El Pegaso de Troya

Después de la charla con el dullahan que se hacía llamar Cerbero, Adam tuvo pendiente una charla con su amiga valquiria. Ya no era solo por mencionar que el descabezado se ofreció a enseñarla sino por el… misterioso pegaso de ella. ¿Acaso ese bicho y el ruso no eran lo mismo? Cerbero los confundió por completo y se pensaban que eran el mismo pegaso pero no era el caso, no lo era, ¿verdad?

Logró encontrarse con Amira para ofrecer dar una pequeña vuelta con ella, necesitaba respuestas pero ya de paso quería ponerse al día con la francesa. Ambos accedieron en ir a los Jardines de la Memoria, lugar que propuso Adam por haber ido más de una vez a por hojas y que casi siempre está abandonado. Por el camino no habló demasiado, concentrándose en no mirar demasiado ese maldito pegaso que seguía a la valquiria por todos lados. Incluso llegó a chasquear la lengua cuando el pegaso lo miraba a él, no se fiaba nada de aquel equino blanco. Para calmar las cosas mientras llegaban Adam le preguntó a Amira algunas cosas sobre ella para romper el hielo.

Una vez dentro Adam fue un poco al grano mirando ya al caballo sin miedo de una transformación accidental, parecía ser que no habitaba ni un alma hoy en los jardines.

—Esto, Amira… ¿Has visto si tu pegaso ha hecho algo raro? —conforme hablaba se acercaba más al pegaso, llegando a tocar un poco su mejilla. Estaba demasiado analítico con el animal, examinando cada movimiento a ser posible—. ¿Y si este caballo es como yo? ¿Es alguien transformado? ¿Y por qué te sigue? —Adam puso su rostro muy pegado al caballo, con cara de pocos amigos y señalándolo con el dedo—. Tú, a mi no me engañas. ¿Cómo has controlado lo de la piel para que no haga efecto? Solo quiero hablar, puedes revertir a tu otro cuerpo… O al menos dime algo con tu mente, estoy confundido contigo.

Amira podría ver que la paranoia de Adam con el pegaso era ciertamente preocupante a simple vista. No paraba de mirarlo, estando absorbido en sus pensamientos.

Por mucho que la habitación de Serpentaria se hubiera hecho más grande, compartir un espacio cerrado con un caballo era agobiante. Con algo de dinero le buscaría un establo o algo, pero para eso necesitaba más tiempo, y mientras tanto su opción era salir a la calle con el pegaso en cuanto se presentase la oportunidad. Contaba con la ventaja de que la suya no era una transformación con riesgos, como alguna de las de sus compañeros, así que salir sola era una opción. Prefería salir en compañía, por lo que cuando Adam ofreció salir a dar una vuelta no dudó en aceptar.

Caminaron hasta los jardines prácticamente en silencio, sin decir más que lo justo. Amira iba al lado de su pegaso, al que todavía no había probado a montar. Tendría que hacerlo en algún momento, pero era bastante alto y nunca lo había hecho, así que le tenía bastante respeto. Ya habría tiempo más adelante, no es que tuviera prisa por ello.
Fue cuando llegaron que Adam empezó a hacerle preguntas que le parecían raras, pero que aún así podían ser comprensibles con la confusión de que era también un pegaso.

—No. Bueno, creo que no. Nunca he tenido un caballo y menos un pegaso, pero no parece nada demasiado raro…Ni que sea como tú. No oigo su voz en mi cabeza ni nada… —ladeó la cabeza levemente, mirando al ruso y su comportamiento. En cuanto acercó la cara a la del pegaso este bufó y se alejó levemente, evitando el contacto con el ruso.
Adam parecía extremadamente paranoico, hasta límites que rozaban lo insano. Amira quería tranquilizarle, pero tampoco sabía como demostrarle a su compañero de torreón que el pegaso no era humano.

—Adam, no…no creo que sea como tú, de verdad. En los libros no viene nada que de que el pegaso de una valkyria sea como tú, solo es una montura vinculada a la persona… Ni siquiera habla conmigo, no deberías preocuparte… —la que estaba preocupada era ella, especialmente por la salud mental del ruso. Solo esperaba que aquello fuera temporal y no derivase en algo más grave, porque no esperaba que en Rocavarancolia hubiese muchos especialistas de la salud mental que pudieran ayudarle con aquella paranoia.

Ante los bufos del otro pegaso Adam alzaba el labio inferior, como si le ofendiese de algún modo. Lo que le dijo Amira acerca de la telepatía podría ser cierto pero también existía la posibilidad de que lo ocultase bien o dejase la mente en blanco 24/7.

—Yo también leí eso pero… no sé qué pensar —se apartó de la montura de Amira, mirando a la valquiria con significado—. Sinceramente estoy confundido Amira. En una sola noche un pegaso acude a ti y al mismo tiempo descubro que soy un pegaso también. Desde que me transformé no paro de pensar en ello. ¿Y si resulta que es como dices y es tu montura es un pegaso puro, un animal y ya? Entonces… ¿eso en que me convierte a mí?

Adam, mientras hablaba, se sentó donde pudo. Estaba confundido consigo mismo y quería sacar el tema con Amira, la dueña de ese animal que lo sacaba tanto de sus casillas.

—Siento haberme puesto así si te preocupé. Pensaba que si descubría que tu montura es alguien como yo se me quitarían estas fumadas mentales.

Amira puso una mano en el lomo de su pegaso, buscando transmitirle calma. Sabía que no iba a permitir que Adam se le acercase más de la cuenta, pero no quería que reaccionara de forma agresiva, así que prefería estar atenta por si acaso. Atendía a las palabras de su compañero de criba con atención, sin buscar hacer de menos sus sentimientos. Creía que Adam le estaba dando demasiadas vueltas a aquello, pero tampoco sabía si ella estuviera en el otro lado de la ecuación se estaría planeando lo mismo
—Yo…lo entiendo. Cuando me lo encontré pensé que eras tú, ¿sabes? Y luego pensé que era alguien también, pero… —se sentó a su lado, suspirando —. Tú sigues siendo tú. Adam. El que la Luna haya decidido que eres un pegaso no quiere decir que seas un animal, ni nada.

Asintió ante sus disculpas, haciendo un gesto para quitarle importancia. En verdad le seguía preocupando el estado de salud mental de Adam, viendo como se comía la cabeza con aquello.
—Estaré atenta por si hace algo raro, si te hace sentir mejor. Solo espero que no me hayan mentido los libros, y que el caballo sea de verdad uno y no alguien jugándonos una mala pasada —como respuesta, el pegaso soltó un bufido, como si se indignase ante la mera posibilidad.

Algo tenso por como se había comportado, Adam se rascó la barba de pocos días sacando una sonrisa culpable. Sabía que mosca le había picado desde un principio pero ya al menos quería sincerarse un poco con la dueña de ese pegaso tan misterioso.

—Gracias Amira, tampoco debería ponerte en duda. Al fin y al cabo tú debes ser la persona que más debe entender a este pegaso —después de cruzar una mirada de aprecio a la valquiria, el ruso se levantó y, haciéndole entender con gestos suaves que no iba a hacer nada, Adam se tomó la libertad de acariciar el cuello del caballo alado. Lo miró a los ojos con calma, intentando leer en esos ojos alguna posibilidad—. No parece algo como yo, desde luego—. Sin parar de acariciar con suavidad aquel enorme animal, Adam miró a Amira de vuelta—. Quizás solo quería saber si podría conocer a más como yo, quien sabe. Me hace ilusión en el fondo —manifestó con una curiosidad algo infantil, saber si podrían haber más como él en la ciudad lo emocionaba un poco.

Volvió a sentarse, tomando una pose más sólida y alegre. Ya pensaba un poco más en positivo sobre el caballo de la francesa. Aún tenía sus dudas por supuesto pero prefirió tomarlo con calma, decantándose por el lado de la opinión de Amira.

—Por cierto Amira, ¿cómo llevas tus cambios? ¿Todo bien? —preguntó de buena fé, en un intento por alegrar el ambiente tenso que previamente provocó con sus pensamientos intrusivos.

Asintió cuando la dio las gracias, aún nerviosa. Sonrió al ver como su amigo acariciaba al pegaso, que mantenía una actitud bastante tensa. Se notaba que no le gustaba que le tocase alguien que no fuera la propia Amira, pero más que una actitud violenta lo que en esos momentos se le notaba era incomodidad. Amira se rio suavemente, haciéndole gracia la situación.
—Normal. A mi me gustaría que me ayudan a entender qué soy exactamente. No es lo mismo lo que diga un libro que…que lo que te diga alguien que lo ha vivido.

Ladeó la cabeza ante su pregunta. Se le antojaba extraño que de todas las personas con las que habían vivido fuese para ella, que apenas había cambiado. «Si salvo las plumas no hay mucho distinto…», pensó, aunque luego recapacito.
—Es…raro. No sé. Físicamente no es mucho, pero… —se tocó las plumas rojas que le crecían en las orejas —Me es difícil controlar toda la fuerza que tengo. Ya he dado más de un portazo sin querer, no sé.
Era una tontería de cambio, sobre todo comparado con todos los que habían tenido sus amigos.
>> ¿Tú qué tal? ¿Llevas mejor los cambios de cuerpo? ¿Y lo de mandarnos tus pensamientos? —estaba incómoda siendo el foco de la conversación cuando era su amigo el que tenía cambios más difíciles, así que intentó moverlo de nuevo al pegaso.

Se le escapó una sonrisa cuando escuchó a Amira. Viendo más detenidamente, la francesa ha tenido un cambio físico notable y aunque no ha sido tan sustancial es verdad que se ha vuelto muy poderosa físicamente. Es verdad que por lo demás, en comparación al resto, no ha cambiado demasiado. Si eso las plumas que adornaban sus orejas.

Cuando recibió la pregunta, acarició sus muñecas. Remangó un poco la manga izquierda dejando respirar un poco de las plumas que poblaban su antebrazo.

—Aún se me hace raro, pero estoy mucho mejor que antes —admitió con honestidad—. Al menos puedo desear cuando quiero cambiar de cuerpo. Tengo alguna que otra transformación accidental pero nada que no pueda revertir concentrándome un poco —tomó aire en un largo suspiro—. Pero todavía tengo que mejorar la telepatía, cortar el grifo mental para no dar un patatús a nadie —eso le hizo reír un poco. Acto seguido tocó las plumas de su antebrazo descubierto—. Lo que es raro son estas plumas. En eso somos algo parecidos, ¿no? Tú en las orejas y yo en los brazos y tobillos. Tendré que buscar como cuidarlas, nunca tuve plumas en mi propio cuerpo. ¿Le pregunto a Lethe?

Eso último le hizo reír el triple. Estaba hasta curioso por ver la reacción de la horus  ante semejante pregunta. “Oye Lethe, ¿me introduces en el mundo de las plumas?”. Negó con la cabeza ligeramente por la absurdez del pensamiento.

Sonrió de manera genuina, y no tan forzada, cuando la conversación dejo de ser sobre ella misma. Aunque su ansiedad e introversión habían mejorado mucho desde que había llegado, no se sentía cómoda siendo el centro de atención, así que pudo relajarse en cuanto el pegaso empezó a contarle sobre sus cambios.
La verdad es que habían sido una putada, revelando todos sus pensamientos a los de alrededor y además atrapado en la forma de un caballo enorme sin poder volver a ser humano.
—Me alegro un montón —dijo, con genuina felicidad. Adam se merecía aprender a controlar aquello, ser capaz de vivir una vida normal. Asintió con algo más de seriedad cuando explicó lo de la telepatía, y es que aquello debía ser complicado. Controlar lo que pensabas o no, o a quién se lo decías tenía que ser prácticamente imposible. —Sí, ¿eh? No vaya a ser que le digas a alguien la contraseña del Instagram  —bromeó, sabiendo que las redes sociales eran plenamente algo del pasado en la Tierra, inútiles en Rocavarancolia.

El comentario sobre las plumas la hizo reírse en alto, sin controlarse. La verdad es que ella tampoco sabía cómo cuidarlas, pero eran muchas menos de las que tenía el pegaso y esperaba que no le dieran tantos problemas. Aunque… ¿tendría que cuidar las de su montura? Entonces estaría también jodida.
—Di que al menos tenemos a quien preguntar, ¿Te imaginas que nadie lo hubiera sabido? ¿Hubiéramos tenido que preguntarle a un desconocido? —se rió todavía más.
Seguro que Lethe les llamaría merluzos, pero al menos tenían la bastante confianza como para pedirle ayuda si de verdad la necesitaban.

Adam atendió a la respuesta de Amira, levantando las cejas cuando mencionó Instagram. Nunca llegó a usar las redes sociales tan a pecho, si eso entrando en su adolescencia usaba facebook. Era más para observar que subir contenido, recordó aquella vez que subió una en la que salían él y Mijail en el metro. El futuro pegaso en aquel entonces estaba con una botella de cerveza, con la cara colorada y su amigo a su lado con expresión preocupada pero risueña.

—Buah, Instagram que recuerdos. También tenía Facebook, ahí si que me daría vergüenza que viesen mis fotos o entrasen en mi cuenta —continuó en tono de broma, soltando una pequeña carcajada.

El ruso se levantó, estirando la espalda por haberla tenido arqueada al estar sentado.

—Pedimos en un grito de socorro ayuda por el mercado. “¡Ayuda! ¡No sé lavar plumas! ¡Que alguien me ayude!” —imitó burlesco la supuesta escena, riéndose. Tomando su espacio, se dispuso a llevar la broma más lejos, transformándose aposta en su yo pegaso. Alzó un poco sus alas y se puso de cara a Amira, mirándola con sus ojos celestes de equino—. «”Disculpe, ¿me dice cómo se lavan estas plumas de aquí?”» —puso su ala delante de su hocico, rozando el hombro de Amira con una de sus plumas. Realmente estaba sacando lo que se le pegó de Erknest y su teatralidad y ese gesto de payaseo indicaba la gran confianza que depositaba en la valquiria.

Se echó a reír con la carcajada de Adam. ¿Qué habría sido de sus redes? ¿Estarían borradas o seguirían ahí, inactivas durante tanto tiempo? La verdad es que tanto daba, tras haberlas echado muchísimo de menos durante las dos primeras semanas ya casi ni le interesaban, ni pensaba recurrentemente en ellas.

La risa no paró, incapaz de contenerla ante la escena ridículamente exagerada que representaba el pegaso. Estaba a poco de rodar por el suelo de la risa, y agradecía enormemente que la conversación hubiera tomado aquel derrotero tras haber empezado con la paranoia enorme de su amigo por la montura de la francesa. Se secó las lágrimas de los ojos a tiempo de ver a Adam convertido en caballo y sus pensamiento sonando en su cabeza. Aquello significaba mucho, pues sabía lo que conllevaba.

—Sí, mire, es que el caballo este no puede acicalarse cual pollo, ya me perdonará las molestias —siguió la broma.
Amira se rió todavía más. Le traía buenos recuerdos, de las quedadas con sus amigas en Francia haciendo el ridículo y riéndose hasta que la dolía el estómago. Rocavarancolia podía ser un lugar horrible, pero seguían siendo unos poco más que adolescentes estúpidos con sus problemas tontos (en medio de un montón de problemas mucho más serios) y que hacían el idiota para hacerse reír, y eso era todo lo que importaba.

Las reacciones de Amira eran oro puro. Adam ya relinchaba, simulando una risa aproximada con su garganta equina. Volvió a su forma humana, agarrándose la barriga con fuerza por el ataque de risa que le provocó la respuesta de la valquiria. Se imaginó a si mismo como un pollo, metiendo su hocico de caballo bajo el ala.

—Ufff, que bueno —dijo quitándose la lagrimilla provocada por la carcajada, tomando aire y suspirando. Hacía tiempo que no se reía así—. Oye Amira, perdona por cortar el rollo pero creo que se está haciendo algo tarde me da a mí —pudo ver que ya estaba anocheciendo poco a poco y que si no eran prudente les caería la noche y no sería igual de seguro—. Pero vamos, no me he reído más porque no me dan los pulmones. Gracias por darme esta conversación tan entretenida Amira, me lo he pasado genial.

Aunque fuese en un inicio por una preocupación paranoica, la conversación tuvo un giro muy, muy divertido para el pegaso.

Amira respiró hondo varias veces para calmar la risa. Le costaba, y a ves todavía se le escapaban risitas. Le empezaba a doler la tripa de tanta risa, así que agradeció que Adam se diera cuenta de que empezaba a ser tarde, o se hubiera quedado allí riéndose hasta mucho después de que anocheciera.
—No, tienes razón. Será buena idea volver.

Le silbó a su propio pegaso, que había estado distraído por ahí, para que la siguiera, y marcharon de vuelta a casa.