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Aes
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Ficha de cosechado
Nombre: Aniol
Especie: Humano
Habilidades: habilidad manual, automotivación, olfato fino.
Personajes : Ruth: Humana (Israel)
Demonio de Fuego
Tayron: Humano (Bélgica)
Lémur
Fleur: Humana (Francia)
Siwani
Aniol: Humano (Polonia)


Unidades mágicas : 12/12
Síntomas : Querrá salir más del torreón.
Status : KANON VOY A POR TI
Humor : Me meo ;D

Estás compuesta por todo esto (Fleur) Empty Estás compuesta por todo esto (Fleur)

24/02/21, 03:45 pm
Francia. Lyon.

Fleur, ¿Sabes por qué estamos aquí? —una pierna cruzada sobre la otra y las manos apoyadas en la mesa de caoba, su espalda mantenía una posición tan recta que a penas tocaba la silla en la que se encontraba sentada. El despacho se encontraba iluminado por la luz ambiente que se colaba por la ventana, le daba un aspecto anaranjado que la hacía parecer confortable. Pero ella no lo sentía así en absoluto, unas gotas de sudor perlaban su frente y el cogote, y tenía la intuición de que nada bueno saldría de aquella conversación. Miró a su profesora a los ojos, la directora de la Academia le devolvió una mirada cargada de intensidad, pero no parecía hostil, más bien intrigada y cansada. Le tendió un vaso de agua mientras se recogía el pelo, la chica reparó en el principio de lo que sería una melena canosa y que en su piel comenzaba a dibujarse las primeras patas de gallo cerca de sus ojos. Era bonita, pensó, no del tipo que lo parecía a simple vista, tenías que fijarte en su manera elegante de hablar, en la amplitud de su sonrisa y la suavidad de su piel cuando la ayudaba a perfeccionar una postura en concreto. La conocía desde que la subieron a los niveles más altos y aquello implicaba unos cuantos años— ¿Fleur?.

No, señorita Legrand —mintió, aunque lo sabía muy bien. Su profesora tampoco se mostró muy de acuerdo con la respuesta y suspiró con una expresión amable en su rostro, luego alcanzó el marco de fotos que se encontraba a su derecha y lo giró para que lo viera. Una mujer algo más joven abrazaba a una niña que no rondaría los doce años, podía reconocer a su maestra en la entrada del Museo de Louvre aún con las gafas de sol, sonreía de la misma forma que ahora pero de forma más radiante, imaginó que por entonces llevaba una vida menos adulta. Tal vez universitaria— se parece a usted, ¿es su hija? —su misma pregunta le hizo pensar lo poco que sabía de su vida más allá de las aulas, a pesar de su amabilidad Sophie Legrand era estricta y reservada, por eso le sorprendía que se atreviera a rebajar distancias. Su profesora rio mientras contemplaba la foto con nostalgia.

Mi sobrina, es mi sobrina. Dios me libre —luego hubo un silencio incómodo y clavó los ojos en la pared recién pintada de atrás, tocaba la parte en la que se le explicaba qué tenía que ver la pequeña en el asunto— ocho años bailando Ballet, una proeza para su edad. A veces me recuerdas a ella, en tu precisión rigurosa, la dedicación y esfuerzo. Perteneces a la élite de esta academia, tal y como lo hacía ella —mientras se sonrojaba la mujer hizo una pausa— un día… me llamó —percibió en que se esforzaba por no emocionarse— …quería irse al extranjero, a estudiar empresariales o turismo en América. En esa charla telefónica no solo descubrí que la danza no era su mayor pasión, también la odiaba. Odiaba bailar, odiaba las ovaciones y la música. No quiero ni imaginar lo que le costaría decirme aquello, cuántas veces le habré acompañado en sus actuaciones tanto en el público como siendo parte del elenco, y nunca me percaté —pareció sospesar lo que diría a continuación— ahora soy más perceptiva… y Fleur, últimamente no te mantienes en tu línea habitual. Vienes cansada a las clases, pareces dispersa e… incluso desmotivada. ¿Qué ocurre? ¿Te has desencantado? Sería completamente normal que ocurriera y te sintieras así —se quedó paralizada, no era aquel el problema. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo decirle que la causa de sus males no era falta de pasión por lo que hacía sino un exceso de ella?. La obsesión de su madre la llevaba a límites insospechables, la mantenía horas y horas practicando, tensando sus músculos y mente al extremo. No podía seguir el ritmo, su cuerpo comenzaba a quejarse, le dolía todo. Exigía un respiro y empezaba a expresar muy fuerte todo lo que ella no podía. Era cuestión de tiempo que alguien escuchara sus gritos mudos. Pero hablar sería peor, las consecuencias fatídicas de hacerlo la atormentaban, incluso si eso le costaba grandes cosas.
No… no es eso, me encuentro bien —su profesora chasqueó la lengua y luego pareció traspasarla con la mirada, a Fleur le pareció que podía leer a través de ella y que sencillamente como adolescente no tenía mucho que hacer contra una adulta racional e intuitiva. Legrand se incorporó en su silla, pareció coger fuerzas antes de hablar. En ese instante supo lo que ocurriría a continuación, tarde o temprano pasaría y había matado el tiempo las semanas anteriores imaginando aquella misma conversación de cientos de formas… pero con el mismo final. Lo soltó de cuajo.

Podrías perder el papel estrella en la representación de la semana que viene.

¡No… por favor! Profesora Legrand, se lo ruego —el pánico fue súbito y notable, las lágrimas amenazaban con acudir a un rostro que aún recordaba la niña que había sido años atrás.  

Fleur… si no estás a la altura es lo que toca. Sé lo duro que has trabajado para esto pero cualquiera de tus compañeras podrá hacerlo a la perfección. No es solo que estés fallando, tienes una energía diferente —Sophie, la grandiosa directora de la Academia no lo entendía. Le daba absolutamente igual el papel, e incluso la obra. No era eso lo que la preocupaba— estás a prueba.

¡No, no puede hacerlo! Mi madre… no sabe lo mal que se lo tomaría, es capaz de… lo que me haría si se enterara… —llegó el silencio para ambas, uno demasiado largo únicamente interrumpido por sus sollozos. La expresión de su maestra le reveló todo, no estaba allí para ser reprendida o castigada, aunque pensara que lo merecía probablemente perder la representación tampoco fuera cierto. Había picado de lleno en el anzuelo. Se estremeció, Sophie poseía esa mirada adulta que ya había visto en tantas personas cuando conocían algo de su pequeño y horrible mundo. La veía en las criadas, en el cochero, en su jardinero, en su profesor particular de idiomas. La mirada de que había algo inequívocamente sospechoso y feo tras aquella chica atormentada. La mujer se fijó en su mano temblorosa y como le temblaba el vaso de agua antes de hablar con voz pausada y serena.

¿Qué es lo que haría? ¿Fleur?.  

Nada —su lengua la traicionó una vez, más no lo haría una segunda. La oscuridad que emanaba pensar en su familia casi le nubló la vista— nada, se llevaría un disgusto, nada, señorita Legrand —aquella era la segunda vez que mentía.  

Los Camus… —suspiró negando con la cabeza, la mención del apellido en voz alta provocaba un efecto similar al sangrado en sus oídos— Fleur Camus ¿es de tu padre?.

De mi madre —se apresuró a corregir— Aubriot es el de mi padre —su madre se había encargado personalmente de poner el suyo el primero, más renombre. Y aunque su marido era un gran bailarín hasta él se encontraba dominado por ella, incluso en los detalles más pequeños.  

¿Ella es la que tuvo que retirarse? Por eso que le ocurrió...

No se me permite hablar de eso —habló de manera cortante, muy pocas veces sonaba como una verdadera Camus, pero sí cuando alguien se entrometía lo suficiente, estaba educada para actuar así casi como por impulso, impulsada por el miedo— lo… siento es muy recelosa de su intimidad.

Descuida, la pregunta fue descortés, merecía una respuesta al mismo nivel —parecía cansada y su lenguaje corporal indicaba que a Fleur no le quedaba mucho tiempo en el despacho, había averiguado lo que quería y pondría las cartas sobre la mesa. Le ofreció un paquete de clínex, aunque ya había cesado de llorar. Su tono fue cálido y profesional al mismo tiempo— es evidente que te encuentras tensa… ni siquiera has dado un sorbo de agua después de un entrenamiento especialmente duro. Fleur, lo que quiero transmitirte es… verás, soy consciente de lo duro que es el ballet. Las dietas, las clases. Es irónico la flexibilidad que pide a nuestros cuerpos ¿verdad? Cuando en ocasiones es el que peor los trata. Por eso… es fácil quebrarse, si fuerzas mucho la maquinaria —comprendió la verdad de aquellas palabras— se romperá. Hazme caso, no entres en esa senda, solo te traerá problemas y ya empiezan a ser visibles. Prométeme una cosa, Fleur. Bajarás la intensidad ¿Sí?.

Se lo prometo —con qué facilidad era capaz de mentir cuando se trataba de un tema que concernía a su núcleo familiar.

Y que si estás mal, hablarás conmigo.  

Sí, señorita Legrand —y se levantó del asiento, su profesora le dio a entender tras un apretón de manos efímero que se dirigiera a la salida.

Bien, y Fleur —comentó mientras la joven escuchaba la voz a su espalda en el umbral de la puerta— sé que hay algo más, no lo dudes, terminaré descubriéndolo —no le respondió, en su lugar echó a andar a paso ligero por los pasillos con el eco de aquellas palabras resonando en su cabeza y con el corazón apesadumbrado. Si quisiera ya tendría la potestad para hacer algo por poco que fuera. Esa noche se iría a dormir con un último pensamiento aleteando por su mente, el de que en realidad ni siquiera la directora estaba dispuesta a meterse en la boca del lobo. Allí estaba demasiado oscuro.

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"Ya No Hay Fuego, Pero Sigue Quemando."

"Son Un Sentimiento Suspendido En El Tiempo, A Veces Un Evento Terrible Condenado A Repetirse."

"Deja Que Tu Fe Sea Más Grande Que Tus Miedos."

"¡Se Lo Diré Al Señor Santa!"
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