Torreón Maciel (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

Archime no pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar hasta Maciel una vez más. Como aquella ocasión en la bahía. En realidad había más paralelismos de los que parecía a simple vista, pues en aquella ocasión también habían rescatado a Taro -aunque no solo a él- y el biomecánico también había agotado sus energías. El camino transcurrió si que el biomecánico fuese apenas consciente de lo que lo rodeaba, centrado en todo momento en controlar su respiración. No había llegado a darle un ataque de asma, pero si se sobreesforzaba sin duda le ocurriría.

Se aposentó en el sillón de siempre, todavía recuperando el aliento y habló tras Anriel.
—Debemos... curarlo... —musitó con la respiración agitada para después intentar llevar a cabo un hechizo de restauración.
No pudo. Probablemente todavía conservaba cierta reserva de energía mágica, pero el cansancio del uso continuado de hechizos exigentes fue superior a él. Se agitó ligeramente cuando recibió la palmada de Shaco y dejó en sus manos la tarea de curar al carabés mientras se recostaba en el sillón completamente agotado. Posiblemente debían repetir los sortilegios sanadores durante los próximos días para que Taro se recuperase correctamente, pero Archime les dio su visto bueno internamente a los que aplicó el humano a modo de primeros auxilios, dejando de preocuparse por aquel asunto en concreto.

—No deberías realizar... movimientos bruscos. Es preferible que... pidas ayuda para lo que necesites, por ahora —advirtió al carabés poco después cuando este hizo ademán de moverse.

Los auriculares sí se parecían mucho a los que usaban los críos en Irraria, aunque eran más grandes. Hizo una prueba con uno, pero no le encajaba en la oreja. Se quedó un momento escuchando la música que salía por ellos, aun así. Sonaba bastante bien. «Vaya, pues no parece algo tan caro».

Mientras Taro hablaba continuó sujetando el auricular cerca del oído, sin saber siquiera que estaba cogiendo el de la oreja contraria.
―¿Es que vivís en una dictadura? ―preguntó automáticamente durante su explicación acerca de los instrumentos, entornando los ojos. En Irraria los instrumentos clásicos eran sencillamente escasos, pero la gente con buenos sueldos podía ahorrar para pagárselos. Lo que le llamó la atención fue que, a pesar de compartirlos, no podía acceder a ellos, y no entendía por qué.
―¿Eh? ¿Es tan raro? ―preguntó, sorprendido por el cambio de tema. Aunque hubiese hermanos que se viesen más bien poco, era muy improbable que no llegasen ni a conocerse―. Es lo normal, no sé. ¿A vosotros os separan o algo así? ―Le devolvió el reproductor con cuidado―. Hey, no suena nada mal.

Taro frunció el ceño automáticamente, aunque de haberse parado a pensarlo habría podido darse cuenta de que lo que imperaba en Carabás se asemejaba de forma peligrosa, efectivamente, a una modalidad de dictadura.
-No, son los puntos- le corrigió, con la máxima en la que le habían criado toda su vida. Era algo tan básico que no cayó en la cuenta de que Cío no tenía por qué entender aquella frase-. Si no rindes, no ganas. Y yo no rendía.
No lo dijo con amargura. La que le hubiera podido quedar por no estar a la altura de sus compañeros se había apagado hacía ya bastante tiempo, cuando se había acogido al fácil recurso de dejar de intentarlo.

-Pues... donde yo vengo sí- dijo con vacilación sobre el asunto de los hermanos-. Más que separarnos... nos criamos todos en el mismo lado. La mayoría nacen ya en una sede estatal, los que menos los entregan las madres, y muy pocos se crían en casa. Pero esos son los mimados- soltó el estereotipo sin pensarlo, ya que nunca había tenido motivos para ponerlo en duda-. Así que solo esos últimos llegan a saber si tienen algún hermano. Se supone que los demás también si nuestros padres dejan sus datos, pero total, ¿para qué?- se encogió de hombros. Él nunca había acudido al registro a comprobarlo, y estaba seguro de que la gran mayoría tampoco-. Por eso me ha llamado la atención. No te ofendas, pero no tienes cara de niño de mamá.

Sonrió cuando Cío declaró que le gustaba lo que oía.
-Oye, ¿sigues teniendo música ahí dentro?- inquirió señalando la muñeca del irrense. Si tenían gustos parecidos, aquello podía resultar en un intercambio cultural provechoso.

Que una sociedad se basase en un sistema de puntos lo dejó pensativo. ¿Acaso no era Irraria parecida con sus test? Y aun así, se le antojaba más restrictivo todavía ese sistema carabés. Él también había sido alguien que no rendía, o que no tenía ninguna habilidad en especial, como sí su hermano. Sus posibilidades de llegar a tener otro trabajo o vivir en otro lugar eran prácticamente cero.

La explicación sobre qué pasaba con los niños en Carabás le resultó extraña, pero tampoco demasiado, al menos al principio. En las ciudades irrenses eso era lo que faltaba, dar a los niños a los colegios anónimamente. Los había que se veían mucho, y los había que se desapegaban completamente de su familia. Fue la mención a los niños mimados lo que le arrancó una risotada.
―Para mí, al menos, los niños mimados son los que van a los internados en las ciudades. Tienen un montón de posibilidades por delante, tienen a sus padres detrás igual dándoles todo lo que quieren, y encima no viven en el culo del mundo. ―Tiendas, amigos… todo eso en un pueblo era algo mucho más difícil de encontrar―. Puede que nosotros viviésemos con nuestros padres, pero lo único que nos enseñaron es a deslomarnos recogiendo verdura y llevándola de un lado para otro. Cero ventajas en todo. ―«Ya me hubiera gustado a mí no verle el pelo al viejo todos estos años».

―Sí, por tener… ―empezó, cuando Taro hizo la última pregunta, a la vez que daba toquecitos al ordenador―. Pero si quisieras oírla… Ah, creo que Ippon tenía unos auriculares, podría reconocerlos y enviar por ellos el audio. Tenemos implantes auditivos así que no llevamos altavoces encima ―explicó―. A lo mejor ya se les ha acabado la batería, me parece que estaban… ―Entró a la habitación contigua y volvió con ellos en la mano. El niño tenía su ordenador inutilizado abandonado en una repisa, y a su lado estaban los auriculares también. Se los tendió a Taro, como preguntando «¿va?». Se había intercambiado mucha información entre mundos, pero música no, que él supiera.

Cío había hablado como si vivir en una ciudad fuese una elección. Aquello le llamó la atención, y el que se declarase "en el culo del mundo" también. ¿No había en todas partes lo mismo? Algunas ciudades centrales tenían mayor oferta de cualquiera que fuese su especialidad, pero no se echaba nunca nada de menos.
-¿Tenéis ciudades así de pequeñas?- tanteó. Ni por un momento cruzó por su mente el que el irrense se pudiera referir a pleno campo.

-Pues qué raro- comentó extrañado cuando Cío habló de cómo había crecido-. Vais justo al revés. ¿Y recogiendo verdura os da el dinero para vivir... cuatro?- no sabía si Cío tenía más hermanos aparte del que había mencionado- en una misma casa? ¿Desde el principio?
Cuando el irrense lo había mencionado Taro había deducido que sus padres debían estar bastante forrados, pero no parecía ser el caso dado que el muchacho había mencionado mover cajas de verduras.
-No sé cómo pagaríais el alquiler cuando vosotros dos erais muy críos para trabajar- admitió. ¿Cómo se sostenía aquel sistema?
Aquélla era otra de las razones por las que se miraba mal a los "niños de mamá": se consideraba que chupaban del bote.

Aceptó el auricular que le tendió Cío y se lo acercó a la oreja todo lo que pudo, ya que en el oído no encajaba. Escuchó y veinte segundos bastaron para dejarle el tímpano inutilizado: justo como a él le gustaba.
-Creo que me va a interesar este material- anunció con una sonrisa satisfecha; sin darse cuenta había empezado a balancear ligeramente la cabeza al ritmo de la música-. ¿Tienes altavoces, aparte de los implantes?- aquel detalle le había parecido muy molón-. Si es así lo puedo grabar en el mío a lo cutre, y tú igual con lo que te interese.

―No son ciudades pequeñas, son pueblos. Tan muertos como esta ciudad pero con un noventa y nueve por ciento menos de peligros ―le había corregido divertido antes de volver con los auriculares. Después se puso a dar explicaciones a lo que había dicho Taro antes mientras peleaba con la configuración por culpa de las trabas del idioma―. Eh, la parte buena de nuestro sistema es eso, que todos tienen trabajo, nadie se muere de hambre. Más o menos. La casa, la educación, y eso, lo pone el Estado, así que siempre sobran créditos del sueldo, y lo que hagas con ellos es tu problema. ―Se obligó a sí mismo a no mencionar la parte menos idílica de todo aquello porque no era un buen momento para el politiqueo. Cuando había intentado explicarle algunas cosas a Nero no sabía si le habían quedado claras o siquiera interesado. Por otro lado, parecía que por los auriculares ya salía la música, así que escogió una pista al azar y esperó a la reacción del carabés.

Él también sonrió con satisfación cuando Taro anunció que era de su estilo. Lamentaba que tuvieran trabas para compartir el material «una pena que no hubiera sido irrense», pero a lo mejor existía alguna manera de hacer un apaño.
―No tengo nada, esos auriculares son todo lo que podemos usar, y no va a durarles la batería eternamente. No creo que se oiga muy bien grabando desde ellos, pero a las malas nos queda esperar a traernos algo que se pueda usar cuando nos dejen volver a casa.

Taro cada vez entendía menos pero se le abrían los horizontes más. No le encontraba sentido alguno a tener varios núcleos dispersos de población casi vacíos cuando podía concentrarse todo en un mismo lugar, pero ahora al menos sabía que existía la posibilidad y que a su extraña manera, funcionaba.

-Hombre, nosotros tampoco- Taro se acodó para estar más cómodo, dándole vueltas meditabundo a esa nueva información-. Con lo de los créditos sí que parecéis funcionar igual- observó, refiriéndose a que el Estado tutelaba la mayoría de los gastos--, pero de donde vengo si te pasas derrochando te desahucian a ti y a tu familia a otra casa que entre dentro de vuestras posibilidades, y si siguen en plan moroso se te van vetando privilegios. Las horas disponibles de red, de televisión, si sigues igual lo siguiente es que en las tiendas ya no puedes comprar según qué cosas, poco a poco, hasta que llegas al punto de solo poder comprar lo de la cartilla de racionamiento. Si sigues empeñado en quedarte a los críos que tengas te los quitan, claro- al final de la frase pendía en el aire un "y con razón". Taro hablaba a nivel teórico, dado que casos como el que narraba eran extremadamente infrecuentes, dentro incluso de que ya era lo suficientemente extraño tener hijos en casa. Normalmente nadie estaba dispuesto a caer tan bajo, ni la pareja de uno estaba dispuesta a aguantarle si lo hacía. No sabía muy bien qué pasaba con los escasísimos casos de aquellos que se convertían en completos morosos. Suponía que los encarcelaban, pero no tenía muy claro nada más allá de eso.

Miró a Cío con interés cuando mencionó volver a casa.
-No sé qué te prometerían aquí, pero si has dicho que es como tu pueblo pero con más monstruos...- bromeó-. ¿Te vas o te quedas cuando pase el año?

Las palabras de Taro sobre contraer deudas no sonaban muy halagüeñas. A ellos los controlaban, sí, pero no hasta el punto de controlarles los gastos.
― Joder, creía que había mucha tela detrás de nuestra sociedad, pero veo que la vuestra no se queda corta ―comentó sin poder evitarlo. Al final, era la misma mierda en todos lados. Suerte que la siguiente pregunta hizo dejar de pensar en ello, o probablemente acabaría poniéndose a rajar del S.G.R. y seguramente de lo que fuera que gobernase Carabás. Miró a Taro serio un segundo pero luego sonrió con despreocupación.
―Me quedo. A lo mejor estoy tarado, no lo sé. Apenas he dejado nada atrás que valga la pena, me basta con poder ir de visita. ―Parecía que no iba a añadir nada más, pero terminó haciéndolo―. Aquí somos libres. De una manera rara, pero lo somos. A lo mejor respondería otra cosa de pertenecer a otra familia, pero creo que ni siquiera puedo volver. ―No era algo como no poder, pero Cío sabía que si regresaba tras haber estado en la “ciudad de dioses” era otro fracaso más, uno estrepitoso. Toda aquella pantomima ya podía ser mentira, pero su padre seguiría viéndolo de ese modo, y no soportaría vivir de nuevo con él, no así. Le odiaría más si cabía―. ¿Y tú qué? ¿Monstruos o dictadores? ―añadió finalmente, esbozando una sonrisa por la broma.

Le alegró mucho saber que no era el único que se sentía libre allí, y soltó una carcajada ante la pregunta de Cío.
-Monstruos, monstruos yo también- aseguró-. A lo tonto a lo mejor nos quedamos la mayoría. Archi dijo que también volvería solo de visita.

Desvió la mirada hacia la ventana, tras la cual la tarde avanzaba.
-Y mira que este lugar es una ruina, ¿eh?- el pensamiento en voz alta estaba teñido de humor-. Sí que tenemos que estar desesperados.
Pasó unos momentos en silencio con una sonrisa pequeña en los labios, pensando en explorar la ciudad entera con el paso del tiempo: todas aquellas ruinas sólo para ellos. No aspiraba a más. Sin embargo al poco rato frunció el ceño, sin haberle quedado clara una cosa.
-¿Qué tiene que ver eso de la familia con no volver?- inquirió-. Yo no querría volver porque no me gustaría ser una rata de laboratorio, ¿pero eso? ¿Te explotarían tus padres la fama o algo?
Volver con la noticia de que uno había descubierto otro mundo sería un bombazo en cualquier parte, imaginaba. Taro sabía que cualquier otro carabés en su lugar estaría ansioso por regresar con la primicia. Los registros con mentalismo que llevasen a cabo en sus recuerdos, aunque no volviesen a encontrar el portal, confirmarían que no mentía. El afortunado a partir de entonces estaría vigilado estrechamente por el gobierno para que colaborase en la investigación, como un perro atado corto con una correa, pero a cambio obtendría fama, reconocimiento y un futuro brillante. Cualquiera diría que la familia de uno, si se disponía de una, estaría encantada de verse asociada a aquel éxito.

Se acabó echando a reir, aunque brevemente. Tres, tres ni más ni menos, tres tarados.
―¿Quién sabe? Lo mismo no cosechan gente con talento mágico y lo único que cosechan son inadaptados sociales. ―Casi era la única solución medio lógica que quedaba y aun así le daba la risa.

No esperaba que Taro fuese a preguntar por lo anterior y pensó que, quizá, había hablado demasiado. Se rascó la nuca, pensativo –y como siempre, sentía raro el tacto del pelo que había vuelto a crecer en ella–.
―No es eso. No tengo ni idea de cómo nos tratarían si volviésemos, pero no es por eso. Mi padre es un gilipollas, no tiene más. No sabes lo que es tener hermanos, pero ponle que yo soy el “hermano malo”, o algo así. Nunca le sirve lo que hago, nunca es suficiente, y volver sería el colmo de mis fracasos. ―Terminó por encogerse de hombros―. Que le jodan. En vez de hablar de ese carcamal prefiero ir a pillarme un tentempié de media mañana, ¿hace? ―Se abrochó la chaqueta que se había puesto al llegar a aquella habitación y se dirigió a las escaleras. Al hablar de Mirorrel había vuelto a recordar la cara que tenía el día en que perdió el brazo derecho. No le apetecía que su cabeza siguiese tirando de aquel hilo.

Al llegar a la planta baja, se encontraron a Lara en la cocina, en silencio. El irrense no supo si tenía caso saludar o mejor era no decir nada. Mientras pasaba hacia las cestas la miró y luego se puso a revolver, buscando una barrita energética o una fruta grande.

-Yo estoy aquí- Taro se encogió de hombros-. Así que de cosechar talentos mágicos nada. Me convence la teoría de los inadaptados sociales.

Las palabras de Cío le sonaban, más de lo que quería admitir. Que nunca sirviese lo que hacías, que nunca fuese suficiente, fracaso. Aquella última palabra se la habían estampado en la cara, a él y a tantos otros, sin la menor piedad cada vez que se la habían merecido. Pero lo había hecho el sistema, la sociedad en general, una presencia anónima pero que estaba, sin embargo, en todas partes, en su propia mente porque les habían criado así. Ponerle cara y voz a aquella recriminación silenciosa se le hacía extraño, más en boca de alguien que lo único que había hecho, en el caso de un padre como era el de Cío, sería como mucho engendrarle.

Aún no estaba seguro de entenderlo del todo. En Carabás uno hincaba los codos para independizarse y nada más, viviese donde viviese, pero había oído que algunos niños de familia sí tenían una especie de presión extraña añadida. Taro suponía que era porque al fin y al cabo estaban siendo mantenidos por sus padres, y éstos no querrían albergar en casa a alguien que no trabajara duro. No obstante, no parecía que fuese el caso de los irrenses. Desentenderse de los hijos no parecía ser lo común.

Sacudió la cabeza, accediendo a dejar el tema. Sabía que seguía habiendo un matiz que se le escapaba, y accedió a la propuesta de Cío de bajar.
-Sí, me estaba entrando hambre- bajó de la cama con algo de precaución, por si el tirón de las mañanas decidía extender su horario a todas las veces que se incorporara. "Nop. Nada."-. Creo que voy a abrir uno de los sobres de pasta- le comentó mientras bajaban las escaleras-. Si tú también quieres echo más a la olla y comemos los dos.

Una vez abajo fue directo a los fogones. La cocina estaba solitaria, salvo una notable excepción.
-Chss, Lara- llamó a la ordesa, que parecía traer una cara de empanamiento importante-. Me voy a hacer de comer. ¿Quieres algo?

Lara se encontraba sentada sobre la propia mesa, con una cesta de niños durmientes al lado. Su mirada se perdía en la silla sobre la que apoyaba los pies y sus pensamientos en temores más o menos vagos. Se sentía extraña por lo que había ocurrido la noche anterior. ¿Acaso era normal cantarle a unos huesos? La respuesta era claramente que no. Pero Lara sabía que se habría sentido inquieta de no llegar a hacerlo. <<¿Me estoy volviendo loca?>>. Se preguntaba si no sería ese el destino de todos en la ciudad: Shaco tenía sus personalidades, Keiria su sombra viva... <<¿Realmente la tiene?>>. Lara ya no estaba tan segura de haberla visto moverse de verdad. <<¿No serán visiones provocadas por lo majara que me estoy volviendo?>> se cuestionaba cuando vio pasar a Taro y a Cío. No los saludó, ni alzó la cabeza, no por desprecio sino por su propia sumersión mental. Hasta que Taro decidió hablarle y Lara volvió a la realidad a ritmo lento.

—¿Eh? ¿Qué? —había oído a Taro ofreciéndose a hacerle comida, solo necesitaba unos segundos para despejarse—. Ah, no... no es necesario. No tengo hambre, pero gracias de todas formas... —su voz era un hilillo casi inaudible. Lara volvió a su mundo de preocupaciones durante unos segundos y allí cogió fuerzas para realizar una pregunta en voz alta, aferrándose a la esperanza de que lo que había visto era real—. Oye, chicos... ¿Vosotros habeis notado... algo raro en Keiria últimamente?

Rechazó el ofrecimiento de pasta porque prefería algo más ligero. A fin de cuentas había desayunado un poco más tarde y no había hecho entrenamientos, sino solo estiramientos. En la cocina, Lara parecía estar vagando por otra dimensión «y lleva un poco de lag para reconectar». Cuando se levantó con un melocotón de pulpa rosada en la mano la miró con una cara que hablaba por él «¿pasa algo?». Si no lo preguntó en voz alta fue porque creía saber lo que pasaba, y no servía de nada preguntar, ni había nada que pudieran hacer. Sin embargo sí que parecía tener una preocupación nueva rondando por la cabeza. Ante la pregunta acerca de Keiria, Cío se quedó bastante sorprendido.
―No, ¿por qué? ―replicó de inmediato, sin pensarlo. Aunque luego se puso a darle vueltas, una cosa era cierta, había empezado a hablar más con Keiria en los dos últimos meses. Tenía algunas actitudes extrañas, como quedarse mirando el vacío fijamente, pero la recordaba así de siempre.

Ambos le dijeron que no y Lara sintió como sus esperanzas se desmenuzaban.

—Es que... Su sombra... —titubeó y sintió que le entraban ganas de llorar. Respiró hondo y se acabó pasando las manos por la cara para estrujarse los ojos con una pizca de disimulo. Probablemente no funcionó demasiado bien—. Es solo que... Creo que... —cogió aire por segunda vez. Se mordió el labio unos instantes y confesó a grandes rasgos—. No estoy bien.

Enterró la cabeza entonces entre las rodillas y se aferró con las manos a las puntas de sus orejas, tirando de ellas hacia abajo. Contuvo un grito y, de nuevo, el llanto <<Tranquilízate, Lara>>. Se dijo tal y como le habría dicho su madre, de haber estado con ella. <<No des un espectáculo delante de tus hijos>>. Alzó la cabeza levemente y la apoyó en sus manos. Clavó la mirada en el suelo y trató de calmarse.

Taro estaba atento a la olla y casi no captó lo que preguntó Lara. De espaldas a las otros dos, frunció el ceño. Si Cío, que había pasado más tiempo con la ulterana, no había notado nada, desde luego él tampoco.
-Pues yo... tampoco, la verdad. Tampoco es que la ande vigilando- alzó un pedazo de requesón ordés con aire crítico, preguntándose si sería oportuno añadirlo a la pasta para darle sabor. Un rápido vistazo para asegurarse de que Lara no le veía desperdiciar la comida de sus niños y éste desapareció sin miramientos en el interior de la cazuela.

Se giró cuando la ordesa respondió con dificultad, e intercambió una mirada impotente con Cío. De todas las personas que podía haber elegido Lara para confesar que creía "no estar bien", había elegido, al menos por su parte, a alguien que no tenía ni idea de cómo coger aquello. Taro no servía para psicólogo.
-¿Su sombra qué?- preguntó con cautela. Lo único que se le ocurría era enfocar la conversación en aquel asunto más concreto de Keiria, porque darle la razón a Lara y decirle que el comportamiento que había mostrado las últimas semanas, efectivamente, "no estaba bien" bien la terminaría de hundir o bien haría que el carabés tuviera que enfrentarse a un arrebato de ira materna. NInguna de las dos alternativas le parecía deseable.

Lara lamentó haberla mencionado. En esos instantes no sabía muy bien que hacer. <<¿Y si se lo cuento y luego la ven con sus propios ojos?>>. Que aquello fuera una opción era casi alentador en aquellos momentos. Por otro lado no tenía mucho que perder. Si de verdad estaba loca... ¿No lo sabrían ya ellos, a estas alturas? ¿Qué más daba un punto más de locura en aquellos momentos?

—Su sombra... Hace cosas raras a veces. Llevo vigilándola desde hace días y hay algo raro en ella. A veces titila o se emborrona o se retuerce... Sin... imitar los movimientos de Keiria. Como si estuviera viva o poseída por algún encantamiento. Y no sé hasta qué punto puede ser peligrosa una cosa así, pero me preocupa y...—calló de repente y pasó la mirada de Cío a Taro y de Taro a Cío. Había empezado a hablar como quien se preocupaba de la subida del precio del pan, pero lo que estaba explicánoles rayaba lo ilógico o, como mínimo, lo mágico—. ¿Me creeis? —preguntó insegura.

La respuesta de Lara fue tremendamente confusa. Cuando dijo que no estaba bien sabía que no se refería a lo evidente, que tenía que referirse a algo más por fuerza, pero no terminaba de entenderlo. Miró a Taro sin saber qué hacer ante la angustia de la ordesa. Ya hacía un tiempo que no quería dar muestras de debilidad, pero era evidente que el cambio radical que había sufrido era algo forzado por sí misma y las circunstancias, que por tener aquella nueva actitud la debilidad no iba a desaparecer de un plumazo. Nadie allí era inmune a ella.

Se acercó con inseguridad a la silla que ocupaba Lara, dudando si darle un toquecito de apoyo en el hombro, hasta que volvió a emerger su cara de la bola peluda en que se había convertido. Tomó, en cambio, asiento a su lado, y aunque tenía la fruta y un cuchillo en la mano, no empezó a cortarla todavía. Quería preguntar «¿qué te pasa?», pero dadas las circunstancias no sabía si era una pregunta estúpida. La de Taro, al menos, evitaba caer en obviedades.

La revelación sobre la sombra de la ulterana lo dejó al principio escéptico, pero evitó que se reflejase en su cara mientras meditaba sobre ello. Había muchas posibilidades, dado el sitio en el que estaban. Empezaron a venírsele a la cabeza ideas deslavazadas variadas, pero no por ello menos inquietantes.
―¿Te has fijado en si, por casualidad, hacen lo mismo… todas? ―preguntó con curiosidad―. No es que haya motivos para no creerte. Pero habrá que comprobarlo. Puede ser…
No dijo nada más «preocupante… No sabemos realmente dónde estamos, y aquí lo imposible puede ser», ¿podía haber algo escondido en su sombra? O, por el contrario ¿estaría empezando Lara a ver lo que no había? Se creía que ella veía lo que decía, otra cosa era que fuese cierto.

Curiosamente la explicación de Lara le quitó un peso enorme de encima a Taro. Sí, claro que podía suceder y claro que lo había visto, aunque no en la ulterana concretamente. Pero en las residencias cosas como aquélla eran el pan de cada día. Era inofensivo, realmente: las novatadas peores se hacían cuando uno accedía a los estudios superiores y volvía a cambiar de residencia, porque entonces los trucos a los que los bromistas tenían acceso no eran tan simples.

-Pues claro. El hechizo lumínico más tonto puede hacerlo- repuso, sentándose a la mesa y empezando a comer su parte sin ninguna ceremonia-. Los efectos que dices ni siquiera son difíciles, o eso dicen. Las imágenes ya son más chungas.

Mientras masticaba pensó un poco.
-Podría ser cualquiera de los de aquí que se apañe un poco con la magia- dijo encogiéndose de hombros-. Pero la verdad, no veo a Archi haciendo eso. La siguiente que más la usa eres tú, y el otro es el aprendiz, pero...- dudó un poco. Su amigo era bromista, pero no lo veía como el sospechoso principal- creo que ya tiene bastante con lo que tiene encima ahora mismo. Yo apostaría por Ippon o Xalk. El primero es un crío, con algo se tendrá que divertir, y el segundo... ya sabéis cómo es.