Aniol solo esperó a que la completara con un poco más de información. Y así fue, le sanaí pasó a describir algo que en realidad ya resonaba en su mente con el eco de una gran campana. Si había diferencias puede que se limitara a la hora de poder tener hijos, y no a lo que un príncipe o una princesa pudieran hacer. Los chicos se maquillaban, las chicas podían manejar una espada.

Así resultaba mucho más divertido.

—Supongo que sí... —aventuró, con las dudas un poco más despejadas. El niño parpadeó a continuación, con una sonrisa velando sus comisuras—. Creo que no me importaría ser madre de mayor. Ser mamá es muy lindo, puedes tener muchos hijos que te quieren y te hacen regalos por el día de la madre.

Pero existía algo más que nada tenía que ver con aquella ensoñación. Algo que rozaba por la tangente.

—Airi... lu que me pasa es que... —las manos del churumbel se paralizaron, congeladas a medio hacer por algo que robaba toda su atención—. En el palecete... me gustó mucho ser Ania, sentí que podía hacer cosas que con Aniol... no sé... era chuli... —en algún punto la mirada del pequeño se había tornado gacha, pero al mismo tiempo tenía la seguridad de que su amigue no iba a juzgarle, así que lo soltó de sopetón—. A veces... en mis sueños... soy Ania, y sueño lo que ella... y otras veces al despertar sigo siendo Ania... ¿Cómo... cómo sé quien soy? ¿Ya no soy Aniol? Porque me gusta ser Aniol... .

Airi miraba a Aniol con curiosidad, esperando entender un poco mejor su cultura con la respuesta que le diese, cogiéndole por sorpresa cuando le escuchó decir que le gustaría ser madre. Era joven para planteárselo, pero necesitó recordarse que para él no tenía la misma implicación que para elle ni de lejos, no por cómo se trataba a las mujeres en su mundo, así que en ese caso tampoco comprendió por qué había usado la palabra madre en vez de padre. Tal como lo veía elle, no dejaba de ser triste tener deseos así, ya que lo único que no podían cambiar quienes deseaban tener hijos y no podían era ese mismo hecho, aunque en la historia hubiera quien había ganado un respeto similar al de una matriarca sin haber tenido hijos propios.
—Parece que ser madre es un poco diferente para vosotros —comentó simplemente con una sonrisa. Era un tema complicado de contrastar, y al niño parecían gustarle ciertas costumbres asociadas a su cultura, específicamente.

Aniol se puso más serio tras aquel comentario, dando la impresión de que quería decir algo importante, así que Airi también se detuvo, dejando de frotar la tela, y perdió la sonrisa, cambiándola por una expresión que mostraba que le estaba escuchando con atención.

Airi se quedó sin palabras al escucharle, no sabiendo qué contestar durante un momento. De repente sentía sobre sus hombros la responsabilidad de guiar al niño para navegar unas experiencias de las que elle posiblemente no tenía ni idea… y a la vez resultaban un poco familiares. Estrujó la tela que tenía entre manos y comenzó a hablar. Aquel era un gesto de nerviosismo más que la intención de enjuagarla.
—Yo creo que si hay cosas que te gustan de Ania deberías ser como ella. Y como Aniol. Puedes ser los dos. No hay nada que les separe, los dos sois tú. —Airi le sonrió, esperando que aquella fuese la forma correcta de explicarlo, y posó una de sus manos frías sobre la de Aniol en un gesto de apoyo—. No sé si puedo entender bien por qué no puedes hacer las cosas que te hacen ser Ania, pero… ¿sabes qué? No estás en tu mundo. Aquí esas cosas no nos importan a ninguno, por eso a todos nos gusta tanto Ania como Aniol.
No sabía por qué se dirigía a aquellas dos partes con nombres diferentes, pero dado que el niño aún no había alcanzado la mayoría de edad podía estar planteándose qué nombre usar llegado el momento, de forma parecida que elle había decidido empezar a usar pronombres que no diesen información de género.