Bahía de los Naufragios

Escucho a Nia contando sus anécdotas por el camino, feliz de poder escucharla de nuevo contándome cosas despreocupadamente. Cuando me pregunta por lo que he aprendido yo me quedo trabado un momento.
-Bueno... en las clases que compartimos ya lo has visto. También estuve en supervivencia, nos arrojaron a los subterráneos de la ciudad y nos dejaron allí sin nada más que lo que llevásemos encima, para que buscásemos una salida. Había bichos de lo más asquerosos, cosas que ni siquiera sé qué son -me estremezco al recordarlo-. Nos abrimos paso como pudimos, fue todo muy rápido... Pero encontré la salida para ellos con mis poderes -añado más pagado de mí mismo. Me siento idiota pero no puedo evitar soltar mi pequeña hazaña para intentar impresionarla.

Vemos entonces los acantilados a lo lejos y los señalo contento.
-Ya casi hemos llegado. El día que estuve aquí de noche no vi la playa. Parece que fue hace un montón de tiempo, ¿verdad? -Suspiro, melancólico.
A la sombra de los acantilados se encontraba el arenal, aunque visto de cerca se notaba que era una arena muy diferente a la que estábamos acostumbrados, más brillante y blanquecina. En el agua los barcos naufragados que se veían desde los acantilados flotaban entrechocando entre ellos debido al oleaje.
-Y ahora... ¿qué? -pregunto mirando el agua con un poco de repulsa. Me acerco a ella y levito por encima del oleaje, que roza las plantas de mis pies. Me inclino y hundo un brazo, frunciendo el ceño-. Será mejor que me meta poco a poco, por si acaso -añado volviendo al arenal.

-Suena horrible...-dice acercándose a Gael, escuchando su historia.-Bueno, para que luego digan que los pequeños no servimos para nada...-
-Si...parece tan lejano...-dice Nia, su vista se pierde en el horizonte.
-Entra a la velocidad que quieras.-dice Nia sonriendo. Se sitúa sobre el agua y hace desaparecer el hechizo levitador. Nia se sumerge en el agua de un chapuzón. Al principio desaparece de la vista de Gael pero al poco emerge justo enfrente de él y le sonríe. Nia se pone donde rompe el oleaje contra la playa y se deja masajear por las olas que mecen su cabello. Cierra los ojos. De no ser por los barcos naufragados, podría parecer una playa plácida. Además esa arena era especial. Nia agarra un puñado de la arena mojada y la suelta sobre su cuerpo, solidificandose.
-Pues no se...-
Nia se pone a pensar y de pronto da un respingo y, acercandose a Gael, le coge de la camiseta y tira de ella.
-¿Porque no jugamos con la arena? Eso también lo hacéis en la Tierra ¿verdad?.

Nia me sobresalta agarrándose a mi ropa repentinamente.
-¡Claro! ¿Hacemos castillos de arena? O nos enterramos... Aunque no tenemos cubos ni nada... ¡Pero tanto da! -añado sonriendo. Siento que me he hecho algo mayor para esto pero aquí y ahora lo que quiero es disfrutar un poco de la infancia perdida. O que si no está perdida todavía, pronto lo estará. Y lo acepto.

Vuelvo hasta la arena húmeda de la orilla y levito tumbado sobre ella, arrastrándola hacia un pequeño montículo. Está fría y húmeda, tengo la impresión de que su tacto es áspero y me roza las manos como una lija. Con cuidado la apilo y la aplano, cavando un foso alrededor.
-Podría ser el torreón, si lo hago más alto y con el patio y la terraza... -Mientras hablo empiezo a apilar la arena formando un tubo todavía más estrecho, y luego me río-. No, no se parece en nada. -Suspiro-. Eran otros tiempos, ¿eh? No sé qué va a ser ahora de todos nosotros... ¿Los has visto? A todos los demás. Y luego no sé qué harán con nosotros los instructores y... bueno, no sé por qué hablo de esto. Deberíamos descansar de todo eso.

Mientras hablo, una ola mayor que las demás rompe en la orilla logrando llegar al torreón de arena haciéndolo caer al llevarse por delante su base. Cuando el agua se retira solo quedan rastros del montículo y de lo que fue el foso. El mar es como la Luna Roja, algo inevitable que se ha llevado el torreón, que era nuestra anterior forma de ser, nuestra vida. Nos parecía que todo había dado un giro brusco cuando nos trajeron aquí, pero el verdadero cambio aún estaba por llegar. Levanto la cabeza y miro a Nia, tratando de apartar esos pensamientos sombríos. Le sonrío ampliamente mientras una mano se escabulle hacia la arena mojada. Posiblemente muera por esto. Agarro un puñado de arena y vuelvo a la posición vertical.
-Nia... dime una cosa... -empiezo. Cuando centra su atención en mi cara, saco la mano de mi espalda y le lanzo la bola de arena tratando de apuntar a su pecho. La bola se desvía y le da en un brazo pero aún así empiezo a reírme y me escabullo hacia el arenal.

Nia ladeo la cabeza.
-¿Castillos?-pero pronto comprendió al ver como Gael intentaba recrear el torreón.
-No, no. Lo que importa es la intención.-le dice Nia sonriendo.
Ella, por su parte intentaba escarbar tan profundo como podía, haciéndose pequeños cortes con la afilada arena que se regeneraban al instante. Pronto tenia una pila de arena y un pozo lo suficientemente grande que cabía ella entera. Nia se secó el sudor y se introdujo en el agua mientras apilaba la arena, formando columnas, sin saber muy bien porque. Parecía tan solo ayer cuando iba con su hermano a jugar en la playa. Gael le llamó la atención. Inocentemente, Nia se giró para ver que quería, y con algo de ilusión pensó que finalmente se había acordado de aquello. En respuesta recibió un bolazo de arena en el brazo. Gael río. Nia se quedó vacilante y después hizo un puchero. Algo enfadada se introdujo completamente en su pozo. Gael, preocupado porque se lo hubiera tomado mal se acercó a ver que le pasaba, al instante, Nia salio del pozo, con cargando unas bolas de arena entre los brazos y lanzandoselas con los tentáculos del pelo.
-¡Esto es la guerra!-dijo mientras reía. La mayoría no dieron en el blanco pero no importaba, la política de Nia con respecto a las bolas de arena era cuantas más, mejor.
Así estaba bien, aunque el no se acordara, aunque no le contestara nunca, ella se sentiría feliz mientras él estuviera a su lado.

-¿Guerra, eh? ¡Ahora verás! -Me abalanzo hacia la arena cogiendo dos puñados más y se los lanzo sin mirar demasiado, listo para coger dos puñados más. Me acerco a ella para poder apuntar mejor. Lanzo el primero a unos dos metros de ella y le impacta en el pecho, y el segundo, ya a su lado, se lo estampo en la coronilla, con una enorme sonrisa por sentirme ganador.
-¡Toma esa! -exclamo mientras desciendo un poco. Sin contar con eso Nia me lanza una nueva bola que me da en la cara. Mantengo la boca y los labios cerrados para que no me entre arena e inconscientemente me tiro al agua para quitarme la arena de encima. Pero cuando me sumerjo ni siquiera noto el alivio de quitarme la arena. El agua está congelada, tan terrilemente fría que salgo a la superficie chillando y nado hasta la orilla. Se han apagado toddas las llamas azules y la ropa empapada parece que tortura mi piel. Me siento indefenso y frágil, y levito con mayor dificultad.
-¡Agh! ¡Mierda! -exclamo ya sentado en la arena mientras me aparto el pelo mojado de la cara-. Mierda mierda mierda -murmuro. Cuando abro por fin los ojos veo a Nia todavía en el agua, todavía mirándome. No debería ponerme así, tal vez se sietna culpable y no... -No me hagas caso, ha sido culpa mía -trato de sonreír para quitar hierro al asunto-. Bueno, ahora que ya estoy mojado tal vez podría... Tengo la piel tan fría que ya da igual.

Me acerco a la orilla y sitiendo cómo las olas rompen en mis pies me meto poco a poco. Es un esfuerzo titánico, pero espero que valga la pena, siempre me ha gustado mucho nadar y me entristece si no me atrevo a volver a hacerlo nunca. Cuando el agua me llega a la cintura me quedo parado.
-¿A... así está... b... bien? -pregunto mientras me castañean los dientes.

La guerra se recrudece mientras que Gael lanza otra ráfaga que impacta a Nia en el pecho y otra en la coronilla. No le gustaba que le llenasen el pelo de arena asi que el siguiente tiró dio directamente en la cara. Gael fue corriendo a quitarse la arena de la cara. Ninguno de los dos se dio cuenta del error que estaba cometiendo el chico hasta que fue demasiado tarde. El chico protestó y se revolvió, lo estaba pasando mal y Nia lo notaba.
-No tienes que esforzarte tanto...-dijo, mientras su voz desaparecía en su garganta. El chico, obstinado, se siguió introduciendo en el agua, tiritando.
Nia chasqueo la lengua y se metió en el agua, tras él. Cuando le alcanzó, le cogió por los hombros y choco su frente levemente contra la suya.
-¡Cabezón! ¡Qué eres un cabezón de cuidado!-
Y tras decir eso, Nia se abrazó al chico, intentando darle calor.
-Si tan obstinado estas en quedarte dentro, por lo menos voy a hacer que pienses en otra cosa...-dijo Nia antes de tomar aire y concentrarse para recitar el hechizo que congregaba a los peces. Tras la leve salmodia, un banco de peces considerable nadaban en círculos entorno a los pequeños, algunos saltando de vez en cuando del agua. Nia sonrió.
-Mira, ¿ves este verde? Este sabe bien, pero ere de los ojos blancos no, muy correoso, este es uno curioso, tiene huevitos dentro y...¿te estoy aburriendo?-preguntó la chica cuando se centró en los ojos del chico, compartiendo la mirada.

Nia se acerca a mí mientras tirito bajo el agua y para mi sorpresa me da un cabezazo.
-¡Au! -exclamo exagerando mientras me llevo la mano a la frente. Pero Nia se adelanta y me abraza de pronto. Me quedo perplejo mientras se me suben los colores. Es un poco más reconfortante estar así en el agua. Apoyo mi cabeza sobre su pelo sin saber qué decir y la escucho mientras habla, ¿qué es lo que va a hacer? Entonces empieza a entonar algo que parece un hechizo, uno que no me sonaba en absoluto. Pronto un montón de peces empiezan a congregarse alrededor de nosotros. Abro la boca asombrado y los observo. Son de tipos muy diversos, algunos incluso saltan fuera del agua.
-¡Qué bonito! -exclamo maravillado. Escucho las explicaciones que me da Nia de las diferentes especies. Desde luego sabe mucho del mundo marino-. ¿Cómo vas a aburrirme? No digas tonterías. Eres como una enciclopedia -añado riendo, mientras le paso el brazo por los hombros y le doy un breve apretón contra mí, haciendo entrechocar nuestras cabezas sin apenas fuerza-. Toma el cabezazo que te debía -digo riendo. Después me separo de ella con desgana-. Creo que debería salir del agua, está demasiado fría.
Avanzo lentamente frenado por el agua hasta que llego a la orilla. No tengo con qué secarme así que busco algunas ramas secas en lo alto del acantilado y vuelvo a bajar con ellas. Enciendo una hoguera lanzando el hechizo sobre los palos y me arrodillo delante de ella. Me pongo a cierta distancia pero recibiendo su calor, para secarme al menos la mayor parte del agua. Escurro mi ropa como puedo y mio al cielo. Empieza a anochecer, deberíamos ir volviendo... no, Nia debería quedarse aquí, y no quiero que lo haga. Me vuelvo hacia ella y le pregunro qué va a hacer.
-Está anocheciendo... ¿qué vas a hacer? ¿te quedarás aquí? -pregunto sin conseguir ocultar mi tono de preocupación.

Nia se sonroja un poco.
-No es que sea una enciclopedia...-Gael la acerca más a él tras propinarle un "cabezazo" y ella sonríe, pero no dice nada.
El tiempo pasa, y Nia se queda mirando a los peces con la mirada perdida. Gael comenzaba a tener demasiado frío y se separa de ella, haciendo que de un rebote, saliendo de su ensimismamiento. Montó una hoguera y se comenzó a calentar.
<<Vuestros elementos chocan.>>comentó la vocecilla cruel que se hacia llamar Dama Urticaria.
Nia negó con la cabeza.
-No importa.-susurró.-Ni la naturaleza puede conmigo....-
Nia salio a la playa y se puso junto a Gael, a sentir el calor del fuego. Las llamas vuelven a hacer que se ensimisme y Gael vuelve a romper el silencio.
-Creo que volveré contigo al torreón...Aquí estoy bien, pero muy sola y, además, así me puedes enseñar todos esos hechizos que aun no domino.-dijo Nia acurrucándose contra su brazo.

-¿Volverás? -pregunto con el rostro iluminado-. ¡Genial! Será mejor que nos demos prisa, así podré secarme cuanto antes.
Me doy cuenta de que estoy tiritando todavía y necesito mis llamas ya mismo. Levito con dificultad y siento ganas de utilizar el hechizo de levitación como había hecho siempre, pero me esfuerzo en subir de nuevo el acantilado con Nia siguiéndome.
-¿Y qué hechizos quieres aprender? Hay muchísimos. Bueno, y también hay muchas otras cosas especiales que aún no conocemos, como el hechizo que has hecho en el mar... deberíamos investigar todo eso con los libros de la biblioteca. ¡Hay tanto por aprender! -El tema me emociona notablemente y no intento ocultarlo-. ¿Sabes? Creo que el libro de hechizos ya no está en el torreón, pero podemos conseguir otro mañana en la biblioteca. Pero los que me sé de memoria puedo enseñártelos. ¿Por dónde empezamos? Mmm... ¿Fuego? ¿Intangibilidad? ¿Parálisis? Eh... no sé... Tú dirás. -Le sonrío mientras seguimos avanzando hacia el torreon.

(Sigue en Letargo).

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Llego con Nia a los acantilados y juntos descendemos hasta la playa, más sombría que nunca a esta hora. El mar bate con fuerza los barcos encallados y el oleaje es bastante encrespado. Rompe con fuerza sobre la arena y repta hacia el interior de la playa como queriendo avanzar engullendo más y más arena. Miro a Nia y la invito con la mirada a que se sumerja en el agua que tanto le gusta.
-¿Cómo podemos hacer para conseguir peces? ¿Estaría mal que los atrajeras para pescarlos con aquel hechizo? -Jugueteo con las manos antes de continuar-. Y... si quieres que nade contigo necesito algún animal acuático... Creo... creo que mejor si es un mamífero, pero podríamos intentarlo. ¿Te... te apetece?

Nia avanzaba detrás de Gael. El chico se estaba preocupando mucho por ella y eso lo apreciaba desde el corazón. Nia se acercó al agua y se dejó acariciar por el oleaje. El agua salada hacia que su piel se humedeciese y eso le sentaba bien a Nia. Cuando una ola muy grande rompió Nia, aprovecho y volvió con Gael.
-Podemos sacarlos del agua...pero me parece muy cruel...-dijo rascándose el brazo izquierdo con el opuesto.-No es natural pero si es efectivo...-Nia intentó ver el lado positivo.-¿Lo intento?-
El chico se negó porque leyó completamente a Nia. Así que Nia intentó otra cosa. Se disculpó un momento con el chico y se metió en el agua. Arrinconó a un banco de peces contra la superficie y uno a uno, los fue lanzando a la playa para que Gael los recogiera uno a uno. Los peces, indefensos no podían igualar la velocidad y ferocidad de su cazadora asi que pronto una pila de peces reposaba en la playa. Nia volvió con Gael, habiendo saciado su instinto cazador y su tripa le rugió.
-¿comemos?-preguntó.

Nia se metió en el mar y me quedé sencillamente mirándola, hasta que volvió y me dijo que podríamos intentar pescar con el hechizo. Pero dijo que le parecía cruel, y en su mirada se notaba. Para mí solo son pescados, pero entiendo su forma de verlo, como ser acuático. Niego con la cabeza.
-No, será mejor que no lo hagamos así.
Nia entonces se disculpa, parece que va a poner en práctica un plan alternativo. Claro, había olvidado que ella era una pescadora muy hábil por sí misma. Acaba por traer una buena cantidad de pescados, y parece que cazarlos le ha abierto el apetito.
-Podemos cocinarlos con una hoguera... y llevar más al torreón congelados. Busquemos ramas y eso...
Acto seguido aparto varios peces y los congelo con el hechizo correspondiente, mientras que otros pocos los dejo aparte. Me voy a buscar entonces las ramitas, aunque asciendo por el acantilado para encontrar más. Arranco un pedazo de matojo seco que crecía entre las rocas verticales, y más arriba encuentro otros arbustos con partes secas. Me acerco a unos pinos que veo un poco más allá y recojo ramas que hago levitar junto a los matojos, para poder llenar la camiseta de hojas secas de los pinos con las que encender el fuego. Llego abajo y lo junto todo para después encender en el medio una pequeña llama que se extiende enseguida, y le tiendo a Nia un palo para asar un pez.
-Habrá que asarlos uno a uno, pero tampoco hay prisa, ¿no? -Clavo un pez por la boca en mi palo y lo pongo sobre el fuego, que espero que no se acabe demasiado pronto. Me quedo embobado mirando las llamas. Espero que aquí, protegido tras los acantilados, no llame mucho la atención.

Nia sonrió a Gael. Parece que tendrían suficiente pescado para todo el torreón. Le gustaba sentirse útil. Gael comenzó a reunir ramas y otros para hacer una hoguera. Nia, vacilante, no sabia donde buscar así que estuvo apunto de meterse en el agua para buscar alguna madera sumergida, pero recapacitó al imaginarse cuan mojada estaría. Así que buscó por la playa ramitas tiradas que servirían. Volvió con unas pocas y vio que Gael había reunido muchas más y estaba preparando la hoguera. Nia echó las ramitas al fuego y decidieron empezar a comer. Nia, hambrienta, cogió un pez y se lo llevó a la boca, dispuesta a empezar. Vio como Gael empalaba al suyo y lo acercaba a la hoguera. Nia no se había planteado porque querría la hoguera así que se sacó el pez de la boca sin terminar el mordisco, y sin que Gael se hubiera enterado y, por miedo al rechazo, imitó a Gael y lo puso al fuego. Las llamas bailaban mientras lamían ambos pescados. Nia se encontraba bastante mejor que ayer por la tarde. No quería ni imaginar lo que abría hecho si Gael no hubiera aparecido.
Nia contemplaba las llamas azules del chico distraída, pensando en todo un poco, Aquel primer día tan largo en el que se transformaron todos, lo que supuso y las palabras que le dijo a Gael en el río. De pronto se sonrojó y apartó la mirada, sonrojada, intentando no mantener contacto visual con el chico.

Comemos el pescado en silencio a la luz de las llamas. Empieza a refrescar y el viento agita todavía con más fuerza el mal. Aunque el sonido, tanto del viento como del agua es muy relajante. Cuando acabamos los pescados para esta noche miro a Nia y me doy cuenta de que está mirando para otro lado, parece algo cohibida. Aparto también la mirada y me levanto para cubrir con arena la hoguera y apagara. Es hora de irse marchando, tendremos que dejar lo de sumergirse para otro momento. No sé cómo hacer para llevar los peces congelados, así que me quito la camiseta y la anudo por las mangas y el cuello para poder usarla como un saco. La lleno con los peces y la hago levitar a mi lado.
-¡Listo! -le digo, preparado ya para volver-. Podemos volver mañana o otro día para visitar el fondo marino, ¿vale?
Le dedico una sonrisa y empiezo a ascender por el acantilado. Cuando llego arriba espero a verla aparecer para continuar guiando la marcha.
-Qué bien sienta cenar al aire libre -comento distraído.
Lo malo es que ahora tengo un poco de frío. Y la brisa va amenazando con disipar un poco mis llamas. Me gustaría llegar pronto al torreón para protegerme y ponerme otra camiseta que noo haya cogido olor a pescado. Ah, y debo acordarme de hechizarla.
Seguimos avanzando entre los edificios, atentos a cualquier movimiento en la oscuridad de la noche, siempre de camino al torreón.

(Sigue en Letargo).

Nia llegó a la playa y se reafirmó el atillo a la espalda, vacio, a la espera de poder encontrar muchos tesoros en el mar. El mar, inmenso y negro tan solo es respaldado por la luna roja que ya esta lejos en el cielo, casi imperceptible. Nia suspiró y se metio en el agua. Era agradable estar de vuelta. Anuló el hechizo de levitación y se paseó entre las algas, intentando encontrar algo que le llamara la atención. En una especie de cueva en miniatura, dos ojos vigilaban a Nia atentamente, vigilando sus movimientos. Nia los captó y todas las luces de su cuerpo se encendieron, amenzadadoramente, iluminando a aquel ser. Un ermitaño de grandes proporciones para su especie al tener el tamaño de un gato, levantó sus pinzas y las hizo cerrarse y abrirse mientras daba un rodeo por la cueva. Nia río por lo asustado que estaba el animal, que retrocedía contra el fondo de la cueva, en un intentó de alejarse de la potente luz cerúlea de Nia. Pero no tenia de que preocuparse, Nia no iba a atacarle. Tan solo había visto algo en su interior, enterrado en la arena. Nia lo sacó, delicadamente y se sorprendió con lo que era. Una concha fina y alargada, del tamaño del brazo de Nia. De pronto, su loca imaginación se la hizo ponérsela como un escudo e se imaginó a si misma, montando en un tiburón, armada como caballero, dirigiendo ejércitos. Nia se permitió delirar un poco antes de espabilarse y darse cuenta de que aquello era la realidad y no debía hacer tonterías y menos, en el mar, donde no era un campo de rosas la supervivencia. Apagó sus luces y guardó la curiosa concha en el atillo para seguir nadando, siempre, en el fondo marino, cerca de donde rompían las olas contra el rocaje.

Nia dio un respingo cuando vio a aquella mujer mitad pez. Era como ella...¿Seria como una cosechada? Pero parecía furiosa así que se detuvo e, intentando mantener la distancia, probó a trabar una conversación con ella.
-¡Hola! Me...me llamo Ni...digo, Dama Urticaria. ¿Estas furiosa conmigo? ¿Puedes entenderme?-
Nia esperaba que tuviera consciencia propia, y no como otros cosechados cuyos instintos a veces les sobrepasaban. Algo le decía a Nia que no era un cosechado, pues, aunque por ejemplo Jau fuera una bestia, tenia aun sentimientos en forma de felino. Nia tragó saliva y esperó su reacción.