Plaza de la Fuente

Observo cada movimiento del recién llegado con asombro. Ha dicho algo que no podemos entender porque aún no ha bebido de la fuente, pero su tono denotaba aires de superioridad, o eso me pareció. Parecía querer pasar hacia la fuente así que abrí camino para que lo hiciese. Abro los ojos con sorpresa al ver que besa las manos de las chicas. ¿Tendría algún síndrome caballeresco? Su comportamiento era más propio de la Edad Media que de nuestro tiempo. No puedo evitarlo y tengo que reprimir una carcajada ocultándola con una sonora tos.
-Perdón, tengo la garganta algo tocada.

La chica borde sigue insitiendo en intentar picarme. Me compadezco de ella pues no sabe que no lo va a conseguir. Ante su comentario miro deliberadamente a mi alrededor, ignorando el resto de la burla.
-Creo haber reafirmado sólamente lo que ha dicho Mark. En cualquier caso... mejor te cedo el liderazgo a ti, no creo que a los demás les guste que alguien más pequeño que ellos les de órdenes- esbozo, esta vez sí, una sonrisa. El mal temperamento injustificado de la chica y la actuación del recién llegado me habían resultado tan divertidos que ya volvía a ser capaz de sonreír. Al menos había sacado algo bueno de aquella estúpida discursión.

Escucho presentarse a Ethan y lo saludo. Lo que ha dicho Alicia me parece sensato y así lo expreso en voz alta.
-Yo estoy con Alicia, opino que volver a las mazmorras es lo mejor... ¿Vamos hacia allí?
Algunos habían hablado de marcharse, pero considero que no es prudente deambular por la ciudad, despedía un aura de peligro que no me gustaba nada.

Lo mejor era quedarnos y pensar en algo antes de irnos para ello deberiamos ir antes a las mazmorras a pensar
-Alicia tiene razon, deberiamos ir a las mazmorras a pensar
Despues de eso le salude a Ethan el nuevo y me presente
-Encantado Ethan yo soy Mark y soy de Estados Unidos
Parecia que queria decir algo, pero no me extraña con esta tension en el aire ni siquiera yo me atrevo a hablar
-Bueno¿Quien esta de acuerdo en ir a las mazmorras?
Despues mire a los que discutian tenia que parar eso de una vez, una dos y tres juan perico y andres
-Esto..Hannah...Noel...yo....podriais parar de discutir? Al menos hasta que encontremos la manera de salir de aqui, no voy a daros la razon a ninguno de los dos aunque tenga claro quien la tiene, pero por favor, tenemos que relajarnos y buscar un refugio

Miro a Mark que nos pide vacilante que dejemos de discutir. Está claro que no le gusta el cariz que está tomando la conversación y le comprendo. Por mi parte no era una discursión, tan sólo me divertía, pero quizás tampoco era el momento de divertirse. Ha llamado Hannah a la chica, ahora ya sé cómo se llama... bien, eso me ahorra el preguntárselo.

-Yo no tengo intención de seguir discutiendo, puedes estar tranquilo. Prometo no volver a responderle a lo que me diga si así te quedas más tranquilo. Como ya he dicho, yo estoy de acuerdo en regresar a las mazmorras.

Me fijo que Ethan parece muy tímido, bastante más que yo, lo cual es bastante, y me acerco a él.

-¿Tú que opinas, Ethan? Has estado muy callado... ¿Estás de acuerdo en volver a las mazmorras?

Había sido testigo mudo de todo lo acontecido en la plaza, de la llegada de los nuevos desconocidos (en pocas personas suelo confiar, aunque el chaval que vestía como noble no me inspiraba demasiada confianza, pues me imaginé que traería más conflictos), y la marcha de algunos del grupo.
Con recelo y algo de desconfianza añadí:
- Perdona por mi silencio, me llamo Javi, y me apunto a ir a buscar refugio en las mazmorras donde hemos despertado antes para poder pasar allí la noche.- No me hacía gracia la idea de habernos separado, pero lo hecho ya no tiene vuelta atrás.

-Oh.-me digno a pronunciar al fin. Incluso eso me resulta... no extraño, sino diferente. Y hasta cierto punto melodioso. Nada en comparación con... el francés, o el inglés, que habían huido de mi mente como si este nuevo idioma los hubiera acobardado con su sola presencia. "Solo hay sitio para uno en esta mente."

Me había planteado decir algo justo después de beber de la fuente, pero me había quedado demasiado impresionado por las capacidades del agua que me había quedado sin palabras. Tras acostumbrarme rápidamente a la sonoridad y pronunciación en un no muy dificultoso ejercicio mental, he esperado pacientemente a que terminase esa eterna cadena de respuestas y contestaciones de carácter agresivo. Las cuales, por cierto, comprendía a la perfección.
Es como si este nuevo idioma poseyera una carencia absoluta de cualquier tipo de acento. Pero, a la vez, contuviera en si mismo todos y cada uno de ellos. Es como un idioma universal, se me pasa por la cabeza. Me gustaría estudiar con detenimiento este agua mágica, pero mejor será intentar llevar el hilo de la conversación que existe detrás de la ya acabada discusión.

-Oh, sí. Perdón. Estaba... pensando en mis cosas. Mi nombre es Alphonse Blanc, de Rennes, Francia.-me presento.

Alphonse. Blanc. Rennes. Francia. Los nombres siguen siendo iguales sin dejar de serlo. Es fascinante, a su manera.

-Entonces...-digo con una pequeña dificultad, como si la parte práctica no fuese tan fácil como la parte teórica.-...las opciones son la exploración y las mazmorras, ¿no?-ahora con una pronunciación continuada y estable, a diferencia de las primeras palabras.

Al ver llegar al desconocido, me aparto con desconfianza. Sin embargo, coge mi mano ceremoniosamente y... ¿la besa? Y lo mismo hace con todas las chicas. Eso hace queme sienta algo desorientada, pero vuelvo a situarme rápidamente.
¿Noel sonríe?
-Ah, qué lástima me da esa rapidez con la que te has echado atrás, cariño... -contesto, encogiéndome de hombros sin volver a alzar siquiera la voz.
Luego, tras la intervención de los demás, que parecen realmente molestos con esa pelea, escucho lo que proponen. Noel dice que no volverá a responderme.. Pero eso es lago que ya ha hecho otras veces. "Del dicho al hecho...". En fin. Él sabrá lo que hace.
-¿A las mazmorras entonces? -pregunto finalmente, dándole la espalda a Noel.

Muevo la cabeza a modo de saludo a Mark y metó las manos en los bolsillos. Ahora que el ambiente está más calmado, por algún motivo se me hace más pesado estar aquí y el frío de la lluvia, ahora muchísimo más leve empieza a calárseme en los huesos.

El comentario de Noel me pilla desprevenido, pero consigue hacerme esbozar una pequeña sonrisa; no tengo muy claro si por, después de tanto griterío de un lado a otro unas palabras suaves sean extrañas, o solo por el mero hecho de no estar acostumbrado a que me traten con tanto cuidado. Sonrío de manera un poco más amplia, que consigue hacer que me duelan un poco las mejillas, ya que no lo hago a tan menudo.
- No me parecen el sitio más acogedor, tampoco el que parezca el más protegido - suelto sinceramente. Todos esos agujeros en las paredes, suelo y techo daban que desear - Pero creo que es lo más seguro que podemos hacer en este momento... Este sitio, a pesar de tener aspecto de ciudad, parece estar desértico. No creo que la gente de aquí sea muy normal.

Y entonces se me viene a la mente el tipo que se presentó en mi salón para traerme aquí. Tengo bastos recuerdos suyos aún, pero no quiero molestarme en recuperarlos.
Doy un vistazo a Alphonse y a su presentación.

- Yo me quedo con volver a las mazmorras.

Escucho al pelirrojo que dice llamarse Alphonse presentarse. No sabía que pensar de los recién llegados, eran a cada cual más extraño. El chico de la cola (¿sería una cola de verdad?) no había vuelto a decir nada, ni tampoco el "caballero medieval" tras beber de la fuente. Posiblemente se había presentado en su idioma pero no habíamos podido entenderlo.
Tras observar a los recién llegados fijo mi atención en Ethan, quien por fin se había decidido a hablar más.
-Yo estoy de acuerdo contigo, Ethan. A mí tampoco me gusta el aspecto de las mazmorras, pero al menos mientras estábamos allí inconscientes no nos pasó nada. No sabemos que podría suceder en el resto de la ciudad. ¿Vamos, entonces?

Vacilé un poco pues no me gustaba tomar tanto la iniciativa, sobre todo siendo el más pequeño del grupo, y esperé a ver si se decidían a volver.

-Si es que hay gente aquí...-susurro para mí mismo. Aunque claro que tiene que haber alguien. No hemos podido aparecer en las celdas por arte de... Vale, quizás me equivoque.

Termino de dar los últimos retoques a mi esquema mental del grupo, me servirá para poner orden en mis pensamientos para con mis "compañeros de aventura". Mark, Ethan, Dee y etcétera. Me enteraré de los nombres que me faltan cuando estemos seguros de lo que hacer y haya un mínimo de organización.

Vladimir sigue a lo suyo, posiblemente pensando en la manera más sutil de lanzar una mirada de desprecio, o cómo dejar caer una orden casual oculta entre frases dignas de un caballero. Si es que no lo sabía bien ya. Eso me recuerda que no se ha presentado todavía, y no seré yo quien le quite el gusto de decir su rango social y esa retahíla de apellidos suyos. Es más, lo considero prácticamente un espectáculo, y no me gustaría mancillarlo con mi inutilidad en cuanto a la memorización de palabras especialmente largas.

-Vistas las inmediaciones, nada parece especialmente seguro. Pero las mazmorras al menos tienen gruesas y resistentes paredes de piedra. Resistentes entre comillas. Comillas como camiones. Además de barrotes metálicos, puertas que se atascan fácilmente y demás sistemas de seguridad. A mí me parece una opción aceptable entre una maraña de malas decisiones.-expreso, aprovechando el máximo número de palabras posibles. Para qué negarlo, me gusta como suena.- Como mucho podríamos permitirnos echar un vistazo rápido y poco preciso a los edificios que bordean esta plaza. Los que están en pie, me refiero. Quizás encontremos algo interesante, o, como poco, algo para defendernos, esperemos que no haga falta.

Me giro para contemplar la plaza. Además de la fuente, los edificios en pie y los edificios derrumbados, no hay nada especialmente destacable. Si excluimos, claro, la torre que hay al fondo de la plaza, cuyo último piso resulta especialmente incongruente con el resto de la estructura. Es como si a mitad de la construcción se hubiera reemplazado el arquitecto inicial por uno con un sentido arquitectónico completamente dispar. Incluso me atrevería a decir que con una percepción espacial fuera de lo común. Claro que esta ciudad en si misma es una mezcla de estilos bastante... pintoresca.

Tras el trago de agua, Vladimir comprobó que ahora entendía y hablaba el mismo dialecto que hablaban los demás. Era… cómo una mezcla de todas las lenguas. “Habla todas las lenguas, y ninguna” Recordó, y se permitió una leve sonrisa que pasó desapercibida al rememorar El Nombre de la Rosa. Pero estaba volviendo a caer en los chascarrillos de literatura de tercera, y había cosas que hacer. Borró la media sonrisa y volvió a su expresión habitual de desdén y desprecio. Ahora que los entendía a todos, se daba cuenta de que no decían nada digno de ser escuchado. Quizás el que hiciera apreciaciones más objetivas e inteligentes fuera el señor Blanc. Y no estaba nada seguro de que eso fuera bueno.

Barrió con la mirada a los presentes. Había visto a los que se habían reído. Claro que lo había hecho. Y habría dado buena cuenta de su cara y de sus nombres. Pero si lo hubiera hecho habría sido un punto para ellos. Porque a él le deba absolutamente igual que ellos se rieran, al igual que a alguien normal le daba igual que las cucarachas jugaran al parchís o montasen orgías apocalípticas de sadomasoquismo. Porque puedes aplastarlas, pero no te apetece gastar energías en ello. Desde luego él lo razonaba de forma más sutil. Lo suyo era ser sutil.

Movió la antorcha en el aire, procurando llamar la atención de aquella gente con el sonido del fuego y su luz. Cuando estuvo seguro de que le oían, se pronunció:

-Saludos, señoras y caballeros. Creo que antes la barrera lingüística nos ha impedido presentarnos correctamente. Soy el Conde Vladimir Ibrahimovich Tepes. Un placer conocerles.- esto último era poco creíble. Su tono parecía querer decir: “están ustedes encantados de conocerme”. Pero de forma más refinada.- Creo que el señor Blanc está en lo cierto. Deberíamos dirigirnos a las mazmorras y adecentarlas lo mejor que podamos para poder subsistir. Cómo medida provisional puede bastar. Pero antes podríamos buscar algo útil en los edificios abandonados. Ahora si me disculpan…

Y tras decir esto, que realmente era un mero trámite de educación, porque le era indiferente los que demás hicieran, comenzó a andar de nuevo hacia el edificio más cercano. Atravesó el gentío de nuevo si chocarse en ningún momento con ellos, cómo quien camina por una casa y evita darse contra los muebles. Volvió a ajustarse la corbata con la mano libre, aunque no es que su ropa se hubiera movido demasiado. No tenía costumbre de descolocar su ropa. Aunque casi hubiera resultado más apropiado decir que su ropa no tenía costumbre de moverse. En la otra mano mantenía la antorcha. Y es que no sólo daba luz. Era una herramienta. Porque si alguien se ponía en desacuerdo con él, y ese alguien se pasaba de listo, podía calzarle una hostia tranquilamente con el lado que quema y quedarse más ancho que largo. Por no hablar de prenderle fuego a la gente. Eso era también terriblemente divertido. Pero todo esto eran suposiciones. Nadie le había amenazado ni tenía razones para hacer tales cosas. Ni tampoco para sugerirlas. Sería poco sutil por su parte, y lo suyo era la sutileza.

A mitad de camino cruzando la plaza, se paró en seco y comenzó a mover la cabeza ligeramente; lo suficiente cómo para lanzar una mirada por encima del hombro. Una de esas miradas que utilizaba Vlad para hacer sugerencias.

-¿Me acompaña, señor Blanc?- preguntó con voz aterciopelada a la par que afilada, indicando que él tenía el palo de metal que ardía, pero de forma terriblemente cortés.

Sin esperar contestación, se giró y continuó andando hacia las mazmorras.

No había razón ninguna para que él confiase en el muchacho pelirrojo. Por eso no lo hacía. Pero él parecía avispado. Si había alguien de entre esos once sujetos que prefería tener cerca, ese era Alphonse.

Aquel chico de modales anticuados y con aquella mirada de superioridad enfermiza se presentó como Vlad. Parecía que solo toleraba a su amigo el "señor Blanc". Y yo enseguida me di cuenta de que no iba a tolerar a ninguno de los dos.
-[...]A mí me parece una opción aceptable entre una maraña de malas decisiones.- dijo Alphonse Blanc. Enarqué las cejas.

<<¿Quien eres tu para juzgar malas decisiones? no estas aquí, como todos?>>

Los dos últimos en llegar, habían resultado una pareja pomposa y relamida, que por alguna razón, se creían con derecho a mandar. Todas las frases que soltaron por la boca, aun enmascaradas en la buena educación, no eran mas que desprecio velado, y ordenes. Fueron los primeros en ponerse en marcha. Y deje que se adelantaran. Cuando llegase a las mazmorras, me aseguraría de dormir bien lejos de los dos. En el caso de Vlad, hacia fuera, sus palabras eran pura cortesía, pero ambos me daban mala espina. Si yo fuese un gato, les habría enseñado los colmillos a ambos.
Busqué con la mirada a Hannah. Retrase mi paso para quedar a su lado. A pesar de su mal carácter inicial, me apetecia su compañía. Sospechaba que al igual que yo no me metía en sus discusiones con Noel, ella no se metería en mi vida. Ahora, en aquella ciudad que no era mi hogar, con la sensación de inseguridad en cada paso que dabamos, lo que menos me apetecia era recordar lo que estaba dejando atrás. Me apreté la pulsera de madera con fuerza sobre la muñeca. Dentro del bolsillo, la moneda que había decidido mi destino y me había traido a aquel lugar, parecía quemar.

¿Que diría Karina de una situación como esta? La ciudad de las maravillas y los prodigios, especial... aun sonaba en mis oidos. Y nada de eso veían mis ojos. Sí, mi mejor amiga hubiera dicho que había ido a cazar mariposas, y había atrapado arañas.

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Segui a Alicia y a los demas a las mazmorras de los cosechados junto con Elisa que parecia seguirme a cualquier parte cosa que me irritaba bastante
-Vamos alla-susurre
Esta ciudad me susurraba al oido, mas bien me gritaba, y no sabia como reaccionar a esos gritos que me avisaban de lo que nos iba a pasar....

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Esa mirada que he notado antes de darme la vuelta para seguir las disimuladas órdenes de Vladimir ha sido devastadora. Eso no era una mirada de desconfianza. Era lo siguiente. Por suerte, creo que yo solo era un blanco parcial. Estas cosas me pasan por juntarme con gente encantadoramente insoportable.

Claro, que si la gente considera una buena decisión entrar a saco en cualquier callejón oscuro cuyas paredes se encuentran en un precario equilibro, y que podría perfectamente dar lugar a un nido de depredadores a dieta de hambre durante meses, pues no tengo nada que decir al respecto. Pero yo no suelo pensar esas cosas, así que ha debido de ser mi imaginación. Me estará jugando una mala pasada. Serán los nervios frente a lo desconocido.

Acelero el paso para alcanzar a Vladimir y espero a que tenga alguna maravillosa idea de esas que se le ocurren de pronto y que no comunica a nadie. Es decir, esperaré hasta que eche a andar en alguna dirección indeterminada blandiendo el arma improvisada que sustrajo de las mazmorras. Algún día me cansaré de esa actitud de liderazgo despectivo, y entonces pasaré de él. Pero de momento, parece que sabe lo que hace. O al menos, cómo lo hace.

Observo al que ha dicho llamarse Vladimir y el resto de pomposos títulos. Ahora que ya puedo entenderle no puedo evitar sentir desagrado hacia su actitud, aunque al mismo tiempo me divierte. Sólo hay dos explicaciones para su comportamiento: o está loco o, si lo que ha dicho es cierto, es un niño rico de papá que se cree superior al resto.
Su recargada forma de hablar es extremadamente cortés pero al mismo tiempo nos observa con desprecio. No sé si es consciente o no de que se nota las miradas desagradables que nos dirige mientras disfraza su desdén con palabras "bien" escogidas y rimbombantes. Sin embargo casi lo mismo se podría decir de "el señor Blanc". Si bien era un poco menos excéntrico que su compañero, su forma de hablar tampoco me gustaba lo más mínimo. Además el hecho de que Vladimir sólo se dignaba a hablarle a él no hacía que le tuviera en mejor estima precisamente. Veo que Alicia se acerca a Hannah, por lo que decido seguir centrando mi atención en Ethan.
-Me parece que somos de los pocos que estamos medianamente cuerdos en este variopinto grupo...-le digo divertido en voz baja para que sólo me oiga él- y ya es decir mucho porque siempre he estado un poco loco. Bien-digo ahora en voz más alta- vámonos a las mazmorras... es la mejor opción por ahora aunque el "señor Blanc" sea tan reticente.

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Vladimir esperó a que Alphonse se situara a su diestra. Ignoraba deliberadamente las miradas de odio de sus nuevos compañeros. El muchacho llamado Noel acababa de hacer una apreciación en voz alta que él había tenido oportunidad de escuchar. Y, por la expresión ligeramente herida de su compañero, el señor Blanc también. Tras escrutar su rostro con un leve interés durante unos segundos, volvió la cabeza hacia el frente. Sin dejar de mirar al horizonte sombrío, habló en voz alta para que todos le oyeran:

-Sería conveniente que fueran todos a las mazmorras, más seguras, mientras voy a alguno de estos edificios derruidos; tengo la esperanza de rescatar algún objeto útil entre las ruinas. Me reuniré con ustedes en cuanto termine mi búsqueda. Acomódense entre tanto. - Tras decir esto, se giró de nuevo hacia Alphonse.- ¿Le importaría acompañarme, señor Blanc?- añadió con su tono de hacer peticiones.

Sin decir más, se desvió hacia el edificio que parecía más sólido de todos, sin variar ni ritmo ni postura.

Vlad no era estúpido. Estaba cómo una cabra, pero no era estúpido. Era perfectamente consciente de que no le agradaba a nadie. Y el señor Blanc no era una excepción. Pero era el que más “confianza” le suscitaba (no podía permitirse usar esa expresión sin comillas) y tenía que hablar con él. En privado, a ser posible. Y no se le ocurría otro momento para ello.

Tenía la sensación de que en cualquier momento se iban a lanzar contra él para descuartizarlo. Aunque no le asustaba demasiado. Lo venía sintiendo desde que tenía memoria.

Por otra parte, muy en el fondo de sí, guardado en un lugar de su psique dónde nada se reflejaba en la realidad, guardaba cierta inquietud. No tenía costumbre de tratar con gente de su edad. Ni mucho menos durante más de cinco minutos, ni en unas condiciones tan… peculiares. Por una parte le habían enseñado, desde que podía recordar, que esa gente era inferior a ellos. Pero ahora, cómo el niño que comienza a sospechar que sumar no consiste en quitarle 1 a 2, empezaba a preguntarse si esto era realmente así. Pero, sin eso, ¿qué le quedaba? No tenía nada. No sabía tratar a los demás de otra forma. Tampoco era capaz de confiar en ellos. Ni en Alphonse, ni en Alicia, ni en Noel, ni en nadie. Tenía un miedo secreto de que se volvieran contra él. Y sabía que si le pillaban con la guardia baja, podían acabar con él. Le habían enseñado formas poco agradables de atajar ese problema. No le gustaban, porque las había sentido en sus carnes, pero, cómo ya hemos dicho, no le quedaba nada más. Esa precaria educación moral y sentimental era el único barril al que aferrarse en el mar tormentoso. Era o eso, o ahogarse en el turbio océano de la incertidumbre. En la incertidumbre se es débil. Si eres débil, te eliminan. Él no era débil. Debía resistir. Y así lo haría.

Por eso, continuó caminando hacia el desvencijado edificio, sin variar ni un ápice su postura ni su semblante, con una impecable fachada de fría resolución.

Sigo a esas personas, en silencio.
Muchos de aquellos chicos y chicas parecen encerrar secretos en su mirada. Sin embargo, nadie dice lo que verdaderamente está pensando.
Bah... Ya se darán cuenta del precio de la sinceridad... Espero.

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Tras un largo camino, más por la apariencia de amplitud que da la plaza vacía que por longitud real, contemplo una casa estrecha, de tres o cuatro plantas -no sabría decir, ya que dudo mucho que se deban contar plantas medio-derruidas-, adornada con pequeños agujeros aquí y allá, como si los ladrillos hubieran salido despedidos hacia el exterior. Y dados los escombros que se amontonan alrededor y frente al edificio, no me habría extrañado en absoluto.
Parece la cosa más estable de esta porción de la plaza, ya sea por la resistencia que emana de un solitario edificio rodeado de ruinas, o por el hecho de contener el mayor número de ventanas y puertas intactas. Y eso es mucho decir, porque en la casa de al lado, por mucho que busco, no llego a encontrar una sola entrada a nivel del suelo. Debe estar enterrada en fragmentos de estructura.

Me acerco a la puerta y la empujo un poco. Efectivamente, no está cerrada, pero sí un poco reacia a moverse. Nada que no pueda solucionar de un par de empujones.
Mientras contemplo el desastre de interior, entre polvo, muebles viejos y, directamente, porquería acumulada, me pregunto por qué el señor Valdimir ha puesto tanto empeño en pedirme que le acompañe. Por lo que se de él, podría haberse limitado a mirarme de forma despectiva e inquisitiva. Y habría bastado para averiguar lo que quería.

Aunque mis primeros impulsos me instan a bucear en la marea de basura que ante mi se muestra en busca de objetos que puedan resultar lejanamente útiles, me contengo. No sé que será, pero no me termina de agradar la idea de ir primero. La poca luz que entrar por esas ventanas sucias y la red de sombras que forma no parece invitarte a entrar, sino más bien todo lo contrario. No será un monumento a la limpieza, pero es un gran elemento disuasorio.
Lanzo una mirada de indecisión hacia Vladimir.