Torreón Maciel (Archivo VIII)

Recuerdo del primer mensaje :

-Cuando los encontremos sabremos cuales de las opciones son la verdad. -Dijo encogiéndose de hombros. La única parte que esperaba que fuese así era la de otro suministro de agua.

-Te seguimos hermanito.

Y con sonrisa a Eriel se puso en camino con el resto mientras se terminaba su desayuno cuando Dafne le pidió un favorcillo. -Ah, sin problema, le hice bastantes a Bri y no es algo complicado, aunque te tendrás que conformar con algo sin muchos adornos me temo. -Le sonrió. -Cuando vuelva haremos uno cada uno de madera, a no ser que encuentre hueso por el camino o alguna forma de malear metal mejor que acercar mis manos a la hoguera. Nos vemos a la vuelta. -Se despidió.

Siguieron a su hermano un cacho y como este dijo acabaron encontrando casas en algo de mejor estado aunque ahí en medio no parecían mucho más seguras que las mazmorras. Des pues de ir mirando y hablando sobre algunas de ellas como posibles acabaron divisando algo apartado de las casas que parecía un mini fuerte. Se acercaron por curiosidad con cautela para ver que se trataba de un torreón azulado con una muralla y en medio de un foso.

-¿Es eso un nido de seres voladores hecho encima de un esqueleto de animal enorme en lo alto de la torre o me ha sentado mal el desayuno? -Se calló un momento mientras observaba la situación, aquel lugar le parecía sacado de las historias rocavarancolesas, no había ninguna construcción así en su mundo pero era lo más seguro que habían encontrado con bastante diferencia. -El puente esta bajado y parece que se puede cruzar... Diría por esas cuerdas que hay un sistema de poleas para elevarlo e impedir así el paso, si es así y aún funciona dudo que encontremos algo más seguro que esto. -Miró hacia las estirges.  -No parece que quieran hacernos algo, pero cuidado con los bichos voladores. -Se dió cuenta de que podía haber ofendido a Sinceridad así que giró su cabeza hacia ella. -Sin ánimo de ofender. -No era la mejor manera del mundo de arreglar eso, pero era mejor que nada. -En fin, vamos allá, con precaución por favor. -Agudizó los sentidos y agarró su cuchillo. Esperaba no tener otra sorpresa como la de hace unos días, pero no se fiaba de su suerte.

Eriel observó con una sonrisa el recelo del animal y cómo cuando se apartó de la comida voló a cogerla. Le recordó a un linac asustadizo que tenían en el rebaño, había que ir poco a poco con él hasta que tenía confianza. Por eso el nublino usó la misma estrategia que solía utilizar con él.

Volvió a dejar un trocito pero esta vez retrocedió menos que la vez anterior. Iría haciendo eso hasta poder darle el último trozo en su propia mano, Eriel dudaba mucho que aquel animal fuese peligroso y quería observarlo más de cerca.

También esperaba que nadie subiese y asustase al animal y, sobre todo, que no le pillasen fuera de la cama o su hermano pondría el grito en el cielo.

Siete se fue a buscar una banqueta de la cocina para sí mismo, y se sentó mientras charlaban. Limitó sus indicaciones a gestos y pocas palabras, si llegaba a verlo necesario, pero creía que Sox estaba haciendo un buen trabajo, y en cualquier caso, no quería meterse demasiado en dar instrucciones. Por si acaso.

- Es un concepto raro- murmuró, cuando Sox habló de marcar territorio-. Bueno, todas las cosas de las que hablais son siempre un poco extrañas. Yo estoy acostumbrado a que mi hogar está donde mi clan, y no necesito nada concreto para que sepan quien soy o lo que valgo. Y las películas, y los tatuajes que se mueven- añadió, marcando en el tono que le eran cosas desconocidas-. No me hace sentir tonto, pero si ignorante.

>Creo que si hiciera algo quizás me pondría azul en la punta del pelo. Como el agua- contribuyó después- pero estoy cómodo con mi aspecto fisico.

Se llevó la mano a la espalda, donde estaba aquel número siete idrino, formado por azar en su piel. La nostalgia era contagiosa, y Siete sonreía cálido, sintiendo que pertenecía un poco más solo por estar en esa silla hablando de colores de pelo. Resbaló despacio al mencionar los dueños de la ropa que llevaban, y se cayó del todo, mientras la sangre se escapaba de su cara, cuando Sox mencionó a la gente que habían dejado atrás. Cruzó los brazos sobre el pecho y apretó la boca. Ante la incomodidad de Sox por la pregunta, se forzó a hablar.
- Sí, si que me lo pregunto- dijo con la voz rasposa, para que Sox no sintiera que su pregunta tenía poca validez.

Siete se forzó a recordar que no tenía que decirles nada si no quería, pero de pronto se dio cuenta de que quizás no tendría una oportunidad como aquella para sacar el tema. Boqueó. La idea de seguir le había disparado el corazón y sentía las manos frías y entumecidas. Segundos enteros pasaron en los que Siete peleó abiertamente con las palabras, entre el deseo de cambiar de tema o huir, o hablar por fin de lo que llevaba tiempo en el fondo de su cabeza. Quería compartir. De forma desesperada, por encima del miedo. Necesitaba sinceridad con alguien, quien fuera, y perdón. La voz le salió desigual.

- Antes de irme...

Se calló, pausó, se pasó la mano por el pelo.

- Antes de irme hubo un accidente con mi mejor amigo. E... hice algo que no tenía que haber hecho. Y me fui sin que hubiera consecuencias.

Se retorció los dedos, los labios apretados otra vez y el corazón frenético, a la espera.

—El azul no es aburrido —replicó la chica—. Es mejor que el marrón, al menos. Más original.

Sí que era nostálgico hablar de esto con ellos. No era como hablar con Sara o Jonás (y sus estrambóticos peinados), pero… era familiar. Cuando Vampy preguntó acerca de los seres queridos ella elevó la cabeza.

—¡Claro! ¿Cómo no nos van a estar buscando? No llevamos tanto tiempo fuera como para que se olviden de nosotros —contestó, con un tono que no dejaba lugar a dudas de sus creencias, atropellando con sus palabras las del idrino—. Mi padre, mi hermano, mi mejor amiga… Sé que me están buscando, y cuando vuelva a casa seguro que no me sueltan de lo contentos que están de verme —la chica omitió que ella tampoco les soltaría a ellos, pero la modulación de la voz era inconfundible: les echaba de menos tanto que casi dolía.

El idrino, mientras tanto, parecía estar luchando consigo mismo, cosa que llamó la atención de Mónica, quien le miró fijamente esperando a que arrancara. Cuando este empezó a titubear, nervioso, se tuvo que reprimir para no decir un «¡Suéltalo ya, hombre!» y comenzó a tamborilear con los dedos, expectante. Sin embargo lo que dijo Tritón no era algo que Mon se hubiera podido esperar.

—¿Qué hiciste? —preguntó con la voz plana—. ¿Por qué no te quedaste con él?


La chica omitió su última pregunta con auténtico esfuerzo. «¿Cómo pudiste abandonar a tu mejor amigo?».

Los motes:

Tayron esperó respuesta con la mirada clavada en la hombrera del nublino, y mientras este hablaba pasó a observar también el brazal, le pareció que sabía lo que se hacía, en realidad con él siempre tenía esa sensación.
-Mmm- murmuró mordiéndose el labio, había quedado satisfecho con la explicación- entonces es la misma historia, ciudad llena de gloria, una mentira o verdad a medias- dijo- eso queda a gusto de cada uno.

Así que allí los adoraban, rendían culto al poder y no a cualquier otra cosa. La verdadera pregunta era por qué los rocavarancoleses se habían mostrado en Nubla, y no en la Tierra, qué era diferente.
-¿Qué clase de prueba?- preguntó sin discreción al tiempo que ya regresaban, su imaginación en esos momentos volaba y rayaba lo perturbador. Debía de ser dura, porque implicaba la muerte, pero supuso que si también conllevaba asesinato lo habría notado en Barael. Que estúpido, igual se estaba pasando de oscuro- yo no tuve ninguna, ni Dafne, ¿que pudieron ver en nosotros?- no esperaba que pudiera responderle, era algo más retórico que otra cosa. No podía tratarse de habilidades físicas sin más, pues una buena parte de ellos carecían de ellas, Nad por ejemplo, por eso no podía tratarse de una selección por fuerza, o rapidez, tenía que ser algo más complejo.

Cuando pasaron por el patio Tayron dio un último aviso.
-¡Salimos ya mismo!- sus ojos se cruzaron con los de Dafne, que rondaba por allí en silencio, con un único gesto la chica le dio a entender que esta vez se quedaría, el belga asintió y se giró hacia el nublino- pensaba que solo venían a por nosotros y punto, que somos nuestra propia prueba ya superada.

Siete inspiró aire, como si quisiera amortiguar el daño. Su mirada huyó en seguida de los gestos de Mónica, y las preguntas en su tono. "Has empezado. Sigue" se insistió a si mismo. Tragó saliva.

- Porque tenía miedo- se frotó los ojos por mero reflejo de angustia. Le sabía a bilis reconocer que había huido de Sirce. Siguió desenredando las palabras como pudo-. Ibamos a ahogarnos, iba a hundirse, y lo saqué del agua. En Idris... en mi casa, me hubieran... me habrían matado, de saberlo. Y no pude quedarme- había cerrado las manos sobre los muslos, la tensión en la voz estrangulada, con la cabeza gacha y encorvado sobre si mismo. Tenía los ojos hacia abajo, y se le estaban nublando. De rabia, de miedo. Seguía hablando porque el asco a si mismo resurgía más fuerte que el miedo a las consecuencias, y porque necesitaba explicarse-. No pude quedarme a ver... es lo peor que puedes hacer, evitar que el mar escoja a alguien. Y yo vi que Sirce iba a morirse, y no pude, y no me di cuenta, y no quería dejarlo morir. Los Ahogados son sagrados. Sirce estaba siendo escogido. No podía quedarme.

No había podido quedarse a descubrir si Sirce lo había delatado, condenandose a sí mismo a vivir en soledad, y a él, a la muerte. No podía estar seguro que de que guardara el secreto por él. Se fue sin saber si su mejor amigo estaba enfadado, sin llegar a decir nada.

- Lo siento- dijo al final Siete, con sinceridad. Le resbalaron lagrimas gruesas por la cara. En la desesperación de recordar las implicaciones de todo lo hecho, Siete había dejado de diferenciar a sus compañeros de torreón de su clan. En ese momento, la verdad de lo que había hecho parecía universal. Estaba temblando.

Eriel tuvo la suerte de poder acercarse al animal y, cuando por fin lo tuvo cerca, lo observó con atención. Desde luego no parecía ningún tipo de predador, y el que estuviera comiendo pan con queso le dijo al nublino que no era exclusivamente carnívoro si acaso lo era. Le recordó en cierta medida a los linacs, no era agresivo o no se habría colocado cerca del nublino sin haberle arañado por lo menos.

<<No pesa mucho, aunque era bastante obvio>> pensó cuando lo tuvo en la mano. Dejó el último trozo sobre su mano pero no creyó que al animal le quedase espacio para poder llevarlo en la boca. Aprovechó también para acariciar su pelaje azul.

-¿De dónde has salido tú? - preguntó al aire.- Me pregunto si vivirás cerca o sólo estás aquí de paso. No me queda más lo siento - le dijo cuando vio su mirada.- Si te quedas o vuelves puedo darte más - le dijo, pero dudaba que el animal, salvaje como era, fuese a quedarse en el torreón. También dudaba que volviese.

A Eriel sin embargo le gustaba el animal y se preguntó si podría quedárselo como mascota. ¿Que diría el resto si lo veían? ¿Dejarían que el animal se quedase o por el contrario lo echarían?

Sox apretó los labios ante la respuesta de Mónica, irracionalmente irritado. Era por estar hablando de padres y hermanos, quiso decirse, pero una parte menos noble de él sentía envidia por aquella seguridad tan incondicional de que la recibirían con los brazos abiertos. ¿Quién le decía que de regresar él encontraría otra cosa más que meses perdidos de trabajo y a otra persona a quien tendría que echar a patadas de su puesto en el ránking? No era injusto y sin embargo parecía tal, que él tuviera que ganarse su hueco de vuelta y sin embargo los demás no.

Tay avisó de que iban a salir y Since se fue con ellos. Sox creía estar terminando ya, y de hecho estaba a punto de pedirle a Siete que dijera qué le parecía cuando las palabras del idrino le distrajeron de su trabajo. Le miró con suspicacia. Romper las normas ya era algo que no aprobaba, pero escaquearse del castigo estaba incluso más abajo en su escala de valores. Se le olvidó incluso seguir cortando, cruzándose de brazos a la espera de que el idrino confesase el resto.
—Espera —se perdió a mitad. Le estaba costando extraerle sentido—. ¿Así que la pena capital te cae... por evitar que la gente se ahogue? —¿qué sentido tenía eso?—. ¿Cómo puedes ser elegido para nada si estás muerto?
Un tema religioso. Sox resopló, con la desaprobación escrita en cada poro de su cuerpo pero no obstante ahora encontrándose frente a un dilema. Aquella creencia era una tontería, ¿pero en qué lugar dejaba eso entonces a Siete?
—Rompiste las normas —juzgó reflexionando en voz alta. No parecía haber vuelta de hoja a aquello, y además el idrino había salido huyendo. Sin embargo, y no falto de confusión Sox tuvo que añadir—, pero eran normas estúpidas.
Así que no tenía ni idea de qué pensar. En un lugar con la maquinaria tan engrasada como Carabás nunca había tenido que plantearse la pregunta de qué era lo que uno debía hacer cuando el sistema era incorrecto de base.
—Creo que hiciste bien—terminó diciendo con verdadero esfuerzo, casi arrancándose las palabras de la garganta a fuerza de incredulidad consigo mismo. Habían hecho falta un cambio de mundo y compañeros alienígenas pero ahí estaba él, defendiendo una actitud que en su mundo respectivo no era otra cosa que un crimen—. Si no alguien habría terminado muriendo sin razón, si he entendido bien. Y si te quedases te habrían matado a ti, ¿no? Así que no te quedaba otra que irte.
Le habría perdido respeto a Siete de haberles contado en su lugar que se había quedado a mirar cómo moría su amigo. Al darse cuenta de ello Sox se quedó un poco más tranquilo con su visión del asunto, y la reafirmó en su mente.

El carabés había tratado con más gente llorosa en aquel par de últimos meses que en toda su vida. Era un mundo completamente diferente a Carabás, con motivos mucho distintos para las lágrimas y el rubio había terminado por admitir que no podía ignorarlo o decirles que se aguantaran, pero eso no significaba ni de lejos que hubiera aprendido qué era lo que sí tenía que decir. Dirigió una mirada de reojo a Mónica que podía resumirse involuntariamente como una petición de auxilio.

Acabó con el brazal y prosiguió con la codera, era sencillo, tan solo un par de movimientos y...

La correa colgaba en vez de abrocharse, el nublino frunció el ceño y volvió a ajustar la correa más despacio. -<Debería tener asumido esto...> Volvió a abrocharlo con más cuidado para asegurarse que no se saliera, iban justos de tiempo.

Como estaba distraído no se dio cuenta de a que se refería el peliverde con lo de la prueba en ese momento por lo que simplemente se encogió de hombros y se frotó los ojos antes de empezar con su escudo, aún no había encontrado una manera cómoda o funcional de llevar un brazalete con las amarras sin que se aflojasen las correas o estas no cuadraran. Se cubrió el muñón y el antebrazo con un trozo de ropa cosido y preparado ya para ello y dándole la vuelta al escudo en la mesa introdujo el antebrazo en las amarras y las fue apretando lo máximo que pudo una a una. Hizo un par de aspavientos con él y golpeó con el canto la mesa para asegurarse de que estaba firme y cuando estuvo conforme se volteó para enseñarle en un momento como era el nudo para las cestas al belga.

Al hacerlo se dio cuenta de que Charlie había venido por sus armas ya, así que se acerco a él a pedirle ayuda con las piezas de cuero para su brazo izquierdo. Había llegado hace poco pero le había demostrado al nublino ser confiable y no podía depender de Lorenzo todo el tiempo estando este como estaba.

Para acabar se puso el cinto con sus armas y salieron ya en dirección al puente levadizo.

Quería ir a decirle adiós a su hermano pero le estaba costando ocultarle como se encontraba y no quería tener que discutir con él por cargar el anillo, aunque ninguno de los dos estaba en tampoco condiciones como para que debieran poner esfuerzo en ello. Simplemente bajo la cabeza y no lo hizo.

-Ah. No, no. -Le respondió a Tay en cuento le volvió a hacer mención a la prueba. -Me he explicado mal, esto es la prueba. -Hizo un gesto abarcando todo alrededor con los brazos. -Antes de venir no tienes que hacer nada, escogen a aquellos especiales que pueden recibir los dones de la Luna. Y francamente, no sabemos cómo lo saben, algunos dicen que tienen una magia para saberlo, otro que ellos pueden sentir a sus semejantes... Incluso hay quienes dicen que la misma Luna le muestra al rey quiénes somos y en qué parte de qué mundo buscarnos. -Se encogió de hombros.

Ya se empezaban a reunir todos los que salían allí, como cada mañana.

Mónica ya estaba juzgando antes de que el idrino comenzase su historia. Sin embargo, cuando este les contó lo que había pasado antes de marcharse a Rocavarancolia, se le abrieron mucho los ojos al tiempo que se le ponía cara de horror. ¿Pena capital por no dejar morir a alguien? ¿Elegidos? ¿Dejar ahogarse a la gente? ¿Qué clase de locura era esa?

Al parecer Vampy pensaba igual que ella. Locos. Demasiados locos en el universo.

—No entiendo. Le salvaste la vida. Lo lógico es que hubiera estado eternamente agradecido —parafraseó sin querer la frase de “Toy Story”, cosa que en otro momento le habría hecho gracia. Ahora lo dejó pasar—. Lo horrible es que hubieras dejado morir a tu amigo. Eso habría sido horrible… Las normas de tu mundo… estoy de acuerdo con Vampy. Sox, perdón.

La chica no sabía qué hacer, mirando con los brazos caídos a los lados al idrino, que temblaba y lloraba angustiado. Tritón parecía desconsolado. Y Vampy tampoco parecía tener ni idea de cómo consolarlo, a juzgar por la mirada que le dirigió a la madrileña. Ella le miró también, como diciendo «¡Pero no me dejes aquí sola con el marrón! ¡Cobarde!». Después se levantó del taburete, se acercó a Tritón, titubeante, y le dio unas palmaditas tentativas en la espalda al tiempo que hacía lo que ella consideraba que eran ruiditos tranquilizadores.

—Ea, ea… no llores… —miró de nuevo a Vampy con cara de circunstancias, instándole con la mano libre a acercarse a ellos y sin darle opción al carabés de huir—. Todo irá bien —se agachó a su lado y, vacilando, envolvió sus brazos alrededor de idrino, incómoda a más no poder. Después volvió de nuevo la mirada hacia el carabés, con cara de «¿Y ahora qué hacemos?».

Los motes:

Los días siguientes pasaron con nada ocurriendo fuera de lo ordinario. Fahran pasó el tiempo intentando que la suciedad y mugre de aquel lugar no se reflejase en su persona, menos incluso en su psique.
Sin embargo, cuando las horas de aburrimiento y falta de interacción social comenzaban a incrementar, la joven mujer se encontró haciendo torpes acercamientos hacia los niños. Aunque solo fuera un comentario hiriente o una mirada odiosa de tanto en cuanto, no era sino, su propio intento de hacer totalmente lo opuesto y llenar sus horas de soledad con algo y tan solo sintiendo antipatia y rabia al final.

Y ahí estaba, esperandoles de nuevo junto a la perta, sintiéndose tremendamente estúpida como algún tipo de mascota deseosa de que la sacasen a pasear.

- Sí - le costó buscar palabras para explicarse-. Por la armonía. Si el mar reclama... Es como funciona. Es como funciona en Idris. Sirce iba a ser un Ahogado y si... Si algo sucede a mi clan, va a ser mi culpa.

Levantó la mirada hacia Sox, parpadeando. Que le dijeran que había hecho lo correcto era lo último que Siete había esperado, y no sabía qué hacer con aquello. Tenía el corazón hecho un nudo cuando Monica corroboró la respuesta del carabés. Dio un respingo con el abrazo y gimió, reprimiendo como podía el derrumbe nervioso. Notaba la incomodidad de ambos.

A Siete le parecía incoherente a la sinceridad con la que le decían que había hecho bien, que estúpidamente, quería discutir. El alivio del perdón había sido un deseo sin esperanzas, y desde luego, no lo que merecía. Era cobarde y egoista y seguía temiendo las consecuencias. Había tardado más de un mes en confesar. Se restregó los ojos.

- Huí- dijo-. Huí de Idris y de Sirce.

Oírse llamado por su nombre en lugar de por el mote le valió una distracción momentánea en la que miró a Mónica con una ceja alzada. La madrileña parecía tan perdida como él, sin embargo, y Sox se acercó de mala gana a instancias de ella, sin saber qué más aportar más que no mirar directamente al idrino mientras lloraba y así ahorrarle la indignidad. Mónica ya estaba abrazando a Siete y diciéndole que todo iba bien, y aunque para el carabés aquello era increíblemente dudoso también sabía que no era el momento de decirlo en voz alta. La parte de él que aún daba un respingo cuando perdía el equilibrio en las escaleras y se creía caer deseaba creerlo también.

—¿Y qué piensas hacer?  —quiso saber cruzándose de brazos—. ¿Volver?
Sería lo suyo, regresar y aclarar qué había sucedido si quería hacer las cosas bien. Es lo que Sox habría hecho de querer quedarse tranquilo con su conciencia, aunque no lograba imaginarse huyendo de sus responsabilidades. Pero si Siete quería evitar que lo matasen, ¿hacerlo no sería lo mismo que confesar y luego salir huyendo? Cada fibra de lógica en Sox creía que aceptar el castigo correspondiente era lo correcto, pero no lograba casar en su cabeza la pena de muerte con la falta que había cometido Siete.
¿Por qué nada era simple en aquel lugar?
—Si encontramos la manera de volver, claro —rezongó—. ¿Crees que son capaces de seguirte hasta aquí?
Irónicamente si la magia de Idris fuese lo bastante poderosa el crimen de Siete podría salvarlos a todos. Un rescate; recordar la posibilidad le encendió una brasa de resentimiento por dentro, que hasta entonces había intentado sofocar.

Tayron relajó los hombros, y sintió como toda su excitación y curiosidad se evaporaban. Cambió la carga del peso de su cuerpo de un pie a otro e intercambió una mueca que invitaba a pensar que acabaría en una sonrisa.
-Vaya, así que tú tampoco andas muy bien para expresarte- le dijo guiñándole el ojo con rapidez. Lo que el nublino le dijo lo dejó más confuso- esa idea es acojonante, ojalá no nos hayan visto en bolas- se paró por si Barael no entendía la expresión- que viene a ser pillarnos desnudos, ya me entiendes. Si es verdad lo que dices ya han superado mis expectativas, espero que tengan un límite- y lo decía totalmente en serio, aquella gente parecía desesperada, atontar a niños para traerlos a un mundo peligroso solo podía llevar oscuras intenciones. Los cosechados sacaban partido de todo aquello si conseguían sobrevivir, pero qué conseguía el resto era el verdadero quid de la cuestión.

Se les sumó Sinceridad, a la que saludó con un gesto de cabeza, Fahran quiso poner de su parte, a Tayron le alegró su implicación a pesar del trato que la xolnita mantenía con todos.
-Pues listo- y apretó su lanza con un gesto automático.

Sigue en la Torre Leprosa

El idrino no dejaba de temblar y a Mónica le daba mucha pena, aunque comenzaba a impacientarse un poco. «Idris debe de ser horrible» se dijo.

—¿Y qué ibas a haber hecho? ¿Te ibas a quedar para que te mataran? —dijo pasándole la mano por la espalda, de vuelta a las palmaditas tranquilizadoras—. ¿Sabes? No creo que Sirce esté enfadado. Nadie quiere morir, digan lo que digan.

Cuando Vampy le preguntó si quería volver y si podrían seguirle hasta Rocavarancolia se giró hacia él y, abriendo mucho los ojos y mirando alternativamente al carabés y a Tritón, vocalizó un «¿Pero quieres que nos entre todavía más en crisis?».

A pesar de ello, se levantó, todavía con la mano apoyada en el hombro de Tritón, y miró con interés al idrino. Tal vez…

Los motes:

Siete lloraba casi por inercia. Se le escapaban las lágrimas, pero había dejado de temblar y miraba entre parpadeos borrosos a sus compañeros. Apretó la boca ante la mención de Sirce.
- Depende- dijo, con la voz rasposa-. De si se lo dijo a los demás.

Si supieran lo que había pasado, Sirce iría a la isla de los Ahogados a morir solo, para que no pudiera pasarle nada. Si no lo había dicho, ponía en peligro el clan y la armonía, igual que había hecho Siete. Había condenado a su mejor amigo a la deshonra o a la soledad.

- No- respondió a Sox, acompañandolo de un gesto brusco de cabeza-. La situación es la misma. Si volviese sería para morir.

Volvió a negar otra vez cuando le preguntaron si creía que su clan aparecería alli.
- No sé si sabemos hacer algo así, y no soy tan valioso - se secó de nuevo la cara y añadió con simpleza-. Gracias.

La impaciencia o la duda no eran desprecio, no borraban que Sox y Monica seguían a su lado. Sintió que pertenecía un poco más.

- ¿Que hareis vosotros? Cuando pase el año.