Nubla

Daba igual cuántas veces lo hiciera, la sensación de cruzar el portal seguía siendo igual de desagradable. Maher sintió vértigo cuando todos sus sentidos se detuvieron y cambiaron bruscamente la información que le daban. El aire seco y rancio de Rocavarancolia fue sustituído por el olor de la lluvia y el pasto fresco. Nada más abrir los ojos se le cortó la respiración. Ni en su tierra había visto una pradera tan extensa. El paisaje no tenía nada que ver con los riscos y montañas de Libo ni con la ruina amenazante de Rocavarancolia; era todo suaves colinas y nubes algodonosas, y la suave llovizna que les caía ni siquiera resultaba molesta.

Maher se quitó la capucha para disfrutar de la lluvia. Estaba acostumbrado a la humedad y en al ciudad la echaba de menos. Se giró hacia Arcan para hacerle un comentario y al verlo llorar se tensó, incómodo. Su cultura no era especialmente brillante en términos de gestionar sentimientos de vulnerabilidad, se había hecho especialmente consciente tras mudarse. Se sintió mal por no saber cómo reaccionar, tal vez el rapiña no había elegido al compañero adecuado para su primera visita a su hogar. Aun así le puso la mano sobre el hombro en un gesto torpe de consuelo.

Las palabras disfrutar o sufrir no explicaban lo que sentía. Como las hojas de otoño el rapiña se sentía acomodado por el viento y arrastrado por este.

La mano del libense lo sacó de aquel coma y Arcan pasó a frotarse los ojos quitándose las lágrimas avergonzado.

—Perdón. Es tan solo que... —pero no llegó a acabar la frase. Era incapaz de poner todo aquello en palabras. Demasiadas cosas amontonadas como para poder expresarlas.

Respiró profundamente para intentar calmarse.

—Bienvenido a Nubla —se apuró a decir en un intento de no ser descortés tras aquel lamentable espectáculo que debía haber dado.

—La capital está algo lejos así que igual deberíamos ir volando o a saltos, pero te tendrías que dejar cargar por mí.

-No te preocupes -le dijo al rapiña, dejándole espacio. No le debía disculpas por emocionarse, era su hogar al fin y al cabo. Asintió torpemente como respuesta a su bienvenida, indicando que la aceptaba.

Lo de volar no le hacía especial gracia y lo de los saltos todavía menos. Había volado en barco mágico y era todo lo que estaba dispuesto a volar por mucha magia que hubiera de por medio.

-¿Cómo de lejos está? No me importa caminar, y podríamos buscar transporte en el pueblo más cercano.

Seguro que los lugareños estarían más que dispuestos a alquilarles un carro o lo que fuera.

—Hmmmm, diría que dos o tres horas caminando. —Miró a su alrededor fijándose en las plantas que creían a su alrededor. —Quizás tengas razón... podemos parar por el camino a desayunar o hacerlo en el pueblo.

Se llevó la mano a la cabeza para sacudirse un poco el agua. —La verdad, sigo algo nervioso por todo así que como prefieras. Pero de verdad que no me es molestia llevarte.

Tras acordar que andarían todo el camino hasta la ciudad sin pasar por los pueblos simplemente se pusieron en marcha. La pradera se extendió ante ellos paso a paso, lejos de los típicos caminos pastoriles la maleza les solía cubrir los pies y diversas plantas y flores podían llegarles hasta los hombros, en especial al rapiña, pero no solían pasar de ahí. Los arbustos ocultaban la poca madera de la pradera en su interior aunque muchos de ellos presentaban fruta. Y el nublino no solo le diferenciaba las bayas venenosas o los frutos que aún faltaban de madurar. Arcan paso gran parte del paseo nombrando las plantas o animales y sus características. Que si tantos yuhs, roedores parecidos a una especie de chinchillas mezclados con conejos, correteando a vista era que iba a aclarar, que si esa planta de aspecto espigoso era urticante pero el agua que hierves en ella calma los dolores de los músculos, que si partes los tallos más jóvenes de esa otra su sabia te sirve para desinfectar heridas, que si ese tipo específico de césped era bueno para la puesta de huevos de las aevas...

La otra gran parte dejó sus instintos cleptómanos sueltos y se dedicó a recolectar tanto frutos, como bayas, como plantas medicinales, como plantas para infusiones en una suerte de zig zag acelerado alrededor de Maher.

Arcan parecía cómodo, era lo más que el libense le había escuchado hablar de seguido nunca y además el rapiña apreciaba la atención que le dedicaba Maher a sus palabras, lo que a su vez hacía que estuviese más cómodo y hablase más.

Tras más o menos una hora y media llegaron a una zona que se hundía ligeramente del resto de la llanura entorno a un lago. Alrededor de este varios troncos de pequeña altura sostenían lo que parecían cuencos de agua entre sus ramas y generaban unas frutas azules enormes de sus flores, del tamaño similar a un coco, que al igual que las fresas se podían ver las semillas en su piel. El paisaje a su alrededor estaba bañado arbustos y mantas de flores blancas de estambres violáceos y un aroma dulce pero fresco permeaba la zona.

—Son liths —comenzó a explicar señalando a las flores al borde de la depresión— se usan para hacer un té calmante. Son útiles si tienes problemas de sueño. Y los frutos de por ahí son blalels del árbol blalea, no se cultivan porque solo dan fruta si tienen ingentes cantidades de agua en ellos así que solo se les suele ver así en lagos, ríos o si ha habido un par de meses juntos de lluvia incesante. La fruta esta repleta de jugo y se suele aprovechar para hacer licor.

Se giró para mirar a su compañero de aventuras. El tiempo había amainado y parece que tendrían un poco de respiro de la lluvia.

—¿Te parece si paramos aquí o seguimos?

Dos o tres horas de caminata no le parecían para tanto. Si la lluvia empeoraba no le quedaría más remedio que aceptar la oferta de Arcan de llevarle o buscar refugio, por suerte al poco rato de empezar dejó de llover.

Las nubes pasaban por encima perezosas, mecidas por la brisa. De vez en cuando caían chubascos cortos, de apenas unos instantes. Maher caminaba a buen paso, sin salirse del camino, con la atención dividida entre el paisaje y los devaneos del rapiña. Escuchaba todo lo que tenía que contarle, respondiendo con monosílabos o algún asentimiento de cabeza. No recordaba haberle oído hablar tanto, era gracioso en cierto modo. Lejos de molestarle, la charla le hizo más amena la caminata.
Llegaron a una hondonada tras hora y media de camino y a Maher le pareció buena idea parar. No era que no pudiese seguir andando si fuese necesario, pero estaba más desentrenado de lo que recordaba (al fin y al cabo en la ciudad como mucho se alejaba de su casa para ir a la de su hermana) y le había dado algo de hambre.

-¿Desayunamos? -propuso -Tengo queso, podríamos hacer tostadas. Salvo que vaya a llover.

Miró al cielo. Desde su punto de vista no tenía pinta, pero no podía olvidar que estaba en un mundo alienígena.

—Hmmm, —miró hacia el cielo escudriñando las nubes y como se movían— deberíamos estar a salvo un buen rato.

Miraba a su alrededor aún en busca de cosas a las que echar el guante. Poder agarrar absolutamente todo lo que quisiera sin peligro alguno, no teniendo que tener cuidado, estaba siendo una experiencia de lo más refrescante y relajante para las ansias del rapiña.

—Suena delicioso. Yo he traido unas cuantas cosas para mi familia. Podemos usar algo del chocolate y fundirlo para las bayas. Así tenemos dulce y salado.

Por fin se giró a mirarle. Aquel paseo había servido para ir calmándole aunque los nervios seguían ahí.

—Te apetece ir más cerca del lago... o aquí o... —se le notaba intranquilo por como movía las manos y se expresaba sin claridad, raro para él. Quería que Maher tuviera una buena experiencia de su mundo y como "anfitrión" le preocupaba que no fuese así.

Maher frunció el ceño.

-No vas a gastar algo preciado que traes para tu familia. Comeremos fruta.

El chocolate no era precisamente de los productos más fáciles de conseguir en la ciudad, pero era algo que no existía en muchos mundos vinculados. Le parecía absurdo malgastarlo, mucho menos cuando ellos podían conseguir más de vuelta en Rocavarancolia.

No le importaba especialmente dónde poner el hornillo. Pararon lo bastante cerca del lago como para poder acercarse a cotillear pero sin alejarse mucho del camino. El agua estaba cristalina y muy muy fría. Se podían ver algunos pececillos nadando de forma perezosa. Casi le tentaba meter la mano a ver si podía sacar uno.

Maher ayudó a buscar ramas secas o cualquier cosa que pudiera prender. De su petate sacó una hogaza de pan que cortó en rebandas, un trozo de queso y una bolsita con fruta deshidratada. Montó el hornillo, que era un aparatejo de metal ligero con un hueco en la parte inferior donde meter las brasas que lo hacían funcionar.

Tras pensárselo un segundo asintió sin rechistar a Maher. Había comida de sobra que había ido recogiendo, de echo había demasiada... Cuando abrió su mochila se dio cuenta de lo cargado que iba. Sin darse cuenta sus instintos le habían hecho acumular una buena cantidad de todo lo que le había interesado por el camino.

Cuando decidieron donde sentarse el nublino extendió una manta impermeable por el suelo de tejido nublino y en poco tiempo montó una especie de pequeña mesa baja semicircular de piedra y cuencos moldeando una de las rocas grandes de la zona, los cuales trajo a pulso sin mucho problema. Lleno los cuencos de bayas y frutos secos que había ido recogiendo.

Le dejó con él fuego, posando algunas hierbas para té por si le apetecía hacerlo, y fue a por una  de aquellas frutas enormes de los arboles.

Los animalillos empezaron a congregarse alrededor de ambos, podría ver algunos yuhs alzar sus naricillas en dirección del pequeño campamento que se estaban montando y algunas aves pequeñas se posaron en los arbustos cercanos. La brisa arrastraba consigo el olor de las plantas y las flores. Un olor vivo y fresco muy diferente al de la ciudad.

Arcan regresó con una de esas frutas enormes azules y la posó en un cuenco más grande. Sacando su cuchillo de supervivencia de dentro de su cazadora la apuñalo por arriba y algo de jugo salió casi a presión haciendo que el aire se llenara de un aroma parecido al del melocotón. La partió en cuatro pedazos como de sandía revelando un interior anaranjado.

—Es bastante dulce, debería quedar bien con el queso. —Se sentó a su lado esperando por el fuego. — ¿Es muy diferente? Libo de esto, quiero decir.

Maher tuvo que contener las ganas de reír al ver a Arcan moldear una maldita mesa con magia. Siempre tenía que excederse con todo. En unos segundos había montado un picnic.

Se sentó en la manta con las piernas cruzadas. Metió dos rebanadas de pan con una generosa loncha de queso sobre cada una y se puso a picotear de los frutos secos y bayas que el rapiña había recogido para decidir cuáles le gustaban. No era muy fan del dulce, a diferencia de su hermana, pero probó la extraña fruta que Arcan le ofrecía.

-No está mal -reconoció.

El queso ya habia empezado a burbujear sobre el pan. Era queso libense, de su tierra, graso y cremoso y de sabor suave. Le pasó una de las tostadas a Arcan y cubrió la suya de frutos secos y bayas. Antes de poder darle el bocado el rapiña le hizo una pregunta. Maher miró alrededor: El cielo salpicado de nubes esponjosas, la hierba clara, la brisa, las colinas suaves…

-No tiene nada que ver -respondió. Le dio un bocado a su tostada y siguió hablando mientras masticaba -Libo es todo montañas. En mi zona hay praderas pero ni de coña tan extensas como hemos visto. También llueve demasiado y hace un frío horrible.

Su mundo natal no le parecía feo, pero la violencia de su población se reflejaba en el paisaje. Era algo de lo que a ratos se sentía orgulloso, y a ratos le parecía una molestia.

—Hmmm creo que me gustaría ver algo así. Además es una buena excusa para probar uno de esos abrigos mullidos.

Había estado preparándose su propia tostada con queso, frutos secos, algunas hierbas y una generosa capa de aquella fruta extraña. Abultaba bastante pero pareció casi llevarse la mitad de un solo bocado limpio mostrando sus afilados nuevos dientes por un momento. La fuerte y amplia mandíbula del rapiña hacía su exhibición masticando todo aquello con la facilidad de quien se hubiera metido solo un pequeño trozo de queso. Hizo un sonido sorprendido por el sabor.

—Umm —tragó— buen queso. —Declaró.
—Pruébalo con estas hierbas.

Con el crepitar de la hoguera y el mecer de la brisa siguió comiendo mientras miraba de reojo al libense, hasta que por fin se decidió por soltarlo.

—Ey... gracias por venir aquí conmigo. De verdad. Ya has hecho mucho dándome trabajo y enseñándome y ahora esto... Gracias.

Maher fue más comedido al preparar su tostada, pues él no tenía la mandíbula del rapiña. Mezcló el queso con las hierbas como Arcan le había recomendado y comió la fruta aparte. Estaba increíblemente jugosa y el zumo se le derramaba por las comisuras de los labios.

-¡Está buenísima! -exclamó sorprendido. Sabía dulce pero no empalagoso, algo que agradecía. El queso y las hierbas también fueron una buena combinación. Tenía que acordarse de llevarle a su hermana, aunque probablemente ya las conocería.

Siguieron comiendo en silencio. No tenían prisa, aunque tampoco les convenía demorarse mucho y perder horas de luz. ¿Anochecería pronto en Nubla? No tenía ni idea.

Iba a preguntarle a Arcan y así saciar su curiosidad cuando este volvió con sus agradecimientos sin sentido. Maher suspiró, en parte porque seguía sin saber cómo responder a ese tipo de cosas.

-No es como si yo no sacase nada de todo esto. He venido a aprender técnicas nuevas y a ver mundo y no podría hacerlo sin que tú me sirvieses de guía. Y no te habría dado el trabajo si no sirvieses para ello, yo no voy gastando mi tiempo en la gente por las buenas, necesitaba un aprendiz porque no podía hacerlo todo yo y busqué a alguien. Punto.

Tal vez había sonado algo brusco, pero no había dicho ninguna mentira. Maher no hacía las cosas por lástima o por quedar bien y no creía que estuviera haciendo nada del otro mundo. De hecho Arcan, en su opinión, había hecho más al llevar a un casi desconocido a reencontrarse con su familia. A riesgo de arrepentirse, se atrevió a preguntar:

-¿No habrías preferido traer a alguno de tus amigos? ¿O tal vez a tu hermano? Me dijiste que tenías uno.

Esbozó una pequeña sonrisilla de orgullo al verle disfrutar así de la fruta. A veces era bueno tan solo dejarse llevar. En aquel mundo sin peligro con una persona que se había ganado su confianza y respeto se sentía calmado, incluso alegre.

Siguió comiendo mientras respondía, sin hacer reacciones o montar drama, con su típica cara de póker que iba asimilando toda la información que se le presentaba.

—Entiendo. —No parecía ni por asomo molesto, tan solo mostraba comprensión. —Me tomaré como halago que no me hayas despedido entonces —bromeó un poco llevándose algo de fruta a la boca.

—Mis amigos están celebrando este día, al parecer en la tierra es un día de fiesta de disfrazarse. Yo tenía que venir aquí. Quería cerrarlo todo hoy. O empezar a hacerlo al menos.

—Lo de mi hermano es más... complicado. —Pareció revolverse algo incómodo en su sitio.  —Está mejor con sus compañeros. Ya vendrá con ellos cuando quiera... —Se encogió de hombros centrando la mirada en su comida. Su tono de voz había sido más arrastrado y cansado.

Seguía con muchos sentimientos encontrados con Obel. Por una parte añoraba tan solo estar con el calmadamente y sus tonterías, pero los recuerdos de toda la cosecha le asaltaban. Especialmente el del día de la Luna y la incomodidad y el nerviosismo afloraban de nuevo para él.

—Además es refrescante traer a alguien que no ha visto el mundo. Te aporta nuevas perspectivas. Es interesante saber de los ojos de otro lo que opina de todo esto. —Extendió aquella mirada suya por las praderas y los caminos pastoriles lejanos.

Le sonaba lo de la fiesta, su hermana le había hablado de ella y cómo se lamentaba de no poder celebrarla por tener trabajo justo ese día.

-Era jelo… ¿jalogüin? -tanteó. No era bueno para los nombres -En Libo desde hace un par de años celebran la Noche de las Brujas, supongo que por influencia de la ciudad. Pero no sé si la gente se disfraza.

En su pueblo no lo celebraban. No eran muy abiertos a las tradiciones de la Capital.

La respuesta sobre su hermano fue algo extraña, aunque parecía la típica que se da cuando no se quiere hablar de algo en profundidad. Maher no insistió, lo que sea que le ocurriera a Arcan con su hermano no era asunto suyo, pero le daba algo de pena. Tal vez por su propia relación con su hermano, ahora hermana, y lo que había rezado por recuperarla durante años.

-Ahora me pica la curiosidad por saber cómo reaccionarás a Libo cuando vayamos -dijo con una media sonrisa. ¿Le gustaría su mundo? No lo tenía muy claro, ni siquiera él sabía si le gustaba su propio mundo -¿Seguimos?

Recogieron las cosas del desayuno improvisado para retomar la marcha. Tampoco les convenía demorarse demasiado.

—Jalogüin, sí. —Estaba seguro de estar en lo correcto pero a la vez que le faltaba algo. —En Nubla es una fecha muy especial. La llegada de los dioses para seleccionar a los que probaran su valía ante la Luna. Mucha gente se reúne en la capital desviándose de las rutas de pastoreo.

Ante su última palabra se levantó del suelo sin esfuerzo y se estiró tomando de nuevo aquel aire fresco y cargado de vida.

—Supongo que solo hay una forma de comprobarlo —sonrió a Maher. —Seguimos.

Tras recoger las cosas y encaminarse Arcan fue más tranquilo y menos hablador. Aunque no se resistía a hacer ciertas menciones a alguna que otra cosa por el camino. La lluvia empezó a cubrirles como era de esperar. Pero si Maher miraba al cielo podría ver como nubes negras separadas entre si dejaban pasar entre ellas líneas de luz purpúrea clara, como si estuviese andando por un bosque cuyos copas de los árboles no se tocaran. Las gotas de agua caían ligeras pero constantes.

Llegaron a una especie de pequeño acantilado y cuando se acercaron al borde otra explanada más baja se abrió a sus pies, esta vez con muchos más caminos que se unían en lo que coronaba aquel paisaje. Varanublia, la capital Nublina  marcaba un cambio radical en el paisaje, en cierto sentido era como ver una versión en miniatura de Rocavarancolia, con la diferencia de estar en perfecto estado y distar enormemente de ser la ruina moribunda que quedaba detrás del portal. Se podían distinguir campamentos de caravanas apostados alrededor de esta y como unas cuantas surcaban los caminos en su dirección, ninguna saliendo de esta. Ningún nublino que pasara cerca iba a perderse aquel día en la capital.

Tras bajar por un caminito cada vez se acercaron más, y cada vez el rapiña estaba más y más nervioso. Su familia siempre llegaba uno o dos días antes, debían estar por ahi... Pero sería más fácil ir a hablar con su tía para saber donde estaban exactamente.

—Vamos allí —señaló una de las esquinas de la ciudad. —Si... Agh... —suspiró. —Si no te importa quiero ir con mi familia primero. Mi tía que vive en la ciudad debería saber donde están, o quizás alguno esté por donde ella y nos guíe.  Luego te mostraré el taller.

Con el ambiente tan apacible que los había recibido Maher se había olvidado de la fecha en la que estaban visitando Nubla, y que seguramente tendrían que tratar con multitudes. Hizo una mueca, no le gustaban las multitudes, mucho menos las excesivamente entusiastas, pero era un invitado en un mundo alienígena y no podía ponerse tiquismiquis.

Cuando divisaron Varanublia, Maher fue capaz de reconocer a la imagen de qué había sido construida. Conforme se iban acercando se daba cuenta de que no le gustaba. Le faltaba algo; alma, carácter, como quisiera llamársele, aquella ciudad no lo tenía. O no lo percibió hasta que estuvieron a sus puertas, rodeados de tiendas y caravanas y la corta distancia le permitió apreciar los materiales y técnicas tradicionales, las pinturas, los detalles, todas esas pequeñas cosas que había visto en Rocavarancolia pero eran robadas de allí y no al revés. Le dieron ganas de pasearse por las calles a pesar de toda la gente. Tenía la capucha calada y salvo por sus manos pálidas no había nada en él que llamase especialmente la atención.

-Tú nos guías -respondió, disimulando la ilusión que le hacía tener la excusa perfecta para estudiar una casa tradicional Nublina. Iba a tener muchas en ese viaje.