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Aes
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Ficha de cosechado
Nombre: Aniol
Especie: Humano
Habilidades: habilidad manual, automotivación, olfato fino.
Personajes : Ruth: Humana (Israel)
Demonio de Fuego
Tayron: Humano (Bélgica)
Lémur
Fleur: Humana (Francia)
Siwani
Aniol: Humano (Polonia)


Unidades mágicas : 9/12
Síntomas : Querrá salir más del torreón.
Status : KANON VOY A POR TI
Humor : Me meo ;D

Se llamaba Dafne Empty Se llamaba Dafne

22/05/23, 10:31 am
Se llamaba Dafne. Y estaba más viva que nunca.

Su madre siempre le había dicho que el miedo era el motor de los sueños. Miedo a perderlos, miedo a perderte. Miedo a morir de manera prematura. Miedo a no saber quién eres. Pero su madre nunca había salido de ese pueblecito noruego hasta que aterrizaron juntas en Bélgica. Ella y su hermano mayor se encargaron de mostrarle cómo funcionaba el mundo, y cómo el orden de todas las cosas establecía las bases para tener una vida de provecho.

Al principio resultó suficiente. Estudiar y ser una buena chica. Pero en el fondo siempre supo que algo dentro de ella latía con la fuerza de cien océanos. Y que no pertenecía a ese mundo ordinario. Cuando conoció a Tayron creyó despertar. Por primera vez alguien valoraba de verdad su inteligencia y astucia, la impulsaba a ser quien quisiera, sin limitaciones, sin imposiciones, nada más que fluir en un pedaleo infinito por las calles de Bruselas.

No era su sonrisa radiante cuando gastaba una broma y pensaba que nadie le miraba. Ni siquiera su particular manera de disculparse ladeando la cabeza hacia un lado cuál cachorro lastimero. Simplemente era su valor, su arrojo para desnudarse ante el mundo y decir “Sí. Este soy todo yo. Y si no te gusta apártate, porque no hay nada que pueda pararme”.

A su lado la realidad vibraba, la conexión era tan profunda que podía viajar entre mundos con la certeza absoluta de que jamás volvería a estar sola.

Y así fue durante un tiempo. Rocavarancolia los acogió en sus brazos como una madre orgullosa y luego intentó asfixiarlos en su terrible caos. Era la primera vez que el agua les llegaba al cuello. Se ahogaba, no solo de manera metafórica. Las costillas le dolían con cada paso acelerado, los cuádriceps se resentían cada vez que doblaban una esquina, huyendo de aquel hombre que les proporcionó lo que fue su primer golpe de realidad.

Frenó en seco con los jadeos del grupo acosándola en la nuca. Hubo un silencio taciturno entre todos, una especie de consenso en medio de las ruinas que les impedía articular palabra y mirarse a la cara. Porque si lo hacían revelaban una verdad áspera y cruel. Acababan de asesinar a Nad.

En todas sus semanas en la ciudad nunca añoró tanto a su madre. Recordó su miedo, ese del que tanto hablaba. Ahora comprendía que las motivaciones personales solo eran pinceladas comparadas con el terror primario que significaba luchar por respirar un día más. Pero ella no quería sobrevivir. Quería vivir.

Oye… —por su tono de voz, supo de quién se trataba al instante. Algunos comenzaron a hablar entre ellos, saliendo de las crisálidas en las que el trauma los había encerrado. Otros permanecían con la mirada clavada en un punto indeterminado. Pero Tayron volvió a vibrar, asustado, pero vivo. Su camiseta lucía manchas de sangre, su expresión era una mueca desconsolada. Pero ahí estaba, acercándose con mimo y cuidado y acariciando su antebrazo con la yema de los dedos. Aquel escalofrío hizo que sacara todo el aire contenido de golpe en una gran exhalación—. ¿Estás… bien?

No. Cómo podía estarlo. La pequeña Nad acababa de morir. Se les escapó entre los dedos antes de que pudieran darse cuenta. Y lo peor es que no tuvo la más mínima oportunidad. Seguro que tendría madre en algún lugar. Quería creer que por instinto siempre sabían cuando les ocurría algo malo a sus hijos. Quería creerlo porque necesitaba que su madre se acordara de ella si moría.

Yo… —una voz a su lado comenzó a discutir y una segunda propuso continuar la marcha hasta salvaguardarse en el Torreón Maciel. Tayron tan solo la abrazó en silencio, ahogando sus lágrimas en el hombro de ella, y ella las suyas en el pecho de él. Permanecieron así hasta que les fue inevitable separarse para no retrasar a sus compañeros—. Solo quiero… volver a casa…

Lo sé, Daf… —entrelazaron las manos, presas de temblores y espasmos. La calidez del tacto no les consoló en absoluto—. Yo también.


Eres idiota, condenadamente idiota, Tayron —a pesar de sus palabras su tono era dulce como la miel. Estaba ebria de felicidad, no podía creer que faltara tan poco para que la Luna Roja presidiera el cielo, tan solo nueve o diez semanas. En aquel momento una miríada de luces pendían sobre ellos, conformaban portales y astros, encargadas de recordarles que toda obra, por tétrica que fuera, cargaba con una ovación final.

El chico esbozó una sonrisa a su lado mientras disfrutaba de la brisa que les revolvía el cabello. Las luces de los murciélagos flamígeros les acompañaban esa noche, cada aleteo desprendía fulgores incandescentes. Si entrecerraba los ojos y se permitía fantasear un poco… eran como fuegos artificiales.

¿Qué? Es romántico ¿No te parece? —estaban sentados uno junto al otro en la azotea y dos almohadas blancas yacían contra la piedra fría y gris. La respiración de la noruega sufría alteraciones, tantos peligros terminaron por unirles pero nunca habían estado tan cerca como hoy. El aliento del belga le hacía cosquillas en el cuello y la mano que deslizó por su rodilla remató sus nervios. Pero sin duda lo que provocaba otra clase de fuegos artificiales en su interior era su expresión, entre bobalicona y misteriosa. Claramente escondía algo de burla, y sus ojos estaban cargados de intenciones que deseaba descifrar—. Oh, dulce Dafne, tu risa rima con las estrellas… —se mofó, con una entonación poética nada propia de él.

¡Por el amor de Dios, Tayron! ¡Basta! —durante un buen rato ambos se rieron. La noruega enterró la cara en las manos y el chico echó la cabeza hacia atrás preso de sus propias carcajadas.

Cuando recuperaron el aliento, se dejó caer sobre su hombro. Notó como todo el cuerpo del belga se tensaba los primeros segundos y luego ganaba la seguridad de rodearla con el brazo. Sus dedos dibujaron espirales en sus muslos y en ocasiones estas giraban peligrosamente hacia el interior. El vaivén era agradable, la chica se mordió el labio, manteniendo a raya sus emociones. Fue el frío metálico de la plata lo que la traicionó, dejando escapar un suspiro que duró demasiados segundos. Abrió mucho los ojos, descubriendo la sombra del anillo del belga asomando bajo sus piernas. Enrojeció, y cuando le miró sintió una punzada de ternura en el estómago, porque él también estaba ruborizado.

Quiero besarte.
¿Qué?
Que voy a besarte —dijo, tan pancho. Dafne giró todo su cuerpo en su dirección para poder estudiar mejor si se trataba de otra de sus bromitas. Pero no había ninguna sonrisa picarona esta vez. Sus ojos castaños se clavaron en los de ella, y se sintió atravesada. Era como si la estuviera leyendo, como si todo lo que se había esforzado por ocultar durante meses de convivencia brotara de una fuente en su pecho. Tayron se acercó, hasta que solo unos centímetros impedían que se tomaran mutuamente. Sus pestañas le hacían cosquillas en las mejillas, y sus dedos oscuros definieron toda la línea de su mandíbula con una lentitud dedicada. Ella inclinó la cabeza de manera inconsciente, dejando su cuello un poco expuesto—. Voy de camino, pero siempre puedes apartarte. Te prometo que… si no quieres… nunca más volveré a molestarte de este modo —la manera en la que susurraba con un tinte alicaído demostraba cuánto lamentaría esa decisión.

Quedó congelada, con el único sonido de su jadeo como respuesta. Su confusión le impedía elaborar una frase ingeniosa, simplemente no podía. Lo deseaba, claro que sí. Pero aunque tenía sus sospechas no sabía que él también.

Su indecisión provocó que Tayron parpadeara varias veces, contrariado por una ristra de emociones a flor de piel. En última instancia se apartó un poco.

Yo… perdona… no tendría que haber…
No —sonó firme, nunca había tenido nada tan claro. Dafne giró su rostro con suavidad tomando su barbilla para que volviera a quedar como antes. Ahora era Tayron quien parecía nervioso y a punto de resolver aquella electricidad que cargaba el ambiente. Era como si quisiera dejarle todo el espacio del mundo y al mismo tiempo atraerla hacia sí—. Quiero besarte yo.

Oh… eso es… —no le dejó acabar, en su lugar se inclinó, notando las ondas de calor que su cuerpo despedía y el regusto de su olor natural. Le besó, con toda la delicadeza y cuidado de la que fue capaz. Al principio pegó sus labios con timidez, notando la calidez y rugosidad de los suyos. Los pelos de su perilla pinchaban un poco, pero no importaba. La suavidad con la que estaba escribiendo el comienzo de algo nuevo era lo que la transportaba a una nube apacible. Justo cuando estuvo a punto de apartarse Tayron colocó una de sus manos tras su nuca e hizo algo de fuerza para que no se retirara, ahora sí, tomando el control— Hmm —se quejó él vagamente. Dafne emitió una risa fugaz pegada a sus labios, pero la excitación que le sobrevino impidió que el momento se rompiera. La otra mano del belga acariciaba su clavícula, y más tarde su cuello rodeándolo con la palma abierta mientras continuaba besándola, ahora con más intensidad. La subió encima de sus piernas, sin querer pasar ningún límite. Sus ojos en cambio brillaban con la fiebre desmedida de aquel que ha estado reservándose durante mucho tiempo—. Menos mal… esto me estaba matando.

¿Esto? —la muchacha se retiró, divertida, pero muy intrigada por lo que tuviera que decir. Tayron se removió algo incómodo allá debajo, de pronto su pantalón le apretaba demás.

Sí, es decir… tú…  me gustas Dafne. Muchísimo —cogió aire, en un gesto que a la noruega le pareció adorable—. Mucho más de lo que pensaba, este sitio me ha hecho darme cuenta.

Silencio. El corazón le latió a cien. No. Mil por hora.

Bueno di algo ¿No? Qué palo…
¡Tú a mí también! —se apresuró a decir, apurada. Pero cuando vio que sus comisuras se alzaban comprendió que ahora sí se estaba riendo de ella por enésima vez. Dafne le dio un golpecito en el brazo, Tayron lo tensó de manera descarada para simular que estaba más fuerte y la noruega puso los ojos en blanco, riéndose de nuevo.
Mejor, porque… aún no lo sabes pero acabas de firmar un contrato al besarme. Ahora estamos saliendo y esas movidas. Lo siento.
No veo el problema por ninguna parte.

Tayron se echó hacia atrás para poder mirarla de nuevo, y sonrió con amplitud.
¿Seguro?
Seguro.
Vale —asintió, quedando convencido. Luego puso la voz más grave de lo normal y algo de actitud chulesca, aunque solo de fachada—. ¿Pero no te puto pilles, eh?
¡OH! ¡Eres eres… ¡INSOPORTABLE!


Qué ingenua había sido al creer que la esperanza era lo último que se pierde. Cuando las cosas se retorcían como las ramas de un árbol enfermo ya no se podía volver atrás, y la esperanza, en aquel día de desasosiego, fue lo primero que se perdió.

Tocar el colgante la puso en fuera de juego de inmediato, la sensación tan poderosa que recorrió su cuerpo fue desmedida, como una dosis de la adrenalina más potente del mundo. Sus ojos se volvieron carmesíes, un reflejo de la hija prematura de la Luna en la que acababa de convertirse.

Pero no era la única en mutar a una pobre versión de sí misma. Daer, el daeliciano con el que apenas cruzaban palabra desde que se enteraron que robaba carne cruda, se convirtió al interactuar con el artefacto en una bestia escamada de garras y fauces de hambre voraz. Dos de sus compañeros ya habían caído, y a esas alturas sabía que no volverían a levantarse jamás. Si no hacía algo, Daer arrastraría a todo el torreón consigo en su locura. Y eso significaba perderlos a todos, y perder a Tay.

No lo permitiría.

Ahora mismo, el caimántropo estaba a punto de segar la vida de Eriel, y marcar la de Barael para siempre al aniquilar a su hermano. Aunque estaba seguro de que él le seguiría más tarde, como todos. Rádar… Sox… Siete. Era cuestión de tiempo. Tenía que actuar ya, por mucho que le diera asilo a la culpa. Ella era la causante del mal que los hostigaba, fue quién se llevó el colgante de aquel sitio tan extraño después de todo. Y fue quien lo rompió sin querer revelando su verdadera naturaleza.

El olor a plata de la magia comenzó a inundar el patio sin lograr imponerse sobre el tufo a sangre. Dafne se elevó en el aire, sostenida por el sortilegio de levitación y con una determinación embriagadora que no habría sentido hasta que la Luna Roja se pusiera en el cielo semanas más tarde. Era la sombra de una maga, aunque eso no lo comprendería aún.

Realizó lo propio con Daer arrastrándolo hacia el patio y haciendo gala de una gravedad inevitable. Luego procedió a matarle. Los brazos de la noruega se articulaban casi por su cuenta y movían de un lado a otro el cuerpo del daeliciano como un títere rabioso. Lamentó cada segundo, cada chasquido contra los muros y cada manchurrón escarlata salpicado en sus piernas. Cuando oyó un crujido final al reventar la cabeza del chico contra el suelo, en cambio, sintió alivio.

El esfuerzo fue inconmensurable y pronto la energía abandonó su cuerpo dejando que se precipitara hacia su propia condena. La caída fue brutal, y el golpe seco.

Ya… ya estáis… A salvo… Sabía que… podía…

¡DAFNE! ¡TRAED EL ANILLO! —los gritos de Tayron resonaron por todo el torreón y puede que incluso se escucharan por fuera de este varios metros a la redonda. Sus compañeros se congregaron alrededor, algunos de sus rostros la miraban con lástima pues sabían que acababa de salvarles la vida y que se debatía entre sus últimos estertores. Pero el belga no. Él continuó envuelto en dolor y acunando la carcasa vacía que tenía por cuerpo un rato más. Su rostro era una mezcla de dolor y la expresión de amor más amable del mundo. Era hermoso—. No no no no no no no no no no no no —decía—. No te puedes morir, ¿Lo entiendes?, Daf —se le quebró la voz—. Porque si te mueres me muero contigo —sollozó, aferrándose a ella como si eso pudiera impedir que el filo de la guadaña la reclamara—. simplemente, me muero.

Las pocas fuerzas que le quedaban consiguieron que alzara el brazo hacia su amado una última vez, acariciando su rostro y abriendo los ojos levemente.

No te puedes morir, no puedes ser tú.

Tienes que vivir… vive por mí… —respondió con debilidad y percatándose de que la mirada de Tayron tenía un brillo distinto que se acercaba al amarillo—. Tay… me gustan… tus nuevos ojos…

Esas fueron sus últimas palabras. Ya está, se había acabado. Supuso que no todos lo conseguían, no todas las historias eran contadas porque algunas, como aquella, sangraban los oídos y golpeaban el alma.

No habría más besos sobre la almohada. Ni volvería a sentir las mariposas revoloteando su estómago. Tampoco la magia del viento, el hambre, o el sueño.

No había rastro de miedo. Solo paz. Una paz imperturbable. Un descanso eterno.

O eso creía. Eso fue lo que creyó cuando exhaló su último aliento y su brazo volvió a deslizarse hacia el suelo. Los había dejado.


Dafne volvió al presente, deshaciéndose de aquella amalgama de recuerdos que tanto atesoraba. Los guardaba todos y cada uno de ellos con amor, porque no sería la persona que era de no haber ocurrido así.

Sonrió, viendo el cuerpo del lémur yaciendo en la cama boca abajo. La postura permitía ver como su cola se agitaba con lentitud, presa de algún sueño, y su rostro estaba enterrado en el colchón mientras murmuraba cosas incomprensibles.

Su historia era gris y llena de tinieblas. Pero no se arrepentía de nada. Aún con todo el dolor, aún con todo el vacío.

Jamás pensó que volvería del más allá como un espíritu incompleto. Y allí estaba, más de un año después. En un inicio la culpa no logró que su alma trascendiera hacia la quietud. Pero hacía tiempo que su paso por Rocavarancolia y el mundo de los vivos había finalizado. Mentiría si dijera que la decisión fue difícil. Cómo podía serlo cuando nada podía tocarte ni estimular tu cerebro.

La relación con Tayron la mantuvo sujeta, sí. Pero… se estaban perdiendo, mutuamente. Merecía mucho más que una tragedia, y aunque ahora no lo viera esperaba que pudiera entenderla. La vida no solo era un estado orgánico. Era mucho más que eso. Se trataba de emociones, de sentir, de luchar. Incluso del miedo, su viejo amigo.

Si se arrebataba algo así, cualquiera se convertía en un resplandor errante y pusilánime. Valoraba demasiado el recuerdo que todos tenían de ella como para consentirlo. Y quería descansar.

La chica flotó más cerca de Tayron estableciendo una opinión firme e inamovible. Lo contempló con la pena más absoluta que en aquel momento alguien de su categoría podía sentir. Si sus lagrimales aún funcionaran estaría llorando.

Nad… Charlie… Sakrilt… Daer… Hyun… —musitó—. Esperadme... — pronto llegaría su turno para reencontrarse con ellos. Quizá entonces se le concediera el perdón.

Se llamaba Dafne. Y ahora estaba muerta.

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"Ya No Hay Fuego, Pero Sigue Quemando."

"Son Un Sentimiento Suspendido En El Tiempo, A Veces Un Evento Terrible Condenado A Repetirse."

"Deja Que Tu Fe Sea Más Grande Que Tus Miedos."

"¡Se Lo Diré Al Señor Santa!"
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