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Kanyum
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Ficha de cosechado
Nombre: Nohlem
Especie: Varmano granta
Habilidades: Puntería, intuición, carisma
Personajes :
Jace: Dullahan, humano americano. 1’73m (con cabeza 1’93m)
Rox: Cambiante, humano australiano/surcoreano. 1’75m
Kahlo: Aparición nocturna varmana granta. 1’62m
Nohlem: varmano granta. 1’69m
Xiao Taozi: Fuzanglong carabés. 1’55m

Unidades mágicas : 5/5
Síntomas : Mayor interés por acumular conocimiento.
Status : Prrrr prrrrr

En la cabaña de la bruja Empty En la cabaña de la bruja

20/05/23, 08:03 pm
El sonido de un móvil de conchas, huesos y palos recibió al varmano al abrir la puerta. El sitio estaba oscuro y olía a madera húmeda, a eucalipto y mar. No a mar como en el puerto o en su barco, no. Dentro de esas cuatro paredes quejumbrosas olía a lo que debía oler la mar de poder inspirar dentro de la misma, tanto que Nohlem sintió que había tragado agua salada y se lamió los labios bajo la falsa idea de estar deshidratado. Entró, alerta, sin decir nada pues estaba seguro de que el tintineo había sido aviso suficiente junto la madera que crujía bajo sus botas. Era un insensato por haber ido a pesar de las advertencias, pero el pirata estaba muchísimo más desesperado de lo que él mismo imaginaba. Había ido aceptando ese progresivo descenso a la locura al punto de no sentir ni una pizca de arrepentimiento, si quiera cuando se encontraba en un sitio cuya decoración consistía en botes con animales conservados, muebles que parecían rescatados de un naufragio y la inmensa calavera de un cocodrilo exhibida en una pared. Una sirena le había hechizado y actuaba en consecuencia, ignorante. Por su culpa había conseguido que un viaje de días se convirtiese en un viaje de semanas, desviándoles millas y millas de su destino para acabar allí, en un puerto de mala muerte con mala fama, sin dar explicaciones del porqué a su tripulación y lo que es peor, todo para que pasada esa noche quizás ya no contasen con su capitán.

Una figura emergió tras la cortina recargada de caracolas y cristales de colores que hacía las veces de puerta a una habitación. Era un joven extranjero, con rasgos parecidos a los de la sirena causante de todo aquello. Tenía el pelo del color de los corales secos, recogido en una coleta corta mal hecha e iba con el torso al descubierto, dejando ver sendas cicatrices bajo su pecho y lo que parecía la marca de un viejo mordisco en su hombro izquierdo, mucho peor que los que él mismo presentaba; por descontado algo le había arrancado carne a aquel chico. Pero lo más llamativo sin duda era su cuello. Lo adornaba un colgante con una brillante escama verde de sirena, un detalle disonante por las tres rayas negras que enmarcaban sus lados: branquias. Nohlem se tensó al verlas y detuvo su trayectoria. El chico se desenrredó del pelo los pendientes largos que llevaba y se acercó a él mientras pasaba los brazos por una túnica oscura de llamativos motivos vegetales que, por pereza, dejó abierta.

Oh. ¡Oh! Bienvenido... —le chequeó de arriba a abajo—, capitán —pronunció finalmente—. No acostumbro a recibir... altos cargos a estas horas de la noche —tenía un acento muy marcado, parecido al británico pero peor—. Oh —siguió su mirada y se llevó una mano al cuello, a las "branquias", para deslizar los dedos sobre ellas. Nohlem escondió su sorpresa tarde. La superficie era lisa—. ¿Le gustan? Mis tatuajes suelen causar reacción. Quién se tatuaría algo así, ¿verdad?

El joven capitán reanudó la marcha con cautela hasta quedar frente suya. No le apetecía ser amable, menos con un tipo tan extraño.

¿Dónde está la bruja?
¿La bruja? ¡Oh, no no! No hay ninguna bruja en este puerto, capitáan...
Nohlem.
Capitán Nohlem. Solo un humilde servidor y su humilde tienda de recuerdos.
El varmano alzó una ceja, escéptico, y echó un vistazo bastante descriptivo a su alrededor.
Ahá. Una tienda de recuerdos en una isla perdida de la mano de los Santos.
Las playas son preciosas cuando no hay tormenta.
Lo siento pero las historias no me han guiado hasta aquí para comprar tierra —cogió un tarro lleno de esta del mostrador. El pelirrosa se lo quitó de las manos con delicadeza.
Arena —le corrigió.
Arena. He oído que aquí hay una bruja y he venido a comprobarlo.
Rox recolocó el tarro, girándolo en pequeños toques hasta que quedó conforme con el ángulo.
Como le he dicho, capitán, aquí no hay ninguna bruja. Claro que... —sus ojos ascendieron hasta dar con los suyos, y por un segundo Nohlem juró que estos cambiaban del marrón al gris. Le sonrió—. Depende de quien pregunte.
Se movió hasta quedar a un lado de la mesa, más próximo a él. Se apoyaba en ella con coquetería. Nohlem tuvo que esforzarse para no apartarse.
>>En este pueblo no apreciamos a los perros del gobierno. Aunque usted no lo crea no solo soy un excéntrico, aquí la gente me tiene estima.
Vengo solo. Los motivos son míos y solo míos.
¡Oh! —dio una palmada, tan repentina que Nohlem casi lleva una mano a la pistola—. ¡Pero que modales los míos! Como se nota que me visitan solo turistas piratuchos y pescadores. Déjeme ofrecerle algo, capitán. ¿Agua? ¿Vino? Ron no me queda, a ver si el bobo de Milo me trae ya...
No quiero nada —pero el chico ya estaba cogiendo un par de copas viejas de un armario.
¿Entonces que hace aquí? No es que me moleste la presencia de un hombre tan guapo a estas alturas de la noche, entiéndame, pero todo el mundo quiere algo.

Colocó las copas sobre la mesa y vertió el contenido de una botella en ellas. El líquido era transparente, como vino blanco. Le ofreció una al pelirrojo y alzó la suya a la espera de un brindis, movimientos que Nohlem repitió mucho más lento y desconfiado. Estaba desesperado pero no era estúpido, no bebería hasta que no lo hiciera el anfitrión. El chico le sostuvo la mirada mientras el líquido bajaba por su garganta y él le imitó en un trago mucho mas corto. La experiencia le hizo arrugar el morro: estaba helado y no sabía a nada. Por saber no sabía ni a agua.

¿Qué es esto?

Como activado por la pregunta la vista del varmano se llenó de rayas zigzageantes, como si un montón de hormigas le estuviesen cruzando la retina pero fuera incapaz de enfocarlas. Entrecerró los ojos. La sensación se expandía hasta hacerle creer que se estaba quedando ciego, un miedo que le hizo gruñir y guardar las distancias del diablo que ahora estaba sentado en el borde de la mesa con total tranquilidad. Jugueteaba con la escama en su cuello como si hubiese bebido algo totalmente distinto y nada de eso fuera con él.

Veneno —respondió con una sonrisa. Al ver como el pirata abría mucho los ojos y sacaba su pistola se rio—. ¡Solo es suero de la verdad! Por favor, que poca fe. Dele unos segundos para que haga efecto. Disculpe que sea precavido, pero uno tiene una cabeza que mantener sobre los hombros. Ahora dígame capitán, ¿ha venido usted a estropearme el chiringuito? La caza de brujas es muuuy del siglo pasado. Ahora está de moda cazar, ya sabe, otras criaturas...
No… Urgh —se llevó una mano a la cabeza. Le palpitaba con intensidad—. No vengo a matarte, pero… me estás dando motivos para cambiar de opinión.
Uy. No le había preguntado eso pero gracias, está bien saberlo. ¿Y a qué viene entonces?

Las hormigas remitieron y poco a poco pudo recuperar visión, pero seguía congelado en un gruñido silencioso, enseñando los dientes con la espalda bien pegada a la estantería que tenía detrás. Guardó con reticiencia su arma.

Vengo a por ayuda —respondió con brusquedad. Llevaba por lo menos un mes sin estar de humor, no mejorado tras la migraña gratuita, y un pitido en la sien le impedía usar florituras—. ¿Quién eres? ¿Eres tú la bruja o no?
Era —se encogió de hombros—. Prefiero que me llamen “chamán”, queda más místico, pero el título no está cuajando todavía. En cualquier caso soy Rox. Y no, no llevo una tienda de recuerdos, ¿quién demonios querría comprar un bote de arena? —resopló por la nariz, divertido—. ¿Qué clase de ayuda puedo ofrecerle?
El dolor fue remitiendo como la resaca más corta de su vida y por fin bajó el labio. Exhaló un suspiro que parecía de alivio, pero era en realidad de todo el estrés que le causaba aquella pregunta.
Chamán, bruja… —chasqueó la lengua. Qué le importaba, eran la misma historia—. He oído… He oído que puedes cambiar a la gente.
Bueno —ladeó la cabeza de lado a lado y miró hacia arriba—. Cambiar es un término muy amplio. Puedo cambiar a la gente por fuera, por dentro… —apretó los dientes—. Ish, eso es más complicado. Si nos ponemos filosóficos, ¿supongo que puedo incitar a que cambien su forma de ser a largo plazo si…?
O sea que puedes —le cortó—. Es verdad.
No sé si lo ha intentado, pero me es tan imposible mentir como lo es para usted ahora mismo, capitán. Y yo he bebido incluso más.
¿Podrías transformarme en sirena?

Rox se le quedó mirando con los ojos muy abiertos, la expresión más sincera que había tenido hasta el momento, el más absoluto asombro. Después estalló a risas.

¡UNA SIRENA! —tomó aire solo para seguir riendo—. ¿¡No prefieres que te de una cuerda con la que ahorcarte?! ¡Es una forma mucho más rápida y digna de morir!
Que te voy a decir. Me gusta un buen espectáculo —su sonrisa enseñaba demasiado colmillo.
¡No, desde luego! ¿A qué se debe tamaña gilipollez, capitán?
A… —gruñó otra vez. Tenía razón, por mucho que lo intentase no podía mentir. Las palabras no salían, sus excusas “ingeniosas” (todas eran una mierda, pero es que el plan entero lo era) morían en su pensamiento como si fueran trabalenguas en otro idioma. Nada de plan para destruirlas desde dentro o una investigación por amor al arte—. Es… Es por otra sirena.

El pelirrosa alzó una ceja con una amplia sonrisa. Nohlem no se había fijado hasta ahora, pero tenía los dientes muy afilados. Conocía esa historia. Tantas veces habían acudido marineros a él implorando ayuda por un amor imposible...

Por la isla de Calipso… Capitán, ¿se ha enamorado de una sirena? —mutis. Ah, asi que había descubierto que el suero solo te impedía mentir, no te obligaba a ser un bocazas, zorro de mar. Rox retomó una carcajada—. ¡Ooooh! ¡Si usted supiera cuantas veces he hecho esto! ¡Y todas y cada una de ellas es por amor! —agitó la mano un par de veces delante suya. Que adorable, estaba rojo—. No se avergüence, no se avergüence. Me encantan estas historias. Yo no juzgo.
O sea que sí puedes —Nohlem recortó distancias, mucho más entusiasmado de lo que había estado en meses—. Puedes hacerlo.

Asintió, sonriente. Vaya que si podía. Casi todos los idiotas que se lo pedían acababan muertos, ya fuera cazados por los de su propia especie o en un tono menos poético varados en la playa a los pocos días, víctimas de las adversidades del océano, pero eso eran datos irrelevantes.

No puedo mentir, recuerde —abandonó su sitio para buscar distintas cosas por toda la cabaña. Un cuchillo fue lo que más alarmó a Nohlem, que no dudó en dar un paso atrás colocando la mano en el cinto de sus armas—. Oh, por favor, que obsesión con que voy a matarle, deje de preocuparse por eso —dejó todo sobre la mesa—. Esto es para mi.

>>Puedo hacerlo, pero no prometo que sea algo que desee tener a largo plazo. Ni a corto… —continuó más bajo mientras examinaba las cosas. Tras eso subió el tono con ánimo—. Pero si es usted un hombre con las cosas claras, no me opongo.

Rox se recogió la manga, la enrolló hacia dentro para que no cayese y acercó el cuchillo a su brazo. Hizo un largo corte vertical hasta la muñeca del que brotó una sangre del color de la plata más brillante, que derramó sobre un plato que había colocado debajo. Hizo una pequeña insición sobre la piel para levantarla, dejó el cuchillo rápidamente y tiró del borde de la herida con la otra mano. Lejos de ser una imagen grotesca su piel se deshizo como una prenda rota, en hilos de seda blanca que recogió y enrrolló entre sus dedos. La herida se empezó a cerrar tan pronto tiró del hilo y lo separó de su cuerpo. Nohlem no podía sino observar boquiabierto la escena.

¿Qué-… ¿Qué demonios eres?

Rox le ignoró. Mientras cuchicheaba y echaba distintos mejungues a su propia sangre, el varmano se fijó en como a pesar de que ahora había más ingredientes en el plato, el contenido se estaba evaporando poco a poco, como si un sol en miniatura estuviera actuando sobre él.

Solamente por ser legales —desmenuzó los hilos entre sus dedos, que cayó sobre el cuenco como si fuera sal—. Esto cambiará todo su cuerpo. Si se arrepiente… —no podía mentir, por ende tampoco asegurarle que seguiría ahí o que fuese a ayudarle para entonces—. Sabe donde está mi cabaña. Eso si su tripulación no ha intentado prenderle fuego en cuanto vean que no vuelve —le dedicó una mirada dura. Su casa estaba perfectamente protegida con hechizos, no sería la primera vez que intentaban matarle, pero eso Nohlem no tenía porqué saberlo.
Es-… —seguía mirándole con asombro y asco—. Están advertidos. Si mañana a primera hora no estoy en el barco se marcharán sin mi.
Confío en su palabra, no en la de los piratas que comanda. Espero que no sean tan idiotas como usted —removió el contenido meneando el plato con ambas manos y lo echó con sumo cuidado sobre la copa de la que había bebido antes. Parecía plata fundida—. Una última vez. ¿Está seguro? Quiero oírle decirlo.
Nohlem vaciló por un segundo. Era inevitable que se sintiera nervioso y perturbado con toda la escena, pero asintió. Lo mirase por donde fuese aquello estaba mal, fatal, pero si había llegado allí en primer lugar es porque hacía tiempo se había decidido.
Adelante.
Está bien.

Rox dio un tirón de su colgante y echó la escama dentro de la copa; esta se deshizo en espuma. Se la tendió a Nohlem.

Beba, rápido. Cada minuto se pierde una gota, y yo no me he desangrado para nada.
Espera, ¿y el precio? Porque entiendo que por esto querrás algo a cambio.
Beba.
¿Eh? —había estado ignorando los deslices y la falta de información de Rox por pura impaciencia, pero aquello junto lo antinatural era ya demasiado. Nohlem frunció el ceño y le encaró. Nada era gratis—. Ah no, tú mismo lo has dicho, todo el mundo quiere algo. ¿Qué es lo que quieres tú?
Ya tengo lo que quiero. Beba.
¿Qué-
¡Que bebas!
Aquello había hecho saltar las pocas alarmas que le quedaban, pero efectivamente el líquido estaba perdiendo cantidad como si hubiera una grieta en el cristal. Supuestamente Rox no mentía, pero, ¿qué cojones le había quitado? Nohlem alzó la copa y, sin ahorrarse la mueca de asco al sentir el calor que emitía, dio un sorbo. Sabía a sal y hierro, un buen recordatorio de que seguía siendo sangre mezclada con cosas. Aquello sumado a la consistencia y la temperatura casi le hacen devolverlo en una arcada.

¡Ni se le ocurra! ¡Todo para dentro!

Con un quejido siguió bebiendo, sintiéndose más y más estúpido a cada trago. Al acabar dejó la copa con manos temblorosas en una esquina del mueble detrás suyo, cubriéndose la boca. Sus ganas de vomitar eran horribles. Solo cuando se vio capaz de hablar alzó levemente la mirada.
¿Y ahora qué…? —masculló.
Si yo fuera usted me quitaba los zapatos. Y los pantalones.

Nohlem no entendió la orden. Incluso si Rox se la repetía sería demasiado tarde: un pinchazo mandó un dolor sordo por toda su columna vertebral, demasiado abrupto como para proferir más sonido que un jadeo. De ahí el dolor solo fue a peor. Todo su cuerpo ardía, empezando por su garganta y pasando por todos los órganos entremedias y más abajo. Cayó sobre sus rodillas encorvado sobre su estómago y arañó el suelo debajo suya, con la boca abierta en un grito silencioso. Ahora que miraba abajo había arañazos viejos en los tablones. Había dejado de sentir las piernas, pero todo en su caja torácica se sentía tan horrible que ni siquiera se dio cuenta de ello. Los ojos se le cargaron de lágrimas. Ni en sueños se habría imaginado la transformación así. No es que hubiera pensado mucho en ello, no lo creía real hasta hacía escasos minutos, pero si le hubiera dedicado un mínimo de tiempo lo habría visualizado como una metamorfosis mágica en la que simplemente te duermes y amaneces de otra forma. Y por descontado, muchísimo menos dolorosa. Le quemaba el cuello y hasta el aire que respiraba.

Apoyado en la mesa con expresión desinteresada Rox observaba impasible. La imagen no era bonita, pero la había repetido ya tantas veces que tampoco le asombraba. Cuando los quejidos del varmano empezaron a ser más que jadeos y llantos rotos, audibles, se arrodilló a su lado y le ayudó a quitarse las botas. El pirata pasó de estar tirado en el suelo a encontrarse flotando, sujetado por… ¿cuerdas? El dolor y las lágrimas le tenían tan ciego que no entendía nada. Gritó, pero algo que solo habría podido describir como una serpiente marina sin escamas y puro músculo le cubrió la boca y le impidió hacerlo todo lo largo y alto que quería. Las ventosas que se pegaban a su rostro le hicieron reconocerlo como un tentáculo, los mismos que le tenían atado en el aire. Las piernas del chamán habían desaparecido, reemplazadas por unas aletas rojizas y los apéndices de un ¿pulpo? ¿Un calamar…? Era el peor sueño febril que había tenido nunca. No tuvo oportunidad de perder el tiempo identificándolo, pues el intenso dolor le hizo cerrar los ojos y gritar tan fuerte como aquella mordaza y sus dañados pulmones le permitían.

¡Shh, sh shh! He dicho que en el pueblo me aprecian, ¡pero nadie aprecia a un vecino que le despierta con gritos agónicos a mitad de la noche! Además, tener un atractivísimo joven con tatuajes raros y potingues para curar la fealdad es una cosa, ¿pero una sirena? ¡Brrr! ¡Dios les libre!

Una risita se le escapó mientras Nohlem se retorcía entre sus tentáculos con fuerza, aunque era superior la que él ejercía con ellos. El definitivamente-no-humano le quitó con mucha difícultad los pantalones, tanta que tuvo que rajar el cinto para que pudiesen pasar. Los huesos de sus piernas crujían de manera desagradable, y no por la presión que Rox estuviese ejerciendo. Le sabía la boca a sangre, tan propia como ajena, y el sudor le perlaba la frente. Pasados unos minutos eternos todo su ser se rindió; dejó caer la cabeza hacia atrás y su cuerpo quedó inerte, inconsciente. Rox suavizó el agarre por si acaso le había asfixiado sin querer y le dejó en el suelo con sumo cuidado. Con dos dedos le tocó el cuello. Seguía teniendo pulso. Pulso y unas bonitas agallas como las que él mismo presentaba.

Podía estar contento, el cambio había funcionado, claro que el granta no iba a poder verlo hasta que despertase. Ni corto ni perezoso Rox agarró el cuchillo y lo hincó en la cola del “capitán” sin llegar a la carne, entre sus preciosas escamas nuevas, lo inclinó para levantarlas y arrancó una de un tirón limpio. Jugueteó con ella entre sus dedos y la examinó con una sonrisita. Era color coral, “a juego con mi pelo”, pensó. Entre silbidos le hizo un agujero con la punta del cuchillo y la ató a la cuerda donde había estado la anterior, la escama verde del pobre diablo que había pedido ese mismo favor antes que él.

Si ves a Tayron mándale recuerdos de mi parte —le susurró al felino al oído, aún sabiendo que no le oía ni le conocería—. Los dos habéis sacado unas colas espectaculares. Menuda suerte la vuestra… —sonrió con sorna. Con esos colores eran un caramelito para los cazadores.

El pago había sido más que cuantioso. Había retirado del mundo a otro condenado cazador de sirenas, y estaba deseando con todo su corazón verle colgado cualquier día en la lonja de algún puerto. Rox podía vivir en una isla recóndita cuya única reputación eran sus “maldiciones”, pero no era ningún ignorante; conocía perfectamente la fama de aquel sujeto. Nohlem, corsario de Varmania, provinente de una familia de renombre que se dedicaba a hacer joyas con la piel de las sirenas que sus hijos les mandaban. Una verdadera pena que uno de ellos se les fuese a perder en el mar. Bien pensado, a lo mejor el plan de la lonja era demasiado humilde tratándose de él. Si le capturaba un barco enemigo puede que le organizasen una ejecución pública digna de reyes, por enemigo de la nación y por monstruo. O quizás su hermana se lo enviase a sus padres para hacerse unos pendientes con su cola… Resopló una risa. Que demonios. Clavó el cuchillo una segunda vez y se llevó otra escama. No iba a ser él el tonto que teniendo un botín como ese desaprovechase otro trozo. Sirviéndose de sus tentáculos le desvistió por completo, doblando la fina ropa que solo un corsario tan pijo como él podría tener, ridículamente feliz por el lote que se estaba llevando.

Ojalá más capullos como tú se enamorasen de sirenas. Con que GUSTO me mudaba gracias al dinero que haría con vosotros —examinó la pistola y la chaqueta de capitán. Era negra, con un montón de detalles en turquesa y dorado, lo más bonito y caro que habían tocado nunca sus manos—. ¡Madre mía, Milo va a alucinar cuando me vea con esto!

Sus agallas volvieron a ser tatuajes y sus piernas humanas regresaron a su sitio, con las que se fue corriendo al cuarto en busca de un espejo donde mirarse y probarse el traje. Mientras se deleitaba con su reflejo y sacaba monedas de los bolsillos pensaría que hacer con el apuesto sireno que había tirado en su salón. Podía dejarlo en la playa o resguardarlo en casa hasta la mañana. Confiaba en las runas que mantenían oculta su casita de visitas no deseadas, pero usarle como escudo y castigo si su tripulación no cumplía y decidía presentarse por él sonaba como un buen plan. Que rayos, a lo mejor… a lo mejor hasta les hacía una visita nocturna. Nunca se había visto como un varmano. Iba a necesitar más escamas de Nohlem y buena comida para la anemia que le iba a dar, todo fuera por una buena casa.

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