Torreón Maciel (Archivo VII)

Se encontró con algunos de sus compañeros preparados para ir a buscar a los desaparecidos el día anterior. Eso le colocó en un dilema: seguirlos o quedarse allí dentro, y ninguna de las cosas le apetecía significativamente. Por una parte estaba el claro hecho de que, si les acompañaba, iba a tener que interaccionar por fuerza con ellos, cosa que seguía dándole una vergüenza tremenda. También estaba el hecho de que no tenía ni idea de armas, ni de utilizarlas, ni nada, y la consecuencia más probable si cogía alguna era que acabaría amputándose algo a sí mismo. Eso, junto con el hecho de que había olvidado toda la magia, lo convertiría poco más que en un mudo e inútil saco de carne.

Se había quedado apoyado a medias en la pared, mirando a sus compañeros prepararse sin observarlos directamente. Finalmente las circunstancias decidieron por él: los que iban a salir se fueron, mientras en su fuero seguía discutiendose a sí mismo, sin saber qué hacer. Cuando la puerta se cerró soltó un suspiro, en parte de preocupación, y en parte de alivio. «Mejor así...» se dijo, no demasiado convencido. Esperaba, en cualquier caso, que no tardasen mucho. Y, en especial, deseó que no les pasase nada.

Subió arriba, a inspeccionar mejor las distintas habitaciones. Lamentó que no hubiera ningún dispositivo de dibujo, ni siquiera papel y lápiz. Claramente en aquel lugar incivilizado no podían aspirar a obtener nada que supusiese un mínimo desarrollo tecnológico, pero que ni siquiera dispusiesen de instrumentos parecidos a los que había poseído Varsai lo descorazonaba. No sólo porque era otra indicación de lo precaria que era su situación (que también), sino porque eso significaba que resultaba muy imposible que pudiese seguir dibujando. Además, se preguntó cómo iban a tener en cuenta las listas, dado que todo resultaba igual de terriblemente cutre y que no había forma de conocer el orden ni dar puntos.

Escuchó las exclamaciones de Twix, pero dado que estaban separado por varios pisos no distinguió las palabras. Pensar en las personas que estaban abajo hizo que torciera la boca con incomodidad. No estaba seguro de qué debía hacer. Hablar con otras personas era, para él, una actividad sumamente complicada en el mejor de los casos. Le daba vértigo pensar en que debía comer, dormir y, en general, vivir con todas esas personas durante un año. Y si se ponía a pensar en todas las repercusiones de aquello (eran gente de otros mundos, con lo cual la cantidad de información completamente desconocida para él que ellos daban por hecho era inabarcable) casi se mareaba. Quería, por un lado, interrogar concienzudamente a sus compañeros hasta saberlo todo de los lugares y planetas donde habían vivido, pero se veía completamente incapaz de ello.

Cuando bajó, un buen rato después, ya se había aflojado la bufanda. En su cara sólo se reflejaba aburrimiento, pero por el incesante tamborileo de sus dedos contra la pared se podía adivinar mejor su nerviosismo. Su corazón latía un poco desbocado, pero al ver a Samika dirigiéndose a la más adulta se desvió hacia las cestas, sin dejar de mirar de reojo a las otras dos. Cogió un par de frutas y luego, tras largos momentos de vacilación, se dirigió a la armeria.

«Mierda. La luz». Se le había olvidado por completo que aquel lugar era subterráneo y que allí funcionaban con antorchas y velas. Nuevamente maldijo la falta de magia, sintiéndose en un atolladero. Subir ahora a por una vela o algo así le haría quedra como un subnormal o algo peor, pero tampoco era exactamente inteligente meterse en un lugar con armas sin ninguna fuente de luz.

Finalmente decidió dejar la puerta completamente abierta y dar unos pasos tentativos hacia el interior. La cantidad de luz que entraba así, como era natural, era absurdamente irrisoria. Apenas daba para darse cuenta de que había cosas apoyadas contra la pared. Cuando dio un par de pasos hacia atrás se chocó contra algo. Por un momento el corazón saltó en el pecho, al pensar, por un fugaz instante, que algún filo iba a atravesarle las tripas. Cuando eso no sucedió palpó mejor, descubriendo que la cosa contra la que había chocado eran barrotes. «Celdas. Tenemos celdas». Para su consternación, aquello no fue una gran sorpresa.

Volvió a ir hacia la puerta, pasando la mano por los barrotes. El cuidado con lo que iba evitó que se tropezase con un objeto que había delante suya, bastante cerca de la puerta. Por el sonido, aquello no era un arma (parecía más alguna clase de objeto hueco de madera, probablemente un baúl o similar), pero ya sospechaba que en aquel lugar aquello no era garantía de seguridad. Así pues, y tras unos momentos de duda, lo arrastró hasta la misma puerta, donde la profunda oscuridad se convertía en una tupida penumbra.

Puso el cofre atravesado contra la puerta. Se acuclilló delante, agarrando la tapa y agudizando el oído. No parecía haber ningún sonido procedente del interior, pero sabía que aquello no significaba que no hubiese ningún animal peligroso. Además, esa no era la única forma que podía tener aquel arcón de hacer daño, por lo que decidió tomar precauciones extras. Se puso detrás, esperando que, de haber algo peligroso dentro, el que fuera que lo hubiese metido lo hubiese "programado" para salir disparado sólo hacia delante. Luego, tras una profunda respiración, abrió la tapa, sin poder evitar cerrar los ojos.

Pasó un segundo. Tres. Cinco. Al ver que no sucedía nada, se decidió a abrir los ojos. No había salido ningún monsturo mortífero ni se había accionado ninguna trampa mágica terriblemente dolorosa, así que supuso que el contenido era algo inofensivo. Con extrema cautela, asomó la cabeza, mirando fijamente aquel contenido iluminado por la poca luz que entraba por la puerta.

Tardó un par de segundos en reconocerlo, pero cuando lo hizo el corazón comenzó a letirle con fuerza. Sintió como le embargaba la ilusión de la forma en la que sólo embarga a alguien que, al fin y al cabo, sigue siendo un niño. Sabía qué era aquello. Claro que lo sabía. Y si lo poseían tal vez, sólo tal vez, no estaba todo perdido.

Aquel baúl estaba repleto de talismanes.

Por suerte, el golpe con Kirés le devolvió al mundo real. Ya no pensó solo en correr despavorido sin rumbo sino en volver al torreón o, al menos, no alejarse del grupo. No fue el único en salir corriendo, por lo que no le fue difícil mantenerse junto a sus compañeros.
Una vez se hubieran alejado de aquel esperpento, podrían calmarse ligeramente y buscar el camino de vuelta. Al menos Tesón se calmó e intentó ayudar intentando reconocer edificios en ruinas. Afortunadamente, ayudaba que el torreón destacase por su altura, así que al rato —que se le hizo eterno al roquense, caminando desconfiado por si el insecto reaparecía— dieron con el camino.

Una vez ante el edificio, llamaron y alguien se encargó de abrirles. Tesón se lanzó hacia la puerta como si la criatura calavérica aún estuviera cerca, y sin apenas fijarse en sus compañeros, se dejó caer en un sofá, resollando.

—No... No les hemos... Encontrado. Habí... Había algo monstruoso en... En el edificio donde despertamos... No volváis... Allí—dijo, interrumpiendo sus palabras para respirar.

Una vez se hubo tranquilizado, pensó en ir a dejar las armas en el sótano. No estaba acostumbrado a correr tanto, menos aún para salvar su vida. Porque estaba clarísimo que una criatura con ese aspecto solo podía querer matarles. Por eso, invadido por un terrible presentimiento repentino y creado por él mismo, se giró a mitad de las escaleras y corrió hacia el salón, hacia una de las troneras que daban a la zona de la entrada.

—¿Y si nos ha seguido? Hay que hacer guardias, ¡guardias!—exclamó nervioso sin mirar a nadie, con la mirada fija en la calle.

Había pasado un buen rato observando que Twixy's hacia cuando se escucharon golpe apresurados en la puerta. No tenia claro como abrir, pero según había podido notar en su inspecciona en la mazmorra el mecanismo del puente se encontraba allí. Habia visto a la sombra Hal bajar hacía allí, pero ni idea de si se enteraba de los golpes en la puerta, por lo que Samika decidió bajar usando su bastón como guía en las escaleras. Ya abajo y antes de buscar el mecanismo se encontró a Hal encorvado sobre algo, o esperaba que fuese Hal y no una rata gigante o algo así. La oscuridad de allí abajo dificultaba aun mas su visión.

-Hal déjame pasar por favor, tengo que abrir el puente los demás ya llegaron- dijo un poco apresurada, aliviada cuando el chico le permitió pasar y encontró el mecanismo palpando pues no tenia claro donde estaba. Abrir fue mas trabajoso pero finalmente lo consiguió, soltando un resoplido.

-¿Encontraste algo interesante ahí dentro? Si es así, subelo y lo vemos todos, ahora que ya llegaron los demás-informo al chico instándole a subir con ella, con una sonrisa dirigida a la forma borrosa de este. Esperando que decidiera seguirle, retomo el camino hacia la primera planta para salir de ese sitio que era el culmine de sus desesperación. Debían iluminar bien ese lugar en un futuro próximo, era un fastidio bajar allí.

Tras subir pudo notar tras ver a sus compañeros, o todo lo que alcazaba a ver mas bien, inquietos. Escucho el resoplido agotado de Tesón y lo vio pasar por su lado como una centella de plumas en un ataque de nervios incomprensible para la humana. "¿Que demonios paso? No encontraron al resto...mierda ¿donde estarán?¿y que eso de lo que habla?" se pegunto preocupada pues el nerviosismo de Tesón estaba contangiandole, ante la falta de información y la incapacidad de poder ver sus expresiones, y cualquier pista de lo que les hubiese asustado allá afuera.

-¿Que ha pasado? ¿Estáis alguno herido?- pregunto Samika rápidamente un poco apresurada pero aliviada al ver que todos ellos estaba presentes tras hacer una cuenta mental de las sombras que había-¿Seguiros el qué?- estaba aturdida, se sentía fuera de lugar y sin tener claro como actuar en esa situación. Aun así el hecho de que algo, lo que fuera, pudiera haberlos asustados a todos de tal modo no le daba buena espina por lo que independientemente de si esa cosa que aun no tenia descripción llegara, debían protegerse.

-Que alguien baje el puente, si algo os siguió eso debería ayudar en algo...espero-añadió Samika nerviosa, apretando el mango de su bastón guía, tan solo diciendo lo primero que se le vino a la cabeza que pudiera servirles.

Aunque perdieron de vista a aquella cosa casi enseguida las carreras no cesaron hasta que se encontraron todos ya dentro del torreón. Kirés fue el último en entrar, aunque no sin primero volverse y echar un rápido vistazo a las calles antes de cruzar el puente del torreón. Dentro la situación se dividía entre el pánico que él mismo compartía con los que habían visto aquella cosa y la confusión y miedo creciente de los que no. Si bien estaba tan asustado como el que más, el Enderth pronto comprendió que tenían que calmarse o no lograrían nada salvo quizás lastimarse en el peor de los casos.

–No nos ha seguido. –Dijo modulando el tono de voz para que sonara lo más tranquilizador posible. –Me he asegurado de ello. Esta no es la primera vez que alguna criatura me da caza y sé ver cuando no me sigue el rastro. –Aquello solo era parte de la verdad y aunque sí que había comprobado que nada les seguía no tenía ninguna garantía de que realmente fuera así, pero no importaba si con ello los ánimos subían. –En cualquier caso lo de vigilar siempre es una buena idea. Yo me pondré a ello en cuanto suelte las cosas –Giró la cabeza hacia Eara –Pero si alguien más se quiere unir puede.

Dejó la lanza en la armería y luego, tras coger una manzana de las cestas, buscó una ventana en los pisos superiores y se sentó en el alfeizar, dejando sus piernas suspendidas en el aire. Aquella sensación, el saber que en cualquier momento podía dejarse caer, desplegar las alas y salir planeando lo tranquilizó enormemente, ayudándolo a relajar la tensión que había ido acumulando a lo largo del día. Aun así eso no eliminó por completo sus preocupaciones acerca del grupo y del futuro que los aguardaba. Eran diez personas, y de todas ellas solo él tenía alguna experiencia en combate y supervivencia. Eso, de acuerdo con el enderth, implicaba que ellos eran su responsabilidad, y aunque no se consideraba a sí mismo una persona irresponsable, el hecho de que si alguien acaba herido o muerto podría ser culpa suya le revolvía el estómago.

Al final no hizo sino suspirar largamente. Los problemas  no iban a desaparecer solos, solo podía o quejarse de ellos o hacer algo al respecto. Sabía que su decisión iba a ser la segunda, pero eso no hacía que el asunto fuera menos desagradable. “¿Por qué habré acabado metiéndome en este lío?

La advertencia le hizo girarse rápidamente, pensando que pasaba algo hasta que entendió que era por si se caía, algo que le hizo sonreír… o el equivalente en ave. Estuvo a punto de agitar un ala como respuesta autoexplicativa, pero lo que le preguntó después hizo que su expresión cambiara de divertida a una más interrogante. “¿Tanto se me nota? Luego cayó en la cuenta de que la pregunta no tenía por qué  venir de la situación por la que acababan de pasar sino que parecía hecha de un modo más general.

–Siempre –dijo cambiando a una expresión más tranquila. –El miedo es útil: te mantiene alerta y mantenerte alerta te mantiene con vida. Eso en un mundo en el que casi cualquier cosa te puede hacer puré sin esfuerzo viene bastante bien.

Lo había dicho refiriéndose a su propio mundo y no a aquella ciudad, pero en cualquier caso él sabía a lo que se enfrentaba, y los peligros de aquel lugar, si bien diferentes a los de su mundo, no eran algo que lo hubiera pillado por sorpresa como al resto. Pensar en sus compañeros despertó de nuevo su curiosidad. Aun sabía muy poco de ellos.

–Eara…  ¿puedo preguntarte algo?– esperó a recibir permiso, y cuando lo tuvo continuó –¿Ayne y tu… ¿Qué os hizo aceptar venir aquí?

Para su sorpresa el cargador no se encendió. Ya había sido una novedad casi increíble encontrarse con aquello, pero que encima estuvieran cargados rompía con todos sus esquemas. Entonces cayó en la cuenta de que, en realidad, daba bastante igual: con cargadores o sin ellos seguían sin magia. El desánimo volvió a prender en él, que cerró el baúl, pero se quedó el pequeño cristal anaranjado. De alguna manera lo hacía sentir mejor, aunque sabía que era estúpido.

Se apartó cuando Sami entró en la mazmorra, dejando el baúl a un lado, junto a la puerta. Después subió tras la chica, manteniendo el cargador a su espalda, sujeto entre dos dedos. Le daba algo de aprehensión lo que pudiera encontrar arriba. El tono de la humana no había sido excesivamente alarmante, pero aun así temía las nuevas. Incluso si ninguno había sido mutilado o asesinado, porque eso no significaba que no hubiese noticias desagradables.

Escuchó las palabras de Tesón sintiendo un leve erizamiento del pelo de la nuca. ¿Qué se habían encontrado? ¿Una quimera nigromántica? ¿Un monstruo genemágico? ¿Alguna otra aberración mucho más difícil de imaginar? Era imposible saberlo, pero de todas maneras Hal ni siquiera sabía sobre si quería conocer esa información. Por un lado tenía la sensación de que cuanto menos conociera de los monstruos de aquel lugar, tanto mejor. Por otro sabía que en realidad no era así: lo conocido se podía estudiar, y estudiar un peligro le restaba parte de la amenaza que suponía. Sin embargo, el que algo se mantuviese desconocido lo dejaba extremadamente peligroso.

Se preguntó por el destino del otro grupo. Esperaba que no se hubiesen tapado con el mismo ser que sus compañeros, y si lo habían hecho que hubiesen podido salir ilesos del encuentro. Durante un instante se le coló en la cabeza la horrible posibilidad de que no hubieran sobrevivido a una noche en Rocavarancolia, pero intentó negarse ese desenlace casi con desesperación. «Están vivos. ¡Tienen que estar vivos!».

Se puso a mirar el cristal con los labios fruncidos, volviendo a maldecir la maldita fuente. Todo sería infinitamente más fácil, cómodo y seguro si duspusiesen de acceso a hechizos. Hal no lo entendía: no sólo les quitaban la magia, es que además, teniendo en cuenta que allí no había ningún libro y que el resto de la ciudad era un campo de ruinas, parecía completamente imposible reaprender los conocimientos olvidados. Pero sin embargo tenían un baúl entero lleno de cargadores cargados por completo. «Es como poner la ilusión de una buena comida delante de una persona hambrienta» se dijo, frustrado.

Estaba cambiando la posición del cristal en sus manos, observándolo. El azar había querido que no tocase ninguno de los afilados bordes en ningún momento. Hasta ese instante. Se produjo un minúsculo corte en su dedo. Una sola gota de sangre se escapó, entrando en el interior de aquel objeto al que llamar artefacto mágico sería sobrevalorarlo. Fue suficiente.

—¡Ah!

El grito reflejaba más sorpresa que dolor. En medio del polvoriento y viejo salón del Torreón Maciel aquel cristal brilló, comenzando a obtener energía mágica de su portador.

Portador que en ese momento se hallaba completamente alucinado. No era que no supiese qué pasaba, justo al contrario: entendía perfectamente lo que estaba pasando. De ahí su sorpresa: había pensado que Rocavarancolia no lo podía convencer con nada peor, y se había equivocado.

«¡¿Pero qué clase de cristal emo y gore usa sangre para cargarse?!»

–Un poco… pero se parecía bastante a lo que me has contado. Alguien extraño con poderes que no has visto nunca, te enseña de lo que es capaz y te dice que tú también puedes lograrlo, enfatizando en que eres especial. La única diferencia fue lo que me ofreció… –Se calló. Aquello no era algo de lo que quisiera hablar con nadie, y aun le dolía habérselo contado a aquel ser.

–Ese maldito humo verde –soltó de golpe molesto –Tuvo que ser algún tipo de droga, algo para convencerme más fácilmente. ¿Usaron algo así con vosotros? ¿O esa ambición de la que habláis era tanta como para que aceptarais venir a un mundo mucho más peligroso que el vuestro?

El enderth no tenía ni idea de que él era el único al que habían avisado previamente de los peligros de la ciudad.

Las palabras de Ayne interrumpieron su observación del cristal, sobresaltándolo un poco. Parpadeó un par de veces antes demover sus pensamientos de aquel objeto a su compañero con cierto esfuerzo.

—Abajo, en un baúl de la armería —musitó a media voz. Las palabras del sinhadre le recordaron el atraso e incluso desconocimiento mágico de los mundos de sus compañeros, cosa que aún le seguía sorprendiendo bastante. Con un tono que apenas ocultaban su nerviosismo pasó a explayarse un poco más—. Pues son cargadores, ya sabes —«no, no lo sabe: ahí está la cosa»—, err, es decir... Sirven para almacenar energía mágica y usarla después.

Acabó hablando de forma un tanto atropellada mientras se rascaba la parte posterior de la cabeza. Se lio la servilleta en el dedo, tapando la herida, y dirigió una tímida (e insegura) sonrisa al mayor.

—Ehm, gracias.

Lo ocurrido con Hal paso mas desapercibido para Samika que solo escucho al exclamación del chico y posteriormente el movimiento de Ayne y sus palabras, que fueron lo que atrajeron su atención, haciendo que se acercara mas de cerca a este para poder ver el cristal con incredulidad. Ver que el cristal aprecia brillar de una forma antinatural le fascino. La existencia de la magia en aquella ciudad era algo que no se podía obviar,era muye vidente, peor el tener un residuo de aquella magia al alcance de sus manos habría puertas que Samika jamas creyó poder tener tan cerca.

-¿Dices que es un cargador? Esta brillando, eso significa que esta cargado entonces ¿no? ¿Con que? Nosotros no tenemos magia. - dijo mirando de cerca el cristalito viendo apenas que este aprecia tener un entramado oscuro circulando por el. ¿Que demonios era eso?. Parpadeo viendo la mano de Hal siendo tratada por la servilleta que Ayne había traido un poco antes y unió los cabos que le faltaban. El chico se había cortado, ¿era aquel liquido oscuro su sangre, entonces? "Los aliens de las peliculas tiene la sangre verde, el es un alíen desde mi punto de vista...que tenga de un colo rojizo negruzco no debería ser raro. Al menos no es moco verde" pensó confundida, rascándose la mejilla no teniendo claro si inquietarse o no por el descubrimiento. Si eran personas de diferentes mundos y diferentes idiomas, tener diferente sangre no debería ser raro...aun así atestiguar tan claramente que no eran tan parecidos como parecían a simple vista hacia que no pudiera olvidar que eran completos desconocidos viniendo de sociedades diferentes.

-Si ese cristal es un cargador, se ha cargado contigo. Tal vez sigues teniendo magia pero no puedes usarla...por eso se carga- añadió mirando a Hal parpadeando lentamente no teniendo ni la mas mínima idea del tema. No es que fuese muy útil , pero tal vez aquello haría sentir un poco mejor a Hal. Tal vez seguía teniendo su magia, pero encerrada o algo así.- Es posible que no funcione, pues creo que Hal es el único que sabia hacer magia antes de venir aquí. Pero tal vez debamos probar nosotros...aunque cortarse no me haga mucha gracia- dijo frunciendo el ceño, pues a ella tampoco le gustaba ni un pelo aquello. "No podría haber escogido este lugar un método menos inquietante que no fuese cortarse...ni que fuésemos una panda de suicidas en potencia, leñe"

Kirés rebajó los miedos de Tesón al decir, y confirmar, que estaban temporalmente a salvo. Y no solo por lo que dijo al respecto de la criatura, sino por el dato de que sabía cerciorarse de que no le seguían. Eso sería útil en próximas salidas. Seguidamente, este y Eara coincidieron en lo de vigilar y el roquense se alivió al oírlo.

—Bien, de acuerdo. Contad conmigo para las guardias.

Tras decir eso, siguió observando unos minutos más desde la tronera, aún nervioso, mas al rato volvió al salón propiamente dicho. No sabía qué hacer a continuación. No había nada que reparar, nada que construir, nada que tallar —a no ser que rompiera algún mueble y lo reutilizase—, nada que limpiar, nada que hacer. Y detestaba no tener nada que hacer. Pensó en ir preparando algo para comer y se fue a la cocina, pero sin muchas ganas. Mentalmente, maldecía su suerte.

La Voz pareció oír sus pensamientos. Hal había vuelto de donde fuera que estuviera y hablaba con Samika. No les había prestado atención hasta que la palabra magia llegó a sus oídos. Se giró como un resorte de la tarea automática que estaba haciendo (cortar verduras) y se volvió hacia la conversación. Abrió el pico para hablar, pero la hembra se le adelantó y empezó a hablar sin parar. Inmediatamente, ajeno a la idea de que quizá ellos dos ya podrían haber hablado antes del tema, miró mal a la hembra y al macho.

—Estás dando demasiadas cosas por supuestas, Samika. Y tú también, Hal. ¿Cómo que cargadores ¿Qué sabréis vosotros de la magia y de cómo funciona? Y, por la Voz, ¿qué es un cargador?—ahí se embaló. Ya no hablaba sino que casi parecía que les increpaba, escupía verbalmente. Nada agradable con una voz melódica como la suya—. La magia no funciona con nada con forma de cristal ni llamado "cargador"—al llegar a esa palabra, de nuevo, se envaró. Gesticulaba violentamente con los brazos y parecía querer agarrar el cristal—. Por la Voz, ¡solo estáis diciendo ridiculeces! ¿Acaso en vuestros mundos os permiten hacer rezos, magia? ¿Cómo osáis? No parecéis bendecidos por la Voz. ¿Acaso sois herejes y la usáis sin tener el derecho divino?

Se creía lo que decía como si le contaran de nuevo la historia de Talento. Por eso se había acercado a los dos a cada pausa, con cara de muy pocos amigos y cierto peligro. No tanto, realmente, pues no era ninguna amenaza para tanta gente, pero le importó bien poco su supervivencia en ese momento. Creía que estaba ante potenciales herejes que seguramente usarían los rezos para sí mismos y sin propósitos nada buenos. ¿Cómo se atrevían a mancillar la Voz con su supuesto conocimiento de la magia? Ni siquiera él sabía un poco sobre el tema. ¿¡Cómo se atrevían!?

Seguía siéndole difícil de creer hasta extremos inimaginables que aquella gente careciese de conocimientos mágicos, pero sabía que las palabras de Samika difícilmente iban a salir de la boca de alguien que supiese de ese tema. O, al menos, difícilmente iban a salir sin tener que aguantar la risa. Las palabras de Ayne le calentaron un poco las orejas. No se consideraba ningún experto en magia, pero era cierto que de los presentes parecía ser el más puesto en el tema. Lástima que, en la práctica, no pareciese ser algo muy útil en aquel mundo.

—Ehm, no, no, a ver. El brillo es una señal de que se está cargando ahora —señaló, poniendo especial énfasis en las palabras "se está"—. Y a ver, no es por tener magia o no. Hasta los tipo E —paró en seco en un segundo y, tras un momento de duda, se corrigió—, err, es decir, la gente se clasifica en cinco tipos, de A a E: los A son los que tienen más magia, y los E son completamente incapaces de realizar el hechizo más simple. Pero todos pueden cargar cristales, porque aunque no tengas la capacidad de lanzar hechizos sí tienes energía mágica, que es lo que almacena el cristal. Los únicos que no pueden son los inmunes a la magia, pero ser inmune es muy raro, además de que entre nosotros no hay. Es decir, a todos nos afectó la magia de la fuente y eso, así que evidentemente nadie es inmune. Todos podéis cargar cristales, vamos.

El minúsculo segundo de silencio seguido le pareció terriblemente ominoso y largo. Sabía que tenía la terrible tendencia de lanzarse y ponerse a soltar el rollo, más para sí mismo que para los demás, en circunstancias como esa, y haber soltado tal parrafada (que, sospechaba, sólo iba a confundirlos más) le pesaba ahora con toda su vergüenza habitual. Se miró el calzado como si fuera lo más interesante del mundo.

Las palabras de Tesón hicieron que levantara la cabeza, las cejas y todo lo que se pudiese levantar que señalase su franca incredulidad. Había caído con un fanático religioso que, para colmo, seguía tomando la magia como un don de dioses indemostrables. «¡¿Me dices que doy cosas por hecho y ni sabes qué es un cargador?!». El gesto de la cara de Hal sólo podía describirse como estupefacto. «¡No, si te parece desaprovechamos el potencial de todo el que tenga magia sólo porque a un pirado religioso le sienta mal!».

No llegó a contestar. Abrió la boca, pero la cerró en un intento de clamar su ofuscada mente y encontrar algo que decir. Al hacer eso perdió la oportunidad, y cuando los demás hablaron prefirió quedarse en un segundo plano. A menos que se dirigiesen a él, claro.

La explicación de Hal no tardo en llegar y fue mas simple de lo que pensaba. El concepto le era un poco extraño pero al menos su teoría no estaba desacertada del todo, desencaminada bastante eso si, pero al menos la parte que se cargaban con magia no había sido tan errada. El hecho de que dijera que hasta ellos podrían cargar ese cristal aun siendo personas que no habían practicado al magia ni podían hacerla, al menos en su caso, resultaba curioso y las ganas de experimentar si aquello era real le hizo observar el cristal que aun poseía su compañero dudando sobre si comprobarlo o no. Lo de cortarse no le hacia aun gracia alguna.

-¿Sirve de algo que se cargue? ¿Me refiero...si permitirá que hagamos magia?- pregunto indecisa y alzando una ceja sobresaltada cuando escucho la voz repentina de Tesón prácticamente a su lado. Sus ojos se dirigieron hacia el ave y parpadearon lentamente con sorpresa por su reacción, lo bastante cerca para ver el movimiento inquieto de sus largos brazos.

-Estaba teorizando, no doy nada por supuesto porque mi información es escasa, por eso pregunto a alguien que si parece saber del tema. Si eso es diferente en tu mundo, no es algo que podamos saber...a no ser que nos lo expliques ¿sabes?- dijo observándole con confusión por su reacción. El tono que usaba estaba taladrándole los oídos, a pesar de que la voz no era desagradable el tono usado empezaba a fastidiarle un poco aunque no lo diera entre ver.

Hablaba como si la razón fuera suya, si en su mundo había magia, que era algo que no sabia pero que era igual de posible, ¿acaso no podía pensar que podría haber una forma diferente de realizarla en el mundo de Hal?. Estaba hablando con un híbrido de pájaro-orangután y con un chico cuya sangre era de un color poco natural, y hasta la fuente habían hablado idiomas que incapacitaba la posibilidad de comunicarse.

Que hubiese formas diferente de conocer la magia, si es que existía en donde venían, no debería ser tan bizarro ¿no? Las palabras de Ayne llegaron en el momento oportuno y Samika suspiro. Tras terminar de escuchar hablar a Tesón entendió a que le habían sonado sus palabras. Hablaba como la iglesia en su mundos, o mejor dicho como lo fanáticos acerrimos de un religión, aunque en este caso no tuviese claro de que pie cojeaba Tesón al respecto.

-Cálmate Tesón... de verdad, sino nos dices como es en tu mundo no podemos entenderte-pidió Samika en un susurro, realmente no quería que discutieran por algo así, era demasiado absurdo. No tenia claro como tratar aquello sin que nada estallase, apenas llevaban dos días juntos y ya tenían la primera discusión de la convivencia.