Sueño de Wednesday

Wen miraba el exterior con melancolía. Londres, su querida Londres. A pesar de todos los recuerdos amargos que esa ciudad le había regalado no podía dejar de amarla. Londres era su hogar, no sus casas ni sus orfanatos, ni siquiera sus monumentos; sus avenidas, sus calles, sus plazas y sus callejones, esos eran su casa, su lugar, nunca podría llegar a imaginar una razón por la que quisiera salir de ahí. “¿si con ello escapara del sistema?” rió en su interior. Imposible. Londres era su hogar, pero también era su cárcel, así había sido siempre, y así seguiría siendo hasta su mayoría de edad, cuando fuera libre por fin. “Libre y pobre.” Se recordó resignándose. “Pero no por mucho tiempo.” Se dijo, con la esperanza de que el inútil de Church le hubiera encontrado un trabajo aceptable.

Si no recordaba mal, faltarían cuatro manzanas para llegar a La Granja, dos si se bajaba en ese momento del autobús y andaba, pero prefirió mantenerse en el vehículo. “Es la hora habitual de patrulla por aquí.” Recordó. No quería correr en ese momento, sino pensar, cosa que le estaba resultando del todo difícil por culpa del repetitivo silbido del conductor.

- Cállate, estúpido. - murmuró levantándose de su asiento y acercándose a las filas traseras, sin importarle que ahí hubiera alguien sentado ya.

Mientras andaba, se desató el pañuelo del cuello y con él se abanicó. “¡Qué calor tan horroroso! No me puedo creer que haga tanto calor aquí dentro, a pesar de lo cerrado que esta esto. ¡Estamos en Londres, por el amor de dios!” resopló para ella.

El insufrible silbido seguía resonando en el autobús para desgracia de Wen. La figura que antes había ignorado, se levantó veloz a su encuentro y Wen no pudo esconder su asombro cuando se reconoció en la dulce mirada de la niña. Era ella, con siete años, pero ella, al fin y al cabo. Iba perfectamente vestida y parecía de porcelana: frágil y delicada. “Ese vestido…” se dijo, ante la extraña sensación que se tiene cuando algo te resulta familiar. Una imagen le vino a la mente: era ella, con tres años, un vestido similar y una sonrisa de oreja a oreja. Era la única foto que tenía con los Livingston, sus padres adoptivos durante dos años; la misma foto que Wen había roto el día que había sido de vuelta al orfanato. Esa niña que tenía enfrente era la misma que la de la foto, quizás con tres o cuatro años más, pero el parecido era espeluznante.

Las palabras de la niña la desagradaron enormemente. “¿Acaso yo soy así? ¿Soy así de superficial y mimada?” se preguntó. La había insultado, estaba claro que la niña no se había reconocido en ella. Shockeada como estaba, ni siquiera se dio cuenta de que la niña se le había acercado más, hasta que no fue demasiado tarde. Le había quitado su pañuelo. El pañuelo con el que Margaret la había encontrado en la puerta del orfanato.

- Devuélvemelo. - exigió gruñendo, pero la niña la ignoró y, después de tratarla prácticamente como un perro, tiró uno de sus bienes más preciados por la ventana.

Llegó a la ventana con el tiempo justo para ver como el pañuelo desaparecía en la oscuridad de la noche.

- No. - susurró débilmente, al borde del llanto. Su pañuelo, junto a sus guantes, eran los objetos que, día tras día, le recordaban quien era y como había llegado a serlo.

La ira y la rabia la poseyeron de tal manera que se abalanzó hacia la niña con una furia poco propia de ella. Quería pegarle, quería sacar su navaja y borrar su sonrisa, pero no fue capaz de hacerle daño a esos ojos idénticos a los suyos. Era una niña insufrible, todo lo que siempre Wen había odiado, pero seguía siendo ella.

- Mira, “miniWednesday” - gruñó con sorna para disimular que se estaba conteniendo.- no quiero volver a verte nunca más, ¿lo has entendido? Nunca. No quiero volver a oir esa frase de “iras al lugar al que perteneces” porque yo sé cuál es mi lugar, y no es ni aquí, ni contigo. - Cuando terminó de hablar, soltó a la niña bruscamente y caminó tranquila hacia el conductor, disimulando su nerviosismo. Antes de llegar, le gritó a la niña.- si tú eres la diferencia entre tener padre y no, prefiero seguir siendo una “escoriavagabonda”, porque, aquí, la única basura eres tú.

Al llegar al lado del conductor, lo miró fijamente y, con voz clara y autoritaria, dijo:

- Pare el autobús. Párelo ahora.

La insoportable niña comenzó a chillar y el silbido subió de volumen. A Wen le dieron ganas de chillar también ella. El autobús se movía violentamente y Wen cayó al suelo sin remedio. “Que humillante” pensó mientras se frotaba el adolorido trasero, pero no le dio tiempo de levantarse cuando ya tenía a una niña encima. Era ella de nuevo, pero, esta vez, con diez años. Parecía una niña de lo más adorable, pero enseguida empezó a hablar de que había matado a alguien.

- ¿pero qué dices? ¡no! Yo no quería que mataras a nadie. - intentó hacerle entrar en razón mientras la niña no callaba.

“¿Ser como yo? ¿Por eso ha matado a ese pobre desgraciado?” pensó horrorizada. Era verdad que ella había matado a Res, pero no lo había hecho por el placer de matar. Wen sabía que si tuviera que volver a hacerlo, no lo dudaría, pero no era algo de lo que estar orgulloso.

- ¡No! - exclamó al verla copiar sus movimientos con la navaja.

Cuando se la quitó de la mano, fue demasiado tarde. La pequeña Wen había ensartado a Matt como ella misma había hecho con Res.

- ¿Matt? - preguntó confundida. Ese amasijo de carne no podía ser Matt.- ¿Has matado a Matt? ¡No! ¿por qué lo has hecho? ¡Wednesday, no! - le gritó consternada. No podía creerse que ella hubiera matado a alguien por ganarse el favor de otra persona, aunque fuera ella misma, y, sobre todo, a un chico tan parecido a Church.- tengo que salir de aquí. - se dijo, un poco desbordada por la situación y sin la confianza que le da llevar su pañuelo al cuello.

Intentó buscar algún botón o palanca con la que poder parar el autobús o abrir la puerta.

Si Wen hubiera sabido que accionar esa palanca iba a desencadenar esa situación, jamás lo hubiera hecho. El movimiento se incrementaba, los cristales estallaban y los sonidos se entremezclaban haciéndose más insufribles. Wen intentó abrir de nuevo la puerta que albergaba a su clon de diez años, pero le fue imposible.

Se encontraba en un infierno, perdiendo por momentos su capacidad para tranquilizarse y pensar con mente fría y, a pesar de todo, sin dejar de buscar en su cuello su pañuelo perdido. Las voces que le llegaron del fondo del autobús no fueron nada provechosas para la situación. “La policía” pensó. Si estuviera en plena calle, correría hasta perderlos de vista y disfrutaría haciéndolo. En esos momentos Wen se maldijo a si misma por no haber bajado del autobús cuando estuvo a tiempo. “No puedo dejarme coger, me harán dormir en el mugriento calabozo o me devolverán a la casa de acogida, o algo peor.” Las perspectivas para ella no fueron buenas.

Solo tenía dos salidas, o entregarse o esconderse en la cabina del conductor donde una figura golpeaba a otro. A pesar de las familiares risas masculinas, elijó la segunda opción, entrando en la cabina y cerrando la puerta tras de sí. Aunque estaba histérica, Wen no era tonta y, a sabiendas de que el maltratador podía quitar los ojos de su víctima para posarlos en ella, sacó la navaja que le había quitado a su yo de diez años e intentó no hacer ningún ruido que la delatara. “Si no se percata de mi presencia, conseguiré salir de esta, dando esquinazo además a la policía.” Reflexionó temerosa, pero con un deje de orgullo por su plan.

Cuando la puerta se cerró, la escena cambió para ella. Ya no parecía que la figura del suelo estuviera siendo agredida brutalmente, a pesar de que esta seguía chillando. Después de todo lo ocurrido, no se sorprendió al darse cuenta de que la figura del suelo era ella, esta vez con su misma edad incluso. El otro personaje era Res. “No puede ser, yo lo maté.” Gimió para sí misma de desesperación. Para su total sorpresa, Resizsan se mostraba más sensato que nunca y, por un momento, Wen pensó que se había equivocado de persona, pero cuando este se dirigió a ella no hubo lugar a duda, Resizsan estaba vivo y estaba delante de ella, hablándole. A cada palabra que salía de la boca del lagarto, la ira de Wen aumentaba.

- ¿Quién eres tú para decirme esas cosas? Estas muerto. Y cuando estabas vivo no eras más que un psicópata pretencioso. - le gritó, furiosa y frustrada por no poder hacer nada por su yo que lloriqueaba, y un poco humillada por eso mismo. “Estas mostrando debilidad.” Pero al ver como Resizsan le quitó los guantes a su otra yo, a Wen se le olvidó todo eso y aguantó la respiración apretando fuertemente los dientes mientras se ponía delante de ella para protegerla.- ¡Devuélveselos! - le exigió con cara amenazante. Cuando este la obedeció, Wen murmuró entre dientes:- Eres repugnante.

Res se calló mientras observaba al otro lado de la ventana como se presentaba su final. El final de todos los que estuvieran en el autobús. No había solución aparente y Wen lo sabía, pero siguió gritándole al ranta con toda la furia reprimida. Desde que había entrado en la cabina del conductor, apenas se había percatado que el autobús iba a la deriva.

- ¿Y que si somos una fachada? ¿acaso tú no lo eres? ¿Acaso todo el mundo no es una fachada? ¡Nadie se muestra como en realidad es! ¡Todos nos protegemos tras muros! No creas que eres mejor que yo, porque no lo eres.

Cuando Res comenzó a hablar por segunda vez, Wen supo que pretendía que fuera la última y que su historia no iba a acabar muy bien. “Va a por mí. Va a hacerme lo que no consiguió la última vez.” Se alertó. No podía terminar así, ella no había matado al lagarto para terminar asesinada por él. Ella había salvado su vida y, probablemente, la de todos sus compañeros de torreón, ella no era una asesina y no iba a morir bajo esa premisa. Cuando la nueva sacudida les llegó, Wen no tuvo tiempo de mantener el equilibrio y cayó al lado de su otra yo. El extintor se encontraba a dos pasos de ella, era la oportunidad que andaba buscando.

- Te voy a devolver al lugar de donde has salido. ¡El infierno! - le gritó Wen con toda su furia antes de estamparle el extintor en la cara con toda la fuerza de la que fue capaz.

Esperando que el golpe hubiera sido lo suficiente fuerte como para, por lo menos, dejar al ranta inconsciente, Wen se apresuró a coger a su otra yo en brazos y buscar una venta por la que poder saltar al exterior para salvarse.