Clínica y taller de biomecánica

Eitne soñaba con un banco. Un banco sobre el que se sentaba una señora, que era su abuela. Su subconsciente le traía aquella imagen a menudo y Eitne aprovechaba para ponerla al día de lo que le ocurría: le había contado lo del Huesped, y lo del lagarto, y lo de su recuperación, y cuando aprendió a caminar a la pata coja o a subir solo las escaleras; también le había contado lo que pasó durante la Luna, las cosas que vio y la cosa que fue. Esta vez, sin embargo, abuela y nieto compartían el espacio en silencio, soplaban burbujas iridiscentes que contenían así mismo otras burbujas que, de nuevo, contenían más burbujas.

Explotaron todas de golpe cuando se despertó, pero el proceso de aclimatación a la realidad de la clínica fue lento. Al principio simplemente tenía los ojos cerrados, como si quisiese volver a dormirse, y todo lo que oía le sonaba a frivy cerrado. Luego abrió los ojos poco a poco y los entrecerró porque le molestaba la luz. Finalmente abrió la boca e hizo ruiditos pastosos saboreando la nada. Debía de tener el aliento de un ghoul madrugador.

Miró a los lados y no sonrió hasta que dio con sus amigos.

—Hola —dijo en voz muy bajita, aunque sonó clara en los oídos de Rena y Milo.

Le daba miedo hacer las preguntas importantes, por eso mismo tampoco intentó mover nada. Si algo había salido mal, seguir siendo cojo no sería tan grave. Prefería no ilusionarse mucho.

Rena se cubrió la boca con la mano para no soltar una carcajada. Visto en práctica el saludo le pareció perfecto, lo bastante ‘’serio’’ como para que pareciese convincente pero igualmente ridículo. Estaba deseando enseñárselo a Eitne.

Como invocado por sus pensamientos, Rena oyó la vocecita diminuta de Eitne saludándoles. Se inclinó en su camilla para verle mejor y le devolvió el saludo con una gran sonrisa.

-¡Hola pequeñajo! ¿Cómo te encuentras? Milo ha hecho chocolate.

Con el saludo secreto decidido Milo se permitió relajarse aún más, repantingándose en su asiento con una sonrisa complacida mientras esperaban a que Eitne despertara.
«No debería tardar mucho en hacerlo…» pensó para sí entrecerrando los ojos. Aún faltaba un rato para que anocheciera y el daeliciano cambiara de forma, pero debían enseñarle a quitarse el implante antes de que eso ocurriera.

Como para confirmar sus suposiciones la voz diminuta del pequeño resonó con claridad en los oídos de ambos irrenses, haciendo que el hacker recuperara la vertical con rapidez inusitada.
—¿Te duele algo? ¿Tienes hambre? —preguntó tras Rena, levantándose del sillón y acercándose a la cama del niño para apartar la cortina y comprobar que estaba todo bien.

Abrió la boca para responder, pero le sobrevino un bostezo largo y sonoro, acompañado de cascabeles que parecían hacerle un poco de burla al niño. Cuando acabó, volvió a saborear ruidosamente, arrugó el gesto como si hubiese encontrado un matiz desagradable entre sus dientes y luego se encogió de hombros con muy poca seguridad.

—Creo…. Creo que estoy bien. ¿Me véis bien? ¿Mi pierna… ? —Notaba el muñón pesado, como si la ligereza que le daba la extremidad faltante hubiese desaparecido. ¿Eso debía de ser bueno, no? Sin poder evitarlo, levantó la sábana de la camilla y el gesto le cambió de golpe. Abrió los ojos como platos y se mordió los labios (los dos, a la vez, como succionando para contener un chillido de emoción). Quería reírse o llorar o las dos cosas, pero todavía le daba repelús hacer algo que no debía con el... ¿Uy? ¿Había movido algo ahí abajo o era la sensación de extremidad fantasma?—. Me da un poco de miedo pensar que quiero mover el pie y moverlo sin querer. ¿Es normal? ¿Pasaría algo? ¿Estoy bien de verdad? ¿Cómo estás tú, Rena?

Hablaba rapidísimo, sin trabarse, como si la poca energía que retenía en el cuerpo la hubiera almacenado en la lengua y ahora la descargara eficientemente. De hecho seguía tumbado y no pareciera que fuera a enderezarse en un rato. Y aun así...

>>¿Puedo beber un poco de chocolate, porfa?

Le hacía falta para quitarse el mal sabor de boca, pero también para digerir aquel miedo súbito.

Ya había terminado de ordenar y dejar el quirófano limpio, preparado para la próxima intervención que tuviese qué hacer. Confirmó primero mediante la niebla mágica si, tal y como esperaba, el daeliciano ya se había despertado, pues no quería entrar y salir varias veces del cuarto de ingreso sin motivo. Como ese era el caso, entró.
—Eitne, ¿cómo te sientes? ¿Notas molestias o dolor? —le preguntó a la bestia del crepúsculo acercándose a él—. Evita mover la pierna por ahora, por favor. Antes del anochecer volveré para explicarte bien el proceso de desacoplamiento.

Eitne parecía estar bien. Tenía cara de sueño, aunque se despejó en cuanto vio su pierna nueva. Rena sonrió como una idiota al ver su expresión.

-Te queda super guay -le dijo. -Yo estoy bien, hace un ratito que desperté y pude comer y todo. Y claro que puedes tomar chocolate. ¡Milo, acércale el chocolate! -dijo, casi como una orden.

Krono entró en la habitación como la vez anterior, caminando como una persona normal y no apareciendo de pronto y provocándole un infarto. Revisó a Eitne mientras Rena observaba con un poquito de ansiedad, y cuando se confirmó que todo estaba correcto la osa suspiró con alivio.

-Perfecto, hasta entonces podemos hablar de tonterías y enseñarle el saludo secreto irrense a Eitne ¿Que ya es uno de los nuestros! -dijo, luego le preguntó al brujo -Oye Milo, ¿se pueden juntar las camas? No puedo hacerle cosquillas a Eitne desde aquí.

Milo no pudo esconder su sonrisa de satisfacción al ver la emoción en los ojos de Eitne, confirmando entre otras cosas que estaba perfectamente tras la operación.
—Es normal sentirse así la primera vez, no te preocupes —afirmó con convicción—. Aprenderás a defenderte con ella muy pronto, ya lo veras. ¡Es una pierna de metal, como nuestros brazos, pero te aseguro que se moverá igual o mejor que la que perdiste! —intentaba ser superoptimista, pero esa última exclamación tuvo un poco menos de fuerza de lo que debería. Seguía sintiéndose culpable por haberle arrebatado su extremidad al pequeño.

Ante su pregunta sobre si podía tomar chocolate el brujo se apresuró a preparar una taza antes incluso de que Rena casi se lo ordenara, tendiéndosela con otra sonrisa y un guiño cariñoso.
—Lo he preparado muy dulce especialmente para ti. —reconoció, revolviendole el pelo con suavidad.

En ese instante Krono entró por la puerta para evaluar el estado del daeliciano, asegurarse de que todo estaba bien y darle unas breves indicaciones sobre qué no hacer por el momento. También le dijo que luego volvería para enseñarle cómo desacoplar el implante antes del cambio nocturno.
—Estaré atento hasta entonces —le dijo a su jefe antes de que este se fuera, griándose hacia la ursántropa cuando esta le preguntó si podían acercar las camas—. Supongo que si, pero intenta no sacudirlo mucho, ¿eh? —rió en voz baja, haciendo rodar ambas camillas hasta el centro de la habitación.

Eitne tenía un poco de cara en la sonrisa. Le alegraba que todo estuviera bien en Rena y él, y la promesa del chocolate caliente extra dulce acabó de alicatar ese sentimiento en su rostro. Se sentía flojo, cansado, pero a la vez tenía ganas de salir de la cama y ponerse a dar saltos (aunque no podía; y, aunque pudiera, no sabría aún). Le guiñó el ojo a Rena cuando esta le pidió a Milo que le acercara la taza de chocolate (aunque no parecía que hiciera falta) y luego le dió las gracias al irrense con todos los cascabeles de su voz.

La bestia del crepúsculo hundió  su morro en aquella bebida dulce y emergió con un bigotillo de chocolate que se relamió con más o menos gracia. Sentía un calorcillo dentro que no sabía muy bien de dónde le venía, pero que reconocía como una suerte de orgullo por haber llegado hasta allí gracias a Milo o a Rena. No se lo quería plantear, pero sabía que en otros grupos no le habrían salvado como lo hicieron en el suyo. Había oído las historias de Sendar...

—Os quiero mucho, chicos —se sinceró en aquella sala sosa, pero salubre. Archi llegó entonces y Eitne se pasó la mano por la boca para acabar de quitarse los churretes; si manchaba las sábanas podía limpiarlas luego, así que no pasaba nada—. ¡Sí, señor! —le respondió con claridad.

Archi se fue como había venido y Rena pidió algo que hizo que el niño negara con efusividad.

—¡Nooooo! ¡Cosquillas no, por favor! —se reía casi en anticipación a ellas, pero encontró enseguida una excusa para retrasarlas un poco—. Antes tenéis que enseñarme el saludo, ¡que ya soy irrense! —les enseñó los dientes en una sonrisa amplia, consciente de la maniobra disuasoria que acababa de llevar a cabo.

La habilidad de Eitne de ponerla blandita por dentro era terrorífica. Al menos en esa ocasión podía echarle la culpa a haberse despertado de la anestesia.

-Aaaaaw, y nosotros te queremos a tí, pequeñajo -respondió.

Milo juntó ambas camas y en cuanto Rena lo tuvo a tiro agarró a Eitne para que no escapara (con cuidado para no menearlo mucho como le había advertido el brujo) y le hizo una pedorreta en la mejilla. Se libraría de las cosquillas, pero no de eso. Luego recogió las piernas y las cruzó para dejarle espacio a Milo y que pudiera sentarse con ella en el colchón.

-Bien, ahora que estamos en posición. El saludo es muy fácil y muy secreto. Sería algo así -hizo el gesto de las pistolas pero solo con la mano buena, y le guiñó un ojo -A Milo le sale mejor ahora porque tiene dos brazos, pero pillas cómo va, ¿no?

La repentina afirmación de Eitne y la inmediata respuesta de Rena ablandaron el corazón de Milo hasta límites insospechados, dejándole algo atontado mientras observaba en silencio el achuchón de la ursántropa.
—Nosotros también a ti, si… —se hizo eco con una sonrisa tonta, sentándose en el hueco que le dejó la irrense en su cama de un pequeño salto.

Mientras la peliverde empezaba a explicar cómo era el saludo secreto, el hacker se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo tendió al daeliciano para que se limpiara su bigotillo de cacao, sonriéndole con cariño.
—¿Quieres probar conmigo también? —le preguntó cuando su compatriota le mencionó, realizando el saludo “secreto” con todos los pasos al tener los dos brazos operativos.

Allí sentado de piernas cruzadas y viendo a sus amigos tan sonrientes el cansancio tras las dos operaciones le pesaba poco, como si se hubiera vuelto más ligero.

A Eitne se le escapó una carcajada sonora. Estaban en una habitación desangelada, sobria hasta la sosez más extrema, y solo con Rena y Milo sentía que aquella sala era una extensión más de su hogar. Lo que antes era un concepto estático para definir una casa concreta de uno de los muchos pueblos de Daelicia ahora fluía entre muchos sitios y mucha gente. Eitne sintió calorcito en el pecho y no sabía si era por la felicidad o el chocolate.

Atendió a la explicación de Rena y luego a la de Milo, con las dos manos, mientras se limpiaba los restos del bigotillo con el pañuelo que le había prestado y sin una pizca de vergüenza. Intentó incluso no pestañear para asegurarse de que no se perdía nada: ni un gesto minúsculo, ni un movimiento leve... Nada.

—¡Vale, a ver si me sale! —anunció, a la vez que se acomodaba un poco en el colchón.

El gesto se parecía al que hacía Guille cuando jugaban a la guerra y usaba esas armas que eran peores que los arcos y las ballestas, así que no le costó mucho imitarlo con las manos. Con una sonrisa de oreja a oreja, les apuntó con los dedos y les guiñó los ojos a la vez, uno para Milo y otro para Rena; es decir, pestañeó sin darse cuenta. Cuando se dio cuenta le dio la risa, pero se contuvo para probar de nuevo.

Después de aquel segundo intento vinieron otros tres o cuatro hasta que el daeliciano se quedó contento y supo que le salía del todo bien. Bebió un poco más de chocolate, charló con sus amigos y la noche llegó sola y a tiempo, como siempre, para que Archi le pudiera explicar lo que tenía que hacer cada vez que cambiara a su forma bestial. Entre el tatuaje de Caín y la pierna de Archi, el niño sentía un poquito más poderoso que unos días atrás. Entre eso, saber que Rena también estaba bien y tenerles a ella y a Milo al lado, dormir en la clínica fue coser y cantar.

Rox exhalaba vaho por el frío que hacía esa tarde. La influencia de la luna había hecho bajar las temperaturas drásticamente de un día para otro, haciendo que le dolieran hasta las pestañas. Con el abrigo cerrado, las manos escondidas en los bolsillos hechizados térmicamente y medio rostro enterrado en su jersey de cuello alto, el cambiante esperaba por la salida de Milo en la puerta de la clínica. Su turno en la boutique había terminado primero, así que le tocaba a él recogerle. Lo bueno es con la puntualidad de Krono no tendría que esperar demasiado.

Se apoyó en la pared pensando si entrar a recepción cuando le vino un sonido sospechoso entre los escombros de un edificio cercano. No fue nada que indicase peligro, no uno inminente, pero sí lo suficiente como para captar su atención. Estando solo todo en Rocavarancolia era sospechoso. Con la vista fija en el lugar ni el sonido de la puerta abriéndose detrás suya le hizo voltear el rostro.

—Ey… —tras unos segundos se giró para ver al irrense con una sonrisa, echando entremedias otro vistazo rápido por el rabillo del ojo al sitio. Quizás fuera una alimaña, o incluso que el frío hubiera hecho crujir las piedras sueltas. Como fuera, esperaba que no les saltase nada encima—. ¿Qué tal hoy?
Otro ruido, esta vez más alto, volvió a sonar cuando iba a darle un beso, interrumpiéndole. Frunció el ceño.
—Vale, hay algo ahí.

Antes de ponerse el abrigo para salir Milo dio un último repaso a la mesa de recepción, anticipándose al trabajo del día siguiente y dejándolo todo listo para cuando llegara por la mañana. Era un paso más de la rutina diaria y en cuanto terminó su jornada laboral el brujo se despidió de su jefe con una voz y salió por la puerta en busca de Rox.
—Hola —le saludó en cuanto le vio a pocos metros, acercándose mientras se arrebujaba en la chaqueta—. Bien, ha sido un día tranquilo… —respondió, inclinándose para recibir el beso con una sonrisa.

Este no llegó, sin embargo, pues un ruido fuerte en las proximidades alteró al cambiante que apartó la mirada. El irrense, confundido, se giró en la misma dirección que su novio, pero no encontró nada con el primer barrido y devolvió su atención al rubio.
—¿Qué es lo que hay? —le preguntó preocupado, tentado a ponerse en marcha cuanto antes mientras Cobrecito les orbitaba en ademán protector.

La respuesta del humano fue silenciada por un nuevo sonido, uno mucho más reconocible que el anterior y que transformó completamente la inquietud del norteño.
—Eso ha sido un maullido, ¿verdad? —dijo en voz baja, agarrando la mano del australiano mientras estiraba el cuello para ver algo entre tanto escombro.

—No lo sé —respondió sin apartar la vista.

Dio un paso adelante por si veía algo, y fue un sonido familiar el que les sacó de dudas. Sus hombros cayeron y la tensión se convirtió en mera curiosidad. Sonaba como un felino, a no ser que fuera alguna criatura del averno con la capacidad de imitar sonidos…

—Creo que sí… —en vez de quedarse ahí tiró suavemente de Milo para acercarse al montón del ladrillos y piedras, asomando la cabeza con prudencia para tener margen de reacción con lo que hubiera detrás.
Primero vio un montoncito peludo de un color rosa palo que se camuflaba bastante bien con la tierra y el polvo. Estaba tumbado de espaldas a ellos y tenía una pata trasera malamente atrapada entre dos rocas y el suelo.

—¡Es un gato! —uno… rosa, pero un gato. Le soltó la mano al brujo para acercarse más y el animalito giró la cabeza hacia ellos, mirándoles con un solo ojo verde. El otro lo tenía cerrado por una mucosa del mismo color con mal aspecto. Echó las orejas hacia atrás y se sacudió sin energía, intentando huir en vano al tener el peso encima—. Ay, ¡espera, espera…! No será una invocación ni nada, ¿no? —preguntó a Milo mirándole con apuro.

El gato no forcejeó mucho más. No era pequeño pero parecía más cachorro que adulto, su pelaje estaba raído y sucio, tenía un extraño color verdoso en el interior de las orejas y posiblemente llevase horas ahí metido, moviendo las piedras a su alrededor y atrapándose más sin quererlo. El frío cortante no ayudaba nada. Profirió un maullido suave y asustado que llenó de pena al australiano.

—Uf, como tiene la pata… Vamos a quitarle esto de encima tío.

Milo siguió a Rox hasta el montón de escombros del que había salido el maullido, dejándose llevar con algo de reticencia por si les esperaba algún tipo de peligro y tenían que salir por patas. Sus temores se esfumaron cuando el cambiante identificó el origen de los ruidos: un gato de color rosa palo que había quedado atrapado entre los escombros y que intentaba liberarse sin demasiada fuerza.
—Oh… —susurró el moreno, preocupado al ver que el pequeñín trataba de escapar sin demasiado éxito—. No lo sé, pero me parecería muy raro que un invocador abandonara a su criatura de esta manera. —respondió, devolviéndole a pesar de todo una mirada cargada de dudas. Había leído sobre invocación de demonios, pero tampoco era un experto en el tema y no estaba seguro de lo que acababa de decir.

El felino parecía agotado y presentaba un aspecto lamentable, como si llevara horas allí atrapado, por lo que la sugerencia del humano le pareció de lo más razonable. La habría hecho él mismo si el rubio no se le hubiera adelantado, pero no sabía cómo proceder sin asustar aún más al animal.
—¿Cómo lo hacemos? —le preguntó, moviéndose despacio para no sobresaltar al pequeño y poder ver mejor el trozo de escombro que lo mantenía retenido—. Hay que intentar no hacerle más daño.

Por suerte no parecía una piedra muy pesada, así que aprovechando que estaba más cerca el brujo la levantó con la ayuda de Cobrecito y todo el cuidado del mundo. En cuanto quedó libre el gato hizo amago de huir, pero tenía la pata en muy mal estado y no llegó a moverse. Solo acertó a hacerse una bolita temblorosa que empezó a maullar lastimosamente haciendo que el corazón de Milo se encogiera de pena.
—Tenemos que curarle, Rox… —le dijo a su novio, acuclillándose despacio para no alterarlo aún más.

Suponiendo que estaría sediento el norteño hizo que su bola de cobre tomara la forma de un cuenco y se apresuró a llenarlo de agua con un hechizo sencillo, deslizándolo por el suelo en su dirección. La sustancia reseca que le cubría el miembro herido debía de ser sangre, pero tenía un extraño tono verdoso similar al color de su ojo sano y el del interior de sus orejas.

Rox se puso a un lado para evitar que el gato huyera o la cayera cualquier cacho de escombro al levantarlos. No se dio ni lo uno ni lo otro, y es que con lo débil y mal que estaba el animalito a ningún lado iba ir. Hacerse una bola parecía su último y único mecanismo de defensa ahora mismo.

—Ya… No podemos dejarlo aquí —le acercó el dorso de la mano para que se la oliese antes de hacer ninguna otra cosa, aunque el animal estaba demasiado nervioso como para hacerle caso. Al cuenco de agua, sin embargo, no le hizo ningún asco. Después de olfatearlo unos segundos bebió de él como si llevase días sin probar agua. Rox se apartó para darle espacio. Nunca había tenido un gato, pero tenía entendido que bebían poco; así de seco estaría.

—Bueno, ya es un paso —sonrió ligeramente—. Tío, ojalá estuviera Eitne aquí y lo afinidara. ¿Si lo levitamos se asustará mucho…? —el tono de su pregunta se fue volviedo retórico según la hacía, respondiéndose a sí mismo mentalmente.

Alargó las mangas de su abrigo hasta cubrir la mitad de sus manos para así protegerse de cualquier arañazo sin perder toda la movilidad. Cuando acabó de beber, con cuidado y dándole pequeños empujoncitos se fue echando al gato en los brazos. El animal maulló con más insistencia, y aunque la pupila de su ojo bueno estaba dilatada a más no poder no hizo ni el ademán de bufar. Rox tuvo especial cuidado con la pata rota, dejándola al aire para no aplastársela por error con su propio peso.

—No parece que haya sangre pero… ¿la tiene infectada o algo? —hizo una mueca de desagrado por la lesión. Desde ahí se veía de un verde más brillante, pero al cambiante no se le ocurriría que eso fuera su sangre—. Joder que puto frío —lo pegó un poco más contra su cuerpo para infundirle calor—. Vamos a llevárnoslo a la Sede y ahí vemos que hacer.

Cuando el pequeñín empezó a beber con ganas Milo asintió complacido, dejándole un poco de espacio para que se hidratara a gusto mientras lo observaba mejor y empezaba a apuntar mentalmente todos los problemas que parecía tener. Rox tenía razón, abandonarlo a su suerte no era una opción, pero aunque los dos disponían de magia ninguno era experto en sanación de animales extraños e iba a resultar complicado tratarlo.
—Ojalá estuviera, si, pero va a tener que conformarse con tu arrebatador encanto y mi aterciopelada voz. —replicó con suavidad, quedándose en silencio cuando anticipó las intenciones del cambiante para no sobresaltar aún más al felino.

El gatito seguía aterrado, pero no tenía fuerzas para resistirse y se limitó a maullar con más ahínco mientras el humano lo aupaba con todo el cuidado del mundo. Vista más de cerca la pata que había estado atrapada tenía muy mala pinta y la extraña sustancia que cubría la herida parecía infecciosa, pero lejos de toda lógica no desprendía el mal olor característico de la enfermedad.
—Me parece que no está infectada, creo que sí que es sangre aunque tenga ese color tan raro —contestó, señalando el interior de las orejas con un gesto. En los gatos de sangre roja esa zona era de color rosado—. Pero ese ojo sí qué me preocupa… —añadió, lanzando sobre ambos un hechizo térmico cuando el rubio se quejó del frío.

Milo asintió a la sugerencia de Rox y ambos echaron a andar juntos en dirección a la Sede, intentando mantener un ritmo que no perjudicara al pequeño pero que les permitiera llegar cuanto antes a la seguridad del hogar. Cobrecito, olvidado entre las piedras, recuperó su forma habitual a sus espaldas y los siguió de cerca, patrullando por el aire en la retaguardia con ademán protector.
—¿A ti no te huele a verdín? Como cuando machacas una planta… —le comentó a su novio en cierto momento, mirando embobado al gatete mientras avanzaban. El brujo estaba enamorándose por segunda vez en su vida y en aquella ocasión todo iba mucho más rápido.

Sigue en Lenteja.