Felicidad al horno

Recuerdo del primer mensaje :

Hacia media mañana, cuando casi todo el mundo andaba desperdigado por el torreón haciendo sus cosas, Qwara se dirigió a la cocina silbando por lo bajo con una media sonrisa pintada en el rostro. Nada más levantarse había dejado preparado un cubo de agua fresca y varios ingredientes que había ido apartando de las cestas a lo largo de los días, cantidades menores que no habían afectado en nada a la dieta del grupo pero que ahora eran suficientes como para preparar el plato del que tenía antojo desde hacía semanas para todo el torreón.

Una vez entre fogones la humana se recogió el pelo, se lavó las manos y empezó a trabajar. Puso a calentar una cacerola con el agua del pozo, pretendiendo solo darle un golpe de calor para que quedara tibia, dejó un poco de mantequilla en un vaso junto al fuego para que se fuera derritiendo y mientras tanto empezó a tamizar harina en un cuenco grande.

En su cabeza podía oír a su padre diciéndole lo prioritario que era usar aceite de oliva y levadura fresca, pero la verdad era que en aquel sentido estaba atada de manos. Dado que lo de salir a comprar a una tienda de alimentación en su situación actual quedaba descartado por completo era importante saber improvisar, se decía la sudafricana, y aunque no quedara igual lo importante era la intención.
—Seguro que estará algo más crujiente de lo habitual… —murmuró en voz alta mientras calculaba medidas a ojo, no muy pendiente de si había alguien cerca o no.

Iemai quería reírse con la broma de Ulmara, pero mencionar a sus secuestradores siempre lograba amargarle el humor. Se forzó a sonreírle e hizo un gesto de añoranza cuando mencionó la empanada de grillos. Si sus compañeros de torreón aceptasen mejor la comida con insectos ya habría sugerido hacía tiempo que preparasen algo de ese estilo con los grillos que venían a veces en los tarros.
—Mejor no lo digas muy alto o atraerás a alguno de los otros para que venga a hacer gestos de disgusto —comentó a la otra cercana, creyendo que aquello no asustaba a Qwara en concreto.

La humana procedió entonces a explicarles lo que eran aquellas pizzas, empezando por sus orígenes. Parecía un plato extremadamente común en su mundo, pero muy variado en su elaboración e ingredientes. Le resultó un poco intimidante que fuese a dejarlas opinar en cuanto a qué ingredientes echar, porque Iemai no tenía ni idea de qué quedaría bien en aquel plato.
—¿Qué lleva una margarita? ¿Lleva flores? —se sintió un poco estúpida tras preguntarlo, porque sobre el mesado no había ninguna. Lo más parecido a flores que llegaba en las cestas eran coliflores—. Perdona. Es… es que no tengo ni idea de qué le podría quedar bien, para empezar. Prefiero fiarme de ti, que eres quien sabe cocinarla. Pero cuando acabemos de doblar ropa si quieres te ayudo con lo que me digas.
No iba a ser muy útil, a decir verdad. Cortar o pelar ingredientes con la mano izquierda se le daba fatal.

A Ulmara se le escapó una carcajada sonora ante el comentario de Iemai mientras hacía los dobleces más pequeños de otra sábana, para apilarla en el montón de la ropa doblada. Los grillos permitían añadir algo de variedad a los sabores de sus comidas diarias y al principio le sorprendió que tantos de ellos los rechazasen de forma tajante.

Escuchó atenta la explicación de Qwara y esbozó una sonrisa cuando Ia otra cercana puso voz a cierta cuestión.

—Yo también me lo preguntaba —reconoció.

Cuando Iemai se ofreció a ayudar, Ulmara no pudo evitar mirar su brazo. La conocía lo bastante bien como para saber que no había forma de evitar que lo moviera (allí estaba, ayudando a doblar la ropa), así que se dijo a sí misma que aquí no era madre de nadie y sacó la última sábana del cesto. Mientras buscaba las puntas, trató de pronunciar en voz muy baja la palabra pizza, hasta que se quedó satisfecha tras un par de intentos.

—Después de esta sábana solo quedan prendas nuestras, calcetines y poco más, si quieres puedo ir acabándolo y tú le echas un cable a Qwara, que cuatro pizzas parecen mucho más trabajo que esto —ofreció, poniendo énfasis en la palabra nueva—. Yo me puedo unir en cuanto esté todo doblado.

Qwara no pudo evitar reir cuando Iemai preguntó si una pizza margarita llevaba flores, pero se apresuró a aclararlo para que la cercana no se sintiera ofendida.
—Perdona que me ría, de verdad, es que me ha pillado desprevenida —se disculpó con una sonrisa—. Con ese nombre es lógico pensar que lleva flores, pero no es el caso… este tipo de pizza solo lleva salsa de tomate, queso mozzarella y albahaca fresca. El nombre creo que se lo pusieron en honor a una reina o algo así. —explicó mientras daba por acabado el trabajo de amasado: el resultado era una más que decente bola de masa elástica y suave.

Ahora la mezcla debía reposar para que doblara su tamaño, así que la sudafricana untó un poco de mantequilla derretida en el bol que había usado antes y dejó la bola dentro cubriéndolo todo con un paño de cocina.
—Hay que preparar la salsa de tomate, así que si me quieres ayudar con eso primero por mi encantada —respondió al ofrecimeinto de Iemai mientras dejaba el bol a un lado, llenando a continuación una cazuela con abundante agua para ponerla al fuego—. Lo primero es pelar los tomates —dijo, alcanzando uno para hacerle  dos cortes poco profundos en forma de X en la base—. Tenemos que hacer con todos lo mismo. —aclaró, dejando el primero a un lado y pasando al siguiente tras tenderle un cuchillo a la cercana.

Parecía que tenían ciertos reparos para elegir los ingredientes de las pizzas, pero Qwara sabía que en cuanto vieran el proceso entenderían que no había porqué tenerlos.
—No os preocupéis por elegir ingredientes, enserio, seguro que en la Tierra hay alguna pizza con las cosas que se os puedan ocurrir —rió, dándose cuenta al mismo tiempo de que quizás estaba exagerando un poco—. Bueno, cualquier cosa que se os venga a la cabeza quizás no, que a fin de cuentas venís de otro plano —comentó sonriente, recordando que ella se referían de aquella forma a los planetas de sus compañeros de torreón—. Pero de verdad, que no os de apuro hacer alguna sugerencia, todo es hablarlo y poner ideas en común.

A Iemai no le enfadó que Qwara se riera, pero durante un momento se sintió un poco estúpida, a pesar de saber que era lógico que no conociese algo que no fuese de la Cercanía. Aquel pequeño complejo se debía a que había muchísimas cosas que ignoraba incluso de su propio mundo, y era dolorosamente consciente de ello. No había tenido una educación apropiada, para empezar.

Iemai asintió cuando Ulmara le ofreció dejarle a ella las prendas pequeñas, aunque cuando se acercó al mesado le preocupaba que le fuese a costar hacer las tareas que pudiese pedirle Qwara. Tras su explicación la cercana tomó la palabra.
—Creo que no sé lo que es la alba aca pero con esas cosas tiene pinta de ser algo rico. Bueno, tampoco sé qué tipo de queso es ese, pero todo el queso está bueno.

Qwara explicó lo que había que hacer mientras Ulmara terminaba de doblar la ropa. Eran cosas sencillas, pero cuando Iemai cogió el cuchillo para pelar los tomates prefirió hacerlo con la mano izquierda y eso hizo que todo le llevase el doble de tiempo. No acabó de entender por qué hacían un corte en forma de X a los tomates en vez de arrancarles la piel, pero siguió las instrucciones de la humana.
—¿Pueden hacerse pizzas de pescado? —preguntó cuando ella insistió en lo de las sugerencias—. ¿Qué ingredientes lleva tu pizza favorita, Qwara? ¿Las hacéis diferentes en tu país o son como las que hacen en el continente de los demás? Vuestros países estaban muy lejos, ¿no? Aunque parece que no tenéis mala relación entre continentes.
Al decir aquello miró de reojo a Ulmara. Nunca le había dicho que era originalmente iritre, aunque no tenía menor importancia, mucho menos en las circunstancias en que se encontraban. De hecho, Iemai no se consideraba generalmente de ningún lado.

La propia Ulmara dejó escapar una carcajada al descubrir el origen de la pizza margarita, le había producido una mezcla entre vergüenza y gracia, pero no le preocupaba mucho porque estaba más que acostumbrada a estos malentendidos culturales.

—Reina Margarita, qué poco impone eso —comentó. Le parecía un mal nombre para una reina.

Mientras acababa de doblar la ropa, pegó el oído para enterarse bien de las explicaciones de la africana. Igual que Iemai, ella también desconocía el resto de ingredientes mencionados a excepción del tomate, unos en parte y otros en su totalidad. Por lo de la frescura, Ulmara pensó que tal vez la albahaca fuera carne, pescado o fruta; un abanico demasiado amplio.

Al contrario que la otra cercana, Ulmara se arriesgó y le dio su opinión a Qwara.

—A mí, con lo sé hasta ahora, el cuerpo me pide algo de carne con el tomate y el queso —confesó.

La mención al plano le sacó una sonrisa de complicidad, pues aquella palabra rara vez salía de los humanos o el frivy, que se referían a los distintos planos como mundos a secas. Mientras ella doblaba las últimas prendas, Iemai hizo varias preguntas que le interesaron también a ella. Pendiente de la ropa, no captó la mirada de reojo de su compatriota y, simplemente, se quedó pensando en la suerte que había tenido ella por haber nacido en Islasanta, tanto por ser terreno neutral como por albergar la sede de la iglesia.

La carcajada de Ulmara al averiguar que el nombre de la pizza margarita hacía honor a una reina resonó con fuerza en la cocina, arrancándole una media sonrisa a la sudafricana, pero cuando la cercana expresó su opinión en voz alta y aclaró que le hacía tanta gracia la humana tampoco pudo contener un bufido divertido.
—Los europeos son un poco raros, si... —fue su única aportación al tema, encogiéndose de hombros al no tener muy claro qué más podía decir. En África los nombres y su sonoridad eran muy distintos.

Qwara estaba totalmente de acuerdo con la afirmación de Iemai sobre el queso y se lo hizo saber con un asentimiento de cabeza mientras le tendía el cuchillo.
—La albahaca es un tipo de hierba aromática que se usa mucho en la cocina italiana —respondió además—. ¿En la Cercanía usáis hierbas para cocinar? —se interesó, incapaz de evitar uno de los malos hábitos que su padre le había transmitido a lo largo de los años: una curiosidad desmedida por cualquier tema culinario del que no supiera nada en absoluto.

Con la ayuda de la cercana los tomates estuvieron listos enseguida a pesar de que la muchacha tenía que usar su mano no dominante.
—Claro que sí, hay muchos tipos de pizzas marineras, y de hecho una de mis favoritas lleva pescado —empezó a contestar a las preguntas de Iemai, entrelazando las respuestas mientras se secaba las manos con un trapo y le echaba un vistazo a la cazuela con agua—. Me costaría mucho escoger una sola, la verdad, pero la que os comentaba se hace con atún, cebolla y aceitunas negras… además de la base de tomate y mozzarella, claro —añadió con una sonrisa—. Y no, en Sudáfrica no tenemos una pizza propia, no al menos que yo sepa… es un plato bastante internacional y pocos países le han dado un toque tan personal.

En cuanto el agua empezó a hervir la morena cogió los tomates preparados y los metió en la olla, rompiendo la ebullición en el proceso, pero el líquido no tardaría mucho en volver a burbujear. Ante la última cuestión de Iemai la chica guardó silencio durante unos segundos, dándole vueltas a la misma, pero al final se decidió por una respuesta diplomática que no servía ni para arañar la superficie.
—Si, los otros y yo somos de puntos muy lejanos de nuestro propio plano, y aunque ahora no haya conflictos entre nuestros pueblos no siempre ha sido así. La historia de la humanidad es muy extensa y es mucho más sangrienta de lo que me gusta reconocer… —murmuró pensativa, empezando a contar mentalmente en cuanto la superficie del agua volvió a romperse.

Con dos minutos era suficiente y en lo que transcurrió ese tiempo la humana apartó la olla del fuego con un movimiento fluido.
—¿Qué tipo de carne te gustaría echarle? —preguntó cuando Ulmara hizo la primera sugerencia, cambiando los tomates a un recipiente con agua fresca con la ayuda de una cuchara de madera—. Lo mejor es trocearla en cachos pequeños para que se haga bien y no abulte demasiado en la pizza. —aclaró a modo de consejo, tendiendole una de las frutas a Iemai con una sonrisa en cuanto enfriaron lo suficiente y tomando otra para sí misma. Si la cercana tiraba de la piel que había empezado a levantarse imitando a la humana no tardaría en comprender para qué servían los cortes en forma de X.

Iemai descubrió que le gustaba escuchar a Qwara hablar de cocina, o de cualquier cosa que no tuviese nada que ver con problemas. Aquella era una conversación tranquila, sin más preocupaciones que las que estaban siempre en segundo plano en su mente, y ver sonreír a las otras dos hacía que el torreón se sintiese un poco como un hogar normal y corriente.

—Sí, sí que las usamos —respondió a la pregunta sobre hierbas aromáticas de Qwara, mirando a Ulmara también.

La conversación no tardaría en volverse un poco más oscura cuando Qwara comentó que los territorios de su mundo también tenían una historia llena de conflictos, algo que hizo que de nuevo mirase a Ulmara. ¿Qué podían decir? Su mundo aún estaba sumido en conflictos. Día sí y día también se investigaba la magia en ambos continentes para tratar de superar al otro. Solo Islasanta se libraba, y no era más que un nido de alimañas sin moral.

Qwara hizo el ademán de dejar atrás aquellos temas más escabrosos cuando sacó los tomates del agua, pero a Iemai no le importaba demasiado hablar de sus mundos de origen, ahora que los habían dejado atrás. Especialmente quería saber cómo se sentía Ulmara, siendo, como era, del ejército, y por eso la miró mientras hablaba.
—El lugar de donde nosotras venimos tiene dos imperios. Siempre estamos en conflicto, aún ahora. Lleva así mucho tiempo, y no creo que vaya a terminarse pronto. Es absurdo que no se pueda llegar a un acuerdo de paz.
Quizá era muy fácil decirlo desde el punto de vista de Islasanta, Iemai no conocía demasiado el mundo fuera de las islas.

Ulmara se sintió un poco tonta al escuchar que la albahaca era una especia, pero sentía que estaba entre gente con la que no pasaba nada por ser un poco tonto. La cercana sonrió, sopesando que, por supuesto, era lo que más sentido tenía ahora que lo sabía (y no antes), y asintió tras la confirmación de Iemai sobre su uso en la cercanía. De vez en cuando se distraía observando la maña con la que se movía Qwara por la cocina.

—¿Kiki era europea, verdad? —rio. No tenía nada en contra de la chica, pero era rara, eso era innegable.

La conversación se ensombreció levemente al hablar de conflictos entre países e imperios y, de forma espontánea, buscó la mirada de Iemai, que no parecía muy contenta con la situación entre los dos imperios. casi sin darse cuenta, dijo algo para excusar a la Cercanía por ningún otro motivo que el hecho de ser su plano de origen.

—Bueno, la cosa está un poco más tranquila desde hace unos años…—y volvió a sentirse tonta, esta vez en el mal sentido. <<Aramara, ¿por qué he dicho eso?>>—. Pero no os voy a mentir, en el ejército nos preparaban para lo peor. Si no es Iritria la que reavive el conflicto, será Alaia. Es inevitable —agachó la cabeza aprovechando para dar el último doblez a la última prenda y reconoció algo que se había planteado tiempo ha, antes de llegar a Rocavarancolia—.  Tuve suerte de tener que abandonar los entrenamientos militares antes de tiempo, espero que la racha aguante hasta que nos vayamos de aquí.

Luego utilizó la pregunta de la sudafricana para evadirse un poco, porque en el fondo, sabía que acababa de mentir. La enfermedad de su padre no era suerte ninguna.

—Volviendo a la pizza, ya que también vale pescado, diría que le echaría piraña de la niebla. Por soñar, vamos, porque lo que nos traen en las cestas ni los dioses sabrán de qué animal viene —dijo mientras cogía con cuidado todo lo doblado—. Voy a dejar esto arriba y me pongo con vosotras.

Ulmara no acostumbraba a correr por el torreón, pero estaba tan distraída y tan contenta con aquella conversación que dio una carrera para perderse lo más mínimo posible.

—Lo és, sin duda… —replicó con una sonrisa a la pregunta de Ulmara, consciente del motivo por el que mencionaba a la finesa en particular. No podía negarse que la muchacha era algo extraña, pues Kiki tenía una forma de pensar y de hacer las cosas muy particular, pero que tuviera algo que ver con su región de origen era claramente una broma.

La conversación tomó entonces derroteros algo sombríos sin que Qwara se lo esperara, pues aunque ella había sido la primera en mencionar el tema de las diferencias entre humanos no creía que en la Cercanía estuvieran aún peor, y sin saber muy bien que decir se limitó a escuchar a las cercanas con atención mientras pelaba los tomates.
—Hmm… —murmuró en algún momento del relato, muy consciente de las miradas que intercambiaban sus dos compañeras entre sí y de que posiblemente había mucho más tras aquella historia de lo que estaban dispuestas a contar en primera instancia.

Por suerte o por desgracia el tema dominante volvió a ser la pizza en cuanto la mayor terminó de hablar sobre su plano, dejando en el aire las posibilidad de que a su vuelta se encontrarán un conflicto armado justo antes de mencionar un pescado del que la sudafricana no sabía nada en absoluto.
—¡Ten cuidado con las escaleras! —fue lo único que se le ocurrió decir antes de que la muchacha echara a correr con la colada, intercambiando a continuación una mirada de circunstancias con Iemai por lo que acababa de suceder—. ¿Qué diablos es una piraña de niebla? —preguntó a pesar de todo con un bufido divertido, aferrándose al buen rato que estaban pasando y de los que no abundaban precisamente aquellos días.

Con los tomates pelados el siguiente paso era trocearlos en dados bien pequeños y reservarlos aparte, tarea que le encargó expresamente a su compañera mientras ella se encargaba de picar cebolla.
—No hay prisa con ello, no te preocupes si vas despacio —le aclaró con una sonrisa—. Ahora hay que pochar la cebolla hasta que empiece a soltar azúcar y eso lleva su tiempo. —explicó, poniendo una cebolla al fuego con algo de manteca de cerdo. Prefería usar aceite de oliva, pero en sus circunstancias ser tiquismiquis no era una opción.

Iemai había sacado el tema del conflicto entre los dos imperios porque quería tantear la orientación política de Ulmara. No es como si pudiese alejarse de ella si fuese la clase de persona que hacía lo que le mandasen sin plantearse nada, pero tampoco creía que su posición fuese a ser tan cerrada. Su respuesta realista le tranquilizó. Ulmara le caía bien, prefería que fuese una persona con los pies en la tierra.

Lo cierto era que hablar de conflictos armados no era de buen gusto, y quizá lo mejor era cambiar de tema, como se hizo poco después. Iemai tampoco tenía ningún problema en hablar de cosas que las distrajesen momentáneamente de dónde estaban.

Cuando Qwara preguntó qué eran las pirañas de niebla, Iemai soltó un bufido divertido y respondió mientras su compatriota no volvía a bajar.
—Una de las pocas cosas que no echo de menos de mi hogar. Aquí hay otros peligros, pero al menos no tenemos que preocuparnos por los bancos de niebla. Son peces carnívoros que nadan en la niebla —explicó finalmente—. Pueden respirar en ella cuando es muy espesa… y en nuestro mundo eso pasa demasiado a menudo. Son rápidas, y peligrosas, seguro que te haces una idea de por qué no nos gustan demasiado.
A pesar de la inquina que les tenía, Iemai no hablaba de mal humor. Aquello, al fin y al cabo, ya no parecía un problema tan grave comparado con los que tenía entre manos desde que había llegado a Rocavarancolia.

Qwara entre tanto había continuado con el siguiente paso de la receta, sin dejar de dar explicaciones. Iemai atendía, sin saber si sería capaz de recordar todos los pasos cuando hubiesen terminado.

Con todo doblado y requetedoblado, Ulmara colocó la colada con cuidado sobre su antebrazo izquierdo y la sujetó con firmeza con el derecho antes de dirigirse al piso de arriba.

—Estaré bien —contestó a la humana con tono desenfadado.

Irónicamente, se tropezó con uno de los escalones a la que subía, pero no había nadie para verla y la cercana se quedó más tranquila, o menos ridícula. No llevaba bien lo de fallar en algo tan sencillo como subir unas escaleras, aunque a veces no significaba nada más que un poco de mala suerte. Ni siquiera se planteaba en ese instante si no estaba siendo demasiado estricta consigo misma.

Segura de lo que pensaba, se limitó a guardar todo en los baúles y los armarios correspondientes y volvió a la cocina casi corriendo, habiéndose perdido un pequeño intercambio de palabras. Se acercó un poco a Iemai y Qwara y se fijó mejor que antes en todo lo que estaban preparando. El olor de los ingredientes por separado ya era apetecible, lo suficiente para que se le abriera el apetito.

—¿Puedo ayudar con algo? Se me da genial ser una cocinera mediocre —añadió, divertida, aunque quizás hiriéndose a sí misma sin saberlo.

—¿Enserio? —fue lo único capaz de preguntar cuando Iemai terminó su explicación, intentando visualizar una escena semejante sin que resultara aterradora—. La niebla en la Tierra no es tan particular como la vuestra… no se puede nadar por ella, vaya —rió con suavidad—. ¿O son las pirañas las raras? Las de mi mundo solo viven en el agua y están bien allí, no quiero pensar en cómo de perturbador sería que un banco entero viniese a comerme por el aire. —comentó con una mueca, soltando un bufido divertido al imaginárselo. En aquella ciudad todo era posible, sin embargo, y como no quería tentar a la suerte prefirió no darle más vueltas mientras se centraba en la cebolla.

Ulmara no tardó mucho regresar y tenía intención de ayudar ahora que se había encargado de la colada, pero la frase que escogió no era la más adecuada en opinión de la sudafricana.
—Cualquier plato mediocre cocinado por un cocinero mediocre tiene más valor que una excelente crítica —replicó con el ceño fruncido, citando una frase de Ratatouille sin darse cuenta—. Pero tampoco hay que menospreciarse, tía, todo el mundo puede cocinar si le pone ganas y muestra interés. —le reprendió, sacudiendo la sartén con un gesto vehemente para que la verdura se removiera de un salto en su interior.

A Qwara siempre la habían educado en la idea de que en la cocina contaba más el cariño que las habilidades, por lo que los comentarios de autodesprecio sobre el tema no le gustaban ni un pelo. Lo de prender fuego a la comida solo eran chorradas y exageraciones.
—Puedes ayudar a Iemai a picar bien los tomates —sugirió con tono más sosegado, esbozando una leve sonrisa en dirección a las cercanas—. Hasta que esto no esté pochado y la masa no haya subido no hay mucho más que hacer, la verdad…

La explicación sobre las pirañas pareció sorprender bastante a Qwara, pero ahora Iemai era capaz de entender por qué, y eso que Rocavarancolia podía albergar monstruos muchísimo más increíbles.
—No creo que sea por la niebla, aunque por lo que decís en vuestros mundos nunca llega a ser tan espesa. Son las pirañas, y no son las únicas. Por ejemplo, la gente tiende a tener tortugas flotantes de mascota. Son útiles para mantener alejadas a las pirañas. Cuando yo aún vivía en Iritria…

Los pasos de Ulmara escaleras abajo la hicieron volver la cabeza hacia ella, no sabiendo si la había llegado a escuchar cuando estaba a punto de contar que tenían una de aquellas tortugas vigilando el huerto. Ulmara había bajado ofreciéndose a ayudar y recibiendo, en consecuencia, una reprimenda amistosa por parte de Qwara.
—Hazle caso, mientras la comida no te envenene y se pueda comer no tiene nada de malo —se forzó a bromear, dirigiéndose a su compatriota. Ella misma no era una gran cocinera, pero sabía subsistir con lo que conseguían en la isla ella y su padre, lo que incluía sacarle el máximo partido a cada ingrediente.
»Si nos sobra tiempo podemos preparar algunas manzanas para asar cuando se haya sacado del horno la pidsa, ¿os apetece?

Por suerte o por desgracia para Iemai, el detalle de su procedencia se perdió en la mente de Ulmara, que andaba distraída y pensando en el manjar exótico que iban a preparar con lo poco que les concedían a través de las cestas. Mientras tanto, en el presente la cercana tan solo esbozó una leve sonrisa y asintió con la cabeza a ambas, como forma de darles la razón.

—Cierto, perdón. Ni siquiera yo tengo el poder de convertir los tomates en algo venenoso, y confío en que estará rica —les dijo, aunque parte de lo que le inspiraba confianza viniese de la labor de ellas.

Hizo caso a Qwara y se puso manos a la obra con los tomates. Intentaba hacerlo con una finura que no tenía y a veces no sabía si estaba cortando verdura o mutilándola. Fue entonces, en ese instante desafortunado, cuando lo que había escuchado volvió a su mente y frunció el ceño levemente. Había vivido siempre con la idea de que los iritres eran el enemigo, pero no podía ver un enemigo en Iemai.

—No sabía que procedías de Iritria... —dijo pensativa. Se dio cuenta de que aquello podía sonar mal y aclaró—. No pasa nada, ¿eh? Es solo que... No sé.... Es raro. Creo que en mi cabeza los iritres no teníais cara. O no sé... Pero me gusta lo de las manzanas, así aprovechamos el calor... —Intentó cambiar de tema con tanto arte como un trobador mudo.

Ulmara no sabía explicarse, pero la realidad era sencilla: era mucho más fácil odiar a los iritres mediante la deshumanización, ¿o des-cercanización? Simplemente eran el enemigo de los alaís y no gente como ellos, con sus vidas, con sus negocios, con sus problemas... Seguramente la noticia habría calado peor en ella nada más llegar, pero en ese instante, el hecho de que Iemai fuera de Iritria solo sembraba más dudas en el maremágnum mental de la cercana.

Ojalá la masa subiera más rápido.

Qwara se había quedado con ganas de saber más sobre las tortugas voladoras y plantearle a Iemai algunas cuestiones al respecto de la niebla, pero la vuelta de Ulmara había interrumpido aquel tren de pensamientos. Antes de que pudiera retomarlo, sin embargo, algo que había dicho la cercana más joven sobre sus orígenes alteró a la alaí mientras picaba tomates e hizo un comentario al respecto que enrareció un poco el ambiente. La sudafricana estaba confusa, pues no conocía sus diferencias culturales, y como no entendía el problema se centró en lo que tenía entre manos con expresión ceñuda.
—Lo de las manzanas suena bien, si… —respondió a pesar de todo, sonriendo débilmente mientras removía el contenido de la olla.

Después de aquella pobre aportación la morena no supo cómo continuar la conversación, así que calló mientras el crepitar del fuego inundaba la estancia y amortiguaba el silencio incómodo. Las cercanas necesitaban hablar, estaba claro, pero la humana no sabía si debía dejarlas solas o intentar hacer de mediadora aprovechando su imparcialidad en todo aquello.
—Hmm… —murmuró para sí, comprobando el estado de la cebolla por quinta vez en lo que llevaban de minuto.

A la masa aún le faltaba una media hora, momento para el que Qwara esperaba tener la salsa de tomate lista, pero aquella franja de tiempo se iba a hacer eterna si no se rompía el silencio de algún modo. Tardó unos instantes, pero al final la sudafricana llegó a una resolución: si ninguna de las cercanas decía nada sería ella la que abordaría el tema, pues no creía que dejar aquello enquistado fuera a traer nada bueno.

Iemai obtuvo no mucho después la confirmación de que Ulmara la había oído hablar cuando venía desde las escaleras. Aunque ya se imaginaba que no iba a pasar nada a aquellas alturas, era tranquilizador escucharlo. Además, lo siguiente que dijo la cogió por sorpresa, tanto que solo abrió los ojos y la miró durante unos instantes antes de escapársele una breve risilla. No se le había pasado por alto que Qwara había notado la incomodidad del momento y quería dejar claro que todo estaba bien.
—Perdona, no es que me haga gracia, es solo… en Islasanta hay gente de todas partes, nunca se me había ocurrido pensar que los alaís y los iritres fuesen tan diferentes. No recuerdo mucho de mi vida antes de Islasanta, ni siquiera yo le doy demasiada importancia a mis raíces.

Iemai suspiró. En realidad temía el día en que Ulmara, o cualquier otro, le preguntase cómo había acabado en Islasanta, o cómo se ganaban allí la vida ella y su padre. No sentía reparos contando la verdad a gente ajena a su mundo, pero no sabía cómo se tomaría Ulmara que echasen por tierra su visión idealizada de Islasanta.
—Ahora que estamos aquí aún tiene menos importancia de dónde seamos. Las diferencias entre planos son mucho más grandes que entre regiones, y aun así nos entendemos —añadió. Casi parecía de buen humor diciendo aquello. En realidad, aunque pretendía desviar la atención de sus compañeras, sentía que aquella era una verdad que le aliviaba. Si podía decir que Rocavarancolia tuviese algo de bueno, era precisamente cómo le abría los ojos a cualquiera para no estancarse en su pequeño mundo.

Ulmara se sentía muy incómoda, pero de alguna forma le tranquilizaba saber que no era la única en aquel momento. Por suerte, entre Qwara quitándole peso al silencio y la risa de Iemai, la cercana pudo resoplar y sonreír de alivio. Levantó la cabeza de la tabla en la que había picado los tomates y trató de mirar a Iemai a la cara. Se suponía que así era como se debían mantener las conversaciones, sin esconderse. A ella mismale gustaba verle los ojos a sus interlocutores, pues a veces decían lo que las palabras se dejaban.

—Para mí los iritres siempre fueron el enemigo —decidió explicar—. Existen multitud chistes y refranes sobre ellos y de pequeña recuerdo que me contaban historias de iritres secuestradores que se llevaban a los niños que se pasaban todo el día despiertos. Luego, cuando empecé los entrenamientos para el ejército... Os lo podéis imaginar —decidió resumir aquella parte, pues no se sentía orgullosa y escondía también uno de sus puntos débiles—. Es una pena que seamos todos el mismo nieto feo de los pájaros y vivamos de esa manera. Me da un poco de vergüenza —reconoció, primero con humor y luego con honestidad. Iemai llevaba razón, ahora sabían tanto que las discusiones cercanas quedaban... irónicamente lejos—. Va a ser raro volver, ¿verdad? —preguntó directamente a Iemai.

En ese instante, en confianza y rodeada de aromas agradables, aun le quedaba paciencia y le sobraba esperanza. Luego se giró hacia Qwara.

—¿A ti te pasa igual? —le dijo—. ¿También ha cambiado la percepción de tu propio pla... mundo?

Había decidido que quería preguntarle a Iemai por Islasanta, pero no ahora, para que Qwara no se sintiese fuera de la ecuación.