Montañas

Si los ojos del gamusino tuviesen la propiedad de emitir luz y chispas, en ese instante estarían brillando con mucha intensidad y cargando el ambiente eléctricamente: todo lo que le contaba Tayron acerca de las posibilidades que ofrecía aquel vehículo maravilloso que estaba aprendiendo a utilizar.
—¡Sí, sí, sí! —le respondería con excesivo entusiasmo a su propuesta de colarse en uno de aquellos espectáculos—. ¡Estoy segura de que a los peques también les encantaría! Bueno, y seguro que a todos en realidad: es que eso tiene que ser súper guay. ¿Qué es una moto? ¿Es muy parecida a una bici?

Ya fantaseaba con la idea de que él y todos sus amigos fuesen a ver lo que había descrito el lémur y teniendo la cabeza distraída imaginándose algo que probablemente no se acercase a la realidad, efectivamente no se dio cuenta de que Tayron le había soltado sin previo aviso.
¡Ah, no, no es culpa tuya! —le aseguró—. Seguro que para un humano es obvio, esas cosas ocurren… todo el…

De pronto se dio cuenta de que el lémur ya no se encontraba a su lado. Siguió pedaleando por inercia durante un rato más, en silencio. Se esforzó por manejar el manillar sin hacer movimientos bruscos, esquivó una rama en el camino –aunque las ruedas de la mountain bike no hubieran tenido problema en pasar por encima- y frenó de la forma en la que le había explicado, primero pulsando suavemente las palancas y sacando los pies de los pedales con cuidado hasta ponerse de pie cuando el vehículo se detuvo por completo. Miró hacia atrás, donde se había quedado su amigo con cara de desconcierto durante unos segundos. Su expresión fue convirtiéndose en una sonrisa poco a poco que se iba haciendo cada vez más amplia.

—¡Lo logré! ¡Ah! —al soltar un brazo del manillar bruscamente queriendo hacer un símbolo de victoria por poco se le cae la bicicleta al suelo y tuvo que volver rápidamente a sujetarla y pelear unos segundos para volver a la posición inicial. Por suerte lo que le faltaba de destreza general lo compensaba con su fuerza—. ¡Uf, eso ha estado cerca! —sacó la lengua un poco poniendo su habitual “cara tonta”.

El gamusino sentía ganas de aplaudir, pero se contuvo a tiempo para no soltar la bici.
—¡Sí, sí, sí, se lo tenemos que contar cuando volvamos! Ya verás que ilusión les hace a todos.
La explicación acerca de lo que era una moto no es que la entendiese del todo bien, pero probablemente ese no era el mejor momento para pedir que le explicasen una movida tecnológica complicada que seguramente no iba a entender de todas formas, por lo que tan solo asintió con asombro.
>>Tiene que ser súper guay también, pero creo que me gusta más pedalear yo misma… Bueno, no lo sabría hasta que lo probase, pero creo que por ahora es mejor que domine la bicicleta —se rio.

Tan solo pudo dejar escapar más exclamaciones de júbilo ante los vítores y ánimos de Tayron: se lo estaba pasando en grande.
>>Si tú crees que estoy preparado, Maestro Lémur, yo te sigo de la mejor forma que pueda.
Hizo un saludo militar y volvió a subirse del todo a la bicicleta. Esperaría a que el humano hiciese lo propio con la suya y le adelantase para empezar a seguirle de cerca poniendo cuidado en no volver a hacer movimientos bruscos como al principio y en seguir los consejos que le había estado dando.

—¡Sí, Señor! —respondió automáticamente al llamamiento de Tay, preparándose en consecuencia.
En cuanto el lémur pasó a su lado, el gamusino perdió algunos segundos colocando bien los pies en los pedales, pero no tardó mucho más en ir detrás de él. Si no fuese porque no se podía permitir causar daños a la bici al ser de alquiler, la edeel no hubiese tenido ningún miedo, ya que caerse le importaba poco y mucho menos contando con protecciones mágicas. Por eso se esforzó en recordar bien las instrucciones que le había dado su amigo y se aseguró de seguir los consejos que acababa de recibir y en aprender de los errores que ya había cometido. Comenzó con algo de lentitud, pero como el lémur había escogido un camino muy libre de obstáculos, poco a poco recortaba algo de distancia con el experimentado lémur. Le sonreía cuando miraba en su dirección, pues aunque quería alzar un pulgar sabía que no era buena idea soltar el manillar, aunque no estaba segura de que pudiese verle bien la cara desde allí delante.

>>¡Algún día sabré pedalear con tanta facilidad como tú, Capitán Tay! —exclamó cuando logró acercarse lo suficiente como para suponer que podía oírle si alzaba la voz—. Para la próxima tenemos que venir ya con bicis propias: seguro que aunque se rompan se pueden arreglar con magia.
Por supuesto, el gamusino ya contaba con que la suya iba a sufrir más que un puñado de golpes porque no pensaba tener tanto cuidado en cuanto se hiciese con un vehículo de su propiedad.

Las palabras de Tay solo le animaban cada vez más. Sabía que ahora tenía unas capacidades físicas extraordinarias, por lo que era posible que el lémur tuviese razón.
—Desde luego lo intentaré, pero no te preocupes: tú siempre serás el Capitán de las bicis —le aseguró con un intento de guiñarle un ojo, aunque no estaba muy seguro de que fuese a verle.

Espoleada por la propia diversión y exclamaciones del lémur, la edeel también dejó escapar varias exclamaciones de júbilo mientras le seguía. En varias ocasiones tuvo que realizar movimientos algo bruscos con el manillar o frenar tal y como le había enseñado su amigo antes de poder volver a enderezar el vehículo sin riesgo, pero ello no hizo que el día fuese menos disfrutable. En realidad estaba bien ser comedidos la primera vez, porque de esa manera tendría mucha más práctica real para las siguientes.

Una vez decidieron que deberían volver, pues se estaba haciendo tarde y todavía tenían que devolver las bicicletas, el gamusino sonrió ampliamente al lémur ante sus comentarios.
>>¡Ya lo creo que sí! Es incluso más guay de lo que esperaba. Gracias, Maestro Capitán. Vámonos —asintió—. Tenemos que hablarles de nuestro pedaleo épico a todos y pensar en cómo van a ser nuestras bicis propias.
Salvo que ocurriese algo malo, el gamusino siempre estaba de buen humor, pero incluso para sus estándares parecía que se le había implantado una sonrisa permanente en el rostro por aquel día y ya estaba pensando en ahorrar para comprarse su propia bici y reglarle otra al lémur por darle aquella oportunidad.