Plaza de los Colaespina

Eitne sonrió al ver que todos los demás acababan en el suelo (aunque con más gracia que él). No era algo que pensara de forma consciente, pero el niño se sentía agradecido de haberse encontrado con todos sus compañeros de torreón. Le gustaba verse con ellos en mitad de una ciudad peligrosa teniendo un momento tan casero y agradable.

—¿Se habrán e-equivocado? —a Eitne le parecía perfecto tener cacao, pero era la primera vez en meses.

No lo dijo, porque era algo que había hablado con el Huesped. Pero tal vez el chocolate era porque empezaban a crecer. Tal vez era un premio. O tal vez era un consuelo, pues acababan de perder a dos amigos. El niño arrugó el gesto y se quedó mirando al suelo mientras se movían los productos de un lado a otro.

Una vez acabaron, a Eitne le volvieron a brillar los ojos. Milo había dejado la comida para los colaespinas y esperaban desde lejos. Cuando salió el primero, el daeliciano se sobrecogió levemente, pero luego pudo disfrutar de los pequeños roedores comiendo. Eitne acabó sintiendo incluso lástima, esos ratoncillos no se diferenciaban tanto de ellos. También eran niños abandonados.

—¿Creeis que so-sobrevivirán? —preguntó en general, pero Eitne miraba a Milo, que era el mayor del grupo con quien más confianza tenía y que mejor lo podía saber.

A Guille le costó soltar la tableta de chocolate, le parecía que habían pasado siglos desde la última vez que tomo chocolate "¿Cuando tome la última vez chocolate?...¿En casa?...Antes salir a dar un vuelta por Halloween...Pero no fui a la fiesta, no conseguí ningún caramelo...¿porque?.." sus pensamientos fueron interrumpidos por Milo cuando repartió las cestas para cargar con ellas, y se dispuso a dar a los colaespinas de comer.

Guille se colocó cerca de Eitne y Nime, y se quedó mirandolos.

-Parecen buenos, si te fijas son monos y todo.-"también hay cosas buenas en este lugar" pensó mientras miraba a los colaespina - ¿ahora que vamos a hacer?- dijo

A Nime se le hizo la boca agua oyendo a los demás decir que era un dulce rico lo de aquel paquetito. Fue de aquí para allá viendo lo que había en las cestas pero no llegó ni a participar en la división de la comida. Al menos Milo le había tomado la palabra con lo de las verduras que odiaba.

Y la salida parecía estar yendo bien. La niña empezaba a sentirse un poco más optimista. Lo siguiente era la ofrenda a los rataespines, y Nime hinchó el pecho cuando Milo se dirigió a ella específicamente.
—¡Sí! Deben de tener buen olfato, porque siempre saben cuándo hay comida.

Ya hacía un tiempo que Nime no recogía cestas, así que se sorprendió al ver que se notaba que los rataespines habían crecido. No tardarían mucho en ser como los adultos que habían visto el primer día, y se preguntaba si entonces seguirían siendo igual de tranquilos.
—Claro que sobrevivirán. Hasta ahora lo han hecho. Aunque cada día son más feos —añadió con una sonrisa torcida—. Ahora… volvemos, ¿no? —respondió a las palabras de Guille, aunque con otra pregunta. No quería que se notara demasiado, pero estaba ansiosa por volver a la seguridad del torreón.

—Crecen muy rápido y dentro de poco serán capaces de valerse por si mismos —comentó, dándole la razón a Nime con un asentimiento de cabeza mientras observaba las evoluciones de los roedores—. Esperemos que no nos ataquen a nosotros cuando ese momento llegue —rió con suavidad, descartando dicha idea casi de inmediato. De no ser por lo letarguinos aquellas criaturas habrían sucumbido al hambre sin remedio—. Ahora deberíamos irnos, si, porque prometimos a los demás que regresaríamos pronto a... —se interrumpió al percibir un penetrante olor ferroso y arrugó el hocico con una mueca de desagrado—. ¿A qué huele?—preguntó, girando sobre los talones para mirar a sus compañeros. Lo que vio le hizo enmudecer.

De debajo del quicio de la puerta de una casa cercana manaba un reguero de sangre que ya lamía los zapatos de Eitne. El irrense tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo su primer impulso fue dar dos pasos a un lado para evitar que el icor le rozara las botas.
—Eso es demasiada sangre —señaló lo obvio en voz alta. Su rostro se había transformado en una mascara rígida y sus ojos reflejaban preocupación y horror a partes iguales—. ¿Creéis que alguien ahí dentro necesita ayuda... ? —preguntó, mirando sobre todo a los otros dos adultos. La lógica le dictaba que lo más sensato era poner tierra de por medio, pero Milo se resistía a abandonar a alguien que a lo mejor estaba en apuros.

Posiblemente se iba a arrepentir de aquella decisión, pero el norteño se adelantó al grupo y se encaró a sus compañeros.
—Manteneos detrás y echad a correr si algo sale mal, ¿de acuerdo? —les pidió en voz baja, volviéndose a continuación hacia la casa y echando a andar hacia ella tras dudar unos segundos. El moreno, evitando el reguero de sangre, se acercó a la puerta de entrada con paso sigiloso y cogió aire para hablar cuando la alcanzó—. ¿Hola... ? —inquirió con voz firme a pesar de la situación, aguzando el oído mientras alargaba la mano izquierda hacia el picaporte—. ¿Hay alguien ahí?

Eitne estaba asintiendo ante las palabras de Milo cuando este señaló que olía raro. El irrense miró a sus pies y el daeliciano le imitó. El sueño que tenía fue lo único que le salvó de ponerse a gritar inmediatamente. Eitne se agachó y tocó el líquido espeso. En contraste con el tono de su piel, la sangre parecía un vino tinto muy oscuro. Su cara se arrugó del asco y el niño se limpió la punta de los dedos en la camiseta andrajosa que llevaba.

Acto seguido empezó a emitir ruidillos de disgusto y se salió del charco. El niño comenzó a arrastrar los pies por las baldosas de la plaza para limpiar las suelas de sus pies, a la vez que contenía las ganas de llorar. Al contrario que Milo, Eitne no se planteaba que hubiera nadie herido en la casa de la que manaba la sangre y, aunque lo hubiera hecho, no quería pararse a ayudar. En aquel instante solo quería correr lejos y volver a la seguridad de la torre.

Lo único que frenó al niño fueron las palabras de Milo. Eitne se alejó tanto como pudo y alzó los escudos creyendo que le protegerían. Los brazos le temblaban por el esfuerzo y Eitne no supo ni cómo logró hablar.

—¿Y si nos vamos?

Guille estaba mirando a los colaespinas y por ello no se fijó en la sangre hasta que sus compañeros hablaron en alto.

Cuando la vio no entendió bien lo que estaba viendo; algo no encajaba. En seguida olió el aire, olía a sangre. Buscó con los ojos de dónde venía y vio que salía de una casa.
"¿Qué es eso?" pensó, y se quedó parado dándole vueltas hasta que pudo articular palabra.

-¿Qué le pasa a esa casa?  -dijo algo asustado, con voz entrecortada, todavía quieto.

Pero su cerebro pronto dio una explicación a lo que estaba viendo. Era obvio, pensó para sí.

-... ¡¡Es Moisés!! -dijo en alto, y desafiando toda lógica se puso a cantar por lo bajo-
"Oh, señor, oye al pueblo suplicar.  Danos hoy esperanza.
Liberanos. Oh, señor, liberanos.
No te olvides de tu gente en esta tierra hostil.
Liberanos.A un lugar de promisión. Conducenos a la libertad"

La conversación sobre los rataespines se vio interrumpida cuando el grupo detectó aquel charco rojo, cuyo olor dejaba bastante clara su procedencia. Cuando la niña lo vio no pudo evitar soltar un grito ahogado, mientras se alejaba un poco más del charco, que no paraba de avanzar. Nime no podía estar más de acuerdo con Eitne. Lo que decía Guille era directamente incomprensible.
—¡Milo, no! —dijo, ansiosa, al verlo acercarse a la casa. Quería seguirlo y tirar de él para que volviese, pero no le respondían las piernas, no para acercarse más—. Es demasiada sangre, Milo, es demasiada. ¡Milo…! —Ni ella misma era del todo consciente de las implicaciones de aquello, pero ese hecho le decía que tenían que alejarse de allí. Las personas heridas no sangraban tanto.

Cuando el irrense intentó comunicarse con quien pudiese haber dentro de la casa, Nime retrocedió inconscientemente, manteniéndose lo más cerca posible del grupo que quedaba rezagado. La niña era incapaz de pensar en qué podía pasar si salía algo de detrás de esa puerta. ¿Y si Milo no podía alejarse lo suficientemente rápido?

Instantes antes de que Milo asiera el pomo de la puerta Guille empezó a entonar una cancioncilla en voz baja que le puso al irrense los pelos de punta y le dejó paralizado durante unos segundos. La sugerencia de Eitne le había dejado indeciso, pero fue el comentario de Nime lo que le convenció de que abrir aquella puerta era una idea pésima.
—Tienes razón, es demasiada sangre —masculló, dando un par de pasos atrás para regresar con el grupo—. Vayámonos de aquí deprisa y en silencio. —indicó, dándole la espalda a la casa y empezando a caminar a buen paso asegurándose de que nadie se quedaba atrás.

En cualquier otra circunstancia el norteño se habría arrepentido de no comprobar si había alguien con problemas, pero lo ocurrido dos días atrás le había enseñado cuales debían de ser sus prioridades y en realidad nadie había contestado a su llamada. Sus compañeros de torreón eran lo primero, pues con ellos compartía ahora su vida, y con la mayoría de los adultos heridos se sentía más responsable aún de los que estaban ilesos. No los pondría en peligro por nada del mundo, menos aún por una casa en ruinas que no paraba de sangrar.
—Si no podéis con la cesta me la pasáis, ¿entendido? —les dijo a los pequeños, oteando los alrededores con gesto preocupado.

Milo caminaba al frente del grupo y Mike y Drusar se encargaban de los flancos y la retaguardia, formando entre los tres un circulo en cuyo centro se encontraban los niños. El irrense confiaba en que dicha formación serviría para proteger a los más pequeños en caso de toparse con problemas, pero cruzaba los dedos porque no tuvieran la oportunidad de comprobar su teoría.

Ante la decisión de Milo, Eitne habia corrido como buenamente podía. Los brazos le pesaban tanto con los escudos que había tenido que dejar la tarea de cargar las cestas al resto de sus compañeros. De vez en cuando tropezaba y hacía un amago de caer, pero se reponía rapido y no tocaba tierra. A pesar de que ya había dejado de manchar el suelo con la sangre, el niño se sentía sucio y quería llegar a casa para lavarse los pies y las zapatillas. Las ganas de llorar seguían ahí, cerca, en un segundo plano.

Una vez vieron que no ocurría nada y aminoraron la marcha, el niño disfrutó del paisaje. Se quedó embelesado unos segundos en los pájaros y tardó en dar con el ser diminuto que les habló. Al verle, Eitne sonrió y le enseñó todos los dientes. ¿Cuando había sido la última vez que le decían algo así de bonito?

—Ho-ho-hola —la saludó a la vez que frenó en seco su caminar—. ¿Eres un insecto? ¿Cómo te llamas?

Era la primera vez que veía un bicho hablar, más aún un bicho translúcido. Eitne tenía mucha curiosidad por descubrir qué era su interlocutor. Durante unos segundos se había olvidado de la sangre que había pisado antes.

Guille siguió a los demás y aseguro a Milo que podía el solo con su parte, aunque pareciera un pato mareado, ya que su bolsa se movía de un lado a otro como si fuera un péndulo, y hacia que él fuera tras la bolsa debido a la inercia.

Durante el camino siguió dando vuelta al hecho de que Moisés estuviera haciendo experimentos en esa casa "¿No vivía en Egipto? Habrá venido de vacaciones, no me gusta la escena del río sangre, ni tampoco lo que hizo con los egipcios, no todo eran malos, tendríamos que haber entrado a decirle un par de cosas. Pobres colaespinas ahora tendrán la plaza llene de sangre, espero que limpie después. Pesa un poco la bolsa. No, no pesa nada. Guille tú puedes... Las gemas de cristal te ayudan si estás mal, y no hay preocupación que no tengas solución, por eso el torreón entero, hoy, confía en Eitne, Nime, Milo y Guille " pensaba mientras miraba sus pies jugando a intentar no pisar ninguna grieta aunque fuera una tarea prácticamente imposible. Una bandada de pájaros cruzó el cielo , Guille se quedó mirándolos.

Al poco rato apareció una pequeña mujer alada, Guille la saludo con la mejor de sus sonrisas enseñando los dientes,  y corrigió a Eitne.

-No es un insecto es un hada.- dijo mientras sus ojos le brillaban ilusionados- Hola señora hada  ¿que tal esta?

El alivio de Nime cuando supo que se iban fue enorme. No podía esperar a poner tierra de por medio y sentirse segura en el torreón. Pronto se vio rodeada de los mayores mientras huían de allí, pero la libense ni se dio cuenta, solo pensaba en dos cosas: no soltar la cesta que compartía con Guille y no tropezarse. Los graznidos de los pájaros fueron algo secundario para ella. Le dieron ganas de apurar los pasos, pero solo eso, porque no parecían interesados en el grupo.

De la misma manera, Nime no reaccionó igual que los otros niños a la aparición de aquel fantasma diminuto, o eso era lo que parecía a sus ojos. Su repentina aparición la sobresaltó. No quería que les mirase, ni que les hablase. Nime quería pasar desapercibida en aquella ciudad, ser ignorada, igual que por los pájaros. Solo podía pensar en la historia que había ocurrido apenas un par de días atrás, y eso hacía imposible que se fiase de aquella criatura, por poco peligrosa que pudiese parecer.

La libense miró a los mayores con preocupación. ¿Decidirían irse de nuevo? No se atrevía a pedirlo en voz alta, pero por su mirada era evidente lo que quería ella.

Durante el primer techo hasta el torreón el grupo trotó a buen paso, alejándose rápidamente de aquel extraño charco de sangre, pero cuando se sintieron más seguros redujeron un tanto el ritmo y empezaron a caminar. Casi parecía un paseo y al irrense no se le pasó por alto que Eitne estaba disfrutando del paisaje, pero aquella tranquilidad no duró demasiado.
—¿De qué se reirán? —masculló para si cuando la extraña bandada de pájaros les sobrevoló, siguiendo su avance hacia el horizonte de la ciudad con la mirada. Por estar pendiente de las aves el chico no se percató de la presencia del hada a tiempo y ésta, intangible, le atravesó la cabeza limpiamente produciéndole un desagradable escalofrío.

Milo no entendía del todo lo que acababa de ocurrir y durante unos instantes no fue capaz de reaccionar, pero más tarde solo acertaría a describir aquel suceso como una “sensación de viscosa frialdad”. Cuando aquella pequeña criatura traslucida se dirigió a ellos como si nada raro acabara de ocurrir el norteño entornó la mirada. No parecía amenazante y Eitne y Guille no tardaron en contestarle, pero él no terminaba de fiarse y pudo ver en los ojos de Nime que no era el único.
—O el fantasma de un hada. —apuntó tras la intervención del humano con expresión neutra.

Aquel era sin duda un encuentro extraño, pero tal vez podían sacar algo bueno de el, así que Milo decidió mantenerse a la espera. Estaba preparado, en cualquier caso, para echar a correr y defender a los suyos si era necesario.

Eitne no se podía creer que fuera un hada. No se parecía en nada a la que le había secuestrado. Eran bonitos distintos; dama Encía era más pequeña, más rosacea y más translúcida. Y su comentario sobre los dientes asustó al daeliciano. Eitne se llevó las manos a la boca y se la tapó. ¿Cómo lo había sabido? ¿Le habría visto meter los botes de miel en la cesta? El niño estaba tan absorto que aun permanecían las manos sobre sus labios cuando el hada dijo que estaba muerta. No le hizo falta subirlas de nuevo para callar su sorpresa.

A partir de ahí, Eitne se hizo dos preguntas. Si estaba muerta, ¿habría visto a Drake o a Ain?

Y si era un hada...

—¿Nos pu-puedes llevar de vuelta a casa? —el tono de Eitne era todo súplica—. Prometo q-que me lavaré más los dientes.

A Guille le dio mucha curiosidad que el hada de los dientes se encontrara en Rocavarancolia, con la cantidad de trabajo que tendría que tener en la tierra.
 
-Pues este diente se me mueve, creo que se me va caer pronto- dijo mientras se metía el dedo en la boca y se lo movía- cuando se me caiga lo dejare debajo de la almohada para ti.-dijo alegre
 
Cuando el hada les recordó el tema de la higiene dental, Guille no pudo más que reconocer arrepentido sus actos.
 
-...No me he limpiado los dientes desde que llegue aquí, perdón...- dijo mirando al suelo.
 
Guille se quedó mirando ¿cómo podía el hada de los dientes ser un fantasma?, "pues eso explica que pueda colarse en las casas de la gente sin que nadie la pille, es un hada fantasma"
 
Pero cuando Eitne hizo su pregunta Guille se quedó parado, "es verdad es un hada ella podrá llevarnos a casa", esperando expectante la respuesta.