Charlotte caminaba a trompicones por el curioso barrio. No se parecía en nada al anterior, todo era... era casi bonito. Desde luego tenía mejor aspecto que el suburbio de New Jersey donde vivía. Algo la llamó la atención. Una de esas casas era diferente a las demás, no era grande, ni siquiera era una casa al uso. Era una chabola, mísera y frágil, pero con algo familiar. Una mujer salió al porche. Era obesa, y poco agraciada, su melena rubia y grasienta se enredaba en un entrópico intento de coleta, en su mano derecha había una botella de Jack Daniels, en la izquierda el mando de una televisión de los años 80. Vestía con una enorme camiseta propagandística de KFC. Su acento era basto y grosero, y cuando gritó, a Charlotte le entraron ganas de vomitar.
-Tú! Ingrata comepollas! Mueve tu refinado culo y hazme la cena, niñata consentida.
Charlotte se echó hacia atrás. Y respondió trémulamente:
-No... tu no puedes hacerme nada, no...
Al darse la vuelta se encontró con una chica de su edad, sonriéndole desde el porche de otra choza parecida. No se le parecía en nada. Su pelo era negro y corto, y la madurez se había adelantado en su rostro, no así en el resto de su cuerpo, que pese a su relativamente elevada estatura era plano y famélico. Sus ojos eran negros y su sonrisa afilada.
-Charlotte! Ven, he conseguido una cita con un cazador de talentos, te dije que tus fotos servirían para algo, ¿no es genial? Me han dicho que podrías ser actriz! Vamos!-gritó con sincero entusiasmo.
Charlotte salió corriendo sonriente hacia la chica y alargó su manos, pero algo la detuvo, un recuerdo, dormido y horrible, quería ir hacia la casa, pero algo se lo impedía. Dió la vuelta y echó a correr sin saber por qué, algo simplemente le decía que jamás fuese a esa cita, que no podía olvidarlo. Ni siquiera volvió la vista atrás para ver la ilusión desvanecerse y a la casa-monstruo revelarse.
Sigue en Letargo.