Cementerio

-Ahá... gracias entonces.-comentó RR, mientras observaba la construcción e intentaba obviar el hecho de que aquel hombre había dicho que tenía nombre de robot.- No... no tengo muy claro lo que es un ángel negro, pero creo que no hemos tenido ninguno, hasta dónde yo sé...

Fue en ese momento, en aquel pequeño trance que se sucedía entre los infinitos discursos titilantes del foner y de sus infinitos puntos suspensivos, cuando se percató de un dato fundamental. Aquel tipo SABÍA lo que era un robot. Aquella simple idea encendió una chispa que, con presteza, prendió los negros cienos de su tristeza, incendiando su corazón con la deslumbrante luz de la esperanza.

-De F.ON.E.R.A. No sé si sabe de ella.- dijo con entusiasmo mal disimulado, mientras que sus roedores comenzaban a treparle nerviosos por todo el cuerpo, más que nada para alejarse de Panchito, al que enseñaban sus mandíbulas con recelo. Un potente destello parecía irradiar desde sus enormes ojos carmesíes.

Nos acercamos a un lugar con tumbas que pronto deduje sería el cementerio pero....

-¿De verdad tienen todo este espacio ocupado para los muertos? Que desperdicio.- digo negando con la cabeza.

Miro alrededor y examino el lugar, los jardines parecen cuidados, sin embargo hay algo que me escama desde que entramos. En ningún momento hay silencio, parece como si algo estuviese hablando continuamente en voz baja, pronto el sonido aumenta y parece venir de todas partes. Palabras solapándose unas sobre otras, diciendo cosas inconexas.

-¿Qué demonios es esto? ¿Más magia? - pregunto desenvainando el estoque, esperando un ataque en cualquier momento de cualquier lugar. He identificado de donde vienen las voces. <<Que alguien me corte el pelo si lo que oigo no son las voces de los muertos>>.

Empiezo a distinguir las voces, las voces de los muertos, pero no es hasta las ultimas frases cuando pienso en salir de allí ya. Cuando empiezo a oír todas las voces del cementerio coreando dos palabras me estremezco, un escalofrío me recorre la espalda y esas dos palabras se quedan grabadas a fuego en mi mente.

-¡Vámonos!,- digo con una voz suplicante y con un temblor impropio de mi. No se por que tengo la sensación de que si me quedo aquí mas tiempo me acabare volviendo loca.

Guardo el arma, ya que de nada me sirve contra una voz y me encamino a la salida por delante de los demás. Antes de salir siento algo que no he sentido en bastante tiempo. Miedo.

Sigue, si las GM quieren, en el Torreón Letargo.

Ri no había ido. Por una vez se había quedado durmiendo de más y Nero, ahora, frente a uno de los lugares mejor conservados y más verdes de Rocavarancolia, se preguntaba si quizás hubiera merecido la pena despertarla. Fue entonces cuando percibió el rumor. Lara ya lo había señalado, pero ahora era consciente de él. Voces. ¿Voces donde? Se adentró con cautela en el cementerio lleno de curiosidad. Oh, imaginaba la reacción de Anriel. Ahora si que se arrepentía de no haberla despertado: los muertos hablaban.

Lara había percibido las conversaciones disparatadas poco antes de llegar al cementerio. Se le había erizado el pelaje e, instintivamente, había lanzado la moneda al aire. <<¿Es peligroso acercarse?>>. Cogió la moneda antes de que cayera y la colocó sobre el dorso de su mano. Cruz. Resopló algo más tranquila y se lo comentó al grupo.

—Hay gente por ahí —señaló a lo que parecía un parque cercado—, pero creo que nos podemos acercar—. Desde luego, el lugar parecía agradable. Casi fuera de lugar dentro de la ciudad. Lara relajó la postura y dejó que los pelos volvieran al lugar que les correspondía antes de avanzar. Sin embargo, aquella calma le duró lo que tardó en ver lo mismo que sus compañeros, nada más bajar las rampas—. Las voces salen del suelo...—no se sintió tonta en absoluto por recalcar lo obvio. Porque en este caso era tan obvio como inesperado. <<Son todo muertos en cara>> pensó haciendo alusión al rito funerario por excelencia en los Pezones <<¿O no son muertos?>>. Prefería no llegar a descubrirlo.

Trató de prestar atención a las palabras que emanaban de las tumbas, pero solo pudo a medias. Una parte de ella quería volver a sacar la moneda y preguntar de nuevo: <<¿Estás segura de lo de antes?>>. Su fe en la Suerte se tambaleaba en la cuerda floja que le había tendido la desaparición de Taro. Lara empezaba a ser consciente de que su dado y su moneda a veces daban respuestas contrarias, se quitaban la razón a sí mismos para dársela de nuevo al día siguiente. Solía decirse que lo que ocurría era que cambiaban las circunstancias, alterando el futuro de la misma manera que le había ocurrido a ella en aquel sueño tan desagradable.

Pero esta vez, no tuvo que convencerse ni dejar de convencer de nada. El sonido de la flauta volvió a convertirla en un pompón andante y el recuerdo de Astra le hizo olvidarse de cualquier duda religiosa que albergara.

—Tengo un mal presentimiento—anunció, de nuevo, lo evidente.

El aprendiz no habló mucho durante el viaje. Era una salida más, pero por algún motivo no dejaba de darle vueltas a las cosas, a su sueño, a otra palabra clave y, sobretodo, al hambre que tenia. Aquel día era un desastre, habia dormido mucho demás, se habia despertado con unas heridas muy siniestras que portaban un mensaje aún más deprimente, presuntamente hecho por su "otro yo" teorico y, además, se habia olvidado desayunar.

En cierta parte pudo simpatizar con los hobbits. Probablemente esto era lo que sentian al no tener su amado segundo desayuno. La tripa le rugia furiosamente. Se aferró al bõ, sacando fuerzas de su pellejo y tirando hacia delante. Iba con el grupo, sin mediar mucha palabra y la mirada normalmente clavada al suelo, sin tener mucho que decir o aportar con los demás.

Finalmente llegaron a un sitio que, por extraño que pareciese, era verde. Era el primer color alegre que lograban apreciar en la gris ciudad y, con algo de asombro, le costó distinguir el zumbido que oia de fondo con algo parecido a una conversación.
-¿Oir que?-contestó sin más a Nero. Pero no tardó en darse cuenta y la respuesta no fue necesaria. Con una cara de susto miraba el verde suelo bajo sus pies. Retrocediendo nerviosamente, escuchó la breve conversación que tenian aquellas voces subterraneas. Instintivamente, muerto de miedo, el aprendiz se puso a canturrear una canción mientras retrocedia y se ponia a temblar del miedo.
No necesitó escuchar el sonido de la flauta para sugerir una retirada al grupo.
-N-No me g-gusta un p-pelo a mi t-tampoco...-logró borbotar con tartamudez el normalmente valiente aprendiz. No habia tenido tanto miedo desde la primera vez que estuvieron en la cicatriz. Aquel sitio, aunque siniestro, no era más que un cementerio vacio, pero ahí, hasta los muertos hablaban.-Esto... Esto tiene que ser algún tipo de... cementerio o lugar de reunion de nigromantes... Y-Y no tenemos ningun hechizo del saber de la luz para luchar contra no muertos...-explicó, aterrorizado, mientras daba otro paso atrás.

Otra caminata rutinaria más. Los ojos iban abiertos y los sentidos alerta, especialmente al empezar a vagar por terreno desconocido. Sin poder evitarlo, el color verde los atrajo a lo que, según los mapas, era un cementerio. «Deben de querer mucho a sus muertos cuando tienen más cuidado un… depósito de cadáveres que todo el resto de la ciudad». Pero a pesar de lo extraño que resultaba, tampoco le importaba demasiado, no al menos hasta llegar y escuchar las voces de la tierra. No se podía decir que aquella explanada no fuese bonita, pero aquel rebumbio de palabras sin dueño le quitaba todo el encanto. Teniendo en cuenta que allí la magia lo era todo, pensó que el lugar podría estar encantado para espantar a los ladrones de tumbas. Y aun así no tenía intención de aproximarse más de lo que ya lo había hecho a cualquiera de los sepulcros.
—La última vez que escuchamos voces de la nada la cosa no acabó muy bien, no creo que…
El motivo de su silencio fue que al fin el sonido de la flauta llegó a sus oídos, cuando ya todos sus compañeros se encontraban escuchando con atención.
—No… —musitó, negando con la cabeza—. Larguémonos de aquí sin hacer ni un puto ruido.
Él mismo empezó a retroceder. Tal vez se estaban equivocando de persona, pero en el mejor de los casos acercarse solo equivaldría a conocer a otro loco más. Ya habían visto ejemplares de sobra.

La zona atrajo a Xalkoth desde el primer instante. Era la primera vez que encontraban vegetación desde que visitaron el torreón del otro grupo, y dada la rareza de esta en la ciudad estaba claro que merecía la pena echarle un vistazo.

Escuchó las voces tan pronto y tan bien como el resto, pero su reacción fue más del tipo dudosa y curiosa.
A diferencia del resto de sus compañeros, el clinger no tenía ni idea de lo que era un cementerio. En su mundo los cadáveres se aprovechaban de distintas formas: fertilizante, cebos… o incluso combustible de no haber nada mejor, y aunque los almacenaban en depósitos, no tenían lugares como aquel. Dicho de otro modo: no tenía ni idea de que había cadáveres enterrados.

-¿Hmmm quizás vienen de algún nivel bajo tierra? Como un sótano o algo así... ¿Por qué estáis todos asustados?
Lo último lo hizo bajando la voz. No entendía el por qué, peor si el resto tenía miedo seguramente sería por una buena razón, así que mejor prepararse. Fue entonces cuando le llegó el silbido de la flauta. Él tenía más motivos que nadie para alarmarse con ella, ya que la última vez que escuchó un sonido similar había estado a punto de morir.

-Estoy de acuerdo con Cio- Dijo en susurros mientras desenfundaba sus armas –Retrocedamos. Despacio y sin hacer ruido-

Nero sentía curiosidad real, no obstante, retrocedió de mala gana mientras empuñaba con firmeza las dagas, aun sin sacarlas del todo pero listas para atravesar la carne - o los remiendos - de quien se pusiese a tiro.  El miedo del ratón le resultó encantador.  ¿No veía que si de verdad era Astra, descartaría su cerebro rápido? O quizás produjese música muy interesante. ¿A que suena alguien dividido en varios?




¿Sigue....en?

Archime no estaba asustado, aunque si un tanto molesto por la algarabía de voces que confluían en aquel lugar y lo demostraba con una expresión tan levemente ceñuda que podría pasar por un gesto de molestia debido a la luz solar incidiendo en el rostro.

El lugar le había parecido agradable en un principio ya que en comparación con el resto de la gris y ruinosa ciudad era casi un vergel, especialmente porque para un irrense un cementerio no tenía ninguna clase de connotación negativa o tétrica y generaba en el biomecánico un interés del tipo que despertaba el vestigio de una costumbre casi primitiva, la de enterrar a los muertos y rendirles homenaje de alguna forma. Había realizado fotografías de varias tumbas, incluido el edificio a lo lejos al que estaba a punto de sugerir acercarse cuando les llegó aquel sonido de la flauta.

Indudablemente a todo el grupo le recordó a lo mismo y el ingeniero no puso objeción alguna a la sugerencia de abandonar aquel lugar. Llevaban las protecciones básicas encima como de costumbre, pero sería muy arriesgado no retroceder por mucho que tuviese ganas de explorar más el cementerio e introducirse en aquel edificio de aspecto imponente.

Sigue en la Capilla de los nombres.

Sura sonrió ante las palabras de Marsi.

-No pensarás que te iba a dejar tirada ¿no? - la naga se rió y bajó las escaleras, había puesto especial empeño en subir y bajar escaleras desde aquel accidente que había tenido, por no hablar que quedaría ridícula frente a sus superiores si no supiese bajar una mísera escalera.

Salieron de la Sede a la fresca mañana y Sura se estiró. Tomaron la dirección al cementerio, la ulterana le comentó algunas cosas y por fin llegaron a la verja que servía como entrada al cementerio. Antes incluso de entrar ya oyó las palabras de los muertos, por más que fingiese que no a la naga aquello le seguía dando repelús.

-Bueno, tú guías, yo no tengo ni idea de dónde está ese panteón - le dijo a Marsi dispuesta a seguir sus pasos.

Dejando a Sigrún al cargo de vigilar a Roaxen se sentía un poco más tranquila, pero la sensación de que cuando volviesen pudiesen encontrarse con alguna catástrofe no la abandonó durante todo el trayecto. Además, no habían cruzado la Cicatriz en esa ocasión y la lacustre se relajó inconscientemente en cuanto a mantenerse alerta atravesando las calles, más conocidas para el grupo. Por suerte no hubo ningún incidente ni siquiera cuando se adentraron en un área inexplorada por ellos de la zona norte. El lugar captó su atención irremediablemente desde la distancia: parecía que habían encontrado por fin vida vegetal más allá de las enredaderas de Letargo.

Resultó ser un cementerio, tal y como evidenciaban las lápidas que cubrían buena parte de aquel reducto de vegetación que era probable que se sostuviese debido precisamente a la presencia de materia muerta bajo el suelo. No dejaba de resultar irónico que el lugar que rebosaba más vida, al menos vida que no intentase arrebatarles la suya, estuviese directamente vinculado con la muerte. Irianna se ensimismó durante unos instantes continuando con aquel tren de pensamientos cuyo destino era la forja de una nueva historia en su cabeza mientras contemplaba las espléndidas estatuas, las relajantes fuentes y, por supuesto, el imponente panteón que se presidía el culto a los muertos…
Tal y como si hubiera explotado una burbuja en su mente, la lacustre abandonó bruscamente sus divagaciones cuando escuchó una voz desconocida. Miró hacia todas partes, alarmada y lamentando haber bajado la guardia, pero solo vio a sus compañeros.
—¿Habéis oído eso? —les preguntó. Tal vez se lo había imaginado.
Una nueva voz, que en esta ocasión pudo escuchar claramente cómo se quejaba de que estaba harta de que pisoteasen su cabeza, disipó sus dudas al respecto.
>>¿De dónde… proceden esas voces?
Mientras lanzaba la pregunta hacia nadie en particular, la mirada de la idrina se dirigió hacia el suelo. Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, el sonido parecía salir directamente de debajo de la tierra.

Sekk guardó silencio durante la mayor parte del trayecto, absorto en sus pensamientos mientras respiraba el aire fresco. Se mantenía alerta solo por costumbre, pero lo cierto era que estaba empezando a relajarse. En cuanto llegaron a su destino y el intara identificó que era aquel lugar la tensión regresó a su cuerpo. Aquello era un vergel, algo extraño en aquella ciudad ruinosa, pero que fuera un cementerio, un lugar de culto a la muerte, lo hacía aún más inquietante. Había oído hablar de aquellos campos a algunos de sus compañeros, pero la idea de enterrar un cadáver se le antojaba repugnante. ¿Qué morboso consuelo podrías obtener visitando la parcela de tierra bajo la que un ser querido era pasto de los gusanos? No, no tenía sentido, era mucho más lógico cremar a los muertos.

Siguió a sus compañeros al interior de aquel lugar con la mano asida al mango de su sable, intranquilo. Había algo allí que no estaba bien dejando aparte las costumbres para con sus difuntos de aquellas gentes, pero no sabía concretar el que. Le inquietaba tanto la posibilidad de encontrarse algún cadáver a medio sepultar que no estaba prestando atención a los sonidos de alrededor. La pregunta de Irianna, no obstante, le devolvió a la realidad.
—¿Es normal que los muertos hablen después de enterrarlos? —preguntó a la lacustre con el ceño fruncido, desenvainando a medias su arma y dando un giro completo sobre sí mismo para asegurarse de que nadie se les acercaba entre las lápidas. Las voces venían del subsuelo.