Acantilados

Atendió con interés a la explicación de Heraldo Rocuo y asintió cuando finalizó. Estaba seguro de que su amigo haría un trabajo impecable como pregonero. Vieron pasar a Xalkoth, lo cual distrajo la conversación inmediatamente. El irrense observó al insecto volar hacia el cetáceo, pero pronto no fue capaz de seguir observándole.
—Yo me encontré con él antes y le hablé de la ballena voladora, imagino que ha venido a verla también —comunicó.
El kairós no juzgó necesario explicar en qué circunstancias se había encontrado con la plaga aproximadamente una hora antes: estaba seguro de que Xalkoth precipitándose y sufriendo algún percance por ello no se trataba de algo novedoso para nadie. Por suerte, el insecto contaba con una gran resistencia dada por su tansformación.

Permaneció en silencio largos segundos ante la propuesta de Onyx. La última vez que había acudido a una fiesta en un local no se había encontrado demasiado cómodo, y tenía claro que no volvería a probar ninguna bebida alcohólica. No obstante, su clínica se encontraba cerrada hasta el día siguiente y aquella era una noche especial. La Luna Roja también provocaba un efecto en el aparentemente sempiterno neutro kairós, aunque no lo exteriorizase. Prefería permanecer rodeado de sus amigos y disfrutar de su compañía: aquella noche podía permitirse hacer una excepción, sin duda.
—Os acompaño a donde vayáis.

Heraldo escuchó la advertencia del Raigarum. Por supuesto, era consciente que debía tener cuidado. Pasaba igual con cualquier desconocido (e incluso conocidos) en aquella ciudad. Aun así, el consejo le ayudó a poner los pies en la tierra. Asintió mirando a Kin cuando este finalizó y escuchó la pequeña discusión de Onyx con sus sombras. No prestó mucha atención al clinger, le parecía claro por su personalidad curiosa que iba a ver a la ballena.

―Creo que este puede ser un buen momento para pasar con vosotros un rato en la taberna tal y como te dije que haría ―respondió a la propuesta rememorando la suerte de promesa que le hizo cuando trabajaron en la reconstrucción de las dragoneras.

Tras la breve aparición de Xalk –que no pareció ni reparar en ellos–, se empezó a hablar de los planes a tener en cuenta a continuación. La taberna sonaba bien, Kin empezaba a cogerle el gusto a la música tradicional, y si el ambiente no era agradable por lo que fuera, podía marcharse sin más.
—Me apunto a la taberna. Últimamente estaban mejorando la variedad de productos, hasta tenían bebidas energéticas irrenses. Además Keiria estará allí, como tiene que trabajar al menos podemos hacerle compañía un rato.

Aparte, estaba gratamente sorprendido de que ni Archi ni Heraldo se fuesen. Especialmente era raro en Archi, o eso pensaba, ya que a Heraldo no lo conocía tan bien.
—Mejor vamos a paso ligero, porque esta lluvia no tiene pinta de ir a parar pronto —añadió, al ponerse en marcha. Prefería ponerse a cubierto mientras durase la tormenta.

Al final todos se apuntaron a acercarse a la taberna. ¡Por fin! Le extrañó que se apuntasen, pero aplaudió la decisión, literalmente. Además, podría haber más gente allí, mucha más, y le vendría bien darse un baño de sociedad, aparte del que ya se estaba dando bajo la lluvia. Necesitaba aquello como quien necesita una buena ducha después de un duro día de trabajo.

Con eso decidido, hizo (o, más bien, las onyces le hicieron) una cabriola en el aire que acabó con ella bocabajo, en vertical sobre el suelo. Estiró el brazo y un dedo hacia la ciudad mientras exclamaba lo siguiente:
—¡A la Taberna!

Volvió al suelo, del derecho, para dirigirse hacia allí. Pero antes de iniciar la marcha, escuchó a su amigo y no se lo pensó dos veces. Mandó a unas onyces sobre su cabeza y un poco a los lados para cubrirle del agua viniera en la dirección que viniera.
—Puedo poneros paraguas al resto, si queréis. O podría imitar a esa ballena y hacer que nos lleve en la boca —bromeó.
—¡Eso, eso, mete a tus amigos en nuestras fauces! ¡Estarán cómodos!

No sabía si la sombra del brazo bromeaba, pero se rió bastante con la ocurrencia.

Sigue en La Taberna.

Al menos tenían una ligera idea de hacia donde se dirigían gracias que Maila había visto la dirección que había tomado aquellas inusuales bañeras voladoras. Aun así, no sabía si aquello podría ser una trampa o qué clase de peligros se encontrarían al salir. No olvidaba el hecho de que el aquel lagarto que provenía del mundo de Pefka, aún podría estar rondando por alguna parte de la ciudad, camuflándose como el camaleón que era.

No iba a ser una paranoica al respecto viendo peligros por todas partes, pero sí que se encontraba alerta los edificios que los rodeaban y al suelo. Si volvían a toparse en el trayecto con una nueva zona de huesos y excrementos de animal, prefería no ser pillada de improviso. <<En cuando vuelva voy a buscar por todo el edificio algo más adecuado, o voy a terminar destrozando más pronto que tarde a mis preciosas >> pensó sintiendo un poco de lastima por sus botas y el trabajo extra que estaba dándoles.

Echó un vistazo al grupo que iba con ella. El día anterior no había hablado específicamente con nadie. Salvo por su intercambio de palabras con Pefka con resultados risibles, solo había tenido alguna que otras palabras con Qwara y Sarah. El resto del tiempo había estado en una de las habitaciones del segundo piso limpiando su cama, sumergida en sus cosas.

No había sentido hambre especialmente el día anterior debido al malestar de su estómago, pero esa mañana, bien podría comerse a alguno de sus compañeros a grandes mordiscos. << ¿Contará como canibalismo comerse a una de las aves de otro mundo, si al final el contenido de las bañeras es más falso que mi pelo?>> desde luego el canibalismo no era algo que tuviera en mente hacer a corto plazo si podía evitarlo.

Rua suspiró levemente consciente de que su hilo de pensamiento estaba desviándose un poco, pero era su propia manera de relajarse y quitarle hierro al asunto. Estar ahí fuera no dejaba de ser un tanto extraño, siendo que no conocían nada. Bueno, sí, ahora conocían que debería haber alguna playa más allá de las escarpadas paredes de piedra que se encontraban en su camino por el olor que inundaba el lugar, tan característico << Que tengamos pared de piedra y mar. ¿Porque suena a callejón sin salida lo mires por donde lo mires? No me gusta…El servicio a domicilio de comida esta súper bien y todo ¿pero porque carajo tiene que irse a una especie de acantilado? >> pensó frunciendo un poco el ceño.

Además, eso llegaba a otra conclusión. Acantilado, implicaba playa y agua y con ello, gaviotas. O sus sucedáneos de ese sitio. Les tenía tirria a esos bichos desde que una vez le fastidiaron una sesión de fotos en la playa. Robarle su comida fue un sacrilegio imperdonable tras haber estado toda la maldita mañana sin comer nada.

-No me sorprendería nada que hubiera animales carroñeros por aquí. Si se parece un mínimo a la zona de acantilados de mi mundo, debe haber mínimo pájaros con malas pulgas que lo roban todo. -comentó Rua precavida mientras avanzaban intentando seguir la voz de aquella cosa que gobernaba la bañera de comida como si fuera algún tipo de barquita flotante. Resultaría hasta soñador, mágico y bonito ver todo eso, sino fuera porque la gobernaba algún tipo de espantapájaros bastante macabro.

Tal vez dijera las cosas un poco a la ligera pero no dejaba de andar alerta, no le gustaba el lugar ni le era tranquilizador en lo mas mínimo. Ver ademas a la dichosas bañera dejando su contenido a a lo lejos no muy lejos del condenado precipito hizo que se le encogiera el estomago. <<No jodas maldito bicho demoníaco >> pensó bien al conductor de la bañera, ya alejándose.

Rua no tenia miedo a las alturas pero ver donde estaban imponía bastante. Al fin de cuentas un paso en falso implicaba caer al vació y Rua no necesitaba asomarse cerca del borde como para saber que la caída seria mortal. Ver una de las cestas despeñarse había sido lo suficientemente gráfico y eso que ni siguió todo el trayecto de caída, por sanidad mental. Chasqueo la lengua.

-Si hay aquí alguno con miedo a las alturas que ni se acerque y tan solo vigile que no viene carroñeros o algo así - dijo Rua que siendo que no conocía bien a ningún prefería prevenir aquello. Miró alrededor suspicaz ante la aparición de las gaviotas de ese mundo, no fiándose demasiado-Vamos a por ellas entonces ¿me ayuda alguien? A poder ser Sarah o Nery's que tenéis vuestras armas para alcanzar las cestas mas del borde. Ni loca me acerco tantísimo...- comentó acercándose con cuidado a las cestas dejadas algo mas lejos del borde, agarrando una de ellas casi abrazándola con un hondo suspiro, buscando no mirar abajo y alejándose prudentemente a zona segura cargando la pesada cesta con algo de dificultad.

Demasiada tranquilidad. No se oía nada en las calles, apenas una brisa, el crujido de las piedras o el arrastrar polvo en el camino. ¿Sería igual toda la ciudad, tan ruinosa y vacía? Los huesos y restos del otro día demostraban que aún debía haber bestias, pero ¿y la gente que había construido esas cuevas? Parecían demasiado elaboradas como para ser accidentes naturales del terreno, la verdad, y solo había que fijarse en los muebles que se dejaban ver en las ruinas para descartarlo. ¿Pero y entonces?

Un nuevo olor le sacó de sus pensamientos. ¿Olía a costa? Notaba el frescor aumentando según seguían caminando. Rua comentó algo al respecto y el hijo de lunas soltó un resoplido. ¿Cómo podían preocuparse por bestias de "malas pulgas" o que les robasen? Había cosas más importantes según el nombrado.
—Al menos un carroñero espera a que te mueras, y los de tu mundo te roban como dices, pero en mi mundo todo intenta comerte vivo.

Siguió a lo suyo hasta que llegaron a campo abierto. Las calles se acababan y daban pie a un fenómeno puramente natural: unos acantilados y el mar que se extendía al infinito. Y en el borde, algo que para nada encajaba allí con su contenido desperdigado por el suelo y más allá. Veía provisiones asomar, pero no se atrevía a dar un paso más. Aunque no viera la caída, la altura, sí podía ser consciente de ello mirando de reojo al acantilado que se extendía a izquierda y derecha, además de las corrientes de aire a su alrededor y el ruido de las olas mucho más abajo. Si los krabelinenses hubieran conocido el concepto de la gravedad, Pefka podría haber dicho que estaba siendo aplastado por ella en ese momento.
—Yo no puedo acercarme, lo siento, me quedo vigilando.

Y dicho eso, volvió a girarse hacia las calles y cuevas de piedra. Había ido todo el rato con el machete en la mano, pero ahora lo guardaría y lo cambiaría por el arco con una flecha preparada por si se asomaba lo que fuera a lo lejos.
—Pero daos prisa —les apremió.

Ruinas, ruinas y más ruinas. Seguía nervioso, tantos huecos desde los que podría aparecer cualquier cosa mezclado con la calma muerta que asolaba a aquella antigua ciudad no hacían más que aumentar una sensación de inseguridad y peligro, seguía aparentando estar calmado aunque su sonrisa había sido cambiada por una expresión de seriedad absoluta.

Y con todo esto, la curiosidad asomaba.

¿Qué había pasado? ¿Había una ciudad flagrante donde vivían Andras y el resto o esto era todo?  ¿Qué tipo de plantas y animales existirán?  ¿Habrá más cosas mágicas aparte de las bañeras voladoras? ¿Cómo será la comida que tengan?

Ruinas y más ruinas. Seguían sin descanso a la bañera por aquellas calles derruidas, al menos la chirriante canción sonaba lo suficiente en la distancia como para no perderse a la par que las ruinas a veces dejaban huecos para ver a aquella cosa.

Un olor extraño impregnó el ambiente para el frivy, poco a poco lo reconoció como el del mar aunque estaba cambiado, mas... puro. Ya daban alcance a la bañera cuando los edificios  acabaron por desaparecer.

La visión final de aquella cosa voladora sobre un mar azul le dejó, cuanto menos, asombrado. Abrió los ojos de par en par e hinchó sus pulmones con aquel aire. Barcos de todas las épocas se plantaban desmenuzados y varados allí a sus pies mientras las cestas caían al borde e incluso alguna, al mar. Miró hacia atrás de nuevo a las ruinas, ambas vistas combinaban perfectamente entre sí. Eran atrayentes para Nery´s, más de lo que creía, lo miraba y no podía si no sentir un mundo por explorar. Un mundo por rehacer.

Cuando Rua habló pegó casi un brinco en el sitio, estaba absorto pero aquella sensación de peligro no se iba y aquello lo había sacado de sus pensamientos de un susto.

-En frivo simplemente superestán los crustáci´zz, las avis´zz y los moluqui´zz megapeleándose por ultracomerse entre sí en la mayoría de costas. -Respondió a ambos

Una vez se acercarón más al borde Nery´s no pudo si no seguir mirando a aquello barcos rotos, aquella amalgama de épocas en un solo punto, sin embargo que el borde fuera una caída hacía lo desconocido y seguramente rocas puntiagudas evitaban que se acercara mucho.

El discurso de Rua hizo que un escalofrío recorriera su columna pero fue lo suficientemente lógico como para convencerle, pues miró al arma de Sarah y la suya era claramente mejor para enganchar cosas con aquella medialuna que podía hacer de tope o gancho.

-Hipervoy yo. -Dijó menos firme de lo que le gustaría. -Pero me da miedo estar cerca así que por favor, p o r   f a v o r, que nadie haga nada extraño mientras recojo las del borde. -Hizo mucho énfasis en el por favor y encima se rebajó a hablar en soso para que le entendieran así que esperaba que no pasase nada.

Con extremo cuidado se acercó a las cestas del final, no sin empezar a respirar más rápido según se acercaba, poco a poco agobiándose más y más. Por suerte una alabarda de dos metros y su brazos no cortos precisamente le facilitaba mucho la tarea, aparte había gente que podía agarrarle y la situación parecía controlada.  El hambre también ayudaba. En menos de un minuto las cestas que estaban muy al borde ahora se encontraban a los pies del frivy.

Era comida, comida normal, más o menos, así que dió dos pasos hacia atrás para repetir otra vez el proceso y alejarse satisfactoriamente del borde.

Se sentía orgulloso de si mismo por hacer aquello sin las pastillas, aún asi los demás podrían ver como le temblaba la sonrisa.

Los demás se esmeraron con las cestas mientras el hijo de lunas vigilaba los edificios más cercanos. A saber qué o quiénes, además de ellos, habrían escuchado los gritos de la bañera voladora. Pero no, todo parecía ir bien, al menos de momento.

Poco duró la calma. Rua dio la voz de alarma. Pefka se giró hacia el grupo, arco y flecha en mano, pero no vio nada al principio. Algo subía por el acantilado, no obstante, y lo atestiguaba un ruido de cascos sobre roca. Qwara gritó que cogieran lo que pudieran y echaran a correr. Al menos habían podido coger varias cestas, pero eso implicaba que solo quedaba él con manos libres para defenderse.

Dirigió el arco hacia el borde, pero se le quitaron las ganas de cubrir la retirada en cuanto vio a la bestia asomar por el acantilado. Una mole cuadrúpeda, con crines, echando espumarajos y encabritada. No tuvo que mirarlo mucho para clasificarlo como un depredador letal. «Joder, esas patas... Todo el cuerpo parece puro músculo»
—¡Apartaos y corred a las cuevas para perderle de vista! ¡Intentaré frenarle!

Apuntó. La bestia era voluminosa así que quizá podría darle. Y frenarle. O enfurecerle aún más. Cuando tuvo visibilidad (o sea, que no se metieran los otros en medio), disparó hacia el abdomen.

Al principio no podía creerlo, pero en cuanto Qwara vio con sus propios ojos la bañera en el cielo salió a toda prisa en dirección a la armería. No debía dejar que la incredulidad la paralizara, pues aunque lo que acababan de ver resultaba imposible la necesidad de conseguir comida era mucho más apremiante, y mientras los demás escogían armas bastante aparatosas ella se decantó por un par de cuchillos que podría manejar con bastante soltura. Después de esto se hizo con una de las mochilas vacías que Sarah había bajado de las plantas superiores por lo que pudiera pasar y se reunió con los expedicionarios en la puerta, atenta a la dirección que Maila les indicó antes de salir.

Con paso vivo siguió a Pefka al exterior, atenta a los alrededores durante los primeros minutos de la excursión, pero a medida que caminaba junto a sus compañeros la mente de la humana empezó a alejarse del momento presente. La falsa sensación de seguridad que le aportaba el no moverse sola la hacía sentir en cierto modo confiada, lo que le permitía divagar de forma inconsciente sobre la ciudad y lo que les rodeaba, pero a pesar de todo algo en todo aquello la ponía nerviosa y no lograba identificar el que. Para cuando llegaron a los acantilados no había dado con el problema, pero la visión del mar y la enorme cantidad de barcos naufragados apartaron aquel runrun de su mente por el momento, dejándola visiblemente impresionada ante semejante espectáculo.
«Hay buques de periodos históricos muy distantes entre si y barcos de manufactura que ni siquiera reconozco... » pensó para si, recordando las lecciones de su madre mientras se asomaba peligrosamente al borde y ojeaba los cascos hundidos haciéndose visera con las manos.

La proximidad de las cestas y las palabras de Rua, sin embargo, desviaron su atención hacia lo que de verdad importaba y la obligaron a dejar de lado el misterio de aquellos hundimientos por el momento.
—Yo no tengo vértigo, puedo encargarme yo si os dan miedo las alturas —se ofreció, siguiendo al frivy hacia las provisiones que se encontraban mas cerca del borde con cautela para no sobresaltarlo. La morena no pudo evitar acuclillarse para echar un vistazo a la comida antes de volver con los demás, no obstante, y no necesito más que unos segundos para decidir que en las palabras de aquel extraño espantapájaros no había nada de verdad.
—Todo parece normal por aquí, ese saco de paja no decía mas que... —le dijo a los otros en voz alta, cortándose a mitad de frase cuando el estruendo de cascos desde el fondo del acantilado la interrumpió.

Con cara de extrañeza Qwara se acercó más al borde para echar un vistazo al agua, movida por un estúpido sentimiento de curiosidad que la visión de lo que subía por las paredes de roca no tardó en sofocar.
—¡Coged lo que podáis y salid echando hostias de aquí! —gritó la sudafricana con los ojos muy abiertos por el miedo, pateando una de las cestas acantilado abajo en un fútil intento de frenar el ascenso del corcel oscuro antes de coger otras dos en cada mano y empezar a correr hacia la ciudad. La morena oyó el silbido de la flecha surcando el aire cuando el krabeliense soltó la cuerda de su arco, pero no se giró a ver si había hecho diana, y cuando pasó junto al chico le instó a seguirla con urgencia. No había tiempo para intercambiar palabras, pero su mirada era bastante significativa e indicaba que no pensaba dejarlo atrás a su suerte.
«¡Vamos, vamos!» se fustigó mentalmente, apretando el paso con desesperación y la mirada fija en un edificio cercano de puertas sumamente estrechas.

Agradeció que Qwara tuviera cuidado a su lado y le ayudase, aún no se fiaba de ellos pero tener a alguien al lado que pudiese agarrarle si se caía le tranquilizaba un poco, tan poco como duró la calma sea dicho, pues enseguida se empezó a escuchar el estruendo de algo golpeando contra el suelo a toda velocidad. Qwara se asomó y dio la voz de alarma a la par que aquella figura asomaba feroz de entre las rocas. Nery´s se había esperado algún crustáceo gigante pero lo que vio fue mucho más horrible para él, un mamífero enorme con branquias y colmillos dispuesto a devorarlos a todos y que parecía ir mucho más rápido de lo que ninguno de ellos pudiera correr.

Durante medio segundo se quedó firme en el sitio agarrando la alabarda, no por valor si no por sentir el miedo recorriéndole cada parte de su ser. No fue si no la mirada de Qwara, decidida y severa para él, la que le hizo tragarse todo aquello y moverse detrás de ella.

Agarró dos cestas con la diestra pasando una para el antebrazo y echó a correr a algún edificio con ellos como había sugerido Pefka mientras observaba como una flecha volaba hacia aquel monstruo.

Tal y como pidió Nery's, Rua no le molesto con su pedido de no asustarle. No estaba el horno para tonterías en ese momento. No le apetencia tampoco bromear y causar algún tipo de incidente, especialmente cuando ella misma se encontraba siendo especialmente cuidadosa para apartar una segunda cesta del borde y llevarla a zona algo mas segura. Fue ahí cuando estaba ya tomando la segunda cesta y apartándose que lo vio.

El ruido de algo chocando contra la ropa mas abajo de ellos ellos mismos y que aprecia coger fuerza como si se acercarse fue la que le invito a pasar el mal trago de mirar por el borde del acantilado. Y lo que vio le provoco mas escalofríos que cualquiera cosa.
<<No, otra vez no, ¡maldita sea! ¡¡Un caballo carnívoro que se cree araña, no me jodáis!!>> pensó incrédula alejándose rápidamente de ahí con la cesta en las manos.

-¿¡Sabéis lo que es puto correr como si os fuese la vida en ello!? ¡Coño, pues vais a conocerlo ahora, corred!- la pronta reacción de Qwara acompañando a sus palabras no dejaba lugar a dudas de que también lo había visto.

Rua vio innecesario gritar de nuevo que tenían que salir de ali cagando leches, no podían ser tan destupidos como a para quedarse. Rua corrió cargando la cesta y atrapando la primera con esfuerzo mientras corría, su fuerza incrementándose por la propia adrenalina, cada uno de sus músculos pareció gritar presa de la tensión. Vio volar algo cerca de ella en direccional a su espalda, sobresaltándola. Una flecha de Pefka dirigida al monstruo.

Rua lo rebaso, viendo la necesidad de avisar al maniquí de que estaba cometiendo un suicidio quedándose ali dándoles tiempo. ¿Tiempo de que? ¡Esa cosa debía correr mas que ellos!

-¡No vas a poder con el, corre!- exclamó Rua que estaba segura que ese condenado monstruo equino podría correr mas que todos ellos juntos, esperarlos donde sea que quisieran llegar y aun tener  tiempo afilarse los dientes para poder arrancar mas carne de sus huesos de un solo mordisco. Rua se estremeció ante el pensamiento pero sus piernas no la abandonaron aquella vez y corrieron igualmente pese al terror de su dueña.

Las ruinas cercanas no tardaron den avistarse a ojos de Rua y como si lo escaneara a toda velocidad presa de la tensión y el miedo que impulsaba cada uno de sus músculos, vio aquel lugar que Qwara ya había encontrado. Con ello dos elecciones surgieron en su mente como un destello fugaz: meterse en las precarias ruinas que tenían posibilidades medio-altas de derrumbarse sobre ellos o enfrentarse a un caballo carnívoro contra el que 100% no podrían hacer una mierda.

La elección se respondió por si sola cuando, usando su cuerpo de impulso, la sueca se lanzó hacia la estrecha puerta de la ruina para abrirla con su cuerpo pues sus manos estaba ocupadas, con las cestas de amortiguador para no herirse contra la madera. Rua acompañó todo aquel gesto de un rezo mental a todos lo dioses en los que no creía, para que el otro lado de la puerta no estuviera bloqueado, no se les cayera encima el techo y que el cuerpo del equino no fuese capaz de entrar por ahí.

<< ¡Venga, cumplirme el puto milagro y juro que dejare de ser atea! >> gruño mas exigente que implorante, mientras su labios eran mordidos con fuerza y sus uñas tentaba a desgarrar las cestas bajo la fuerza de su agarre. Su nudillos ya estaban blancos de la presión ejercida.

No quería convertirse en boñigas de equino arácnido. No quería.

Maila subió todo lo rápido que pudo y las vistas que encontró la dejaron con la boca abierta. Había exactamente eso, una bañera voladora con una especie de muñeco gritando los alimentos que poseía. Muchos de ellos desconocidos para la chica. Maila se percató de adónde se dirigía la bañera, a una especie de acantilados no muy lejos del torreón. Una vez le respondió a Rua se encaminó hacia la armería. Necesitaba salir de allí y ayudar, confiaba en que Fleur estaría más que segura ahí dentro y tenían un problema bastante grave respecto a la comida. Más que suficiente para hacerla ir al exterior.

Eligió un cuchillo, no demasiado pequeño pero tampoco excesivamente grande. Su primera estrategia  era correr del peligro, pero si ese “peligro” la alcanzaba un cuchillo estaría bien para defenderse. O eso quería creer.

-Volveremos enseguida, Fleur-. Le dijo a la francesa con un rápido abrazo.-  Sabía que el exterior era peligroso porque el reptil asesino podía estar en cualquier sitio. Sin embargo eran muchos y confiaba en que la superioridad numérica fuera ventajosa.

El grupo siguió a la bañera a través de las calles, la hawaiana no dejaba de mirar para atrás algo asustada del silencio había. La bañera llegó hasta los acantilados y por degracia echó parte del contenido al océano. Maila soltó un: “Será imbécil esa cosa” con todo el odio que podía. A sus ojos parecía que lo hubiera hecho hasta queriendo.

Por suerte unas cuantas cestas estaban en tierra firme y eso los animó a que alguno se acercara prudentemente a cogerlas. Maila suspiró de alivio al ver que el contenido de las cestas era normal. <<¿Por qué ha dicho esas tonterías, entonces?>> Pensó mientras se le hacía la boca agua con la comida de las cestas. Sin embargo un ruido sonó alto y fuerte, más bien un relincho. Por un momento la imaginación de Maila hizo aparición, y  pensó que aparecería una comitiva de gente a caballo diciendo que iban a rescatarlos de aquel lugar, pero lo que llegó era muy diferente.

Era un caballo, sí. De un color muy negro, pero hasta ahí acababan las diferencias. Era grande, musculoso y su boca era enorme. Y no contento con eso empezó a trepar el acantilado mientras babeaba, sin duda con intenciones de comer algo más que las cestas.

Maila soltó un grito asustada cuando fue a por ellos a una velocidad de vértigo, escalaba como si fuera una cabra. Algunos cogieron las cestas , pero a la hawaiana esto le pasó desapercibido. Estaba demasiado centrada en como Pefka apuntaba y disparaba. El sonido de la flecha era casi hipnótico, pero ver los espumarajos de la criatura la hizo salir de ese trance. <<¡MUÉVETE, GILIPOLLAS, MUÉVETE!>> Se dijo así misma con un sudor frío recorriéndole el cuerpo.

-¡Vámonos, Pefka!- Le gritó mientras daba unos cuantos saltitos hacia atrás, queriendo salir corriendo con los demás,   incapaz de dejar atrás al krabilense y sin poder apartar la vista del colosal equino. Al final un instinto primitivo en todo ser vivo la hizo moverse y no mirar atrás: el miedo, el más grande que hubiera sentido. Cada varios metros soltaba a pleno pulmón un “'¡Corre!” sin saber si Pefka le seguía detrás o no y siempre siguiendo la estela de sus compañeros. <<Tendría que haber cogido un cuchillo más grande, joder>>

El hijo de lunas se echó el arco a la espalda en cuanto vio tropezar a la bestia. Acto seguido, corrió en pos de su grupo sin mirar atrás, pensando en el siguiente paso. Por un lado, eran muchos, así que no podría darles caza a todos, pero tenía pinta de ser bastante veloz así que primero debían alejarse. Todos.

Las cuevas verticales serían su escondite, y por suerte todos se dirigían al mismo. O quizá por desgracia, porque si alguno se fuera por libre quizá el depredador le seguiría por ser la presa fácil. Sin maldad, tan solo era un pensamiento práctico. Es más, cuando se aproximaba al grupo, abrió la boca un instante para apremiarles, preocupado.
—Hay que perderle de vista, somos un blanco fácil si nos quedamos quietos.

Miró a quienes llevaban las provisiones. O, mejor dicho, las cestas en sí. La misión del grupo era llevarlas al refugio, así que quizá podían separarse... «No, irán más lentos con el peso e irá a por ellos» Todos juntos, pues, de momento.

Antes de entrar todos a la cueva más cercana, cogió su machete. Ni quería más sorpresas ni andar a ciegas por una de esas casas. Quizá entre escombros y cuevas abandonadas podrían perderle de vista, o incluso él mismo dispararle más veces si cogían distancia. Pero no de momento. Ahora tocaba esquivar cascotes y correr.

El ruido de cascos a sus espaldas le hacía mirar al grupo con otros ojos. Ojos que, por cierto, además de estar acostumbrados a la penumbra, también se enrojecían notablemente al estar en tensión (cosa que sus compañeros podrían ver sin problemas). Con suerte, o mala suerte, según se viera, alguien tropezaría en la carrera, tanto la bestia como alguien del grupo, y todo sería más sencillo. O si pudiera hacer sonar su silbato y montar a Karane, pero la única utilidad que podía tener ahora podía ser llamar la atención de la bestia y distraerla. Pero no lo haría, no de momento.

Sarah caminaba absorta en las vistas del lugar, caminaba envuelta en pensamientos mirando cada una de las ruinas, el camino que iban trazando se guiaba por la bañera que sobrevolaba el cielo. Era una ciudad en ruinas, destruida llena de basura y polvo, pero Sarah la veía preciosa, casi podía ver que había sido, miraba las enormes construcciones y pensaba en como serian antes, nobles e impresionantes.

Podía percibir el miedo y la preocupación de sus compañeros, y Sarah no podía hacer otra cosa que darles la razón, sin duda no era un sitio pacifico y por mucho que le gustara podía ver el obvio peligro que habían experimentado y podrían experimentar.
Llegaron a unos acantilados, que parecían marcar el final de la ciudad, tras el solo se veía un infinito océano y la cortante brisa que traía. La bañera y su capitán, por suerte, no avanzaron más y pudieron mirar lo que contenía, era comida, así se resolvería un problema, pensó.

Pero otro mas grande se mostró ante ellos, Sarah lo reconoció lo había leído en algún libro de mitología celta, así que la mitología y magia era producto de este lugar o provenía de este lugar o es que también existían en la tierra, se hubiera preguntado.  Pero de nuevo volvió a ella esa sensación, ahora no había futuro o pasado, no había preocupaciones, no había duda, solo una clara orden se repetía en su cabeza “huye” su racionalidad era total, no podía luchar contra algo así, la orden ya había llegado a sus piernas y corrió, corrió por su vida.

Busco alejarse del acantilado, y se metió en las ruinas como algunos de sus compañeros hacían, buscando algún sitio donde esconderse, donde no la criatura no pudiera entrar por su tamaño, no podría ganar, ni peleando, ni corriendo, así que decidió entrar esconderse en alguna de los edificios escondida sin hacer ruido.