Torreón Maciel (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

Archime no pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar hasta Maciel una vez más. Como aquella ocasión en la bahía. En realidad había más paralelismos de los que parecía a simple vista, pues en aquella ocasión también habían rescatado a Taro -aunque no solo a él- y el biomecánico también había agotado sus energías. El camino transcurrió si que el biomecánico fuese apenas consciente de lo que lo rodeaba, centrado en todo momento en controlar su respiración. No había llegado a darle un ataque de asma, pero si se sobreesforzaba sin duda le ocurriría.

Se aposentó en el sillón de siempre, todavía recuperando el aliento y habló tras Anriel.
—Debemos... curarlo... —musitó con la respiración agitada para después intentar llevar a cabo un hechizo de restauración.
No pudo. Probablemente todavía conservaba cierta reserva de energía mágica, pero el cansancio del uso continuado de hechizos exigentes fue superior a él. Se agitó ligeramente cuando recibió la palmada de Shaco y dejó en sus manos la tarea de curar al carabés mientras se recostaba en el sillón completamente agotado. Posiblemente debían repetir los sortilegios sanadores durante los próximos días para que Taro se recuperase correctamente, pero Archime les dio su visto bueno internamente a los que aplicó el humano a modo de primeros auxilios, dejando de preocuparse por aquel asunto en concreto.

—No deberías realizar... movimientos bruscos. Es preferible que... pidas ayuda para lo que necesites, por ahora —advirtió al carabés poco después cuando este hizo ademán de moverse.

Lo que contaba Archi era problemático, pero a la ulterana no se le ocurría ninguna solución, solo podían esperar a ver que pasaba, y tendrían que racionar bien el aceite.
—Aun es pronto para alarmarse, tal vez en esta ciudad haya algo de ese aceite que necesitáis, a fin de cuentas ya han venido otros irrenses antes, ¿no? —quería suavizar las cosas, pero posiblemente no estaba funcionando— Os podría dejar el frasco que yo me he traído de Ulterania, pero posiblemente no sirva... No se, pero no dudes en pedírmelo si lo crees necesario, ¿de acuerdo?

Converso un poco mas con el irrense, cambiando de tema para no que se preocupara de mas al menos por un rato, y le volvió a recordar que podía contar con ella si quería que le velara el sueño. La ibolense tenía curiosidad por saber si el chico era sonámbulo o no, y si podía ayudarle a comprobarlo mejor que mejor. También quería hablar con Cío para ver como estaba, pero no era buena idea, y decidió dejarlo tranquilo por el momento.

Regresó al salón casi de madrugada, tirándose en un sofá a leer, donde amaneció al día siguiente. Se había quedado dormida en algún momento de la noche, y ni siquiera recordaba por donde iba en su lectura cuando había sucedido. Con un suspiro se puso en pie y salió al patio a lavarse la cara, donde el aprendiz ya estaba entrenando. Lo saludo con un gesto y, una vez estuvo despejada, empezó sus ejercicios de meditación matutinos. Mas tarde se daría un baño y se prepararía para la salida a la Avenida de las Casas Carnívoras, donde esperaban que el humano recuperara algunos recuerdos mas.

Archime negó con la cabeza ante las suposiciones de Keiria.
—Los últimos indicios de la presencia de Rocavarancolia anteriores a la cosecha de este año datan de hace unos dos siglos. Y es altamente improbable que sirva otro aceite, ya que se trata de un compuesto especialmente fabricado para el mantenimiento de nuestros implantes.
No había posibilidades y el biomecánico lo sabía. Hasta que no pudiesen regresar a Irraria se había acabado la realización de un mantenimiento regular y completo. Archime se aseguraría de que el aceite que quedaba permanecía intacto, por lo que, cuidadosamente, vertió el escaso contenido del bote partido en el que se encontraba en buenas condiciones pero casi vacío.

Keiria ya había salido del cuarto tras conversar un poco más con él, conversación en la que el ingeniero le aseguró que no hacía falta que lo vigilasen ya que no era algo que sucediese todas las noches. Le dijo que trataría de buscar si existía algún patrón temporal en aquellos cambios de lugar con el fin de predecir cuándo sucedería y en cuyo caso sí le pediría ayuda para comprobarlo. Cuando la ibolense había salido por la puerta, el biomecánico permaneció de pie unos segundos, todavía frustrado por lo sucedido, hasta que su propia alucinación recurrente pareció activar un mecanismo en él e hizo que se dirigiera hacia el escritorio con el fin de emplear el tiempo hasta la hora de dormir en aprender algún hechizo nuevo. Al fin y al cabo, ya que Cío iba a tener que verse perjudicado debido a su capacidad para realizar magia, no podía dejar que fuese en vano.

Esa noche durmió en la cama y en ella seguía cuando se despertó. Lo primero que hizo tras levantarse fue comprobar que el aceite seguía a salvo en uno de los bolsillos de su bata, y a continuación se vistió para bajar a desayunar. Si alguien bajaba antes que Cío, se lo encontraría sentando comiendo en silencio un bollo irrense. Pero cuando el mencionado apareció, anunciando que se encontraba indispuesto para salir, Archime giró la cabeza en su dirección y, tras vacilar unos segundos, se levantó de la silla y se dirigió hacia él. A pocos pasos del chico, rebuscó en uno de sus bolsillos y sacó el bote de aceite, el cual tendió a Cío a continuación.
—Yo debo salir, te lo confío en mi ausencia.
Archime le dirigió una mirada parpadeante brevemente antes de desviar la vista hacia el suelo.

Cío malamente fue consciente de cómo se sentía Archi, porque en cuanto asintió a su última propuesta se dirigió hacia el pasillo, murmurando una despedida. Puso rumbo al patio directamente, suponiendo que no había mejor aire fresco que el viento que se levantaba por las noches. Era, efectivamente, mucho más fácil de respirar, el frío lo hizo espabilar rápidamente.

Su cabreo con Archi fue fácil de aplacar. Para empezar, los botes eran suyos. De no haber sido por él ni siquiera habrían tenido con qué hacer mantenimiento alguno. Podría haber elegido incluso no compartirlos, pero evidentemente no iba a ser así. Nadie era especialmente culpable de que un animal se colase en el torreón y rompiese algo, él era tan culpable como podía serlo Archi, o incluso cualquier otro.

Pero saber eso no ayudaba en lo más mínimo, porque no tenía nada lógico a lo que echarle la culpa. Iba a ser como volver al comienzo, pero peor. No solo no podría aportar nada al grupo, sino que encima iba a ser una carga. El motivo de mayor peso que había tenido para esforzarse en hacer algo de provecho era no quedarse atrás, y no ser un mantenido. En momentos como aquel volvía a echar de menos tener uñas que morderse. Su papel en el grupo no dejaba de ser algo secundario, a fin de cuentas no era como si fuesen a echarlo a patadas, por lo que no era realmente lo peor del asunto. Simplemente veía el futuro bastante negro. Cada vez que había afirmado que seguiría moviendo los brazos “hasta que reventasen” lo decía como una posibilidad, no como una certeza. El resquicio que lo salvaba un poco de desesperarse era que su brazo derecho no tenía por qué dejar de moverse si eran cuidadosos con el reparto y él con lo que hacía. No debería salir del torreón para cuando estuviese tocado, y la idea era deprimente, pero al pasar el año volverían a moverse bien con un mantenimiento regular.

Fue pensando en cómo proceder. Inmovilizaría el brazo cuando llegase al punto de sentir los roces, con tal de no estropear las articulaciones. Para cuando terminó de contemplar todas las posibilidades, estaba más tranquilo, pero tremendamente desanimado. Y helado. Volvió al torreón con pasos silenciosos, pasando de largo del salón al notar que el brasero ya prácticamente se había apagado. No le quedó otra que arrebujarse entre las mantas, temblando no sabía si de frío o nervios, pero suponía que esencialmente lo primero. No se pudo decir que durmiera gran cosa esa noche. Para cuando entró en calor no faltaba nada para el amanecer, y por tanto no se levantó a la hora que solía. Cuando bajase, comunicaría que no se encontraba del todo bien para salir, aparte de por el cansancio, por los estornudos que se le escapaban a cada rato. Se preguntó si ya estaba sintiendo miedo de forzar los brazos durante la salida. También si debería poner a los demás al corriente antes de que hiciese evidente.

Cuando Archi se acercó tendiéndole el botecito lo cogió sin decir nada. Mientras Archi lo miraba a él, Cío miraba el bote, inexpresivo, hasta que cerró la mano en torno a este y se lo metió en el bolsillo.
―Espero que haya suerte en la salida ―le deseó―. Procura no volver hoy también para el arrastre. ―Lo cierto era que le habría gustado ir a él también. Se despidió de todos los demás con una fórmula parecida y una palmada en el hombro para el aprendiz y se fue a revolver en las cestas para sacar de ellas su desayuno. Aunque antes tuvo que pararse a buscar el pañuelo más cercano.

"¿Sabía que se le iba a olvidar todo?", fue lo primero que se le pasó por la cabeza a Taro al iniciarse la grabación. "¿Por qué no nos lo dijo?"

No estaba muy seguro de si el aprendiz prefería que le dejaran intimidad o qué. Miró dubitativo al resto de presentes, y en vista de que la mayoría no subían al salón pero tampoco se acercaban a ver el vídeo el carabés optó por hacer lo mismo. Parpadeó un poco cuando la grabación llegó a su parte, como si no se esperase aparecer.

-Es la primera vez que me nombran primero para algo- bromeó al final. Sin embargo las palabras del aprendiz de hacía meses atrás habían despertado en él una chispa, pequeña, de algo que sentía en muy escasas ocasiones.
Orgullo de sí mismo.


La mañana siguiente la pasó taciturno y de un humor turbio nada más levantarse. No le gustaba nada la noción de que el grupo fuese en masa precisamente a las casas carnívoras. Sin embargo las palabras del capullo del detective habían hecho sangre en lo que ya era un punto sensible y ahora Taro estaba dividido entre el orgullo herido y el sentido común, entre forzarse a acompañarles y no hacerlo.

No era cuestión de comerle la cabeza a nadie con sus problemas, de modo que se encerró en sí mismo esa mañana, dando vueltas por el torreón como un león enjaulado tratando de decidir qué hacer. Al final, sintiéndose un cobarde, les dejó marcharse sin haber conseguido armarse de valor para acompañarlos.

Asqueado de sí mismo bajó a la cocina a por algo de desayunar, ya que hasta saber si iba a salir o no no había decidido si comer allí tranquilamente o por el camino en un bote vacío. En ella, Cío tampoco parecía sentirse el alma de la fiesta en ese momento.
-Hace un frío de la hostia aquí a veces- comentó Taro con un bufido. Y era irónico decir eso porque en Carabás, fuera de las ciudades centrales, nevaba muchísimo. Sin embargo precisamente por eso el muchacho no estaba acostumbrado a un clima no regulado por la cúpula-. Era cuestión de tiempo que alguien pillase un catarro.
Al menos Cío sí tenía un motivo de peso para quedarse, le pinchó con mordacidad una esquinita de su mente. Taro la ignoró mientras hojeaba el libro de magia que se habían dejado allí el día anterior, para ver si el hechizo que habían aplicado a los críos de Lara en su momento podía servir como reconstituyente también para el irrense. "Tampoco es que pueda hacer gran cosa con él si lo encuentro."
-Le podemos pedir a Ippon que lo intente- dijo lacónicamente cuando lo encontró-. Porque Lara no lo va a querer ni tocar. Es eso o esperar a que los magos vuelvan de la exploración- se le coló un deje extraño, entre el desánimo y el despecho, en esa frase. En ese momento Taro no se sentía muy a buenas con todo el que fuese más útil que él.

Aquella noche, Lara dormiría abrazada a los huesos, llorando desconsolada y cantando entre sollozos, de nuevo, nanas susurradas. Esta vez, sin embargo, la destinataria era ella misma. Durante unos segundos los había vuelto a ver dentro de esa celda, vivos y despreocupados como habían sido hacía unos meses. Aquel artefacto tecnológico de Shaco se los había traído de vuelta por unos instantes y, aunque la madre sabía que no eran reales, que no eran más que recuerdos reflejados en una pantalla, los había sentido tan cerca que casi había podido tocarlos como cuando los acunaba en su regazo.  Le había costado semanas hacerse fuerte, sobreponerse y convencerse de que podía con todo, y le habían bastado segundos para desmoronarse. <<No es justo>> se lamía las heridas con esa frase, repitiéndola como si de un salmo curativo se tratara. No era justo, claro que no; pero era real. Era lo único real para ella: Rica y Randa solo eran huesos, polvo, recuerdos y, si es que existía algo más allá de la muerte, quizás almas o fantasmas errantes. No había más. <<No es justo>>. En absoluto lo era.

La ordesa que se levantó a la mañana siguiente era poco más que una bola de pelo legañosa y muerta en vida. Lara guardaría a sus bebés en el marsupio, se pondría el tocado con el molinillo en la cabeza y subiría a esconderse en su rincón al final de las escaleras. Se sentó en el último escalón, recostándose sobre una de las paredes, y clavó su mirada ausente en la pared de enfrente. Una mano quedaría sobre el marsupio y la otra, haría girar y girar el molinillo al mismo ritmo que fluían los pensamientos de la madre. En aquellos momentos recordaba su llegada a la ciudad, su estúpido entusiasmo por volar por culpa de un puñado de historias de ficción, y se preguntaba en qué momento de su vida la habían drogado para ser así de tonta.

Con ese y otros pensamientos vejatorios hacia su persona, Lara se inclinó hacia la pared de huesos que había construído hacía ya meses y apoyó la cabeza. No tardaría en sumergirse en un sueño ligero.

Le sonrió estúpidamente a Taro antes de sonarse una vez más.
―Qué va, esto no es nada. No habría pasado si llevase puesta la ropa que debía. ―Y era verdad, pero no iba a enfundarse el traje térmico solo para salir al patio―. No importa ―respondió con voz nasal cuando comentó que a lo mejor con magia se podía curar―, me lo tengo un poco merecido, no es para tanto. Seguro que todos van a volver agotados y a lo mejor el enano no lo ha estudiado. ―Le señalo el cítrico que estaba comiendo, como si equivaliese a tomarse la medicina, y terminó el último gajo antes de ponerse a recoger la mesa, lavándose después las manos en el barreño de la cocina. El irrense estaba un tanto retraído pero, al final, logró caer en el desánimo de Taro. ¿Él también deseaba poder hacer magia? Parecía aún más dolido desde que había cogido el libro. «Ya, ¿y qué le digo? “Anímate, ya somos dos”. Jodidamente útil».

―Déjame eso un momento ―pidió, señalándolo―. Hace eones que no hago ninguna prueba, ¿sabes? Al principio lo intentaba cada dos por tres, «seguro que estoy haciendo algo mal» pensaba. ―Buscó el único hechizo que había llegado a aprenderse de verdad y lo miró fijamente―. Ya sé que no va a cambiar nada, pero en esta ciudad pasan cosas lo suficientemente raras como para que lo siga intentando.
Y, por supuesto, fue un fracaso rotundo. El irrense añadió un «tachán» tras el truco inexistente, burlándose de sí mismo, instando al carabés a reírse de la inutilidad.

Taro murmuró un "mmm" falto de compromiso ante la respuesta de Cío. Aunque lo cierto era que sería mejor tratarse aquello antes de que fuese a más, porque no disponían de recursos para curar algo más grave, comprendía perfectamente que no quisiese depender de los magos del torreón.
-Si tú lo dices...- dijo sin mucho convencimiento-. No eres el aprendiz, así que supongo que con un catarro no harás cosas como irte a entrenar al patio, así que me fío de ti.

Le pasó el libro cuando lo pidió, sin comprender.
-Es bueno que sigas probando- señaló cuando entendió qué pretendía-. Es lo más parecido a que te hagan pruebas regularmente. No sé si los irrenses sois diferentes, pero si funcionáis como nosotros más o menos hasta los dieciocho aún puede cambiar la cosa.
Asistió, acodándose en la mesa, al intento de Cío de completar el hechizo. Sonrió con un asomo de humor ante el "tachán" del irrense.
-Bravo- aplaudió, siguiéndole el juego-. ¿Sabes lo bueno de este sitio? Que al final da igual que tengas magia o no. Te petan igualmente- más o menos.

Aprendiz

El aprendiz no habia dormido en toda la noche. Se habia pasado hasta la mañana del día siguiente entrenando su cuerpo, la magia con pausas para meditar de cuando en cuando. Fue duro para él no conciliar el sueño, pero así se aseguró de que nadie entrase en su cabeza, si bien fuera cualquier a de las voces que poblaban su mente o la misma ciudad quien amenazaba con acabar con ellos.
Dos grandes ojeras pendian de su cara mientras seguia entrenando aún en la mañana, como un zombie. No ignoró el saludo de la ulterana a voluntad propia, sinó, en tal estado groggy que se encontraba, ni se dió cuenta de que era de día.
-Buenos... Dias...-logró musitar al cabo de un rato.

Se estiró y el estómago se quejó en orquestra. Tenia que desayunar algo y espabilarse la mente. Todo iba a salir bien, como se lo habia prometido a sí mismo. Se dirigió a la cocina y se atiborró entonces a bollos hipercalóricos justo hasta la hora de salir.

Entonces se giró hacia los tres acompañantes en aquella salida.
-¿Listos?-preguntó, nervioso.

Debia salir bien. Si no...

Sigue en Avenida de las Casas Carnívoras

―Igual, igual no te petan. Pero a efectos prácticos viene a dar ahí ―respondió, encogiéndose de hombros―. Si aún puede cambiar la cosa me parece que ya voy estando fuera del rango que dices ―admitió, no sin desánimo―. ¿Pero qué hay de ti? ¿Vas probando a ver si suena la flauta?

Inconscientemente había metido la mano en el bolsillo donde estaba el botecito de aceite, una especie de comprobación de que seguía allí. Después la metió en el otro, pero para sacar el pañuelo y retregarselo una vez más contra el hocico.

-Debería, sí- reconoció-. Me quedan dos años aún o así, pero decidí venirme aquí por si... bueno, si no tenía suerte- se encogió de hombros-. No se vive mal ahí sin magia pero sí que te miran por encima del hombro, ¿me explico? Y ya era bastante margi yo solo.

Las otras preguntas al respecto que le habían hecho sus compañeros de cosecha no le habían instigado ningunas ganas de probar por su cuenta: más bien al contrario, le habían puesto incómodo y en ocasiones hasta mosqueado. De haber insistido alguno de ellos se habría sentido acorralado y probablemente habría contestado mal. Pero ahora sólo estaban dos gatos en la cocina, y aquello no tenía compromiso. Si salía mal no pasaba nada, porque era lo que esperaban los dos. Cío había dado sin pretenderlo con las circunstancias adecuadas y el momento justo para que Taro no se sintiese presionado.

-A ver, trae, sigamos con el espectáculo- se rindió con una risa baja, reclamando en silencio el libro de vuelta. Tras repasarlo un poco aburrido optó por el mismo hechizo que Cío, pero pasó un buen rato hasta que por fin el carabés estuvo en condiciones de intentarlo. Taro tenía la capacidad de concentración de una mosca, perdida hacía mucho por la falta de práctica. Le costaba quedarse quieto y con la atención enfocada el tiempo suficiente para memorizar una cosa.

Por supuesto, cuando lo consiguió tampoco pasó nada. Taro imitó al irrense con su "tachán" tarareando una música grandilocuente de show de variedades antiguo. Frunció el ceño, sin embargo. Había tenido la sensación, sin embargo, de que... no estaba seguro, pero quizá... casi...
-Habría sido una putada conseguirlo, de todas formas- se encogió de hombros, aún procesando la sensación-. Imagínate venir aquí, dejar que te coma un edificio y luego saber que te lo podrías haber ahorrado quedándote en casita- jugueteó con el borde de las páginas meditabundo-. Nah. No lo digo en serio- Cío ya sabía lo que pensaba realmente de su decisión de haber venido a Rocavarancolia.

Cío asintió a lo que decía Taro, de nuevo preguntándose qué clase de mundo era aquel donde se daban tales elitismos. Aunque si la separación era magia y no magia, podía entender cómo había surgido, pero seguía sin ser justo. Le pasó el libro, y mientras el carabés lo memorizaba Cío terminó vagando por su ordenador para pasar el rato, apagando la pantalla con un toquecito en cuanto Taro iba a comenzar. El resultado fue el mismo y, al igual que en la representación anterior, el irrense fue el que aportó el breve aplauso tras el final del “truco”.
―Bravo, bravo. Somos fenómenos, hacemos desaparecer la magia. Deberíamos registrarlo. ―Le extraño que el carabés usase el término “putada”, hasta que admitió que no iba en serio. Cío no habría bromeado con eso, ni aunque hacer magia supusiese chapar como no lo había hecho nunca (cosa que le repelía de sobremanera).
―Bueno, las cosas impredecibles es lo que tienen ―dijo―, pero si te quedan dos años sigue probando, menos da una piedra ―trató de sonreírle. Por su parte, el irrense había decidido que no valía la pena seguir intentándolo, aunque probablemente volvería a caer en ello más adelante. La magia, a fin de cuentas, hacía ya tiempo que era una preocupación secundaria para él. Ahora era incluso terciaria.

Al cabo de un rato, estando ya la cocina recogida y todo dicho, fue a sentarse al sofá. La tranquilidad con que había empezado el día haría que se adormilase por momentos, supliendo malamente la falta de sueño.

El comentario de Cío le arrancó una carcajada.
-Archi se moriría de envidia.

Avanzó la mañana con la misma tranquilidad con la que dormitaba Cío, y con ella el hambre. Taro ya estaba cocinando algo cuando Lara bajó del primer piso, y el carabés se ofreció a relevarla en la supervisión de los niños un rato. Éstos pasaron a la cesta, dejando a la ordesa libre para comer y hacer cualquier otra cosa por su cuenta.

El hechizo era cortito y tenía un ritmo fácil de memorizar, de modo que el carabés se encontró murmurándolo por bajo hasta que prácticamente se lo supo de corrido. Una vez hubo terminado de comer, acodado en la mesa vigilando a los críos, empezó a practicarlo por puro hastío.

"Nop."
"Nada."
"A la tercera no va la vencida."
"Ni a la quinta."
(...)

De improviso, un súbito fogonazo más la exclamación de sorpresa del carabés fue suficiente para que los niños empezasen a llorar instantáneamente, más por acto reflejo que por el susto.
-No os chivéis, cabrones- susurró Taro apuradísimo, tratando de hacerlos callar. Si Lara se enteraba de que podía haber quemado a los críos por error se le caía el pelo.

Lara no había tardado en despertarse de aquella siesta improvisada en las escaleras y su estómago le urgió a que bajara a por algo para desayunar. Encontró a Cío adormilado en el sofá, por lo que continuó su camino hacia la cocina andando despacio y con el cuidado extremo de no hacer ruido con los pies. Por culpa de su mejor oído natural y lo a menudo que se drogaba con la amplificación sensorial, la ordesa cada vez tenía más problemas para discernir en qué punto de los espectros auditivos ajenos comenzaba el silencio. Una vez en la cocina, se encontró con Taro, quien se ofreció a cuidarle de los niños mientras ella desayunaba y entrenaba un poco con el arco.

Así, tras un buen atracón a requesón, Lara buscó su Rompemuros 115 -arco distinguible del resto por un pequeño lazo gris- y salió al patio, sabedora de que los bebés estaban en buenas manos. Su entrenamiento duró hasta su oído captó el llanto de los bebés. Lara se alarmó irremediablemente y entró corriendo hasta la cocina, con el arco y una flecha en la mano. Al ver que no parecía haber ocurrido nada, Lara respiró hondo, algo más calmada, y se acercó a la cesta. Los bebés se tranquilizaron un poco en cuanto la oyeron.

―¿Qué pasa cositas mías? ¿Echabais de menos a mamá? ―impostó la voz  y les acarició la barriguilla a los tres―. No debéis llorarle al tito Taro, está muy feo, con lo bien que os cuida...―les regañó con dulzura. Zaende Pi era el único que todavía sollozaba para entonces―. Veeenga, Pi, que ya pasó...―en vistas a que no se calmaba por sí solo, Lara acabó sacándolo de la cesta y lo acunó hasta que se le pasara.

>>¿Se han asustado con algo? ―preguntaría a Taro entretanto. La madre estaba lejos de enfadarse. Una vez descartaba las verdaderas amenazas, los sustos y la falta de experiencia criando bebés se convertían en chistes amables.

Taro se apartó discretamente para que Lara hiciera su magia. No entendía muy bien a qué venía el apelativo de "tito", pero en una ocasión había preguntado a alguien al respecto y le habían aclarado que era un diminutivo de "tío". Suponía por asociación que indicaba que lo estaba haciendo bien con los críos.

La mente le daba vueltas. ¿Acababa de...? Sería de coña, después de todas aquellas pruebas con resultados rozando el cero absoluto. Pero los bebés habían empezado a llorar, no habían sido imaginaciones suyas.
-Se me cayó una olla- mintió automáticamente, más por acto reflejo que por otra cosa, cuando Lara interrumpió su tren de pensamiento. Luego, cuando su raciocinio se puso al nivel de su instinto decidió que había sido lo mejor. A la madre no le haría gracia saber que había estado manejando material inflamable cuando se suponía que debía estar vigilando a su prole. Una rápida mirada para asegurarse de que un recién despierto Cío no había visto nada, y asintió ahora con más seguridad. Tenía que procesar lo que acababa de pasar, y luego ya vería.

―Oh, vaya... ―la ordesa tuvo que reprimir una sonrisa. No había escuchado ninguna olla caer, por lo que intuía que Taro podía haber tomado una decisión equivocada a la hora de jugar con los niños y los había asustado en lugar de hacerles reír. <<Le dará vergüenza admitirlo>> imaginó―. Bueno... Si estás muy ocupado con las ollas, me los puedo llevar al patio. No me importa dejar el entrenamiento a medias hoy ―Lara seguía algo desganada por lo que había visto ayer.― ¿Te parece?―acabó preguntándole, antes de dedicarle unas carantoñas a un Zaende Pi más tranquilo y devolverlo a su cesta.

Para ayudar a que se distrajeran, invocó una pequeña luz en la palma de su mano. Le dio un golpecillo al móvil de la cesta para hacerlo girar y acercó la llama despacio a las piezas que colgaban, para que reflejaran la luz.

Taro respiró un poco más aliviado en cuanto comprobó que Lara no preguntaba nada más.
-Vale- dijo. Volvió a sentarse a la mesa inclinado hacia adelante, con los brazos cruzados y la cabeza entre ellos. Miró meditabundo cómo la ordesa distraía a los pequeñajos con un despliegue de luz. ¿Podría él hacer lo mismo?
-Lara- alzó un poco la voz un poco más tarde. Había recordado una conversación pasada con Cío, y dado que tenía a una madre delante, no había mejor persona a la que preguntar-. ¿De donde vienes a todos los niños se les hace... bueno, esto?- señalaba al móvil de colores, pero se refería a algo más general-. ¿No pasa nada si los tienes siempre en casa y los crías como quieras?

―Claro ―a la madre le habían causado gracia esas preguntas. Para ella era de cajón que una madre cuidara a sus niños. ¿Qué otra manera -efectiva- habría sino?―. No es que pase algo, es que es como una obligación. O los cuidas tú mismo o los "das en adopción" ―Lara hizo notar la poca validez moral de aquella opción― y créeme, los bebés vienen a puñaos en mi mundo, nadie quiere adoptar siquiera a uno cuando puede tener por si mismo una camada de tres o cuatro―. Había evitado el cinco a propósito, desde la muerte de Rica le levantaba ampollas.

>>Cuando son algo mayores los puedes llevar a la escuela, por supuesto, pero hasta entonces la educación corre de tu cuenta: tienes que señalarles qué está bien y qué no, castigarles o recompensarles, explicarles como funcionan los Pezones... Tienes que cuidarles y quererles... Ya sabes ―añadió esa coletilla sin ser consciente de que en este caso Taro podría no saberlo. Su voz estaba perdiendo la emoción. Lara estaba hablando de todo lo que se iba a perder ella y cuanto más claro lo veía, más le dolía continuar por esos derroteros. Acabó camiando de tema de la forma más sutil que supo―. A mis hermanos y a mí nos criaron entre nuestra casa y los negocios familiares. Cuando eramos pequeños, disfrutabamos como tontos tiñéndonos los pelos con las cenizas de todo lo que quemaba mi madre para sus "visiones" ―. Lara había llegado a un punto con respecto a la profesión de su madre en el que no sabía si la creía más que nunca o la despreciaba por ser una falsa―. También lo pasabamos bien leyendo libros con mi padre... ―La madre no era consciente de cuánto los echaba de menos, de cuánto quería volver a ocupar la posición de hija.

Permanecería unos segundos callada, visiblemente afectada, y dedicaría pensamientos a la salud de su familia que acabarían con un "¿Qué puede ser peor que esto?". Entonces se preguntaría por Taro.

―¿Qué se siente al no saber quienes son tus padres? ¿No te hubiera gustado haberlos conocido?