Granero

-¿Qué dices, tío? La nieve y los pinos molan -dijo Rena con una sonrisa.

Miró los papeles y atendió a las explicaciones de Kin. Desde luego no era nada complicado. Entendió rápidamente lo que tenía que hacer y eso le quitó gran parte de su inseguridad.

-Buah, ¿multiplican la comida? ¡Eso es una pasada! -exclamó.

En cuanto Kin mencionó el invernadero se le iluminaron los ojos. Justo eso era lo que quería. Lo siguió intentando que no se le notara mucho lo emocionada que estaba por poder trabajar con plantas.

—Sí, aunque no tengo ni puñetera idea de cómo va el hechizo. A lo mejor se lo has escuchado decir a alguna gente por la sede, pero algunos se quejan de que la comida de allí no sabe como la fresca… y viene toda del granero —explicó. Le hacía gracia que hubiese quien no la apreciase después de haber pasado por una cosecha en condiciones lamentables, y su tono dejaba entrever que él no la encontraba tan terrible. Mucho menos siendo, como era, gratuita.

Entre tanto había empezado a andar para guiar a la ursántropa al exterior. Saliendo por la puerta trasera se llegaba al invernadero, una construcción sencilla pero con estética acorde con la del almacén, hecha de cristal y metal. Rena parecía interesada en aquella parte del granero, o al menos lo había parecido cuando lo mencionó. Si realmente era el caso, Kin envidiaba que aún tuviese interés en algo relacionado con aquellas instalaciones.

—No se parece mucho a los de Irraria, es más… anticuado —dijo abriendo la puerta. El vaho que se escapó por esta se notó incluso en el exterior. Para el raigaurum, aquella humedad era la peor parte del invernadero—. El ambiente es asfixiante hasta cuando están abiertos los respiraderos. Tampoco hay máquinas, se hace todo a mano. ¿Alguna vez has plantado hortalizas? ¿Aunque fuese durante la criba? —preguntó, más por sacar conversación que porque fuese algún problema una respuesta negativa. Entre tanto se acercaría a coger un par de cestas para recolectar la cosecha del día.

-Yo la verdad es que no me quejo. Desde que me transformé como por siete y casi me alivia saber que tienen el hechizo ese -comentó con una pequeña risa.

No es que le preocupase especialmente que la ciudad se arruinase por tener que alimentar a gente como ella, pero prefería que nadie tuviese que pasar hambre por su causa.

Cuando vio el invernadero se le iluminaron los ojos. Cierto que era anticuado, como todo en la ciudad, pero era verde y brillante y le gustaba. Kin abrió la puerta y Rena arrugó el morro por la humedad, pero aun así entró y empezó a cotillear las plantas y las etiquetas que las identificaban.

-¿Yo? ¿Plantar? Que va -dijo – Teníamos un huerto en el torreón pero mis compañeros sabían más de eso que yo. Y antes de venir aquí tampoco es que hubiera visto muchas plantas. -se paró ante un limonero y cambió el hocico para olisquear mejor la fruta -Pero yo que sé, le he cogido el gustillo al olor de las plantas y la tierra mojada.

Se había imaginado la respuesta de Rena en lo que respectaba a Irraria. Existían algunas plantas muy adaptadas a vivir con poca luz, que eran las que tenía la gente en sus casas, de tener alguna para decorar, y eso solía ser todo lo que uno se podía permitir.
—Al menos podíais hacer algo útil para pasar el tiempo durante la cosecha, en Maciel solo teníamos piedras en el patio —comentó con una sonrisa. Durante su propia criba, cuando visitaban a los letarguinos, siempre sentía cierta envidia de su patio y las enredaderas—. A mí me pasa igual, en general con todo lo de la superficie. No querría volver a vivir enterrado ni de coña —añadió, refiriéndose a su comentario de apreciar los olores de la tierra y las plantas.

Al ir a llevarle una cesta a Rena fue cuando se dio cuenta de que había olisqueado el árbol con su hocico de oso, y le hizo gracia. No se había dado cuenta de que sus sentidos agudizados también debían de jugar un papel en todo aquello.
—Tiene que ser conveniente poder cambiar de forma como quieras, ¿no? —Al menos ella podría moverse libremente por Irraria sin ayuda, si quería—. Toma —dijo, dándole la cesta—, puedes juntar todo lo que recojas mientras unas cosas no machaquen a otras. Hay que recoger toda la fruta y verdura madura de esta sección. —Mientras hablaba señaló el perímetro al que se refería—. Esta es la zona de recolección y la otra donde se plantan los experimentos. Ahí no hace falta recoger nada.

-Nah, sólo puedo cambiar a bicho peludo gigante con garras -respondió. -Mi colega Rox sí que puede convertirse en cualquier cosa. Aunque no me quejo, lo mío es mucho más fácil de controlar.

El complejo de Rena con respecto a su transformación se iba disipando. Se había dado cuenta de un elemento único de los licántropos: el instinto animal. La forma en la que veía y vivía el mundo cuando estaba en forma osuna era algo realmente especial y le había ofrecido una perspectiva completamente distinta de todo lo que le rodeaba. En cierto modo había hecho el cambio más llevadero.

-¿Cómo sé qué frutas están maduras? -preguntó al coger la cesta, sintiéndose un poco torpe -¿Hay un gráfico o algo? La mitad de las plantas de aquí no sé ni qué coño son.

Podía deducirlo con algunas, las que conocía de la despensa de la Sede, o recurriendo al viejo truco de ‘esta es más grande y tiene un color distinto’ pero prefería no arriesgarse a cagarla en su primer día.

—Puede que tu amigo te gane en versatilidad, pero seguro que tus garras tienen más consistencia —le respondió, con humor. Él solo le veía un problema a las transformaciones de animorfo, y era no poder utilizar magia. Aquello, obviamente, no pensaba mencionarlo.

Al escuchar el dilema de Rena con la madurez de la cosecha se dio cuenta de que probablemente en su grupo solían cocinar otros, y así era difícil conocer los puntos de madurez de la mitad de aquellas hortalizas alien. Él había estado igual antes de entrar a trabajar al granero, y eso que se conocía bien las verduras irrenses y había empezado a cocinar más a menudo.
—No han hecho explicaciones de eso, solo de cómo se organiza el invernadero. —Señaló hacia el sitio del que había sacado las cestas, donde también había un pequeño manual, por si quería echarle un vistazo—. Pero no te preocupes, se pilla enseguida. Para eso te dijeron que vinieses conmigo. Yo estaba igual e primer día, y me pusieron a trabajar con otro que llevaba aquí más tiempo.

Tras decir aquello se acercó al limonero y empezó a buscar fruta madura en el árbol. La mayoría de limones no lo estaban. El invernadero producía muy pocas cosas de cada tipo al día, pero como se multiplicaban era más importante la variedad que la cantidad.
—Puedes empezar fijándote en las que recojo yo, y si dudas, pregunta. ¿Tu olfato te podría ayudar a diferenciarlas, verdad? —preguntó, pensando en el hocico de oso que Rena había usado hacía un momento.

-Pues no se me había ocurrido comprobarlo -dijo pensativa. Una competición de garras con Rox sonaba divertido, se lo propondría cuando volviera a la Sede.

Rena asintió a las indicaciones de Kin. La verdad es que aprender directamente de un veterano parecía muchísimo más práctico que leerse un aburrido manual y podía avanzar trabajo mientras aprendía. Se puso en el mismo árbol que el raigaurum, fijándose bien en el color y tamaño de las frutas que cogía. Cuando mencionó su olfato Rena olisqueó la que tenía en la mano. Nunca se había fijado, pero había un matiz que recordaba en otras frutas que había comido en la Sede.

-Pues oye…

Fue a un árbol distinto y le preguntó a Kin qué fruta veía madura para cogerla, y comparó el olor con la otra. Se echó a reír.

-¡Hostia puta es verdad!

El olor de la fruta y la verdura influía en cuáles cogía para comerse o cocinar en el día a día, pero no había caído en que su olfato le estaba diciendo el estado de estas. Se sintió un poco idiota, aunque también le hizo ilusión el descubrimiento.

Parecía que Rena sí que tenía una ventaja innata en su hocico para distinguir la madurez de la fruta. A él las que en el punto justo eran de color verde le habían costado mucho al principio.
—Tienes suerte. Al final lo vas a tener dominado en menos tiempo que el resto —comentó con una media sonrisa al verla reír.
Y a medida que avanzaron en la recogida Rena demostró la efectividad de su olfato. Kin siguió dándole indicaciones cada vez que cambiaban de planta y poco a poco la cantidad recogida fue aumentando.

Cuando hubieron terminado de recolectar había varias cestas en el suelo llenas de fruta y verdura variada.
—Ahora viene la parte más coñazo: llevar todo esto al almacén donde estuvimos antes y recoger lo que han multiplicado hoy allí para clasificarlo y contarlo. —Kin resopló con cansancio mientras se estiraba. Recoger verdura no era lo más agradable para la espalda. Al menos llegar a aquella parte de la jornada quería decir que ya no quedaba tanto para poder marcharse—. ¿Ya te has aburrido al primer día o tienes alguna esperanza de que trabajar aquí no sea tan horrible? —preguntó con una sonrisa irónica, mientras se colgaba varias cestas de los brazos.

Gracias a las indicaciones de Kin la recolección se le hizo rápida y amena, y el haber descubierto que su olfato iba a serle de utilidad en su trabajo le hizo sentirse secretamente orgullosa de sí misma. Cuando acabaron hizo un par de estiramientos. Se encontraba bien, no se había cansado mucho, quizás gracias a los entrenamientos con Zarpa.

-Que va, no ha sido horrible para nada -respondió, recogiendo también varias cestas. -Ha estado bien.

Como Kin había dicho, la siguiente tarea fue un soberano coñazo. No se requería más que manos y cuatro neuronas funcionales para realizarla, y aun así no era posible hacerla y charlar mientras pues podía perder el hilo del recuento. Ren no tuvo más remedio que concentrarse completamente en lo que estaba haciendo, y cuando terminó estaba mucho más cansada que después de haber estado inclinada recogiendo fruta.

-No mentías -dijo cuando por fin acabaron todo y entregaron el inventario al encargado -Joder, que pesadilla, menos mal que no ha sido muy largo.

Con todo, la jornada seguía siendo mucho menos desagradable que su trabajo en Irraria, así que no podía quejarse. Podía ser un trabajo tedioso, pero igual la idea de hacerlo a diario no se le hacía tan cuesta arriba. Acababa de salir de una criba, un poco de monotonía no le haría mal.

-Oye, ¿te apetece que vayamos a tomarnos algo? -le propuso a Kin, casi por inercia -Me has ayudado un montón, y ya se que era tu trabajo y esa mierda pero yo que sé.

Tampoco tenía dinero para invitarle a nada, pero podía hacer un batido y unas tortillas en la Sede.

La predisposición al trabajo de Rena continuó, hasta que, como había previsto, la tarea de clasificar y contar consiguió mellarla un poco. «Y solo es el primer día» se recordó el raigaurum.
—Cuando el trabajo se vuelve mecánico las horas empiezan a pasar como si estuvieses de retiro espiritual, o algo así —le respondió cuando hubieron entregado las cajas clasificadas al encargado—. Pero uno en el que puedes cagarla y está malamente remunerado.

Rena entones le propuso ir a tomar algo y, si bien no se lo esperaba, no le pareció mala idea en absoluto. ¿Cuánto tiempo hacía que no salía a tomar algo por ahí? La mayor parte de sus amigos estaban bastante ocupados y aún coincidía menos con ellos desde que trabajaba. Rena, por otra parte, además de agradable era irrense. De entrada tenían suficiente en común como para seguir conversando de cualquier cosa que no tuviese que ver con el dichoso granero.
—Claro, ¿por qué no? ¿Te apetece ir a la taberna? Keiria debe de estar trabajando ahora, a lo mejor nos sirve los vasos un poco más llenos —bromeó. No se había parado a pensar en las deudas de la ursántropa, pero planeaba pagar él la ronda en cualquier caso. Resultaba de recibo en su primer día de trabajo.

A Rena se le escapó una risa que sonó más a un resoplido con el comentario de Kin sobre el retiro espiritual. La verdad es que la tentación de quedarse empanada pensando en el sentido del universo mientras clasificaba tomates era demasiado fuerte.

El chico aceptó su invitación, aunque no como esperaba.

-Pues suena cojonudo y me encantaría pero la verdad es que no tengo un puñetero duro -dijo rascándose la nuca, incómoda.

Tan pronto escuchó la respuesta de Rena el raigaurum se dio cuenta de que tal vez había metido un poco la pata. La incomodidad de la ursántropa le había hecho dudar si decía en serio que le pareciese un buen plan. Pensaba en sí mismo cuando acababa de transformarse y recordaba la suspicacia con la que habría recibido cualquier propina de los veteranos. Al fin y al cabo, aunque le resultase fácil hablar con Rena por ser irrense, él seguía siendo uno de los que había estado de brazos cruzados durante su criba.
—Si no te importa, había pensado en invitar yo, por eso de que era tu primer día —respondió, con cierta cautela—. Pero si tenías en mente otra cosa, me adapto —añadió, quitándole importancia a la sugerencia de la taberna. Al fin y al cabo lo había dicho porque era el primer lugar que se le venía a la cabeza para tomar algo.

Rena se quedó descolocada con la respuesta de Kin. Durante unos instantes tuvo una expresión de sorpresa bastante cómica, hasta que por fin se recompuso. Se sonrojó ligeramente.

-No sé… me sabe mal…

La situación era perfectamente razonable; Kin era veterano y ya tenía un sueldo fijo y ella acababa de empezar y tenía deudas, era normal que se ofreciera a pagar las bebidas, pero Rena no las tenía todas consigo y habría preferido el terreno neutral de gorronearle al Consejo. Dudó unos segundos interminables, pero finalmente llegó a la conclusión que de todos los veteranos de los que podía aceptar una invitación, Kin era la opción más fiable.

-Qué cojones, vamos -respondió por fin, sonriendo con la esperanza de quitarle también las dudas al otro irrense -Tenía curiosidad por la taberna y quiero conocer a esa amiga tuya que llena las jarras de más. ¡Pero a la próxima invito yo!

Rena recogió sus cosas, ficharon para salir y salieron juntos del granero a paso tranquilo. Al final, a pesar de  los momentos puntuales de aburrimiento, había sido un buen primer día.

Aquel día iba de especial buen humor a trabajar, pues coincidía con Rena por primera vez desde que había empezado. Le gustaría que fuese así siempre, pero el granero no tenía unos horarios fijos e iban a trabajar bajo demanda. Iba tarareando una cancioncilla en compañía de la irrense, tratando de no avanzar demasiado por delante de ella en un arrebato de hiperactividad.
—Yo creo que hoy ya se pueden recoger las patatas —le decía mientras entraban al edificio—. Eso quiere decir que pronto las tendremos en el refugio. ¡Me encantan las patatas! Le voy a pedir a Neil que haga muchas patatas al horno, podemos buscar entre todos una receta muy rica.
Detuvo su monólogo tuberculero al darse cuenta de que estaba por allí alguien conocido: el irrense amigo del jefe de Milo.
>>¡Hola! —Le saludó con efusividad mientras se esforzaba por recordar su nombre.

Rena también estaba contenta de coincidir con Adru en el turno. No tenía muy claro si la presencia hiperactiva del gamusino hacía que acabase más o menos cansada al final del día pero desde luego las jornadas nunca se le hacían tediosas ni aburridas gracias a ella. Además ese día también trabajaba Kin y Rena tenía ganas de presentárselo debidamente. Con suerte podrían ir los tres a tomar algo a la taberna después.

-Buah, las patatas son lo mejor -coincidió -Sí, podríamos asarlas y rellenarlas de cosas. ¡O freírlas! ¿Las has probado fritas? ¿Con chocolate? Es lo mejor del mundo.

No recordaba cómo había llegado a hacer ese experimento (posiblemente por culpa de Rox) pero había sido un rotundo acierto.

-¡Hola, Kin! -saludó cuando vio al raigaurum en la entrada del granero. -¿Te acuerdas de Adru? Es de mi grupo. También está trabajando aquí -Luego, en voz más baja, se dirigió al gamusino: -Kin es super majo, me ayudó un montón en mi primer día.

El raigaurum tampoco llevaba mucho tiempo en el granero cuando vio llegar a Rena y a su amiga, el terremoto sinhadre. Rara vez tenían claro con quiénes iba a coincidir cada día, pero ver caras conocidas siempre era bienvenido. Le devolvió el saludo al gamusino y a Rena con la mano y se acercó a la entrada para que no tuviesen que alzar la voz para hablarle.
—¡Hola! Claro que me acuerdo, ningún otro habitante de la sede va dejando imágenes de sí mismo atrás —comentó sonriéndole a la sinhadre tras la presentación de Rena, aunque lo cierto era que no acababa de rescatar su nombre de la memoria hasta que la ursántropa lo había dicho.
»No hace mucho que has empezado, ¿no? Es la primera vez que coincidimos —preguntó dirigiéndose a Adru, y luego miró también a Rena—. ¿Os toca invernadero también? Yo iba ahora para allá.

Sonrió y se rascó la nuca ante el comentario del irrense cuando la ursántropo les presentó de nuevo. Kin, vale, no se olvidaría esta vez… Esperaba. Era un nombre corto al menos.
—¡Ese soy yo, sí! Empecé hace poco, ¡es la primera vez que coincido con Rena también! —confirmó su duda—. ¡Sí, vamos a recoger todas esas patatas! —respondió a la pregunta del invernadero—. Ya se me hace la boca agua de tanto hablar de recetas con patatas. Deberíamos hacer una fiesta con distintos platos que lleven patatas. Se lo tengo que decir a Neil.
Riéndose, siguió al irrense hacia el invernadero, con ganas de empezar a recoger los tubérculos.
>>Oye, Kin. ¿Cuánto tiempo llevas tú en la ciudad? ¿Trabajas aquí desde que te transformaste?