La charla del patio (Amira y Ulmara)

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Ulmara agradeció la no insistencia sobre su propio estado de ánimo, al final todo lo que necesitaba era distraerse un poco. De hecho, la respuesta de Amira fue suficiente para que la cercana soltara una carcajada sonora y le devolivera un gesto de entendimiento, asintiendo con la cabeza.

—A nosotros nos pasa igual, estamos bastante bien considerandolo todo —en ese instante pensó en las bajas que habían sufrido en Maciel por tan solo tener al enemigo en casa.

>>Somos un grupo con mucho carácter y, aunque nos entendemos cada vez mejor, cada día es una nueva oportunidad para picarse con algo —reconoció. Le habría gustado añadir que a veces disfrutaba de los piques, pero decidió que era mejor omitirlo. Por si acaso—. El grupo que hemos venido engaña un poco, todos los que se han quedado en el torreón son humanos como tú, salvo por uno. Aunque si no supiese un poco de vosotros, algunos podríais pasar por especies diferentes. ¿Cómo puede ser que seáis tan variados físicamente? —era una pregunta retórica, aunque lo único que podía ser indicativo de ello es que Ulmara realizó una nueva pregunta—. ¿Cómo es... Kratko? ¿Kradko? Me llama mucho la atención.

De todas las especies que conocía, era la única que le habría parecido 100% extraplanar desde el principio. Probablemente la habría considerado un monstruo si no se la hubiera encontrado en un ambiente amistoso como este. Así, lo que sentía era una inmensa curiosidad.

—Es un mundo grande, supongo—Amira entendía las dudas que podían tener los aliens sobre su mundo, y no le importaba responder dudas que tuvieran, pero a esa no sabía darle mejor explicación. Los humanos apenas variaban en color de piel, de pelo… pero no tantísimo como parecía, por lo que no sabía qué explicación dar a esas variaciones.

Tampoco se iba a comer mucho la cabeza con ello. La pregunta sobre su compañera del torreón sin embargo la hizo suspirar
>>Es…no es más que una niña. No sé mucho de su especie, así que no sé si son así todos o solo es que es hiperactiva porque es una niña —desvió la mirada antes de decir lo siguiente—. No sé cómo han podido ser tan cabrones como para traer aquí a una niña.

Ya le parecían monstruos por llevar a una panda de adolescentes, pero que le hubieran hecho eso a una niña hacía que le hirviera la sangre. No era un tema agradable, por lo que decidió cambiarlo cuanto antes.
—¿Tu mundo como es?

Ulmara se conformó con la respuesta sobre la Tierra. Era parecida a otras que ya le habían dado y es que resultaba dificil hablar del propio mundo separando lo normal para uno de lo raro. Por ejemplo, en la Cercanía era raro no conocer un lejano, mientras que en la tierra era tan raro ver uno (o un fantasma) que eran pura superstición. Sonrió cuando dio a entender que la chica insecto era hiperactiva, pero la sonrisa se le torció enseguida.

—Les damos igual —dijo con un hastío evidente. Por suerte, la conversación viró a un sitio más amable. Como las cercanas eran minoría, en estos meses había tenido tiempo de sobra para entender las cosas que hacían de la Cercanía un lugar extraño para los humanos, así que pudo ir a los detalles más jugosos, como quien dice—. Lo más destacable es la niebla, no sabemos por qué ocurre, pero nuestro planeta está cubierto de niebla practicamente a todas horas; los días despejados son un fenómeno extraño. Creo que he visto más estrellas en estos últimos días que en toda mi vida allí —se rio. Rocavarancolia tenía sus pequeños momentos de luz, perdidos entre los cadáveres de niños secuestrados—. Ah, también tenemos lejanos. Bueno, vosotros los llamáis fantasmas. Allí son muy comunes. ¿Alguna vez has visto uno en la Tierra?

Se sentó en la base de la estatua y se recostó sobre una de las piernas de Silente; buen señor de piedra, mejor respaldo.

La francesa escuchó con interés las descripciones de Ulmara sobre su mundo, y asintió ante lo de las estrellas.
—Donde yo vivo tampoco se ven las estrellas. La luz artificial hace que no se vean, así que también he visto más aquí que en mi mundo. Hay otras zonas de la Tierra donde sí se ven, pero no donde yo vivía.

Esperaba que los otros humanos le hubieran explicado lo que era la luz artificial, porque ella iba a tener dificultades sino. ¿Cómo se explicaba aquello? ¿Cómo se explicaba a alguien que no conocía la tecnología humana actual cómo era y cómo funcionaba? Sin embargo, aunque lo de la niebla era interesante, lo de los lejanos lo era aun más. Parecían ser el equivalente a los fantasmas de la Tierra. Amira nunca había creído en ellos, le parecían una tontería sin fundamento científico. Pero después de ver magia (y de poder hacerla), de haber visto seres de otros mundos y de estar secuestrada en una ciudad en ruinas, empezaba a abrir sus miras de lo que era o no científicamente posible.

—La verdad es que no —no iba a comentarle sus pensamientos al respecto, por si eran ofensivos. Se quedó callada unos segundos, sin saber que decir. ¿Por qué era tan mala en aquellas situaciones?
>>Oye, ¿crees que deberíamos vandalizar la estatua del tío este antes de volver a casa? No parece que les haya importado que la de vuestro torreón lo esté —si no había repercusiones por pintarrajearla, era algo que Amira pensaba hacer.

Ulmara entendió sin problemas el tema de la luz artificial. Le resultaba extraño aún el uso de ese adjetivo para hablar de luz, porque le hacía pensar que era luz falsa de alguna forma, pero ya sabía a qué se refería y los cercanos tenían algo similar gracias a la magia.

—Una pena —reconoció, sobre las estrellas, sin saber qué más decir. De repente sentía que las echaría de menos cuando volviese a casa. Si volvía...

Guardó silencio cuando Amira le confirmó que tampoco había visto jamás a un fantasma. No sabía por qué le costaba tanto continuar con la conversación, pero el silencio tampoco la incomodaba. Se estaba bien en el patio, charlando con una persona de otro mundo como cuando compartían anécdotas en la academia sobre los pueblos de cada uno. Fue Amira la que rompió el silencio y sonsacó una carcajada sonora a la cercana.

—¡Qué menos! A esta escultura aun le falta para alcanzar la perfección —dijo con cierto aire jocoso, a la vez que se levantaba de la base para contemplarla en profundidad—. Un monóculo le iría de perlas en el ojo izquierdo.

Bromeaba, pero a su vez, ya estaba pensando en la próxima visita que le hicieran. ¿Se encontraría la estatua vandalizada? ¿Debería destrozar Ulmara la de Sendar un poco más? Apenas había intercambiado un par de frases con Amira y ella misma no sabía muy bien qué más decir, o qué temas eran terreno seguro, pero estaba deseando saber más de ella y sus compañeros en el futuro.

Se mesó un poco las plumas de su entrecejo, sin saber cómo proseguir.

No pudo evitar reírse y asentir ante lo del monóculo
—¡Por supuesto! ¡El señor Silente recibirá un monóculo nuevo antes de que me vaya de aquí!
Aunque llevaba meses conviviendo con gente de otros mundos, Amira se seguía sintiendo extraña al tratar con ellos. No sabía que temas debía o no sacar, porque no sabía si iban a ser no algo que en otros mundos existiera, o fuera a ser una burrada enorme que la haría quedar como una insensible.

Y con Ulmara no estaba siendo mejor, porque encima se le sumaba que no sabía absolutamente nada de su mundo salvo lo que le había dicho ella misma.
—Hm… —dudaba qué decir, y parecía que la cercana estaba en la misma situación. A veces deseaba que las situaciones sociales se le dieran mejor, porque igual podría sacar un tema y no quedarse sin saber qué hacer como una estúpida.

La respuesta de Amira le hizo mucha gracia y dejó a la cercana con más interés por volver en otro momento, aunque solo fuera para echarle un vistazo al jeto de piedra de la estatua y comprobar si cumplía su palabra. Sin embargo, Ulmara tampoco era muy ducha en interacciones sociales y pronto se contagió de la incomodidad. Entendía que era más difícil para Amira que para ella, porque había podido conocer a varios humanos estos meses, pero aun así era difícil sacar conversaciones que no aludieran a los secuestradores, o la ciudad, o los múltiples peligros a los que se enfrentaban. Era difícil mantener una conversación agradable sin tiznarla.

—Podemos volver a dentro, si quieres —dijo al final, con toda la honestidad de la que disponía—. La próxima vez que venga le echaré un ojo a la estatua —añadió con una sonrisa pequeña, pero que escondía cierta picardía.

No le importaba que la primera conversación fuera rara y acabara rápido. Sabía que luego habría más.