Montañas

Ante las palabras de Adru el belga hinchó el pecho lleno de orgullo y clavó la mirada en la lejanía mientras adoptaba una pose épica.
—Gracias a mi poderosa magia y a tu piel de guerrero —dijo con tono de voz solemne mientras se deshacía del teatrillo y comprobaba con disimulo que de verdad no se hubiera hecho daño.

—¡Sí! Hay muchísimas piruetas impresionantes, yo me sé algunos trucos fáciles que puedo enseñarte cuando seas todo un crack del asfalto. Aunque tendría que quitarme el óxido de las patas... —el lémur se fijó en su propia bicicleta verde con melancolía, deseaba poder pedalear a toda pastilla pronto. Pero antes quería que la gamusino pudiera seguirle el ritmo, y a juzgar por su aprendizaje no le quedaba mucho—. Buah, Adru, en la Tierra tenemos hasta competiciones con rampas enormes y espectáculos de fuegos artificiales, aunque con motos. Si quieres alguna vez, podría llevarte y vemos uno. No nos será difícil camuflarnos entre la gente —aventuró con malicia y moviendo los dedos negros como si tejiera hechizos.

Pronto volvieron a ponerse sobre la marcha y el belga reía mientras perseguía la bicicleta del sinhadre para seguir sujetando el sillín. Llegado a determinado momento Adru era capaz de esquivar arbustos incluso y de frenar con suavidad.
—¡No te preocupes por lo de los frenos, no tenías por qué saberlo! Ha sido culpa mía —para seguirle el ritmo Tayron tenía que trotar—. ¡Lo estás haciendo genial! ¡Sigue así! —y se soltó, con la respiración agitada y una sonrisa radiante en el rostro. Quería ver cuál sería la reacción en cuanto se diera cuenta de que estaba pedaleando solo.

Si los ojos del gamusino tuviesen la propiedad de emitir luz y chispas, en ese instante estarían brillando con mucha intensidad y cargando el ambiente eléctricamente: todo lo que le contaba Tayron acerca de las posibilidades que ofrecía aquel vehículo maravilloso que estaba aprendiendo a utilizar.
—¡Sí, sí, sí! —le respondería con excesivo entusiasmo a su propuesta de colarse en uno de aquellos espectáculos—. ¡Estoy segura de que a los peques también les encantaría! Bueno, y seguro que a todos en realidad: es que eso tiene que ser súper guay. ¿Qué es una moto? ¿Es muy parecida a una bici?

Ya fantaseaba con la idea de que él y todos sus amigos fuesen a ver lo que había descrito el lémur y teniendo la cabeza distraída imaginándose algo que probablemente no se acercase a la realidad, efectivamente no se dio cuenta de que Tayron le había soltado sin previo aviso.
¡Ah, no, no es culpa tuya! —le aseguró—. Seguro que para un humano es obvio, esas cosas ocurren… todo el…

De pronto se dio cuenta de que el lémur ya no se encontraba a su lado. Siguió pedaleando por inercia durante un rato más, en silencio. Se esforzó por manejar el manillar sin hacer movimientos bruscos, esquivó una rama en el camino –aunque las ruedas de la mountain bike no hubieran tenido problema en pasar por encima- y frenó de la forma en la que le había explicado, primero pulsando suavemente las palancas y sacando los pies de los pedales con cuidado hasta ponerse de pie cuando el vehículo se detuvo por completo. Miró hacia atrás, donde se había quedado su amigo con cara de desconcierto durante unos segundos. Su expresión fue convirtiéndose en una sonrisa poco a poco que se iba haciendo cada vez más amplia.

—¡Lo logré! ¡Ah! —al soltar un brazo del manillar bruscamente queriendo hacer un símbolo de victoria por poco se le cae la bicicleta al suelo y tuvo que volver rápidamente a sujetarla y pelear unos segundos para volver a la posición inicial. Por suerte lo que le faltaba de destreza general lo compensaba con su fuerza—. ¡Uf, eso ha estado cerca! —sacó la lengua un poco poniendo su habitual “cara tonta”.

—¡Pues que se vengan todos, peques incluidos! —a Tayron le emocionaba muchísimo la idea de hacer una pequeña excursión para visitar un espectáculo de ese rollo, incluso podría asegurarse de que vieran también coches monstruos peleando en una batalla encarnizada de metal, asfalto y goma—. ¡Sí! La base es la misma, solo que cuenta con un motor que es lo que mueve al vehículo, más o menos es como si pedaleara sola —explicó, no tenía ni puta idea del avance tecnológico de Sinhdro, su hogar natal.

Con el orgullo de un padre que ve a su hijo dar sus primeros pasos el lémur contempló en silencio como Adru se las apañaba solo, dando un salto de fe desde el nido. Contuvo la respiración cuando esquivó, rodeó y hasta frenó adecuadamente. Cuando sus miradas se encontraron la expresión de felicidad del belga acompañó a la del gamusino y su sonrisa se fue ensanchando a la par.
—¡Así se haceeeeeeeee, coño! —vitoreó, luego rio al ver la cara tonta de Adru y como casi se le caía la bici—. ¡Lo lograste! Poco a poco pero... ¡Ya estás preparado para surcar el terreno! —miró su propia bicicleta con una mueca picarona, el vehículo yacía no muy lejos de ellos apoyada contra una roca y su color esmeralda contrastaba con la tierra yerma de las montañas. La pregunta siguiente que formuló fue cargada de atrevimiento—. ¿Quieres seguirme el ritmo?

El gamusino sentía ganas de aplaudir, pero se contuvo a tiempo para no soltar la bici.
—¡Sí, sí, sí, se lo tenemos que contar cuando volvamos! Ya verás que ilusión les hace a todos.
La explicación acerca de lo que era una moto no es que la entendiese del todo bien, pero probablemente ese no era el mejor momento para pedir que le explicasen una movida tecnológica complicada que seguramente no iba a entender de todas formas, por lo que tan solo asintió con asombro.
>>Tiene que ser súper guay también, pero creo que me gusta más pedalear yo misma… Bueno, no lo sabría hasta que lo probase, pero creo que por ahora es mejor que domine la bicicleta —se rio.

Tan solo pudo dejar escapar más exclamaciones de júbilo ante los vítores y ánimos de Tayron: se lo estaba pasando en grande.
>>Si tú crees que estoy preparado, Maestro Lémur, yo te sigo de la mejor forma que pueda.
Hizo un saludo militar y volvió a subirse del todo a la bicicleta. Esperaría a que el humano hiciese lo propio con la suya y le adelantase para empezar a seguirle de cerca poniendo cuidado en no volver a hacer movimientos bruscos como al principio y en seguir los consejos que le había estado dando.

Tayron rio ante las palabras de Adru e hizo el gesto de un puño cerrado con el pulgar hacia arriba para indicar que sí, que estaba preparado para circular juntos. Le sorprendía la rapidez con la que se había adaptado a sus enseñanzas, pero le seguía sonando raro que se le viera como un maestro, aunque fuera de broma

El lémur se acercó hasta su propia bicicleta y esta le saludó con algún destello muy leve de sus piñones y su pintura esmeralda. Con habilidad pasmosa el muchacho la puso de pie, ajustó el sillín y comprobó las ruedas. Después se detuvo acariciando el manillar con nostalgia y los recuerdos afloraron en su mente, arrancándole un gemido porque el momento le estaba tocando la patata. Al fin. Al fin podía retomar algo que le pertenecía incluso antes de llegar a la ciudad. ¿Cuántas veces había recorrido las calles de Bélgica hasta las tantas con sus amigos? ¿Qué sería de ellos? ¿Seguirían pedaleando de madrugada?. Sonrió con tristeza, seguro que el Club del Escorpión estaba bien, nunca le habían necesitado, aunque él daría lo que fuera para que conocieran a su nueva familia.

—¡Cadete Adru! —su tono de voz revelaba su excitación y las manos le temblaban de manera imperceptible—. ¡Despegamos en nada! —tomó posiciones, sintiendo como su cuerpo se adaptaba a la forma dinámica de la bici y como el corazón rugía con vida propia insuflando de energía cada músculo. Los primeros pedaleos provocaron un cosquilleo en la barriga muy familiar, y conforme fue cogiendo velocidad su sonrisa se hacía más amplia.

Sintiendo como la brisa propia de la aceleración acariciaba su pelo Tay alzó un poco la voz.
—¡Sígueme si puedes! —no correría demasiado rápido y giraría la cabeza hacia atrás cada poco para asegurarse de que Adru no tenía problemas. Aquella explanada tan llana les venía de perlas.

—¡Sí, Señor! —respondió automáticamente al llamamiento de Tay, preparándose en consecuencia.
En cuanto el lémur pasó a su lado, el gamusino perdió algunos segundos colocando bien los pies en los pedales, pero no tardó mucho más en ir detrás de él. Si no fuese porque no se podía permitir causar daños a la bici al ser de alquiler, la edeel no hubiese tenido ningún miedo, ya que caerse le importaba poco y mucho menos contando con protecciones mágicas. Por eso se esforzó en recordar bien las instrucciones que le había dado su amigo y se aseguró de seguir los consejos que acababa de recibir y en aprender de los errores que ya había cometido. Comenzó con algo de lentitud, pero como el lémur había escogido un camino muy libre de obstáculos, poco a poco recortaba algo de distancia con el experimentado lémur. Le sonreía cuando miraba en su dirección, pues aunque quería alzar un pulgar sabía que no era buena idea soltar el manillar, aunque no estaba segura de que pudiese verle bien la cara desde allí delante.

>>¡Algún día sabré pedalear con tanta facilidad como tú, Capitán Tay! —exclamó cuando logró acercarse lo suficiente como para suponer que podía oírle si alzaba la voz—. Para la próxima tenemos que venir ya con bicis propias: seguro que aunque se rompan se pueden arreglar con magia.
Por supuesto, el gamusino ya contaba con que la suya iba a sufrir más que un puñado de golpes porque no pensaba tener tanto cuidado en cuanto se hiciese con un vehículo de su propiedad.

Adru le seguía el ritmo fácilmente, podía verle esforzándose por llegar hasta su altura cada vez que miraba hacia atrás con cuidado de no estamparse él mismo. El belga reía, pedaleaba, otra carcajada, pedaleaba y ahora también giraba. Solo estaba siendo él en su máximo estado, pasándoselo en grande y acompañado de un buen amigo. Si no se merecía eso después de tanto dolor, qué si no.

—¡Algún día, Cadete! —vociferó por encima del viento—. ¡Pedalearás hasta más rápido que yo! —estaba seguro de ello, sus aptitudes físicas como gamusino se salían de toda norma. El lémur dejó escapar toda su euforia entonces en forma de un grito de júbilo que rebotaría con eco por las montañas—. ¡YUJUUUUUUUUUUUUUUUUUU! ¡Esto sí que es vida, coño!

Terminó aún con las pilas recargadas, pero era mejor que dejaran los siguientes pasos para más adelante. No quería que Adru se saturara con el tema ni que recibiera información de más. Resultó fantástico.

—¡Espero que te haya molado, Adru! Eres buen aprendiz —bromeó, dándole un golpecito en la espalda. Sus manos sudadas se aferraban con fuerza al manillar y el sonido de la rueda deslizándose contra la grava rocosa era música para sus oídos. Por unos segundos cerró los ojos, solo acunado por la brisa y moviendo la cola a su espalda con felicidad—. ¿Vamos volviendo o qué? —deseaba darse una buena ducha.

Las palabras de Tay solo le animaban cada vez más. Sabía que ahora tenía unas capacidades físicas extraordinarias, por lo que era posible que el lémur tuviese razón.
—Desde luego lo intentaré, pero no te preocupes: tú siempre serás el Capitán de las bicis —le aseguró con un intento de guiñarle un ojo, aunque no estaba muy seguro de que fuese a verle.

Espoleada por la propia diversión y exclamaciones del lémur, la edeel también dejó escapar varias exclamaciones de júbilo mientras le seguía. En varias ocasiones tuvo que realizar movimientos algo bruscos con el manillar o frenar tal y como le había enseñado su amigo antes de poder volver a enderezar el vehículo sin riesgo, pero ello no hizo que el día fuese menos disfrutable. En realidad estaba bien ser comedidos la primera vez, porque de esa manera tendría mucha más práctica real para las siguientes.

Una vez decidieron que deberían volver, pues se estaba haciendo tarde y todavía tenían que devolver las bicicletas, el gamusino sonrió ampliamente al lémur ante sus comentarios.
>>¡Ya lo creo que sí! Es incluso más guay de lo que esperaba. Gracias, Maestro Capitán. Vámonos —asintió—. Tenemos que hablarles de nuestro pedaleo épico a todos y pensar en cómo van a ser nuestras bicis propias.
Salvo que ocurriese algo malo, el gamusino siempre estaba de buen humor, pero incluso para sus estándares parecía que se le había implantado una sonrisa permanente en el rostro por aquel día y ya estaba pensando en ahorrar para comprarse su propia bici y reglarle otra al lémur por darle aquella oportunidad.

—Dependiente y dueño, me temo —corrigió a Noel con una sonrisa de circunstancias, bailando en el mismo humor que él demostraba. A estas alturas el abandono de Dama Isis al negocio no era tan malo para guardárselo. La verdad es que ser reconocido siendo cambiante sentaba la mar de bien, aunque quizás era un poco contraproducente.

Como buena costumbre no perdida saludó al hermano de Noel con una reverencia casual (no sí, los dos tenían cuarenta y siete metros en cada pierna, eran hermanos), con los ojos más abiertos al reconocerlo tardíamente. Era el hombre (se siente, con ochenta y dos metros solo hasta la cintura le era difícil describirlos como “chicos”) que había ayudado a Pelusa con sus alas en el burdel. Joder, que rara era esa frase. Se rio para sus adentros.

—¡Ah, hola! ¡Cuanto tiempo! Yo soy Rox, encantado —dijo, ampliando el saludo para el pájaro y el insecto tamaño medio australiano más que para los otros dos. Que irónico que fuesen dos humanos quienes enseñasen a volar a un halcón y una langosta. Poooorque eran humanos, ¿no?

Examinó la tarjetita que le ofrecieron con curiosidad, pues a pesar de los años y el derroche constante de magia que le había inculcado su jef… ex-jefa en la boutique, a Rox aún le costaba hacerse a que algo tan aparentemente soso pudiera mandarlos a tomar por culo. Ahora, que fue un rato decepcionante. Se esperaba al menos un croma verde de los de Marvel, pero ni eso, solo se sintió mareado, como si se hubiera levantado muy rápido o pestañeado demasiado fuerte. En realidad ni idea de si podías marearte por eso último. Al menos el efecto compensaba con unas vistas impresionantes.

—¡Uala! —exclamó antes de caminar para asomarse a un borde y ver el desierto, sin separarse demasiado del grupo y manteniendo una franja de seguridad de al menos la totalidad de la altura de Noel, o sea, unos nueve campos de fútbol y siete zapatos talla 46 puestos en fila india. Adru ya había estado ahí con Tay, pero no se lo había imaginado tan inmenso. ¿Habría algo más allá? Incluso de lejos la altura le dio vértigo—. Dios. Que guapo —musitó. Se volteó a los otros—. Eh, perdón pero, ¿cómo vamos a hacerlo?

Ya se estaba quitando la chaqueta.

Noel

Al draco le preocupaba un poco que su hermano no hubiese seguido ni una sola de sus bromas, preguntándose si le había dicho algo que le había ofendido o si se encontraba… peor de lo que daba a entender. Sabía que Vac llevaba mucho tiempo dándole demasiadas vueltas a la cabeza, y no es que no pudiese entenderlo precisamente él, pero le preocupaba que no parecía mejorar ni estaba seguro de que estuviera poniendo suficiente esfuerzo en ello. Tendría que hablar con él después de la clase, pero por el momento había que centrarse en lo que habían ido a hacer, tal y como estaba haciendo el hado, y decidió que evitaría aquella clase de piques por si acaso.

Le hizo un poco de gracia como Kradko no pareció entender por qué Vac le había preguntado por su dificultad para dormir, pero con aquella respuesta la clinger parecía indicar que la presencia de las alas no le estaba suponiendo un problema para ello. La verdad es que ni siquiera estaba muy seguro de cómo dormían los clinger.

Su hermano ya se había ocupado de dar las explicaciones pertinentes, por lo que se centró en la presentación del chico a quien finalmente podía poner nombre.
—Oh… ¿Se retiró dama Isis? Eso no me lo esperaba, pero… Sin ánimo de ofender: con lo poco que te conozco, creo que prefiero que seas tú el más capo y no tu ex jefa —rio.

Ya que Vac había sido el primero, él espero a que se teletransportasen todos los alumnos por si acaso, no fuera a haber algún defecto en alguno de los papeles o cualquier cosa. Todo pareció ir bien, por lo que usó su propio hechizo y apareció cerca del resto del grupo. Los alumnos parecían estar examinando los alrededores, y se acercó mientras Rox hacía la pregunta.

—Primero vamos a comprobar si tenéis claro como deberíais mover vuestras alas de la forma correcta aún con los pies en el suelo, y a realizar algunos ejercicios de calentamiento. Vac se ocupará de ayudar y supervisar a Kradko, yo a Lethe y… ¿Qué tipo de alas vas a emplear, Rox? Si son de insecto te asignamos al equipo de tipo Bicho y si no, probablemente te quedes con los de tipo Volador aquí —bromeó con una carcajada. Una referencia a Pokémon solía ser una apuesta bastante segura de que cualquier humano la entendería.


Lethe

Dedicó un asentimiento cortés a Rox de reconocimiento mutuo antes de prestar atención a lo que el hado infernal les estaba explicando. Conocía sobre los hechizos de teletransporte, y como Kahlo había tenido que tratar con Krono Rádem para su prótesis también lo había visto en acción antes. Era un hechizo complicado, totalmente fuera de su alcance y dio las gracias cuando le pasaron el papel que lo contenía. Aquello ya le empezaba a ser un poco familiar tras la clase de magia curativa y había investigado desde entonces acerca de los hechizos anclados, pero seguía siendo bastante increíble que un hechizo tan complejo y que les tenía que llevar a un lugar concreto pudiese usarse de aquella manera.  

La verdad es que a ella le daba igual si tenía o no florituras, con que cumpliese su cometido era más que suficiente. No dudó en utilizarlo en cuanto que Vac desapareció y asegurarse de que Kradko también lo empleaba. La desorientación fue tan repentina como el cambio de escenario, y al igual que sus compañeros primerizos en aquello de aparecer de improviso en otro lugar, sintió un ligero mareo. Parpadeó varias veces mirando a su alrededor:  solo había visto las montañas desde lejos y el paisaje era tan distinto a las insulsas calles de la ciudad que casi parecía que se hubiesen teletransportado a un mundo vinculado. La vista de la ciudad en la distancia, con los edificios emblemáticos bien visibles, era lo único que confirmaba con total seguridad que no habían salido de Rocavarancolia.

El último en llegar fue su cosechador, y en cuanto este empezó a responder a la pregunta de Rox se acercó a él, acorde a lo que estaba explicando. La verdad es que ella también tenía curiosidad por las alas aparentemente inexistentes del humano de pelo rosado, y esperaría pacientemente a que finalizase la organización de los grupos. Trataría de echar un ojo a Kradko de vez en cuando, aunque no creía que fuese a ocurrir nada malo quería asegurarse de que la clinger se encontraba a gusto.

A pesar de que ya estaba más que acostumbrado a aquel tipo de viaje el hado no pudo evitar marearse ligeramente al aparecer repentinamente en las montañas. Dispuso de unos instantes para asentar su estómago antes de que el primer alumno siguiera sus pasos, no obstante, y aprovechó para inspirar con fuerza y llenarse los pulmones de aire fresco. Aún le preocupaba un poco lo de dar clase, porque lo de tratar con gente seguía siendo una cosa, pero se aferró al pequeño consuelo de que en realidad no eran tantos e incluso logró sonreír con genuina naturalidad cuando los demás empezaron a reaccionar a las vistas.

Tras la pregunta del cambiante sobre como empezar dejó que Noel tomara la iniciativa, asintiendo con ligereza cuando explicó los primeros pasos a tener en cuenta, y de forma previsora se agenció una pequeña parcela del terreno circundante para trabajar con calma.
—¿Entonces no te han molestado las alas para dormir? —le preguntó a Kradko, haciéndole gestos a la pequeña lepäni para que se acercara—. Yo al principio no me las arreglaba para encontrar una postura cómoda en la cama. —le explicó con una sonrisa de circunstancias.

Vac presuponía que Rox se decantaría por unas alas más parecidas a las de su hermano, pero como no estaba tampoco seguro esperaría cortésmente a que el australiano tomara su decisión antes de empezar la lección.

—¡Woah! —exclamó brevemente tras recuperar la noción del espacio.

Durante unos instantes, se avergonzó un poco del ruido y deseó que nadie la hubiera oído. No creía haber sido muy ruidosa. Por suerte, la conversación viró enseguida hacia el tema por el que estaban allí.

—¡Ahhh, las alas! —Respondió al hado—Me costó un poquito los primeros días. Son muy distintas a las que tenía antes así que notaba las sábanas en ellas... ¡Era raro! Pero ya me he acostumbrado. ¡Puedo dormir en una postura parecida a antes! —a Kradko siempre le había gustado dormir de lado.

La clinger esperó interesada a la respuesta de Rox, pues aún no había visto las supuestas alas de este.

—De vuelta a Frivo, sí —respondió a Noel antes de teletransportarse, sonriendo con halago a sus palabras. No juzgaba a su jefa por irse ni la conocía personalmente lo suficiente para alegrarse por su partida, solo agradecía redirigir el reconocimiento ahora que él se encargaba de la tienda.

Ya en las montañas, Rox dejó su abrigo bien doblado sobre una roca para no mancharlo de polvo. El jersey que llevaba tenía la espalda abierta, un diseño que en la Tierra habría considerado disfuncionalmente sexy aquí cumplía un objetivo. Cuando Noel se acercó a preguntarle estaba ojeando precisamente sus alas como referencia, por lo que pestañeó un par de veces al sentirse pillado con las manos en la masa, riendo por ello y el chiste mientras se reajustaba las mangas con nerviosismo.

—Ah, no, no, ¡tipo volador del tirón! Si ya me da miedo como me sostengan unas alas típicas imagina si me las hago de papel… —añadió con otra risa queda.

Dos alas enormes se fueron tejiendo a su espalda, primero la forma y músculo (un par de alitas del KFC descoloridas) y luego las plumas. Acaban en punta, como las de un halcón, no porque quisiera velocidad y fuerza, simplemente porque siempre le habían resultado más compactas y fáciles de hacer.

—La verdad es que no las he probado nunca —le confesó al mayor en un tono más privado—. He probado a planear con el cuerpo de un pájaro de un mueble a otro, pero vamos, nada más que caer con estilo a un metro y medio del suelo. ¿A lo mejor debería empezar por ahí…?

Sus alas cada vez tenían más detalles: plumas rayadas y moteadas en color blanco, marrón y negro, las cuales ejercitaba y traía al frente para revisar que estuviera todo correcto.

—Me he hecho varias para modelar y tal, peroooo… —eso esclarecía bastante. Echó un vistazo significativo a las de Noel y Lethe cerca—. No sé si servirán.

No era la duda de falsa humildad de un artista, sino una muy legítima. El peso, el tamaño, la construcción de las plumas… su propio cuerpo se podría a prueba.

Noel

Dejó escapar una breve carcajada ante la respuesta de Rox.
—Comprensible —bajó un poco la voz y se puso una mano a un lado de la boca como si estuviese contando un secreto que no quería que escuchasen Vac y Kradko, pero en realidad no se estaba esforzando porque no le oyeran—. Después de todo el tipo Volador es muy eficaz contra el Bicho.

Como la enderth simplemente parecía estar esperando a que comenzase la clase propiamente dicha siguió centrándose por el momento en el cambiante, quien formó entonces las alas con las que quería aprender a volar. Parecía que, como poco, tenía práctica más que de sobra con su propia transformación aun si el vuelo era una materia pendiente para él.
—Caer con estilo siempre es un buen comienzo —le confirmó con una sonrisa jocosa mientras examinaba con la vista las alas que acababa de crear—. No es que sea el mayor experto en la materia, pero parecen unas alas en condiciones. Seguro que si hay algo que corregir lo irás notando durante la práctica. Mis propias alas también se supone que se parecen a las de un ave de presa, pero… —disparó un par de plumas que se clavaron en el tronco de un árbol cercano—. Mis plumas no son precisamente plumas “al uso” y dudo que sirvan como referencia. Supongo que la estructura de las alas sí. Pero es posible que sea mejor compararlas con las de Lethe, si no me equivoco tus alas son de halcón, ¿verdad? Aunque al no salir de la espalda tampoco serán exactamente iguales… Bueno, supongo que entre las mías y las suyas podremos servirte de ejemplo de ser necesario.

Esperaría a la respuesta de la enderth antes de colocarse de forma que pudiesen ver ambos sus propias alas y empezase a moverlas en preparación a una tentativa de despegue, pero sin llegar a hacerlo.
—Cuidado de no despegar por error: hay que empezar muy suave —indicaría con una risa—. Cada uno probablemente acabe encontrando lo que le resulta más cómodo y eficiente para iniciar el vuelo, pero de momento os tendréis que conformar con ver cómo lo hago yo.
Como demostración, se prepararía para alzar el vuelo, exagerando los movimientos más de lo normal tanto de sus alas como el resto de su cuerpo y realizaría un vuelo rápido antes de volver con ellos.

>>Imagino que nadie ha venido a mover las alas como si fuésemos octogenarios haciendo ejercicios de rehabilitación durante horas, así que cuando tengáis más o menos claro cómo es el movimiento probad a alzar el vuelo. Intentad planear algunos metros de momento. Os voy a poner barreras mágicas para evitar que os hagáis daño en caso de que perdáis el control, aunque supongo que tanto Kradko como Lethe están acostumbradas a planear, ¿verdad?  


Lethe

Aunque en silencio y ausente de una conversación que estaba segura de que no podía comprender (ya estaba acostumbrada a que los humanos dijesen cosas, saber el significado de la mayoría de las palabras y aun así no entender nada de lo que decían), Lethe también observó con curiosidad como se formaban las alas de Rox. Era un cambiante, si no se equivocaba, había leído acerca de aquella transformación y las posibilidades que ofrecía. Parecía muy conveniente poder hacer algo así, sin duda, y mientras estaba enfrascada en sus pensamientos y mirando cómo se formaban las plumas a tiempo real, Noel la sacó de su ensimismamiento al nombrarla.

Hizo un pequeño gesto con la cabeza que probablemente pasaría desapercibido, aunque internamente se había sobresaltado un poco, como si un maestro le hubiese pillado no prestando atención en clase. No era más que una sensación tonta, por lo que con su habitual cara de póker atendió a la conversación y al motivo por el que se le había nombrado.
—Ah, sí, son de halcón —confirmó. Un instante después las desplegó por si Rox quería examinarlas, aunque el draco tenía razón en que iba a haber diferencias por el lugar de donde nacían—. Yo no puedo disparar las plumas y las mías si son normales —por su anterior encuentro en la Torre Doce algo había visto acerca de la peculiaridad de aquellas plumas cortantes que tenía su cosechador, aunque no sabía que podía lanzarlas a aquella velocidad—. Imagino que se me caerá alguna mientras practicamos. Si la quieres recoger para tenerla de muestra no me importa —le ofreció a Rox.

Echando un vistazo rápido a cómo le iba a Kradko, se dedicó a continuación a seguir las instrucciones de Noel. Cuando les habló sobre intentar planear, confirmó con un asentimiento que ambas tenían bastante bien cubierto aquel apartado. Sus respectivas especies podían planear de forma normal, a fin de cuentas. Aun así, no le importaba empezar por ahí, pues no dejaban de ser unas alas diferentes a los pequeños vestigios de los que disponía antes de convertirse en una horus. Ella ya tenía su propia forma de alzar el vuelo, así que sin más siguió la sugerencia de Noel sin demasiada dificultad, tratando de corregir cualquier movimiento que realizase de forma menos eficiente, siguiendo el ejemplo de su cosechador. Su planeo fue simple pero elegante: aquella parte en realidad la tenía prácticamente dominada.

Al final la elección del cambiante fue el tipo Volador, por supuesto, y Noel bromeó al respecto “por lo bajo” sobre su eficacia contra el tipo Bicho mientras Rox creaba de forma bastante llamativa su par de alas. El griego sonrió con sorna, pero volvió a abstenerse de replicar algo al respecto y se limitó a indicarle por señas a Kradko donde se podían situar para poder observar la demostración del draco antes de comenzar con su propia lección.
—Tu ni caso, los bichos tenemos muchas ventajas y encima tus alas son una pasada —le comentó a la niña guiñándole un ojo, tomando asiento sobre una roca e invitándole a acompañarle—. ¿Ya has probado a agitarlas con mucha fuerza? —se interesó—. Esas colas que tienes creo que pueden hacer un sonido muy interesante, ¿no es verdad? —añadió, indagando sutilmente sobre los poderes de la lepäni.

Que se hubiera acostumbrado rápidamente a dormir con sus nuevas alas estaba bien, pues eran un auténtico incordio al principio, pero seguramente aún le faltaba experiencia en los cuidados que tenía que darles. Sabía cómo eran las alas de la clinger antes de su transformación, pues ya había visto a otros miembros de su especie, y aunque eran claramente de insecto las peculiaridades eran bastante distintas.
—A lo mejor te suena a pregunta rara, pero… ¿las has cepillado alguna vez desde que te salieron? —preguntó, alzando la vista para observar el planeo de su hermano, claramente exagerado para la lección, y el de Lethe, simple pero elegante—. Seguro que te has dado cuenta del polvo que poco a poco se crea sobre las membranas, ¿no? Si se acumula demasiado la sensación de pesadez casi resulta molesta. —observó, desviando la mirada hacia la niña a la espera de sus respuestas.

El hado necesitaba confirmar aquello antes de empezar las clases de vuelo, pues de no ser así deberían empezar por las lecciones sobre cuidado y mantenimiento de las alas. Para monstruos como ellos, con alas de lepidóptero, era muy importante no sobrecargar sus extremidades en exceso, sobre todo cuando estaban aprendiendo a manejarse en el aire. Una mala distribución del peso sobre las alas, de hecho, podría resultar en una mala caída incluso si se limitaban solo a planear.

Contra todo pronóstico, a Kradko no se le escapó el comentario del draco ni su significado, pues ya le habían hablado de las cosas de los tipos volador y bicho de los videojuegos esos de los humanos. «Se llamaban los… ¿Los Pokámion? ¿Creo?», trataba de figurar mientras se reía por lo bajo. Ni siquiera era la primera vez que le hacía esa misma broma un humano.

—Síii —asintió al comentario de su instructor—. Además, nosotros también somos de tipo volador—. Remarcó sin conocimiento de que aquello no les daba ventaja alguna.

»Pues… He leído sobre lo de las colas y a veces he conseguido hacerlas sonar —dijo—. Pero solo un poquito de ruido cuando ni siquiera lo intento.

Para apoyar sus palabras, hizo un pequeño intento que no resultó en mucho. ¿Le faltaría práctica, tal vez? Por desgracia, no era esa niña la clinger más paciente para ciertas cosas.

—¿Cepillar? ¿Las alas? —Preguntó, prácticamente ajena a cualquier tipo de higiene o cuidado personal más allá de mudar el exoesqueleto de uvas a peras—. ¡Ah! Las sacudo cuando veo que están un poco sucias, no sé. ¡De hecho! A veces cuando las agito sin pensar hacen ruido. Pero en cuanto me doy cuenta: ¡puff! ¡Y no lo consigo! —. Acompañó con aspavientos como si de algún modo le ayudaran a que se entendiera mejor lo que explicaba.