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Ordesta

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23/07/13, 04:49 pm
Ordesta

Portal situado sobre pleno oceáno, a medio camino entre los Alrededores y Cardantea.
Yber
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Ficha de cosechado
Nombre: Ulmara.
Especie: cercana alaí.
Habilidades: Velocidad, nociones de lucha y resistencia.

Personajes :
Dirke/Ramas.
Giz.
Tap/Malahierba.
Lara 37/Saria Omen.
Rasqa: parqio transformado en moloch.
Eitne.


Heridas/enfermedades : Eitne: le falta la pierna derecha de rodilla para abajo.
Status : Es complicado.
Humor : La gracia de dios.

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02/08/13, 11:33 pm
Cosecha de Lara 37

El otoño se hacía notar en el Feudo 33. Lara vivía en un pequeño pueblo a las faldas del Pezón Izquierdo y allí, el frío que acompañaba los paisajes marrones y los suelos alfombrados en hojas era casi invernal. Lara caminaba a través de una zona boscosa que había sido acondicionada con mesas de madera, para los que disfrutaban comiendo fuera; había llegado a ella decidiendo la dirección con una tirada de dados y ahora acariciaba los asientos a su paso. Iba tratando de contener el castañeteo de sus dientes, a pesar de que su pelaje la protegía en buena parte de las bajas temperaturas. Sin embargo, no le importaba demasiado pasar frío. Para ir guapa había que sufrir, era el precio que pagaba por haber exhibido el reciclaje de su disfraz de afín. Había trabajado en él varios días y se sentía orgullosísima de lo bien que había quedado el arreglo.

A esas alturas debía de ser más de media noche, aunque todavía quedaban un par de horas para que los ordeses se fueran a dormir. Lara había pasado toda la tarde en el consultorio de su madre, una caseta más o menos camuflada entre las de los artistas itinerantes. Allí se había dedicado a ayudar a su madre a crear el ambiente idóneo para que sus visiones fueran acertadas, pero le asustaba que el incienso fuera perjudicial para sus niños y de vez en cuando salía a que le diera el aire. Este coincidía con su último paseo de la noche antes de volver a casa. Había decidido alejarse un poco del núcleo urbano y del ruido de los apostadores tardíos y los puteros, que comenzaban ahora sus andaduras sexuales. Por eso mismo había utilizado los dados.

Las brisas suaves mecían su pelaje y su ropa y Lara intentaba ajustar su posición de tal manera que el aire golpeara su tocado e hiciera girar el molinillo. El viento se filtraba entre las ramas y parecía silbar una melodía vieja, melodía que Lara creía entender como una nana de algún cuento perdido que el bosque le dedicaba a sus pequeños. La joven madre se sentía sumergida en una sensación mágica, se sentía igual que la protagonista de la saga de los afines después de descubrir que su boda no había sido anulada, besándose al amanecer con su afín al frío; eufórica. La única diferencia era que ella no tenía a nadie que besar, pero esa era la parte prescindible de la escena. El afín del hielo al final era un capullo. Como Vito.

En su marsupio, los niños dormían apaciblemente, arropados por ella, que se había subido la parte delantera de las faldas para protegerlos bien del frío. La calidez que le transmitían, tan acurrucados y calladitos sobre su barriga, completaba la agradable sensación del momento. En un principio, la ordesa había afrontado su maternidad con miedo, pero cualesquiera que fueran sus temores, sus niños los habían disipado. No necesitaba a Vito en absoluto y ahora Lara era plenamente consciente de ello. <<Mis pequeños no pueden ser más afortunados por estar conmigo y no con el subnormal de su padre>> se dijo altanera. Caminó hasta una de las mesas y se sentó sobre ella, apoyando sus pies descalzos en un banco. Rodeó con su brazo izquierdo su bolsillo marsupial y con la mano sobrante ayudó a girar el molinillo. Su mirada se perdió en algún punto entre las hojas del suelo y su mente voló hacia una de las últimas novelas que había leído: El mono de la leche de plata.

Ensimismada como estaba, recordando sus escenas preferidas y las increíbles enseñanzas que el libro transmitía sobre el verdadero sentido de la vida, no sintió como la canica de uno de sus bolsillos vibraba muy levemente. Asimismo, tampoco vio venir a la extraña mujer casi calva y de ojos tapados que no tardaría en ofertarle algo irrechazable. Tras adivinarle varias tiradas sin quitarse la venda de los ojos, le prometió que sería capaz de leer al propio Azar si la seguía. Le habló de una ciudad poderosa, de magia, y de todo lo que podía ganar allí. La ordesa la miraba con los ojos como platos, totalmente alucinada por lo que le estaba contando.

El lugar se había cubierto de humo verde, cosa que Lara adjudicó a algún fenómeno metereológico, y la mujer le preguntó a qué olía.

-Huele a...-olfateó el aire. No sabía muy bien a qué olía, pero una corazonada (o lo que ella entendió como una corazonada) le hizo sentir que era hora de apostarlo todo-. Huele a éxito-finalizó, citando una frase del libro de los afines. Metió una mano en su marsupio y acarició la cabeza de sus niños, convencida de que esto lo hacía por ellos-. Voy contigo.

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No llores por no poder ver tu pierna,
las lágrimas te impedirán ver los cadáveres de tus amigos.
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14/08/14, 02:42 am
La primavera había invadido Las Islas de tal manera que Rasqa se sentía ofendido. El parqio sobrevolaba la Central dejando que el aire le empapara el rostro y observando con apatía el paisaje que se extendía bajo sus alas. Apenas había tardado dos días en florecer todo y había pasado de ver todas las noches el mismo paisaje invernal a ver el mismo paisaje lleno de colores. Y aquello le aburría soberanamente, como le solía aburrir todo lo que dejaba de ser nuevo. Las islas y la vida de la manada tenían pocas emociones y menos sorpresas aún.

Habían llegado a tal punto que ya ni los maestros se esforzaban en contarles historias nuevas sobre los dioses por las noches, y eso que él no acababa de creer, pero hasta hace algún tiempo las había disfrutado como la ficción entretenida que era. <<Antes al menos se esforzaban por inventarse algún dios nuevo de allá para cuando para sorprendernos>>. Pensó casi con desagrado. Para más inri, el viejo que les contaba las historias ahora no le gustaba tanto como el anterior. Pero no eran viejos por serlo y no fue raro que al pobre le diera un patatús.

Rasqa abrió las alas y dejó que el aire se colara debajo para ganar altura y  simplemente dejarse caer en picado. Gritando de emoción, el parqio calculó el momento exacto en el que desplegar de nuevo las alas para frenar y acabar planeando el último tramo hasta el suelo. Había aterrizado sobre una llano cercano a la zona donde el nuevo viejo parloteaba al resto de crías, cubierta de hierba entre la cual revoloteaban un puñado de luciérnagas. El animal bostezó, se recostó en el suelo hasta coger una postura cómoda y arrancó un par de hojas del suelo para masticarlas con vehemencia mientras seguía a los insectos con la mirada.

Aquello tampoco era nuevo, pero al menos no era un parqio arrugado soltando paparruchas por la boca. Las luces intermitentes de las luciérnagas le provocaron somnolencia y Rasqa no tardó en rendirse al sueño. De la misma manera, sin embargo, la voz de un desconocido no tardaría en despertarle con una jugosa oferta.

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21/04/15, 02:06 am
Un año después, en una noche como aquella, el otoño volvía a reinar en lo que una vez fue su hogar. El recuerdo de su cosecha vivía con nitidez en la mente de Saria Omen, no obstante, era la peor decisión que había tomado en su vida, y podía señalar el lugar exacto de aquel merendero en el que había aparecido la dama que había jurado matar. La ordesa paseó los dedos por una de las mesas, dejando que la sensación desagradable que le producía el tacto con la madera se extendiera en el tiempo unos segundos. La aspereza, acentuada por el hechizo de amplitud sensorial que siempre calzaba, le recordaba que su existencia era una maldición.

Su mano derecha fue inconscientemente al marsupio, donde solo encontró un vacío incómodo, y el monstruo de Lara se mordió los labios en un gesto de dolor provocado por una pérdida que jamás superaría. Sus ojos ardieron en rabia y en un instante supo que el primer regalo que dejaría a su pueblo sería aquel lugar maldito. Nadie debía ser feliz en el lugar donde nació su pena. La mala sombra ascendió en el aire. Todavía desconocía el alcance de sus poderes, pero si de verdad podía anclar una maldición de por vida, como mínimo se aseguró de que no fallara por falta de intenciones. Sus pupilas felinas se clavaron en la zona e imprimió toda su fuerza en cubrir cada palmo de infortunio. La madera de algunos bancos crujió levemente, pero no ocurrió nada. Sin embargo, Saria Omen veía los números e imaginaba las infinitas posibilidades que podrían desatarse allí. Sabía que solo necesitaban un detonante para explotar.

Con un sentimiento de superioridad falso, fruto de rodearse de gente mediocre y sin esencia en mitad de su mundo natal, la mala sombra continuó su vuelo hacia lo más alto del Pezón Izquierdo. Su capa ondeando en el aire le hizo sentir por unos segundos como la heroína que siempre había soñado ser, pero aquella idea se deshizo al recordar que no era más que una villana con un trasfondo amargo. <<La luna mató a mis hijos y ahora solo soy madre de desgracias>> se dijo con rencor, pero segura de que podría haber sido una línea digna de enmarcar.

La vieja Lara asomó brevemente para dejarse llevar por la caricia del viento otoñal y disfrutar de cómo  aquella brisa se perdía en su pelaje. Y volvió a desaparecer al ver la cima del pezón y recordar a qué había venido. La mala sombra aterrizó con el semblante serio, cabizbaja, y desató de su cinturón un pequeño saquillo sin fondo que le había prestado Fina. Se sentó en el suelo, lo abrió y fue sacando una por una más de una decena de velas de colores, que dispuso formando un círculo a su alrededor.

Os había prometido tantas cosas… —susurró a los muertos mientras encendía las velas con una cerilla—. Confiaba en que os traería de vuelta, pero desearía que hubiese sido de otra manera.

Del saquillo sin fondo sacó una urna de madera que había sido barnizada y cubierta de una pintura que simulaba el oro viejo y desgastado. Lara tiñó las llamas de las velas de colores y sembró el aire de luces flotantes a juego. Rodeó la urna con sus piernas y la destapó. Suspiró y se permitió girar la cabeza unos segundos. Podrían pasar mil años y podría mentirse, asegurándose a sí misma que era una mujer fuerte, y aun así, la visión de aquellas cenizas seguiría doliéndole.

Se mordió el labio, hizo acopio de un tipo de fuerzas que ni cincuenta lunas rojas podrían brindarle y metió sus manos en la urna. El tacto de aquellos restos de hoguera le pareció casi tan suave como el pelaje de sus hijos, pero no había calidez en las cenizas. Segura de que estaba haciendo lo correcto, vertió el contenido de su mano de nuevo en el recipiente, respiró hondo y comenzó a susurrar un hechizo de levitación. El polvo que contenía la urna, lo poco que había sobrevivido de cinco niños muertos, ascendió en el aire formando una hilera de cenizas que Saria Omen controlaba con sus manos. Una vez estuvo segura de que no quedaba nada dentro, la ordesa ancló el hechizo a las cenizas de forma permanente y continuó conjurando una luz tenue que también fijó a estas.

Este sería el momento de un discurso de despedida —esta vez alzó la voz y habló directamente a la masa de cenizas luminosas que flotaba frente a ella—, pero sería injusto para vosotros que no pudierais escuchar las últimas palabras de amor que os dedicara —. La luz  variaba imitando los colores del pelaje de sus bebés. Observarla le dolía y aún así, no podía dejar de mirar—. Siento haberos condenado —la voz le temblaba. Saria estaba a punto de romper a llorar—. Lo siento de veras.

Apagó todas las velas y las llamas flotantes y, en cuanto vino una nueva bocanada de aire, se desligó del hechizo de levitación con el que retenía la nube de cenizas. Con los ojos cubiertos de lágrimas y la mirada vacía, la ordesa contempló como sus hijos se dispersaban con el viento, volaban, y salpicaban el cielo de motas de colores, alejándose y llevándose la luz consigo.

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27/10/15, 06:16 pm
La rutina no dejaba de serle algo aburrido. Nada cambiaba, cocinar, limpiar, coser y descoser la ropa, asegurarse que los críos, y no tan críos, intentaran obtener un poco de cultura en esos cerebros lleno de pelo, incluido su propio amo, Pimo 720, el señor feudal del feudo 720. Un ordes a ojos de Pam bastante peligroso, pues no había llegado a ser precisamente el señor del feudo gracias a la suerte, sino que mas bien había trucado esta a su beneficio. Era paranoico a tal grado que incluso exigía que preparase la comida frente a el, no fuese a envenenarle, con los consiguientes golpes de cuchara cortesía de la mona del queso. Aun a  riesgo de recibir un castigo, odiaba esa costumbre de los ordeses de meter las manos en todo, y sin exagerar.

A Pam no le faltaba ganas de hacerlo, envenenarlo claro está, pero siendo la única mono del queso a su cargo, pues aunque había varios mas ella era la mascota favorita del ordes, era claro a quien le caería las culpas si al señor feudal le ocurría algo. Sino se había muerto ya era porque siempre estaba rodeado de guardaespaldas, aquellos que tenia la mala costumbre de toquetear a Pam siempre que la veían, fascinados por su peculiar mutación. Acción que Pam debía soportar, únicamente para no atizarles con lo que sea que tuviera en sus manos en esos momentos.

En general, su vida en el feudo 720 era tan cotidiana que los días se repetían unos a otros casi en su totalidad. Nada nuevo pasaba y Pam tenia la impresión que cualquier día su cerebro dejaría de funcionar por no poder nutrirse y estar rodeada de tanta estupidez peluda. Pues como ella siempre se decía, prefería ser calva a no tener cerebro.

En fin, aquel día era otro igual. Pimo 720 observaba mientras cocinaba, intentando de nuevo meter las manos en la comida. Pam debía mantener la entereza y compostura para no confundir los dedos de este con las hortalizas que estaba troceando, por "error".

La suerte le dio un numero ganador por primera vez en días, cuando alguien pidió un encuentro con el señor feudal; y este, con la paranoia que daba el no saber quien pedía su compañía, se fue olvidándose de la comida.

-Al fin sola. -murmuro Pam, pudiendo por fin cocinar en paz sin tener nadie intentando meter las manos en la comida. Aquello era toda su vida y ya que no podía salir de ella, al menos prefería estar sola y tranquila que con malas compañías. La suerte estaba siendo buena con ella por una vez.

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27/10/15, 06:37 pm
—Me temo que sola no, querida —la voz de mujer que Pam oiría a sus espaldas contendría una nota de disculpa. Dama Aroma sonreía con calma bajo su venda, a sabiendas de que nadie se colaría en aquel salón si ella no se lo permitía. Sabía que tenía tiempo—. Pero si eso deseas diría que mi oferta te viene al pelo.

Declinaba su capa roja habitual cuando cosechaba, en favor de un conjunto verde. Éste disimulaba bien las primeras humaredas de la Picadura de Morfeo.
—El Feudo 720 tiene suerte hoy —prosiguió acercándose más a ella; Pam podría percibir los inicios del aroma inciensado de la Picadura—. Pero no por lo que su señor cree. No me interesa una audiencia con él.

>>He venido a verte a ti.

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27/10/15, 07:53 pm
Se sobresalto sin remedio alguno, sujetando el cuchillo entre sus manos con fuerza antes de girarse. No conocía esa voz ni tampoco a la...mono gigante y peluda, por llamarla de algún modo, que formulaba aquellas palabras. La mirada de Pam fue suspicaz, pero no asustada, dispuesta a defenderse de aquel extraño ser, que por igual se parecía mucho y y a la vez tan poco, a su especie. <<¿Algún tipo de mutación, tal vez? >> pensó la mono del queso. ¿ Y como había entrado pasando la celosa seguridad de Pimo 720? Ni siquiera la oyó llegar.

Aquello no estaba siendo otro día cotidiano.

-No te acerques mas -advirtió con toda la seguridad que pudo reunir, alzando mas sus manos empuñando el cuchillo, con sus ojos siguiendo cada movimiento de la mujer, sintiendo un aroma a incienso llegando a ella, atontandola. No parecía querer atacarla, pero Pam no confiaba en nadie, era algo que había aprendido por las malas.

Sus cejas se arquearon en confusión. Sintió un poco de curiosidad a pesar de la desconfianza que le profesaba.

-¿Por que yo? -pregunto hosca con sus manos temblando ligeramente, sacudió un poco la cabeza intentando despejarse sin éxito. Quiso añadir que solo era un mono del queso mas, pero aquello iba a en contra de sus principios. Ella no solo era una esclava, ni una mascota, ni se sentía parte del grupo de su especie. Ella era Pam. No, ella era Pelusa.

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27/10/15, 08:04 pm
Dama Aroma alzó las manos. No necesitaba armas, solamente tiempo. La Picadura de Morfeo se iría expandiendo lentamente por el salón hasta que lo colapsara.
—¿Por qué no tú? —inquirió—. Vengo a por gente especial, sea quien sea. La llevo a un lugar donde se aprovechan sus capacidades, donde sacan a la luz su potencial. A cambio solo tienen que entregar los días vacíos de su futuro aquí.

>>Nunca has oído hablar de Rocavarancolia, pero supera todo lo que puedas imaginar. Me permite existir, porque soy imposible, y también me ha permitido entrar aquí sin que los guardias de tu señor se enteren.

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27/10/15, 08:40 pm
Sus ojos lavanda emitieron una chispa de interés. ¿Especial? ¿Se debía aquello a su mutación? Había escuchado que era un mono del queso extraño, pero no especial. Pam bajo lentamente el cuchillo, intrigada por aquellas palabras que despertaban un nuevo mundo para ella. Un lugar lejano, un sitio donde sus capacidades podrían mostrarse sin encadenamientos y todo eso a cambio de salir una existencia monótona. Aquello era un pequeño precio a pagar si a cambio podía vivir de verdad.

-¿Quien eres tu?- la pregunta salio de sus labios. Clara. Dudosa. Tardía, pero importante. Porque era el nombre del ser que estaba dándole ciertas esperanzas de ver sus deseos cumplidos- ¿Seré libre de verdad? -una sencilla pregunta con mucho significado para ella.

Porque Pam llevaba años hambrienta de algo mas que una vida de esclavitud. Tenia sueños donde era libre, nadie le daba ordenes, podía vestir ropa bonita si quería, podía ir donde quisiera, cuando quisiera, sus palabras tenían poder, la suerte le sonreía.

La niña soñaba, porque era lo único en lo que era realmente libre.

Con cuidado guardo su cuchillo en su delantal, la picadura de morfeo haciendo perfectamente su trabajo en doblegar sus defensas, en atontarla. No le tenia miedo y la desconfianza lentamente iba a pasando a admiración, con ansias y deseos de que esas palabras fuesen verdad y no un engaño. Pam no solía creer en nadie, porque nadie le había dado motivos para hacerlo, pero por una vez de verdad quería hacerlo. Quería irse lejos.

Esa persona era extraña, sus ropas, sus ojos vendados, su altura, su pelo. Todo eso era tan extraño que Pam no era capaz de contradecirle. Era un ser imposible. Una mutación mas allá de cualquier conocimiento.

-Quiero ir -respondió Pam sin pensarlo, segura, sin titubeos. Tan mareada que la imagen de la persona empezaba a tornarse borrosa. Muchos monos del queso estarían feliz de estar en su lugar, pero para Pam aquello no era vida, tan solo una mala tirada de los dados- Cualquier vida es mejor que vivir como esclava  -añadió sintiendo que sus fuerzas empezaban a abandonarla. Si era un error, no le importaba.

La suerte había escuchado sus plegarias de una forma que nunca hubiera esperado y no iba a darle la espalda.

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27/10/15, 11:03 pm
—Dama Aroma, mi niña —ante su pregunta los ojos de la bruja se volvieron impávidos bajo la venda—. Tendrás toda la libertad por la que estés dispuesta a luchar.

No había habido dados trucados, promesas de aventuras o de doblegar a la Suerte. Había bastado con "te sacaré de aquí", y a día de hoy dama Aroma aún no sabía si aquellos cosechados eran los que le producían más orgullo o más pena.

—Soy bruja de los olores, ¿sabes? Ah  —añadió como si se le hubiera olvidado algo importante—. ¿Podrías inspirar y decirme a qué huele, por favor?

Al despertar el olor a Picadura de Morfeo todavía anidaría en el olfato de Pam.

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05/11/15, 05:17 pm
Salto de Saria Omen (mediados de sexta cosecha - Salida de la Luna Roja)

Tras descubrir el secreto de Nana Fina, Saria Omen apenas pasaba tiempo en casa. Seguía dispuesta a trabajar por ella (y lo hacía, le llevaba materiales ordeses a menudo para que trabajara), pero se tomaba mucho tiempo para sí misma. Había decidido que no le importaban las arañas siempre que los intereses de la falsa maga no contradijeran los de la mala sombra. Y de momento, lo único que le interesaba a Saria Omen era adquirir poder.

Había pasado la mayor parte del tiempo en Ordesta, dónde estaba adquiriendo la autonomía que no había tenido nunca. La mala sombra le había echado el ojo a una casa solitaria en plena montaña y había hecho de ella su hogar, garantizando a sus antiguos dueños una muerte piadosa. Los días los gastaba entrenando magia en su nuevo hogar, recogiendo o robando materias primas o en la biblioteca de Rocavarancolia. Las noches ordesas, Lara se divertía: acudía a las fiestas nocturnas de los pueblos más cercanos para hacerse rica. La ordesa se iba siempre con las manos llenas a su cabaña; de excelente buen humor tras estafar a estafadores y robar a ladrones. Ser mala sombra empezaba a tener sentido, Lara percibía que había mucho más en su nuevo ser que la maldición con la que lo había definido hasta ahora.

La diversión nocturna, sin embargo, no solo se daba mediante juegos de mesa y apuestas, los mejores días, los más brillantes, Saria Omen asistía en directo a escenas de acoso, palizas y otros males endémicos derivados de la tendencia ludopática ordesa. Sus paisanos solían tener problemas para aceptar las pérdidas o negocios turbios para evitar perder y la mala sombra cortaba todo de raíz. Matones, acosadores, violadores y embaucadores no vivían para repetir sus delitos. Sus cuerpos desaparecían de la faz de Ordesta.

Curiosamente, con el tiempo, alrededor de la cabaña aparecían móviles de huesos colgados de los árboles.

Pasaron los días y los viajes de Saria Omen a Rocavarancolia fueron a menos, se alejó de Fina sin decir nada y aprovechó la diferencia de poder que había entre ella y el resto de su pueblo para crecer. La ordesa robó un par de monos del queso vírgenes y especialmente obedientes con los que empezó a entrenar esgrima, artes marciales y puntería. Los había obnubilado con la muestra de un par de hechizos simples y las pobres criaturas vivían felices en un rincón de la casa, contentas de servir a una poderosa maga de verdad. La ordesa ya dominaba su habilidad para causar mal de ojo en circunstancias normales y quería optimizar su capacidad para usarlo a su favor en plena refriega.

Lara no decidió volver a Rocavarancolia hasta que no necesitó cambiar todos los puntos que había logrado de nuevo con sus engaños. O tal vez fuera solo una excusa para encontrarse de nuevo con la Luna Roja, cuya salida tenía cronometrada. Fuera como fuera, la mala sombra sobrevoló el mar hasta el portal y lo cruzó.

Sigue en las Calles.

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23/08/16, 12:30 pm
La muerte de Nana Fina, a la larga, fue un alivio. Saria Omen volvía a Ordesta más o menos una vez a la semana, pero lo hacía contenta y por interés y no había ningún miedo paranoide obligándola. No había arañas invisibles, ni altos porcentajes de catástrofe. Nada que la ordesa no pudiera controlar. Al contrario. Cada día que pasaba en su mundo natal, a Lara le obedecían los dados, las cartas, las monedas... Incluso las herramientas amañadas perdían el truco ante su visión. Y los dueños de estas, más tarde, las manos y la vida.

Cada semana, nuevos móviles de huesos rodeaban la cabaña de Saria. Su pequeño rincón en las montañas se volvía un pelín más acogedor, tras saber que en él yacía un desafortunado más. La mala sombra sabía de sobra que estaba abusando de un poder al que los ordeses comunes no podían enfrentarse y que cada victoria en Ordesta no significaba nada. Matar a un puñado de ordeses desgraciados era fácil. Nada que ver con lo que ella quería en su futuro.

Tres meses más tarde, adquirió un par de monos del queso y los llevó a su casa. Había empezado a estudiar los principios básicos de varias maldiciones en Rocavarancolia y cada vez tenía menos tiempo para ocuparse de la casa. La ordesa se sentó con ellos frente al fuego de la chimenea y, no solo les habló de Rocavarancolia, sino que les mostró lo que era capaz de hacer. Chivo y Doce fueron los monos del queso más trabajadores que jamás había conocido y el temor que le profesaban no tardó en volverse indistinguible de una adoración enfermiza que Saria disfrutaba.

Cada semana, la ordesa les enseñaba trucos nuevos y les traía regalos de la ciudad. A veces era comida de otros mundos, en otras ocasiones libros de aventuras o alguna baratija. Una vez, sin embargo, les dio una de las cosas que más agradecieron: un par de amuletos que les librarían para siempre de la suda de leche. Chivo y Doce se aburrían mucho en la casa del bosque y con aquellos colgantes hechizados, tenían un método más disponible para divertirse.

Una semana después de la cosecha, Saria Omen volvió a la cabaña cargada de velas aromáticas y un libro enorme. Las velas las había robado en Ordesta y el libro venía directamente de la biblioteca de Rocavarancolia. La ordesa se pasó todo un día moldeando los móviles de huesos que había colgado en las ramas de los árboles alrededor de la casa, abriéndoles un pequeño hueco para que sostuvieran una vela.

Una vez acabó, la mala sombra atrapó a un pájaro, le partió el cuello y derramó parte de su sangre en un vaso transparente de cristal. En ese mismo instante comenzó un ensalmo que se alargaría de forma indefinida. Mientras lo cantaba, encendió una de las velas y la hundió en el vaso. La mecha ardió bajo la sangre y del recipiente comenzó a emanar un humo espeso, de color rojo. Lara lo sujetó con ambas manos y caminó de espaldas alrededor de la casa, dibujando con su paseo un círculo perfecto. Los porcentajes y su instinto le ayudaban a mantener el dibujo lo más exacto posible sin que aquello acabara mal.

El humo, lejos de disolverse, permanecía anclado en el aire, trazando una circunferencia a la altura a la que Saria mantenía la vela, hasta que la ordesa acabó su camino y unió el primer extremo del humo con el último. En ese momento, Saria calló; el humo rojo se extendió hacia arriba, formando una columna alrededor de la casa y finalmente se expandió por el lugar en forma de una neblina carmesí. Saria hundió el dedo en la sangre, apagó la vela y luego lo sacó para llevárselo a la nariz y disfrutar del aroma dulzón que había dejado.

Saria Omen volvió al interior de la casa, desde la cual Doce y Chivo la habían estado observando, y obligó a sus sirvientes a olfatear también el olor de la vela. Los monos del queso no despegaron el pico en absoluto y olisquearon de buena gana. La mala sombra entonces, posó el vaso de cristal en la repisa de la chimenea, se sentó en una mecedora el doble de grande que ella y se dirigió a ellos.

Los monos del queso se sentaron en el suelo a escuchar.

Esto ayudará a que nadie que no queramos se interese demasiado por la casa, cielos míos —les explicó en un tono amable de más, parecido al que utilizaría un humano para hablar a sus perros—. La niebla roja desaparecerá esta noche, pero yo me quedaré aquí para asegurarme de que todo ha ido bien —les tranquilizó—. He repartido velas en los árboles de alrededor que mantendrán el rito activo siempre y cuando se repongan con frecuencia. Confío en que vosotros os aseguraréis de revisarlas a diario. He guardado recambios de sobra en el baúl, ¿vale?

Saria dedicó un buen rato a resolver algunas dudas de sus chiquillos respecto al rito protector y pasó el resto de la noche estudiando su compendio de rituales y maleficios. Doce y Chivo, por su parte, permanecieron fuera de la casa hasta bien entrada la mañana, sentados al fresco y dados de la mano. Contemplaban obnuvilados cómo las estrellas brillaban a través de la niebla roja mientras esta perdía densidad poco a poco.

Al día siguiente, la mala sombra volvería de vuelta a Rocavarancolia y no vería a sus monos hasta la próxima semana.

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No llores por no poder ver tu pierna,
las lágrimas te impedirán ver los cadáveres de tus amigos.
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