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Harek
Harek

Ficha de cosechado
Nombre: Rick
Especie: Humano
Habilidades: Puntería, habilidad mental y carisma
Personajes :

Síntomas : A veces tendrá ataques de claustrofobia. Sus irises dejan de ser círculos perfectos, y en ocasiones sus ojos serán brevemente fosforescentes en la oscuridad.

Armas :

  • Rick: Sable y arco
  • Erknest: "Espada legendaria" y cuchillas de aire

Status : The journey never ends

Humor : Cualquier cosa me vale.

Crónicas de un hogar Empty Crónicas de un hogar

20/08/23, 01:53 am
“Y entonces Erknest saltó desde el acantilado para ayudar al grupo de aventureros. Cayendo más grácil que una pluma, desenvainó su espada legendaria y derrotó sin esfuerzo a los monstruos y los aventureros le ovacionaron con mucho ánimo después.”

Ernest se encontraba en su habitación, sentado frente a su escritorio mientras le daba una historia a la ilustración que acababa de hacer. El Caballero Ciervo, con su brillante armadura, en lo alto de una pared rocosa al atardecer. La pose épica con la espada en alto se veía aumentada por los últimos rayos del sol, mientras el héroe se preparaba para socorrer a los necesitados. Era un dibujo de mierda en realidad, pero al chico le gustaba cómo había quedado. Eso, o se intentaba convencer de ello con algo de éxito. Seguía siendo un dibujo de mierda en cualquier caso, aunque lo bueno es que no tenía intención de que nadie más lo viera. Después de observar su obra, sonrió ligeramente.

Al contrario de lo que le habían pedido sus padres, el cuarto del italiano seguía estando hecho un desastre. Muchos de sus libros y comics se habían mudado a la cama (que estaba deshecha) o a los lados de la mesa, los mandos de la consola andaban por ahí, distintas prendas se acumulaban en el respaldo de su silla o en algún rincón donde no molestaran e incluso algún plato sucio quedaba por allí de no haberlo bajado el día anterior. Su padre ya le había criticado varias veces por ello, resonando en su cabeza los distintos nombres que le daba, cada uno más sucio que el anterior. No podía negar que los platos y una pasada para limpiar el polvo no estarían mal, solo tenía que encontrar las fuerzas para hacerlo. Pero el resto… Su padre no lo entendía. Ese caos estaba medido, es lo que le daba la certeza de que era su cuarto. Su lugar seguro. El lugar donde estaba bien. Fuera no tenía control, pero allí dentro no había monstruo que pudiera escapar del caballero.

Satisfecho con el dibujo, volvió su mirada a la pantalla del ordenador. Tenía abierta una página de Youtube con un mix de canciones de sus RPGs favoritos y decidió abrir una pestaña más para cotillear las redes sociales de las personas que seguía. El único motivo por el que tenía una era para seguir las novedades que le interesaban, no había publicado absolutamente nada desde que creó su perfil. De hecho, técnicamente ni era suyo. Era el de Erknest, o al menos era el nombre que había escogido. -(Así no podrán meterse conmigo)- se excusaba, sin tener claro si era porque el héroe no se venía abajo con los posibles comentarios o si quería evitar que llegaran en primer lugar.

Ernest fue bajando, entre noticias sobre cómo iba el desarrollo de algunos juegos y cuándo saldría la siguiente temporada del anime de turno. Lo esperable, todo correcto. Pero entonces su expresión se volvió seria. No había colgado en su vida, pero eso no quería decir que no hubiera tenido seguidores. Justo frente a él había aparecido el último de ellos. Una foto de varias personas en algún pub a saber dónde. Alguno le sonaba, pero en quien se fijó fue en el chaval rubio que estaba justo en el centro. Massimo. Su amigo. -No, ya no.- se recordó.

Massimo era el primer chico con el que habló el pequeño Ernest en primaria. Compartían bastantes aficiones, así que tardaron muy poco en hacerse amigos. Eran inseparables, una de las pocas personas con las que el pequeño se sentía a gusto. Cuando a los 10 años empezó a faltar a clase, fue el único de sus poquísimos amigos que se acercó a casa a preguntar por él. Si alguna vez se planteó en volver, fue por la ayuda de Massimo, que conseguía animarlo lo suficiente para jugar en los alrededores de la finca. Aunque las cosas no podían acabar tan bien, claro. Las visitas al principio frecuentes se fueron esparciendo en el tiempo a medida que crecían. Ernest seguía igual, pero su amigo empezaba a cambiar. No perdieron el contacto teniendo Whatsapp y alguna red social, pero ya por aquel entonces se veía que hablaban menos que antes.

El chico miró de nuevo al dibujo dudando por un momento y añadió a lo escrito: "Para celebrarlo, el grupo se acercó a la taberna del pueblo más cercano a celebrar las hazañas del héroe, cantar y bailar hasta el día siguiente" Sí, aquello es lo que prefería Massimo desde hacía un tiempo. No sabía en qué momento se había empezado a comportar como "los tontos que se creen guays" (nombre que acuñaron los dos a los que tomaban sus historias y juegos como cosas de críos) con sus ropas formalitas y salidas por la noche dejando de lado lo que los unía. En su momento Ernest quería enfadarse por ello... pero en realidad no tenía motivos. Massimo le seguía hablando de vez en cuando y le invitaba la mayor parte de las veces al plan que tocara esa semana. La amistad se había alejado un poco, pero no se había olvidado de él nunca. Ernesto entró al perfil del chico, mirando el resto de fotos y publicaciones con una mezcla de nostalgia y ¿envidia, resentimiento hacia él mismo? No lo tenía claro. Le alegraba que le fuera bien, pero una parte de él recordaba lo que se perdió por el camino. Y no quería hacerlo, no ahora que estaba en su lugar seguro.

Aún así lo hizo. Con la respiración agitada entró en los mensajes privados que se habían mandado desde allí y revivió la última conversación que tuvieron. Habían pasado un par de años o más desde aquello, pero aún le entraban escalofríos de recordarlo. Había empezado como tanta de otras, ofreciendo un plan al que se negó por completo. Pero esa vez Massimo le pidió explicaciones. Más de una vez ya le había dicho lo que le costaba, aunque nunca llegó a profundizar en los motivos de su problema, no encontraba el valor. "No puedes excusarte toda la vida en eso". Aquella frase lo rompió en su momento y ahora estaba a punto de repetir lo mismo. Cuando dijo aquello Ernest intentó salvar la situación, pero daba igual lo que le contestara, no funcionaría. Porque él mismo sabía que era cierto, ¿pero qué podía hacer si le daba miedo saltar del acantilado por más que lo hubiera intentado? A partir de ese día dejaron de hablarse, aunque en realidad el conflicto había quedado más en la cabeza del medio inglés que en la realidad. Aunque nunca llegó a saberlo, su "antiguo amigo" no se enfadó con él, solo estaba decepcionado por no saber como ayudarle y decidió darle un tiempo hasta que el propio Ernest le dijera qué hacer. Pero Ernesto lo único que consiguió ver fue a un colega al que había molestado y al que, como no llegó a encontrar las palabras para disculparse, dejó marchar. -(No quería molestarle. Seguramente estaría ocupado y, en verdad, tampoco merezco que me responda)- se culpaba desde entonces. Su amistad quedó cada vez más alejada hasta que quedó en algo anecdótico. Así perdió a su último amigo.

Cerrando deprisa la conversación, cosa que le costó temblando todo su ser, miró al papel de nuevo. Tomó el lápiz, conteniendo las ganas de llorar. "Lo pasaron tan bien que acabaron haciendo equipo y así el Caballero Ciervo ganó unos valiosos escuderos amigos" Tachó la primera opción y se quedó repitiendo la segunda, esta vez sin poder aguantar las primeras gotas. -Amigos...- Justo en la foto que había quedado puesta en el perfil de Massimo podía reconocer a varios de sus antiguos compañeros. Ahora nada más que desconocidos después de tantos buenos momentos.

Acallando como podía los sollozos terminó de escribir "Encontró un nuevo lugar seguro, lejos de su pequeña guarida. Estaba mucho más cómodo en ese nuevo hogar. Porque podía compartirlo". Ernest solo quería volver a esa comodidad, a esos días donde se quedaban toda la tarde jugando a ser caballeros, a sentirse vivo fuera de sus cuatro paredes, donde tenía ánimo para vencer a los monstruos. Pero no podía salir siquiera de la habitación. Le tenía miedo a lo que podía pasar fuera, a si encajaría con el resto o seguiría siendo solo un niño, pero a su vez quería probar todas esas experiencias. Si ya de por sí no conseguía entenderse, con aquello además estaba perdido.

Se quedó llorando en la silla, sin saber el motivo exacto. Solo una cosa le quedaba claro en ese momento. Empezaba a cansarse de su supuesto lugar seguro.
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