- Aes
Ficha de cosechado
Nombre: Aniol
Especie: Humano
Habilidades: habilidad manual, automotivación, olfato fino.Personajes : ●Ruth: Humana (Israel)
Demonio de Fuego
●Tayron: Humano (Bélgica)
Lémur
●Fleur: Humana (Francia)
Siwani
●Aniol: Humano (Polonia)
Unidades mágicas : 14/16
Síntomas : Querrá salir más del torreón. En ocasiones, aparecerán destellos de luz a su alrededor que duran un instante.
Status : KANON VOY A POR TI
Humor : Me meo ;D
El Club de los Radiantes
18/12/24, 11:41 am
Para un niño de once años permanecer en absoluto silencio era una tarea ardua. Puede que Aniol no fuera tan ruidoso y caótico como Damian, pero cuando su corazón latía con júbilo porque algo le emocionaba poco tenía que envidiarle al italiano. Y eso lo sabían todos.
Aún así, el polaco se esforzó en parecer una estatua de mármol congelada en el hueco de la escalera. Las cosas en el torreón habían cambiado. O más bien, algunos de sus mejores amigos respiraban otro tipo de aire más cargante. La ausencia-no ausencia de Ethan estaba siendo todo un desafío para él, pero no podía engañarse. Nohlem también dolía. La manera en la que se encerraba en su habitación (juraría que hasta con barricadas incluidas) escocía como una mala herida a la sal. El pequeño se decía que no era personal, que no había hecho nada malo. Se reafirmaba cuando recibía alguna migaja, porque sería faltar a la verdad si decía que Nohlem le ignoraba por completo. Pero no bastaba. Su elfito se había convertido en un fantasma de lo que fue, paseándose pusilánime por los rincones del torreón. A veces hasta se vio tentado de pellizcarle para ver si seguía siendo real.
El caso es que, espectro o duende de las festividades, Nohlem brilló. Uno de esos días un juego de lucecitas de colores orbitó a su alrededor y Aniol pronto lo asoció a un pequeño arbolito de Navidad. El evento solo se dio en otra ocasión más, al menos en su presencia, lo que bastó para que el churumbel se creara docenas de teorías y expectativas por igual.
Su mayor argumento es que —como ser medio felino y con orejitas tan molonas y chachis— se trataba de un ser feérico que había tardado en manifestar sus poderes y que en momentos de oscuridad había decidido embelesarlos a todos con su don.
Todo esto ocurría exclusivamente en su cabeza, por supuesto, pero... ¿Por qué no? El granta le despertaba admiración. Era querido por casi todos, usaba bien el arco, su labia tenía el mismo carisma que el verde agua de sus ojos y para colmo ahora era la persona más mágica que conocía. JA, entendía por qué le gustaba tanto a Ethan.
—¡Holi! —su voz dio la alarma demasiado tarde, lo suficiente como para que el chico quedara mal si le daba la espalda en el acto. Había estado esperando al menos quince minutos para pillarle desprevenido y fue al escuchar que subía los peldaños que una pequeña sonrisilla cruzó su rostro—. Espera, un segundo porfi, no te vayas —su tono de voz no fue proyectado todo lo lastimero que quiso, más lo que realizaría a continuación le ataría al suelo como a un clavo.
—¡Mira lo que puedo hacer! —Aniol apretó la cara con fuerza, desfigurándola en el proceso y poniéndose igual de rojo que un tomate del mercado de su pueblo. Presionó todos los músculos de su cuerpo. Tan concentrado como estaba no reparó que hasta sus ojos bizquearon como un camaleón. Uno que trataba de impresionar a sus padres de que ya podía cambiar de color.
Y allí, con cara de haberse dado un chocazo contra la pared al nacer, no ocurrió nada.
Aún así, el polaco se esforzó en parecer una estatua de mármol congelada en el hueco de la escalera. Las cosas en el torreón habían cambiado. O más bien, algunos de sus mejores amigos respiraban otro tipo de aire más cargante. La ausencia-no ausencia de Ethan estaba siendo todo un desafío para él, pero no podía engañarse. Nohlem también dolía. La manera en la que se encerraba en su habitación (juraría que hasta con barricadas incluidas) escocía como una mala herida a la sal. El pequeño se decía que no era personal, que no había hecho nada malo. Se reafirmaba cuando recibía alguna migaja, porque sería faltar a la verdad si decía que Nohlem le ignoraba por completo. Pero no bastaba. Su elfito se había convertido en un fantasma de lo que fue, paseándose pusilánime por los rincones del torreón. A veces hasta se vio tentado de pellizcarle para ver si seguía siendo real.
El caso es que, espectro o duende de las festividades, Nohlem brilló. Uno de esos días un juego de lucecitas de colores orbitó a su alrededor y Aniol pronto lo asoció a un pequeño arbolito de Navidad. El evento solo se dio en otra ocasión más, al menos en su presencia, lo que bastó para que el churumbel se creara docenas de teorías y expectativas por igual.
Su mayor argumento es que —como ser medio felino y con orejitas tan molonas y chachis— se trataba de un ser feérico que había tardado en manifestar sus poderes y que en momentos de oscuridad había decidido embelesarlos a todos con su don.
Todo esto ocurría exclusivamente en su cabeza, por supuesto, pero... ¿Por qué no? El granta le despertaba admiración. Era querido por casi todos, usaba bien el arco, su labia tenía el mismo carisma que el verde agua de sus ojos y para colmo ahora era la persona más mágica que conocía. JA, entendía por qué le gustaba tanto a Ethan.
—¡Holi! —su voz dio la alarma demasiado tarde, lo suficiente como para que el chico quedara mal si le daba la espalda en el acto. Había estado esperando al menos quince minutos para pillarle desprevenido y fue al escuchar que subía los peldaños que una pequeña sonrisilla cruzó su rostro—. Espera, un segundo porfi, no te vayas —su tono de voz no fue proyectado todo lo lastimero que quiso, más lo que realizaría a continuación le ataría al suelo como a un clavo.
—¡Mira lo que puedo hacer! —Aniol apretó la cara con fuerza, desfigurándola en el proceso y poniéndose igual de rojo que un tomate del mercado de su pueblo. Presionó todos los músculos de su cuerpo. Tan concentrado como estaba no reparó que hasta sus ojos bizquearon como un camaleón. Uno que trataba de impresionar a sus padres de que ya podía cambiar de color.
Y allí, con cara de haberse dado un chocazo contra la pared al nacer, no ocurrió nada.
"Ya No Hay Fuego, Pero Sigue Quemando."
"Son Un Sentimiento Suspendido En El Tiempo, A Veces Un Evento Terrible Condenado A Repetirse."
"Las Emociones Que No Expresas Nunca Mueren."
"¡Se Lo Diré Al Señor Santa!"
- Kanyum
Ficha de cosechado
Nombre: Nohlem
Especie: Varmano granta
Habilidades: Puntería, intuición, carismaPersonajes :
● Jace: Dullahan, humano americano. 1’73m (con cabeza 1’93m)
● Rox: Cambiante, humano australiano/surcoreano. 1’75m
● Kahlo: Aparición nocturna varmana granta. 1’62m
● Nohlem: varmano granta. 1’69m
● Xiao Taozi: Fuzanglong carabés. 1’55m
Unidades mágicas : 9/9
Síntomas : Mayor interés por acumular conocimiento. A veces, durante un par de segundos, aparecerán brillos de distintos colores a su alrededor.
Status : Prrrr prrrrr
Re: El Club de los Radiantes
21/12/24, 12:14 pm
En contraste con esa tierna fantasía de tierras nevadas, chocolate y lazos rojos, Nohlem tenía una visión mucho menos alegre -que no necesariamente realista- de lo que le ocurría.
La primera vez que había visto las luces prácticamente no había ni reaccionado. Como llevaba siendo rutina, se encontraba tumbado en la cama cuando dos puntos color verde y amarillo cruzaron por encima suya. Más allá de un minúsculo respingo que apenas rebotó en el colchón, el granta no hizo nada. Se quedó mirando los luceros a los que se sumó un tercero color azul hasta que simplemente desaparecieron. Solo entonces se levantó e intentó buscarlos, creyendo que se trataba de alguna especie de luciérnaga que había encontrado el camino hasta él. No dio con los bichitos ni volvieron a brillar en los siguientes dos o tres días, por lo que no le dio mayor importancia.
Entonces aparecieron otra vez. En esta ocasión se encontraba comiendo -a solas, como siempre- cuando uno se interpuso entre la cuchara y su boca. La soltó por la sorpresa y la alarma de ir a comerse sin querer un bicho, haciendo un pequeño estropicio cuando esta y la comida chocaron contra su pierna y el suelo, momento en el que vio que no eran uno, dos o tres, sino unos ocho los que le rodeaban. Distintos tonos amarillos, rosáceos y azules oscilaron a su alrededor incluso si se levantó para quitárselos de encima. Esta vez cuando desaparecieron no fueron insectos lo que buscó, sino presencias. Pero estaba solo en el cuarto. Como siempre.
Desde ese momento las visitas de las luces se volvieron más frecuentes. A veces cuando el sueño era más ligero le despertaban, otras le delataban en la oscuridad cuando intentaba escabullirse por los rellanos de la escalera al ir o volver de cualquier sitio. Se le ocurrieron diversas teorías, desde espíritus vengativos que se veían atraídos a él por el hedor a muerte a que simple y llanamente se estaba volviendo tarumba. Así, igual de rápido que empezó a temer a las apariciones, también dejó de hacerlo.
Fantasmas o locura, qué más daba. De momento ninguno le hería.
Lo que le asustó bastante más que las luces fue la aparición inesperada de Aniol escaleras arriba. Los insultos se acumularon en la punta de su lengua, maldiciones que no iban dirigidas a otro que sí mismo, mas apretó los dientes y echó el rostro a un lado para impedir que salieran, frenando asímismo su subida. Había días en los que a duras penas hablaba con Ethan, y hoy era uno de esos en los que oírse se sentía alienígena.
—Aniol… —le concedió, con la voz cochambrosa por ser, posiblemente, la primera vez que la usaba en todo el día. Reanudó su ascenso, sin mirarle directamente a la cara. Quizás si iba despacio podía pasarle por un lado sin resultar ofensivo—. Hola.
Hacía mucho que no le veía: no directamente al menos. Con los niños su relación era diferente, más difícil dentro de su simpleza. Con los "mayores" tenía miedo por haber sido demasiado, enfado por no saber que carajos esperaban de él, rehuía de ellos por no saber -ni querer- cumplir con putas espectativas. Con los críos se mezclaba ese que dirán con su llana incapacidad de reconectar. ¿Cómo pides perdón cuando cada día es más dificil hacerlo? Pero es que- ¿por qué tenía que pedir perdón por algo de lo que no se arrepentía?
Sus labios hicieron el favor de no moverse en un gruñido cuando Aniol le pidió que no se fuera. Por mucho que se considerase un villano aún le quedaba algo de decencia. Le hizo caso y plantado en mitad de la escalera, con el niño a escasísima distancia y casi la misma altura, se quedó mirándolo.
El qué exactamente, pues... eso ya no lo tenía tan claro.
—Ehhhh —rompió cuando los segundos se alargaron en exceso—. Sí, hm. Que bien, Aniol —añadió por añadir algo, retomando la marcha hasta pasarle por un lado. Le sonrió un poquito en el proceso, dándole una sola palmada incómoda en la cabeza (ea, ea como a los tontos) para volver a evadir cualquier contacto visual que se hubiera hecho antes.
Algo de mérito sí que tenía el chiquillo, supuso. Él tenía la piel tan oscura que ese tono de rojo dinamita le sería imposible de conseguir por mucho que quisiera.
La primera vez que había visto las luces prácticamente no había ni reaccionado. Como llevaba siendo rutina, se encontraba tumbado en la cama cuando dos puntos color verde y amarillo cruzaron por encima suya. Más allá de un minúsculo respingo que apenas rebotó en el colchón, el granta no hizo nada. Se quedó mirando los luceros a los que se sumó un tercero color azul hasta que simplemente desaparecieron. Solo entonces se levantó e intentó buscarlos, creyendo que se trataba de alguna especie de luciérnaga que había encontrado el camino hasta él. No dio con los bichitos ni volvieron a brillar en los siguientes dos o tres días, por lo que no le dio mayor importancia.
Entonces aparecieron otra vez. En esta ocasión se encontraba comiendo -a solas, como siempre- cuando uno se interpuso entre la cuchara y su boca. La soltó por la sorpresa y la alarma de ir a comerse sin querer un bicho, haciendo un pequeño estropicio cuando esta y la comida chocaron contra su pierna y el suelo, momento en el que vio que no eran uno, dos o tres, sino unos ocho los que le rodeaban. Distintos tonos amarillos, rosáceos y azules oscilaron a su alrededor incluso si se levantó para quitárselos de encima. Esta vez cuando desaparecieron no fueron insectos lo que buscó, sino presencias. Pero estaba solo en el cuarto. Como siempre.
Desde ese momento las visitas de las luces se volvieron más frecuentes. A veces cuando el sueño era más ligero le despertaban, otras le delataban en la oscuridad cuando intentaba escabullirse por los rellanos de la escalera al ir o volver de cualquier sitio. Se le ocurrieron diversas teorías, desde espíritus vengativos que se veían atraídos a él por el hedor a muerte a que simple y llanamente se estaba volviendo tarumba. Así, igual de rápido que empezó a temer a las apariciones, también dejó de hacerlo.
Fantasmas o locura, qué más daba. De momento ninguno le hería.
Lo que le asustó bastante más que las luces fue la aparición inesperada de Aniol escaleras arriba. Los insultos se acumularon en la punta de su lengua, maldiciones que no iban dirigidas a otro que sí mismo, mas apretó los dientes y echó el rostro a un lado para impedir que salieran, frenando asímismo su subida. Había días en los que a duras penas hablaba con Ethan, y hoy era uno de esos en los que oírse se sentía alienígena.
—Aniol… —le concedió, con la voz cochambrosa por ser, posiblemente, la primera vez que la usaba en todo el día. Reanudó su ascenso, sin mirarle directamente a la cara. Quizás si iba despacio podía pasarle por un lado sin resultar ofensivo—. Hola.
Hacía mucho que no le veía: no directamente al menos. Con los niños su relación era diferente, más difícil dentro de su simpleza. Con los "mayores" tenía miedo por haber sido demasiado, enfado por no saber que carajos esperaban de él, rehuía de ellos por no saber -ni querer- cumplir con putas espectativas. Con los críos se mezclaba ese que dirán con su llana incapacidad de reconectar. ¿Cómo pides perdón cuando cada día es más dificil hacerlo? Pero es que- ¿por qué tenía que pedir perdón por algo de lo que no se arrepentía?
Sus labios hicieron el favor de no moverse en un gruñido cuando Aniol le pidió que no se fuera. Por mucho que se considerase un villano aún le quedaba algo de decencia. Le hizo caso y plantado en mitad de la escalera, con el niño a escasísima distancia y casi la misma altura, se quedó mirándolo.
El qué exactamente, pues... eso ya no lo tenía tan claro.
—Ehhhh —rompió cuando los segundos se alargaron en exceso—. Sí, hm. Que bien, Aniol —añadió por añadir algo, retomando la marcha hasta pasarle por un lado. Le sonrió un poquito en el proceso, dándole una sola palmada incómoda en la cabeza (ea, ea como a los tontos) para volver a evadir cualquier contacto visual que se hubiera hecho antes.
Algo de mérito sí que tenía el chiquillo, supuso. Él tenía la piel tan oscura que ese tono de rojo dinamita le sería imposible de conseguir por mucho que quisiera.
- ♪♫♬:
- Aes
Ficha de cosechado
Nombre: Aniol
Especie: Humano
Habilidades: habilidad manual, automotivación, olfato fino.
Personajes : ●Ruth: Humana (Israel)
Demonio de Fuego
●Tayron: Humano (Bélgica)
Lémur
●Fleur: Humana (Francia)
Siwani
●Aniol: Humano (Polonia)
Unidades mágicas : 14/16
Síntomas : Querrá salir más del torreón. En ocasiones, aparecerán destellos de luz a su alrededor que duran un instante.
Status : KANON VOY A POR TI
Humor : Me meo ;D
Re: El Club de los Radiantes
26/12/24, 05:57 pm
Aniol se puso más nervioso aún al darse cuenta de que había rescatado la atención del varmano durante unos segundos. Unos instantes dorados desde hacía días era todo un logro, así que escuchar la voz del granta, ajena y distante, se sintió como activar un cronómetro que le avisaba de que su tiempo era preciado.
Tic, Tac.
Apretó la cara con toda su fuerza, siendo consciente de que sus ojos inyectados por el esfuerzo recordarían a los de un bulldog francés sacando la cara por la ventanilla del coche. Su rostro adquirió el color de las hojas de un pascuero, sus pulmones se comprimieron para expulsar todo el aire en un único soplido capaz de derribar la casa de los tres cerditos. Y su cuerpo... bueno... su cuerpo no hizo nada especial.
Llegó un silencio muy incómodo, uno que le hizo subir el ardor a las mejillas, quizás para templar con vergüenza la frialdad del chico al pasar por su lado y darle una palmada en la cabeza que le hizo sentir bobo. La sensación que le invadió fue parecida a la que recibía cuando quería enseñarle un dibujo a sus padres y estos se encontraban tomando café con otros adultos. Solo que ni siquiera ese era el caso, porque al joven no le esperaban amigos en su habitación con sonrisas y una taza de chocolate caliente. Estaba bastante seguro de que solo anhelaba silencio y cuatro paredes en las que encerrarse como un gusano de seda.
No lo podía permitir. Quizá por la rabia de saber lo que un día habían sido el uno para el otro no dejaría que pasara por su lado como si nada. Dolía en el pecho. Y además tenía mucha ilusión por enseñarle lo que de casualidad había aprendido. Así que esta vez lo llamó por el nombre que supuso, su madre le había puesto al nacer.
Ni elfito. Ni Príncipe Esmeralda. Tan solo...
—Nohlem —la voz del pequeño salió como un ruego, proyectado con un tinte de auxilio que lejos de representar un mero toque de atención gritaba a los cuatro vientos "Te Necesito"—. Nu te vayas... —tomó aire, no se había dado cuenta de que sus ojos se encontraban velados por una fina capa de humedad. Por primera vez en mucho tiempo no fingía con su malestar—. Quería que vieras que yo también puedo ser mágico, como tú.
Si había olvidado que más que gusano de seda era una mariposa tropical... se lo recordaría.
—Te echo de menos.
Tic, Tac.
Apretó la cara con toda su fuerza, siendo consciente de que sus ojos inyectados por el esfuerzo recordarían a los de un bulldog francés sacando la cara por la ventanilla del coche. Su rostro adquirió el color de las hojas de un pascuero, sus pulmones se comprimieron para expulsar todo el aire en un único soplido capaz de derribar la casa de los tres cerditos. Y su cuerpo... bueno... su cuerpo no hizo nada especial.
Llegó un silencio muy incómodo, uno que le hizo subir el ardor a las mejillas, quizás para templar con vergüenza la frialdad del chico al pasar por su lado y darle una palmada en la cabeza que le hizo sentir bobo. La sensación que le invadió fue parecida a la que recibía cuando quería enseñarle un dibujo a sus padres y estos se encontraban tomando café con otros adultos. Solo que ni siquiera ese era el caso, porque al joven no le esperaban amigos en su habitación con sonrisas y una taza de chocolate caliente. Estaba bastante seguro de que solo anhelaba silencio y cuatro paredes en las que encerrarse como un gusano de seda.
No lo podía permitir. Quizá por la rabia de saber lo que un día habían sido el uno para el otro no dejaría que pasara por su lado como si nada. Dolía en el pecho. Y además tenía mucha ilusión por enseñarle lo que de casualidad había aprendido. Así que esta vez lo llamó por el nombre que supuso, su madre le había puesto al nacer.
Ni elfito. Ni Príncipe Esmeralda. Tan solo...
—Nohlem —la voz del pequeño salió como un ruego, proyectado con un tinte de auxilio que lejos de representar un mero toque de atención gritaba a los cuatro vientos "Te Necesito"—. Nu te vayas... —tomó aire, no se había dado cuenta de que sus ojos se encontraban velados por una fina capa de humedad. Por primera vez en mucho tiempo no fingía con su malestar—. Quería que vieras que yo también puedo ser mágico, como tú.
Si había olvidado que más que gusano de seda era una mariposa tropical... se lo recordaría.
—Te echo de menos.
"Ya No Hay Fuego, Pero Sigue Quemando."
"Son Un Sentimiento Suspendido En El Tiempo, A Veces Un Evento Terrible Condenado A Repetirse."
"Las Emociones Que No Expresas Nunca Mueren."
"¡Se Lo Diré Al Señor Santa!"
- Kanyum
Ficha de cosechado
Nombre: Nohlem
Especie: Varmano granta
Habilidades: Puntería, intuición, carismaPersonajes :
● Jace: Dullahan, humano americano. 1’73m (con cabeza 1’93m)
● Rox: Cambiante, humano australiano/surcoreano. 1’75m
● Kahlo: Aparición nocturna varmana granta. 1’62m
● Nohlem: varmano granta. 1’69m
● Xiao Taozi: Fuzanglong carabés. 1’55m
Unidades mágicas : 9/9
Síntomas : Mayor interés por acumular conocimiento. A veces, durante un par de segundos, aparecerán brillos de distintos colores a su alrededor.
Status : Prrrr prrrrr
Re: El Club de los Radiantes
06/01/25, 09:05 pm
Su nombre sonó como el rasguido del aire de un dardo. No hubo pinchazo ni impacto real, pero le había pasado tan cerca como para querer detenerse en advertencia. No quería quedarse ahí, no quería hablar ni fingir, pero tampoco que el niño llorase. Los segundos que Aniol había ganado se ampliaron en prórroga gracias a que el varmano era incapaz de colocarse por encima en sus prioridades.
Con un suspiro visible en la caida de sus hombros pero inhaudible por pudor, se giró hacia el pequeño, con ambos pies ya sobre el hueco de la escalera de su planta destinada. Tan cerca de la seguridad de su cuarto y a la vez, tan lejos.
—No, no… —se esforzó en no mirar a la puerta a la que quería ir. No iba a invitarle a pasar dentro pues eso sería un problema para su yo del futuro cuando tocase echarle, pero tampoco estaba contento quedándose ahí expuesto a cualquier humano, reptil o cercano que decidiera cruzarse. Para su desgracia, de momento es lo que tocaba—. No me voy.
Le oyó con las orejas gachas, buscando otros ruidos que no fueran los emitidos por Aniol, siempre alerta por quien se aproximase. Una de sus orejas se dobló un poco más en lo que sería una interrogación, pues para más inri no estaba entendiendo a que se refería. Si algo era obvio es que de los allí presentes, el más mágico de todos era Aniol. Nohlem podría estar particularmente orgulloso de su puntería en los últimos meses, pero no lo consideraría nada “mágico” como tal. Si acaso lo era su suerte.
Abrió la boca para hacer una pregunta, más la última confesión hizo que esta tardara en formularse.
Otro dardo.
No podía responder a eso. No sabía como.
—Lo siento —murmuró—. Lo siento peque.
Y le vio, no de forma meramente física, sino al niño que era y como se habían distanciado. Se sintió mal por cada vez que había hecho tope en la puerta para que no pasara, por cada minuto de silencio con la oreja pegada a la espera de que sus voces se apagaran en los cuartos adyacentes. Ya está, Aniol había ganado. Nohlem resopló, se apoyó en la pared ligeramente inclinado para dejar claro que estaba ahí para él, anclado, y colocó la mano de nuevo sobre su cabecita de pelo oscuro.
—Tú ya eres mágico, Aniol. El más mágico de todos —su voz sonaba cansada, pero al menos había un intento de maquillarlo. Recuperó la mano, reposándola “casualmente” en el borde del pantalón como la otra. Lo cierto es que estaba tenso como títere de exposición—. ¿Por qué lo dices? ¿No te sale un hechizo?
En tal caso debería pedirle ayuda a Räg, no a él. Casi a cualquiera menos a él.
Con un suspiro visible en la caida de sus hombros pero inhaudible por pudor, se giró hacia el pequeño, con ambos pies ya sobre el hueco de la escalera de su planta destinada. Tan cerca de la seguridad de su cuarto y a la vez, tan lejos.
—No, no… —se esforzó en no mirar a la puerta a la que quería ir. No iba a invitarle a pasar dentro pues eso sería un problema para su yo del futuro cuando tocase echarle, pero tampoco estaba contento quedándose ahí expuesto a cualquier humano, reptil o cercano que decidiera cruzarse. Para su desgracia, de momento es lo que tocaba—. No me voy.
Le oyó con las orejas gachas, buscando otros ruidos que no fueran los emitidos por Aniol, siempre alerta por quien se aproximase. Una de sus orejas se dobló un poco más en lo que sería una interrogación, pues para más inri no estaba entendiendo a que se refería. Si algo era obvio es que de los allí presentes, el más mágico de todos era Aniol. Nohlem podría estar particularmente orgulloso de su puntería en los últimos meses, pero no lo consideraría nada “mágico” como tal. Si acaso lo era su suerte.
Abrió la boca para hacer una pregunta, más la última confesión hizo que esta tardara en formularse.
Otro dardo.
No podía responder a eso. No sabía como.
—Lo siento —murmuró—. Lo siento peque.
Y le vio, no de forma meramente física, sino al niño que era y como se habían distanciado. Se sintió mal por cada vez que había hecho tope en la puerta para que no pasara, por cada minuto de silencio con la oreja pegada a la espera de que sus voces se apagaran en los cuartos adyacentes. Ya está, Aniol había ganado. Nohlem resopló, se apoyó en la pared ligeramente inclinado para dejar claro que estaba ahí para él, anclado, y colocó la mano de nuevo sobre su cabecita de pelo oscuro.
—Tú ya eres mágico, Aniol. El más mágico de todos —su voz sonaba cansada, pero al menos había un intento de maquillarlo. Recuperó la mano, reposándola “casualmente” en el borde del pantalón como la otra. Lo cierto es que estaba tenso como títere de exposición—. ¿Por qué lo dices? ¿No te sale un hechizo?
En tal caso debería pedirle ayuda a Räg, no a él. Casi a cualquiera menos a él.
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